Osvaldo Guevara, argentino nacido en Río Cuarto en 1931, es uno de los mayores poetas hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Su suerte es común a la de otros grandes creadores del interior del país que, por el carácter hegemónico de la metrópolis o quizás por el legítimo empeño en no traspasar los umbrales del territorio familiar, su obra no ha alcanzado la difusión y la valoración que se merece.
Con la gratitud del amigo, pero sobre todo con el reconocimiento de su genio, he seleccionado algunos de sus poemas sin más criterio que el gusto personal y, tal vez por ello, no sean los más representativos de su magnífica obra. De todos modos, reflejan su dominio de la lengua, de la metáfora y de las técnicas de versificación -probablemente sea uno mayores sonetistas vivos-, así como su compromiso social y sensibilidad no exenta de un romanticismo panteísta.
Antonio Tello
Yo pescador
(uno de los cuatro sonetos que acompañan a Oda al sapo)
Bajo la tarde de aire espeso y breve
cimbro mi caña y el anzuelo tiro
adonde el agua en mórbido retiro
se embosca insomne como un saurio aleve.
Asechante el instinto, el alma leve,
como una vena mi silencio estiro.
Pienso en sordina, como en clave aspiro
y ni la tarde a pestañear se atreve.
El corcho late. Monologa el hilo
un vibrátil rencor de olfato en celo.
Y ahora el aire breve es como un filo.
Y escapa el pez azul -chispa de cielo-
y mi alma en alto es una caña en vilo,
pero mi instinto, abajo, es un anzuelo.
Casi tú
(de Amor)
Hoy
encontré
en la calle
entre motores y tenderos
una mujer
igual
que tú.
Navegables
los ojos
descendientes
las manos
del aire
y su abandono
los pies
de saltar pájaros caídos
la cintura
inasible
grito en mitad del mar.
Me le acerqué
azorado
tembloroso
impaciente
y no eras tú.
No oí su voz
pero
presiento que era
menos tibia y mojada
no nacida
anhelante
del fondo
de los besos
ah,
tu voz de agua alegre sobre piedras con sed.
No eras tú
y hace tanto
que no te veo
tanto
y pudiste ser tú
esa mujer
bellísima
esa mujer
igual
casi tú
sin
tu voz.
Aunque ya no me quieras,
te demando
amor mío
no parecerte a cada mujer mágica que ande
por mis calles confusas
o ser
en lo posible
si a alguna te pareces
en lugar de
ella
extraña
directamente
tú.
Rapsodia en blue
(de Para que me entiendan bien)
Un negro sopla una trompeta larga
como las tiras de su piel.
Sopla y sopla una trompeta roja
como el algodón del sur
que se tiznó con su sangre
y se empapó en su noche, para siempre.
Un negro sopla una trompeta blanca
como la hoguera de su risa.
Sopla y caen medallas.
Sopla y antiguos látigos se pudren.
Sopla
y una primavera furiosamente dulce
reparte flores negras sedientas como bocas
entre hombres de color, entre hombres de dolor,
entre niños de corazón descalzo,
entre oscuras mujeres de vientres luminosos.
La música del negro es más clara que el llanto.
Tiene fiebre de selva, amanecer de selva.
Tiene pisadas de ciudad,
maullidos de ciudad,
y ojos y uñas y besos de ciudad.
Tiene un amor tan húmedo y feroz
que la agazapada sonrisa del blanco retorna a su cubil
acosada
acusada por ese son eterno.
Niña Carmen
(De Niña Carmen)
Niña Carmen: anoche he comido unas uvas
dulces
como sus ojos.
Yo regresaba solo a pieza de hotel.
Iba subiendo, solo, esa escalera
queme pone en los pies lejanías de barco.
Y me salieron al paso los racimos
de un parral numeroso
que lo rodea todo como una sombra verde.
Mi mano deshabitada
que venía de no tocar tu pelo
fue tocando las uvas.
Mi boca desierta
que volvía de hablarle a usted
con la cautela con que una llovizna
se acerca a una paloma
fue comiendo las uvas
lentamente
sintiéndolas
perderse en mi garganta como imposibles besos
oyéndolas
penetrar en mi cuerpo y en mi vida
convertírseme en sangre
una sangre de miel y fuego suave
que cantará en mis venas para siempre.
Minuto tras minuto
uva
tras
uva
seguí yo en la escalera del hotel silencioso
a esa hora en que los huéspedes duermen
pesadamente
o se dejan estar
en un sopor insomne
recordando
olvidando
distintos
ni educados vulgares o feroces
con la brasa indolente del verano
en las respiraciones y las sábanas.
Una sensación honda
delgada
casi como una pena pero sin sufrimiento
entraba en mi memoria
mis manos
mi destino
(una sensación que iría conmigo hasta la pieza
y allí se quedaría
como un agazapado amanecer
hasta este día
este poema).
Y las hojas aún tibias del parral
era una frescura de canción olvidada
de aire envolviéndome el corazón
como un agua
una luz
como una cabellera de mujer.
Inmóvil
subía por las uvas
hasta empujar los racimos del azul con la frente.
Y ya no estuve solo. No me pesaban
enero
los zapatos
la escalera
los años y perjuicios
las habitaciones sordamente entreabiertas
el roce de la noche despierta como un pulso
el amor que no llovió en mi sed
las estrellas cansadas y espesas del verano.
Esas uvas
tan lentamente dulces
tenían el aroma
el color
el sabor de sus ojos
Niña Carmen.
Destino
(De Diario de invierno)
Adónde ir con estas alas
que no se entienden con el viento.
Delante de la vida
Como una embarcación
ondula
el automóvil.
Salta una liebre
delante de los faros
con las altas orejas asustadas.
Las ruedas
ya
la alcanzan
pero ella no puede
abandonar
la prisión encendida.
(Correr
correr
delante
de la vida
sin poder escapar
de sus luces terribles).
Pisadas
Camina despacio
cerca de mis heridas
amor.
Aunque te deslices con blandura
tus pisadas
me aturden.
Siempre suenan
como si comenzaras
a alejarte.
Adioses
Las despedidas quedan en la voz.
Cualquier pequeño abismo
-no encontrar una calle
un silencio en medio de una fiesta
un saludo evasivo-
reabre el desamparo.
Ella partió de nuevo esta tarde
y la lejanía se ahondó como un mar.
Crujían en el viento los árboles
de la Terminal de Ómnibus
moviendo pájaros
como pañuelos.
Los adioses son pedazos
de piel
que se pegan para siempre
en la garganta.
Cuando ella regrese
mis palabras de bienvenida
irremediablemente
estarán despidiéndola.
El arquero
Aspiro el aire verde del campo estremecido
y es como un pasto tibio y oloroso mi vello.
Hay también una verde ternura en tu vestido
y un murmullo de tierra se te paga al cabello.
Como el nervio de un brote mi tacto en tu cintura
siente el fluir la vida vegetal y cimbrante.
Tu garganta es un pozo sonoro de frescura.
un cumpleaños de fruta te sazona el semblante.
Con un húmedo anhelo de planta trepadora
voy rastreando tu cuello, tu escote, tu corpiño.
te deslíes como una llovizna y se colora
de atardecer tu rostro, mientras te desaliño.
La sombra se lastima la enagua en un alambre
que resentido acecha con sus uñas de púa.
Un relincho nupcial punza como un calambre
y es mi olfato en tu piel una terca ganzúa.
Nos amamos. La noche se aplasta contra un charco,
yo he sorbido, besándote, tu sangre como un vino.
Y se crispa mi sed como apuntando un arco
desde el temblor de tu alma al centro del destino.
(De La sangre en armas,1962)
Rosa
Y anda otra vez la lluvia por el techo
con su ternura naufraga y ruidosa,
y el fío de la ausencia, el frío, Rosa,
se me viene a las sábanas y al pecho.
Sin tu voz todo está como deshecho,
sin tu mano es un hueco cada cosa,
sin tu pisada duele esta baldosa
y es otro mueble sin tu olor el lecho.
Llueve. Pienso en la sombra. El cuarto es grande.
La soledad, como un hollín, se expande
por este aire de cal y ropa muerta.
Si estuvieras, no sé qué te diría,
pero creo que no me importaría
tanta lluvia en la noche tan desierta.
(De Los zapatos de asfalto, 1967)
Catequesis
Nombrar a quienes no nos nombran
aunque su mezquindad
alcance nuestro corazón
con sus colmillos agrios.
Aprender a vivir con aquellos
que inevitablemente
habrán de lastimarnos.
Poesía Eres Tú
Esos poetas
que parecieran ser los únicos
en saber
a ciencia cierta
o ciencia infusa
qué es la poesía
y hablan de ella
parados
en el último eslabón de las gradas
que conducen al templo.
Esos poetas…
Yo no sé lo que es la poesía.
Tal vez
mi poesía sí
y no sepa decírmelo.
Poetas
“…un sujeto en el que lo humano tiene tiempos de cambio muy diferentes al de los organismos artificiales.”
Me escriben cartas fraternales
sobre mis libros.
Cuando nos encontramos
su mano brilla en mi hombro como una charretera.
Pero
“es demasiado humano”
cuchichean
olímpicos.
El poeta y el hombre
en mí caminan con el mismo paso.
(Plumajes altaneros
no garantizan vuelos altos.)
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