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martes, 1 de noviembre de 2011

5234.- LAURA GARCÍA DEL CASTAÑO


Laura García del Castaño, Córdoba (Argentina) 1979.
Editó: Orquídeas, lágrimas y sangre (1996), He hablado con el olvido (1997),
Desde mi alba (1998), El grito (2004) y La palabra sembrada (Borrador editores, 2011)




Huimos de la muerte, y cuánto mayor es la velocidad de nuestra huída más tropezamos con las fatalidades de la vida.

Y qué es morir?
una alianza, una mueca, un final, un hundimiento,
un extremo donde descorchar qué?
la fe, los padres, la fatiga, los frutos?
un filo donde limpiar el barro de huésped,
la viudez del sueño, los ojos del asombro?
una fractura de una línea infinita,
una grieta
donde drenar los combates?
Una desobediencia
de asomarse y salir
a ladrarse las manos y volver
a la vida
a su recorte
a su tramo
Porque
La vida y el hombre son
fracturas de una extensa lucidez
Quizás una multitud de hombres formen la eternidad
y una multitud de vidas la foto de dios.






Celebración

Corre a celebrar el dolor como si fuese una victoria.
Allí donde late el grito sólido del hombre.
Donde se dice la muerte a grandes carcajadas.

Salta sobre todos con la omnipotencia del que habita la cima,
y se instala en cualquier parte con el significado del héroe.
Atesora la delicia de lo incompartible.
No te consagres al maltrato de lo extraño.
Nunca hables desde tu parte inmune.
Ni te hagas expulsar del llamado del amor,
que da el derecho a anochecer en cualquier parte.
Hay un caos en cada espíritu, en lo oportuno de la siembra.

No hagas que nada exista para tí.
Se un ángel con la piel en llamas,
con el interminable sueño en que descubres tu nombre.

Si abres los ojos dejarás escapar la luz,
si los cierras radicarás la oscuridad con su tempestad de alas
incontenibles.







Único enemigo

Soy el único enemigo que me queda.
A quien debo intentar devorar con el ansia de un mendigo.
Soy la que va a vencerme aunque no lo quiera.
La partida en dos, la impostora y la dueña.

Me impacienta saber que en cualquier momento cruzaré la puerta
a desmantelarme,
a lanzarme encima del último alimento.
Por eso he clausurado las entras, las lanzas y las hiedras.
Evidentemente no voy a premiarme,
ni siquiera coronarme princesa de la escarcha.








Inútil,
Por más que enrosque, embale, presione,
no encajas vertical en el olvido.
Por más que sople, estire, deforme,
mi ser se encoge con cada llanto.
No advertí hilvanar más espacio.
Tendré que abrirte, fraccionarte, desmembrarte,
en lotes de heridas semejantes.
Por suerte no lloro al picar el pasado,
ni arrimo la frente al freír tu recuerdo.





Laura García del Castaño. La palabra sembrada (Borrador editores, 2011)




Tinta entraña


Los poemas no son glorias/ apenas tensas partituras del escombro
que alguien lee/a espaldas de su intérprete/boca abajo de sus muertos.

Quién escribe baraja sus tumbas/
Quien aloja un lenguaje desaloja sus muertos/ deja los suyos/ copia los menganos.
Mezcla/ descubre el escrito escondite de su pecho/

Contar palabras del poema/es contar los barrotes del miedo del intérprete/
para luego sumarlas al estigma que ejercemos como tinta entraña/

El poema juega con nosotros al solitario y a la falsa escoba/
Recordarse en el lenguaje de otro/ es mirar dentro de la propia música/

Los pensamientos rompen sobre la escritura como el océano en las piedras/
Primero es una ola diminuta que te mira/ un soldado tieso/
luego una frase embravecida te saquea/asalta tus raíces/
dejándote clavos que imitan ser piernas de tus muelles/

Detrás de la tensa partitura/ está la entrega/
la mano gastada que nadie notaría si no la tendiera/
boca abajo de mis muertos.








Llanto de perro mudo

Llanto de perro mudo sobre fondo de anciana memoria.
Llega sin aliento
Preso y de rodillas, sin aliento.
Ese es el recuerdo.
Un rostro que aparece entre los años
como de una galera que calza el tiempo en su palma.

Pieza amputada del entero rostro de vos. Es mi olvido no posible.
Vieja niebla de papel gigante sobre breve instante.
Que mira hasta parecer sangre
Que habla del ausente fuera de su entierro
rodeando mí casa.










Siamesas

“Dos mujeres caminan por la calle /
sugiriendo efecto mariposa, terremoto y oleaje inmenso”
Andrea Cabel



Dos mujeres
Con temor a devorar
su misma carne
tejen el muro sanguíneo
del espejo,
Tiran de idéntica cuerda
Y levantan su rostro al unísono.
Antiguo dolor compartido sin partir de un viejo parto.

Dos mujeres desmoldadas
de un algo que perdía
ya mantos con huesos
de niñas rotas
vueltos a nacer
pero entre sí cocidos
por los indecibles nacimientos
del karma

Ensamblaje infantil
de una en una,
una en la otra,
otra del adentro,
una de sí misma,
que es su otra embutida
en sola salada sangre
que pasa por distintas venas
gritando
la distinta herida
de único retrato.

Una llora (de un solo lado)
la desdicha
que la otra lapidaria bebe
en el silencio.

La otra siente en el alcohol
de su ebria hermana la alegría
y canta
lo que ésta enmudece con espanto.

Pero gustan de hombre diferente,
y cortan su pelo
con peinados otros
que sueñan lucir en la cita a solas

Han seguido vivas
congestionadas por el ansia torrencial
de los desprendimientos

de su sola sombra

Solita sombra arrastrada
por los giratorios rayos
de sus acopladas luces

Morirá una en la carne de la otra
Sujeta al lomo de su pena semejante
A su hermana sin frontera.


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