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miércoles, 14 de diciembre de 2011

5543.- NÉSTOR BARRON


Néstor Barron es un escritor y músico argentino, nacido en la ciudad de Buenos Aires.
Comenzó su actividad artística muy tempranamente, con sus primeros conciertos de guitarra clásica a los 12 años de edad. Luego inclinó su rumbo musical hacia el rock y la música popular, formando parte a los 16 años del grupo MIA (Músicos Independientes Asociados), donde tocaban entre otros Lito Vitale, Liliana Vitale, Verónica Condomí y Alberto Muñoz. Paralelamente, comenzó a escribir.
Entre sus trabajos musicales, se puede citar el álbum El regreso de las Bestias Domésticas, grabado en 1995 en los estudios de Litto Nebbia, célebre referente del rock argentino.
Su primer libro publicado se tituló Eromancia (Ediciones Oliverio, Buenos Aires).
También desarrolló una amplia carrera como guionista de historietas, llegando a escribir historias de los personajes más famosos de la Argentina como Nippur de Lagash, Pepe Sánchez o Dago; aún hoy continúa escribiendo historietas y comics para los mercados de Italia, Francia, Bélgica y Suiza. "Malouines: Le ciel appartient aux faucons", su último libro de historietas, fue publicado por Éditions Paquet, Suiza, el 22 de septiembre de 2010.
En Italia ha realizado documentales sobre San Francisco de Asís, San Pedro, Los misterios de Siena y Roma, la Ciudad Eterna.
En los últimos años, Néstor Barron ha vuelto a centrar su labor en la poesía y la narrativa. En noviembre de 2007 se publicó su novela Váyanse todos a la mierda, dijo Clint Eastwood (Ediciones Continente, Buenos Aires, Argentina), y en marzo de 2008 su libro de poemas Las Otras (Historias del misógino que amaba a todas las mujeres). Su reciente Antología de la Poesía Mapuche Contemporánea fue prologada por Osvaldo Bayer. En noviembre de 2009 se publicó su nuevo libro de poesía, Ética del Soldado, uno de cuyos poemas ya había sido elegido para integrar la selección internacional del "3e Festival de la Poésie à Paris" (26 de septiembre - 3 de octubre de 2009), dirigido por Yvan Tetelbom, creador de Pòetes à Paris.
Sobre la poesía de Barron, el poeta francés Guy Allix escribió: "Nacer ya es llegar tarde",1 nos dice Néstor en una desesperación llevada con altura de hombre plenamente asumido. Hay en esta poesía algo radical y rugoso que, más allá de las angustias de una época, se zambulle en nuestras profundidades más secretas y más terribles y pareciera encontrar allí, paradójicamente, un antídoto al dolor de vivir, como una energía indomable. Esto muestra un camino sin complacencia, un camino de verdadero coraje en estos tiempos de dimisión generalizada.2

Principales obras editadas
Ética del Soldado (2009) ISBN 978-950-754-293-0 - Version en français: Éthique du Soldat
Las Otras (Historias del misógino que amaba a todas las mujeres) (2008). ISBN 978-950-754-256-5
Kallfv Mapu, Tierra Azul (Antología de la Poesía Mapuche Contemporánea) (2008). ISBN 978-950-754-255-8
Váyanse todos a la mierda, dijo Clint Eastwood (2007). ISBN 978-950-754-235-0
Cuentos de Merlín (2007). ISBN 978-950-754-227-5
Cuentos de Humor Negro (2007). ISBN 978-950-754-238-1
Cuentos de duendes de la Patagonia (2006) ISBN 978-950-754-211-4
El Mágico Mundo de los Vampiros (2006). ISBN 950-754-133-0
Cuentos de fantasmas (2005) ISBN 950-754-136-5








El punto es que…

Algunas de mis amigas
están envejeciendo.
Mi hija no sabe quién fue Göring.
Los nazis tienen sus Fiestas del Solsticio,
los judíos su Baile del Converso,
Cristo es un actor pasado de moda
al que sólo le queda
ser el invitado permanente y siempre ignorado
de los unos y los otros,
y yo apenas si pude mojar un trozo de pan amargo
en el borsch del “Bodensee”
y lo pagué con mis dientes.
En Buenos Aires
la matemática es un credo esotérico,
hermético. Ahora
rige la lógica de los meteorólogos.
Me asomo cada mediodía
a una ventana ciega,
obsesivo y puntual,
pero por la calle no pasan más que
marionetas manchadas de amarillo
desenroscando sus ombligos de musgo,
distraídas e idiotas.
Jorge dejó de pintar, y Juliette Greco
ya tiene 78. La chica del río
ya no encuentra flores en la basura,
y todas las canciones chapotean
en la decrepitud. Quién sabe
si Jerome seguirá cantando
“Moonlight in Vermont” en
el “Tire-Bouchon” de Montmartre.
El amor es rencoroso
con sus adictos recuperados.

Tenía que decirte estas cosas, así,
torpe y apresurado,
porque amenazabas con
enviarme un e-mail
para saludarme por mi cumpleaños.









Ética del Soldado

Fui engendrado por un siglo
que huyó con el rabo entre las patas.
Es por eso que si me lo cruzo en
algún bar,
simplemente
lo derribo de un puñetazo en la boca y
continúo liando mi cigarrillo (siempre
fumo en bares en los que, pase
lo que pase, el héroe
soy yo).

Vinieron a buscar a los judíos, a
los negros, a los bolivianos. Pero
a mí no.
En realidad sí vinieron,
pero siempre me ocupé
de que no me encontraran en casa.

Yo hubiera podido darte esa vida
que soñabas.
Pero es que tengo esta puta rosa blanca en el pecho
que sangra
que sangra
que desangra.












Elogio de la camarera

Nunca lo entenderías.
Diciembre es un gran mes para
la chica del bar,
porque compra el Libro de las Predicciones
para el año próximo (no le dije
que escribí la contratapa,
hubiera sido un truco muy barato).
No podrías comprenderlo porque
vos sos impecable como
la mancha que no hallaré
en la ropa interior de ese anciano sentado
junto a la ventana, en caso
de que deje mi café y vaya a investigar
bajo sus pantalones. La chica del bar
no lo haría por mí
aunque se lo rogase,
pero en cambio sé que
abriría para mí su Libro de las
Predicciones si yo le contara
que el pasado es una puta del puerto
empeñada en resolver la Teoría de las Cuerdas.
Lo abriría y me buscaría una respuesta aunque
no supiera con certeza si hubo una
pregunta: esto es algo que vos,
como teórica del devenir,
no podés entender.
Y sin embargo es esa la razón
por la cual ahora es de noche y
vos seguís rumiando insípidos
cálculos de probabilidades
mientras la chica del bar
me pregunta dulcemente
si puede usar mi baño.










Bonjour

Huye ahora la yegua de la noche
(la imagen repetida no atenúa
mi horror) y el alba llega, sorprendente.
Jaurías desbocadas en el pecho
espantan el aliento que no vuelve.
Las sienes laten. Harapos del día
se meten, arrastrándose, en el cuarto
que es un triste boceto del infierno,
el vientre de una bestia que se duerme.
Empiezo a recordarme. Lentamente
el mapa de miserias de mi cuerpo
reanuda sus cuestiones sin sentido
(la mano que no sabe que es mi mano,
el cauce inexplicable de ese río
de roja turbulencia, el parpadeo
mecánico, los ruidos). La distancia
del lecho hasta la puerta es un desierto
marrón y agobiante. He soñado
que miraba mi cara en el espejo
y veía el rostro de otro. ¿Quién me dice
que no es ese el que ven los que me miran?















La Ley Back


Desde que tenía diez años,
todo el mundo —de buena
o mala manera— se
encargó de mantenerme informado
acerca de que
estoy loco.

A mi hermano,
pobrecito,
no se lo dijeron nunca.
Acabo de dejarlo
en el neuropsiquiátrico.







La judía rebelde y sus detritus católicos

El amor no es tu culpa, chiquilina.
No más, en todo caso, que del sol
amarillo y la
luna blanca, insoportables,
iguales, iguales.
Amarillo. Blanca.
No es tu culpa. Moisés
nos ha metido
en esta bolsa negra
de nylon y pirita
que ni siquiera es aceptada
en los basureros del tiempo.
Y a propósito: la ética
de los recolectores de basura tampoco
es tu culpa, chiquilina.
Se trata de esos
asquerosos detritus, eso es
lo que se coagula, lo que
cuaja como la leche fermentada
de tu camello estepario, eso
vuelve chirle tu ternura violeta
y disuelve la locura en un
estanque mohoso y mal servido.
Es eso, son detritus, sólo eso.
Creeme…

Los chicos en el subte ya no
escuchan a Zappa ni
leen a Pär Lagerkvist. Los peruanos
ya no te amenazan con infiernos.
Nuestra esquina
se durmió al pie de la ventana
porque en las rejas del Botánico
cuelgan cientos de
carruajes pintados de un blanco
que sólo ven los alemanes.
Los pájaros
ya no silban el Abinu Malkenu en
las cornisas sin muros. No porque
no se acuerden, sino
porque no son pájaros.
Sé que no debí descuidarlos.
Lo sé, sé que los
huevos se volvieron árboles, que
los árboles se volvieron velcros.
Y que mueren de abstinencia
las manzanas.

No sé de mi tabaco, no sé de
las orejas en tu espalda.
No tengo idea
acerca del destino final
de la saliva,
ni si el Golem volverá
esta primavera.

Pero sé que no es tu
culpa. No es tu culpa.
Lo juro por ese beso que pasó desapercibido,

chiquilina.









Nostalgia

Ojalá tuviera diez años menos
para volver a ser el mismo imbécil
y hacer las mismas cosas estúpidas,
pero al menos sabiendo,
por obra de la reiteración, que
ahora las estoy eligiendo.
Ojalá tuviera cien años más,
para ya poder decir que he sido
algo concreto
en la vida de tantos gusanos que, por
arbitrio divino o misterio propio de
la sabiduría nematelmíntica, son
seres que no profesan
la nostalgia.








La mujer es ciega como el Hombre Invisible

la lluvia de septiembre
el bar amarillento
los fumadores en una pecera
la chica sola que llora apenas
la televisión sin sonido
el sonido del muzak
mi muerte que cumple diez años
los teléfonos que andan mal
los teléfonos que andan bien sin sentido
la amargura sin sentido
en caras sin sentido
la madre que se ve moderna
sus hijas que ven decrepitud
la avenida la lluvia la avenida la noche
Boca volverá a ganar y

tengo que decirte que todo fue inútil que
es mentira que algún segundo glorioso
hace que valga la pena no vale
la pena ni siquiera aquella noche verde o
la madrugada en Bruselas no
ni todos tus encendidos instantes mágicos juntos
justifican una sola de las líneas
de esta enumeración (la lluvia, septiembre,
el bar) no

lo siento pero tengo que
decírtelo

no iba a permitir que la ternura
me descubriera.









Borges on Avon Home


I

No la desidia.
Por cierto, no la espada.
No la distancia, que es nostalgia y nieve
(en todo caso, esa distancia leve
que nos separa del ser o de la nada).

No las mujeres (en todo caso, una).
No el silencio ni su miedo.
No la espera
detenida en un color de la ceguera.
No Buenos Aires.
No la imprevista luna.
¿Qué sombra, entonces?
¿Qué luz te perseguía?
¿Qué juramento oculto en la poesía
que no escribiste, y que luego fue reproche?
¿Qué dictamen de callada voz paterna
te hizo ser el que tradujo en letra eterna
las vanas cosas del día y de la noche?



II

Ser el éxtasis fatal de la judía
que escribió la Biblia en una sola tarde.
Ser el aire muerto del leño que arde
o el fantasma del aire en la lejía.

Ser el puño cuando la mano está abierta.
Ser el sueño de Chuang Tzu, la mariposa
que soñaba del futuro una rosa
que es real en el presente que despierta.

Ser un punto en el que están todos los puntos,
un espacio en el que puedan posar juntos
el futuro, el presente y el pasado,

un aleph dentro de otro, dentro de otro,
donde yo es ellos y él es nosotros,
y tú y yo pudimos haber conversado.










III

De alguna forma extraña, soy el muerto
mirado por los ojos de su hermano
culpable e inocente. En un puerto
de la lejana Irlanda soy las manos
del duro pescador. De alguna forma
secreta, soy el cuello en que la espada
se hunde, en un combate que no informa
el griego. Soy el griego y soy cada
troyano asombrado ante el caballo.
De alguna forma rara, soy la fuerza
de un rubio dios cuyo nombre era el rayo
(o el trueno, qué más da). Y soy la tersa
mejilla de Julieta en los balcones
del mundo. Y el romano en la postrera
mañana del puñal y las traiciones,
que entiende que morir es la primera
obligación de un mito. Soy el Golem
perplejo del judío, en esa historia
que no contó y debió contarnos Scholem
Aleijem. Soy la voz de tu memoria,
tú lo eres de la mía. Flor. Escoria.








IV

Las cosas, las pequeñas
cosas que no entienden la elegía,
definen mi contorno.
Son mi dibujo secreto, el testigo
de mis horas, prodigándose
en una complicidad que desconocen.
Allí están los libros —no las obras,
los objetos
de antigua pasta o humilde cartulina—
hospedando el polvo y el silencio,
mausoleos casi,
la mayor parte del tiempo sin sentido.
Ahí está la lima, que
me modifica y no sabe
que me espera, inexorable, un destino en el que ella
no moldeará mis uñas aunque sigan creciendo.
Ahí está la pluma inglesa, madre
amorosa del aroma de la tinta
que me devuelve algo de infancia
(anoto una vez más que el paraíso es
sólo lo perdido, lo lejano).
Ahí están
las cuerdas y sus guitarras, la
caja de fósforos que fue un pensamiento de
alguien que me recordó en Praga y
ahora es casi un defecto del estante,
el tupi sobre el piano
que testimonia
un Oriente que me es ajeno, el ajeno
piano en la noche dormida.
Ahí están las páginas que otro escribió
con esta mano que ahora escribe, con
otra tinta que ya no huele.
La moneda de Italia, la moneda
sin su centro del Japón, las monedas de
otro país que misteriosamente
sigue llamándose Argentina. Ahí están.
Y allí las botellas vacías,
inútiles y heroicas como un
recuerdo olvidado, como
la memoria de los amores que no sucedieron.
Ahí están los korrigans, dos estatuillas
que regresaron conmigo de la Bretaña
de Arturo y de Merlín, y que son
mágicas sólo en virtud de esa travesía.
Y el reloj de bolsillo de un desconocido.
Cosas. Cosas que me ignoran y describen.
Yo casi ya no soy, ellas persisten. Yo
casi ya no estoy.
Cuando me vaya, las cosas
serán lo que no es,
la sombra, nada.


























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