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miércoles, 25 de agosto de 2010

927.- ANDRÉS MORALES

ANDRÉS MORALES nació en Santiago en 1962.Licenciado en Literatura por la Universidad de Chile. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Ha publicado 17 libros de poesía desde 1982 al presente: Por ínsulas extrañas; Soliloquio de fuego; Lázaro siempre llora; No el azar; Ejercicio del decir; Verbo; Vicio de belleza; Visión del oráculo; Romper los ojos; El arte de la guerra; Escenas del derrumbe de Occidente; Réquiem; Antología Personal; Memoria Muerta, Demonio de la nada y Los Cantos de la Sibila. Su obra poética se encuentra traducida a ocho idiomas y ha sido incluida en más de 45 antologías chilenas y extranjeras y en un gran número de revistas literarias, siendo también distinguida con diferentes reconocimientos nacionales e internacionales entre los que destaca el PREMIO PABLO NERUDA 2001. Actualmente desarrolla su escritura poética conjuntamente con sus clases de Literatura Española Clásica y Contemporánea y de Poesía Chilena en la Universidad de Chile en Santiago. En 2007 Recibe el Primer Premio en el Concurso Internacional "La porte des poetes" de París y en 2008 es incorporado como miembro de la Academia Chilena de la Lengua.


Poemas de Andrés Morales




Biografía fragmentada de Eugene O’Neill

A Nelly Donoso

I. Las Noches
Las botellas enfilan hacia el muro
donde tu hermano duerme:
En noches como ésta,
Eugene O’Neill corría
entre bares de New Orleáns.
En noches como ésta,
las botellas devuelven sus muertos
y un loro carraspea en el balcón.

La orquesta entera caía
por el abismo de los muebles,
mientras caían los discos,
mientras caía tu madre
en los sueños largos del opio.

James O’Neill no te creyó
cuando quisiste romper
el cordón de seda en las ventanas,
cuando viajaste en barcos carboneros,
cuando aprendiste el español
del “buenos días”:

-Convéncete tú mismo:
no hay más vida que en las noches
donde se ahorcan los curas,
los niños,
los poetas.

Y tú quisiste abrir en las calderas
un hueco donde esconder al Conde de Montecristo,
donde morder el soliloquio del fuego
y adivinar familias felices
en la costa de Nueva Inglaterra.





II. El mono velludo

Como el mono velludo,
imaginabas los dólares de plata,
como el mono velludo,
bailando,
regresaste cargado de hollín
y novedades.

Europa era una sopa de letras,
Europa era el grito desde el puente,
Europa era bombas de azufre
y tuvo que quedarse en una guerra.

Como el mono velludo,
abrazaste las jaulas rituales
y tus mujeres sintieron
los dedos del sol.

Y allí comenzaron los aplausos
y el mar al que volvías
sin saber por qué,
resonando en las botellas.

Como el mono velludo,
James O’Neill te mira
creyendo que le llevas periódicos
al banco del Central Park,
para taparlo entre las últimas modas
y un sabor inexacto de comedia.



III. Entre hermanos

-Tú no te acuerdas del sol
que vimos en Utah:
cómo corrían los mormones
bajo la lluvia creciente.

-Tú no te acuerdas,
tú no te acuerdas.

(Otra vez la lluvia asemeja
las noches del teatro vacío
y James O’Neill se muere
como un caballo de piedra).

-Tú no te acuerdas del sol:
Yo solo veía amanecer
y tú cerrabas postigos
para soñar con los aplausos.

(El último,
por fin,
el último segundo
en que James O’Neill dejaba
los parques,
los días,
el mar).

-Tú no te acuerdas de nada
y nunca dejaste mi sombra.

-Tú no te acuerdas de nada,
de nada,
de nada.

(El médico sacude la cabeza
y Eugene O’Neill llora
como nunca lloró en un estreno).





IV. Después

Lo que vino después
ya no importa,
todo el mundo lo sabe.

Lo que vino después
fue el mar,
de nuevo el mar
y una mujer de mármol
para negarle los hijos.
Lo que vino después,
en el infierno,
James O’Neill también lo sabe:

Un largo camino de noche
para no encontrar el día.

Un hijo suicida,
otra vez la muerte,
y ahora,
rompiendo sus vasos de oro
y todas las botellas.





(Del libro Soliloquio de fuego. Santiago de Chile, 1984)



Los elegidos

Fuimos una estirpe generosa
el don que nos fue dado en privilegio
lo hicimos madurar perfectamente.
Sólo que algo nos faltó, no fue el silencio
ni el ansia de morir en la batalla.
Sólo que algo estaba allí detrás del sol
y las noches donde el mar se estremecía.

Vimos los caballos y los peces,
el rápido aletear del tiempo ajeno;
vimos el diluvio, la ruina, el esperpento
y el húmedo contacto de la tierra.

Nada es como ayer ni puede darse
el fruto en el invierno despiadado;
la historia no quisiera recortada
al tiempo reescribirlo en la derrota.

Cada cosa en su lugar,
también la muerte.

Fuimos una estirpe generosa.

(A Mauricio Barrientos)





(Del libro Vicio de belleza. Santiago de Chile, 1992)



Danza Macabra
Dios nunca juega a los dados,
pero los carga de muerte.
Dios nunca juega a las cartas,
aunque a su hijo lo cuelguen.
Dios ya no lee las manos
ni traduce cenizas.

Dios tan sólo bosteza
mientras la danza macabra
nunca se acaba en la sangre.




(Del libro Verbo. Santiago de Chile – Buenos Aires, 1991)


XVI. Libera me
Del tiempo que nos cruza como un trueno congelado,
del plazo y de las deudas con los vivos y los muertos,
de la blasfemia dicha por la injusticia siempre,
de todas las mentiras que nos envenenaron
y todas las mentiras aún no pronunciadas.

Del agua y la esperanza de sanación en vida,
de los profetas ciegos, de la verdad a medias,
del grito, de la sangre, de los terrores diarios
y del vacío pleno en soledad de cárcel.

Jamás de la hecatombe, del juicio indispensable
que habrá de ensombrecer el ceño de las madres;
jamás de los castigos por las cenizas mudas:
el precipicio amargo del despeñado en culpa.

Libérame del hierro que destrozó la risa,
libérame del pan de la falsía indigna,
libérame del miedo al trueno que somete.

Libérame, mi Dios, del propio corazón.




(Del libro Réquiem. Santiago de Chile, 2001)


El canto de la Sibila

La lengua en que respiro
y en la que nunca hablo.
La dulce lengua madre,
anémona olvidada,
en donde yo adivino
y sueño a medianoche.

Aquella en la que escribo
(enmascarada siempre),
aquella que no entiendo
trepando sus acentos.

Aquella siempreviva
como una golondrina
o cien gaviotas blancas,
como este prodigioso
decir marino, ahora,
donde es mejor callar
soñando con sus piedras
de un mar y de una isla,
que no adivinarán
la dicha de estas letras
que habitan en el aire
aún quieto o caprichoso
en el lejano exilio.





(A mi madre)




Stella

(In Memoriam)

Y verás con otros ojos la superficie plana
del mundo sin sentido, sin gloria, sin pasión.
Y no habrá ni un solo lirio que atrape tu belleza
para enrostrar mi pena de perro a medianoche.

Y ya sin despedidas, en el murmullo insomne,
habrás cruzado el cielo con tu palabra sola.



Visión del padre muerto

De nada aquel amor de sordas lilas,
de nada esa república difunta.


Estás sentado entonces, austeramente solo
y en otras vida piensas, fotografiado ayer.

El mar es traidor: es otro el mar que rompe.

Mejor abandonarse, abandonarse entero.

(Del libro Los Cantos de la Sibila, París
y Santiago de Chile, 2008)





Poema del secreto

Déjame la voz, te doy el canto,
déjame lo oscuro de la noche,
que exista siempre aire entre nosotros,
siempre la alegría del quizá.

Déjame los ríos, el agua,
el mar que rompe ahora,
en medio de los dos
ese inmenso arrecife que recoge
aquel secreto nuestro desde ayer.

Déjame en tinieblas; el sol a ti, la luz.

Yo encierro tu destello en mi garganta.


Las puertas

Una puerta
se cierra detrás de las palabras,
de las últimas palabras,
de los signos del sol,
de los bisontes.

Cuando se abre la noche
se están cerrando montañas,
cuando una paloma cae
se están cerrando en sus alas
las puertas de todos los días,
las últimas puertas del amigo,
las palabras.



SOY EL NUEVO CIUDADANO DE LA MUERTE

Soy la patria del dolor y su cuchillo

(Del libro Lázaro siempre llora. Santiago de Chile, 1985)
(Adriático en Dubrovnik)

Este mar este mar Este Mar

Único perfecto conjugado
navegándose perpetuo en su descanso
ceremonia rito de lenguaje

He aquí el rostro de las horas
el brazo que recorre y no respira

(Yo he visto como el sol en su cadencia
adivina el arrebato la partida)

Argonautas que regresan con manzanas
lirios islas en las manos
y el peso de mis ojos en su viaje

Aquí el mar completo en su desnudo
frágil terrible cuerpo entero

Aquí converge el sueño por su sangre
y rompe el sol su centro presentido

(A Jaime Siles)

*

Todo es habla que persigue palpitándose en lo dicho
Todas estas grandes bocas que pronuncian ciegas todas
estos largos circunloquios estas anchas sinalefas
Y nos marcan nos señalan nos acusan nos inundan

El paisaje no ha cambiado

Y son otras las palabras

(Del libro Ejercicio del decir. Santiago de Chile, 1989)


ORÁCULO

-No hay azar más claro que el iris de mi ojo,
pregunten a los hijos que van llorando tierra,
deténganse en el mar a respirar su vuelo
si el sol es transparente y gime y no aparece.

La adivina cierra sus ojos y crepitan
los dientes y su lengua, malhumorada, seca.

-La rueda vuelve siempre al centro de su cielo
y todo se detiene y habla y permanece.

-Desnuda en el desván irá tejiendo siempre,
tal vez nunca regrese su amante de la guerra
y bailarán los años y sin reconocer
los trozos de metal, la columnata, el mar.

-Después veo silencio y un grito despiadado.
La sangre descubrió su propio peso hueco.
Más allá un incendio y el caballo cónsul
y mártires que huelen a gloria antojadiza.
...Hay nubes en mis cejas y peces,
hay planetas...
Puedo ver la huella cómo se desfigura y cae.
La luna se avecina, el ángel se avecina.
Dos mil campanas hieren, se clavan en mi oído
y Jericó se rinde y el águila perece
mientras el toro huye detrás de los leones.


Penúltimas noticias, los heraldos corren:
Ha caído Roma, Tenochtitlán el Cuzco.


-Otra vez el llanto recorre mis anillos.

-La policía aguarda detrás de las murallas,
no hay escapatoria, me arrastran con azufre,
me fuerzan, me condenan, me besan en la cara.

-¡Alejen los espejos, aviven ese fuego!

-El hambre me conmueve y siento como vuelan
los cuervos en mi boca, enloquecidos míos.

-¡Por qué jamás anuncio lo que se escribe ayer!

...Hay nubes en mis manos,
recuerdo sólo el mar...

(A Gonzalo Rojas)


LOS VIDENTES

Todos íbamos a ser Rimbaud.
Todos íbamos a ser Artaud.
Todos íbamos a ser Edgar Allan Poe.

Lo que pasa es que ni Verlaine,
ni un poeta menor, ni aquellas líneas
del pequeño escribano de la corte.

Nada, ni en el aire, ni un poema:

Todos íbamos directo al matadero.