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domingo, 11 de marzo de 2012

6267.- LINDA PASTAN



Linda Pastan nació en Nueva York en 1932. Hija única, sus poemas se desarrollan con frecuencia en un mundo familiar en el que sus padres, abuelos, hijos, esposo y amantes son protagonistas. Son notables en su poética los temas del envejecimiento y la mortalidad. Ha publicado numerosos libros de poesía, entre ellos: The Last Uncle: Poems (Norton, 2003); PM/AM: New and Selected Poems (1982); The Five Stages of Grief (1981), y Waiting for My Life (1981). Su obra ha sido reconocida con los premios Dylan Thomas y Di Castagnola, este último otorgado por la Sociedad de Poetas de América.









¿Por qué son tan oscuros tus poemas?


¿No es también la luna oscura,
la mayoría del tiempo?


¿Y no parece inconclusa
la página blanca


sin la negra mácula
del abecedario?


Cuando Dios emplazó a la luz,
no desterró las tinieblas.


En cambio inventó
el ébano y los cuervos


y el diminuto lunar
en tu pómulo izquierdo.


O querrías decir
“¿por qué entristeces con tanta frecuencia?”


Interroga a la luna.


Pregúntale qué ha testificado.


[Traducción: Araceli Mancilla]










ÉTICA


Hace muchos años en clase de ética
nuestro profesor nos preguntaba cada otoño:
¿si se prendiera el fuego en un museo
qué es lo que salvaríais, una pintura de Rembrandt
o una anciana a la que de todos modos
no iban a quedarle muchos años de vida? Impacientes en las duras sillas
nos preocupaban poco los cuadros o la vejez,
optábamos un año por la vida, al siguiente por el arte
y siempre con poco entusiasmo. A veces
la mujer adoptaba el rostro de mi abuela
dejando por una vez la cocina para recorrer
algún museo inhóspito y solo a medias imaginado.
Un año, creyendo ser ingeniosa, respondí
¿por qué no dejar que decida la anciana?
Linda, explicó el profesor, evita
la carga de la responsabilidad.
Este otoño, casi anciana yo misma,
estoy en un museo real
frente a un verdadero Rembrandt. Dentro del marco
los colores son más oscuros que el otoño,
más oscuros aún que el invierno- los ocres de la tierra,
aunque los elementos más brillantes arden
a través del lienzo. Ahora sé que la mujer,
la pintura y la estación son casi una sola cosa
y todas más allá de la salvación de los niños.


VOCES


Juana oyó voces,
y por ello ardió.
Mientras conduzco en la oscuridad
escribo poemas.
Anoche pensando
en cómo espaciar los versos
me pasé una señal de stop.
Cuando me justifiqué
el policía asintió,
y me puso
una multa.
Un entendido me dijo
que los escritores tienen un plazo de quince años:
luego llega la repetición,
incluso la locura.
Como Midas, supongo que
todo lo que tocamos se convierte
en un poema
cuando el hechizo existe.
Pero piensa en el poeta después de ese plazo
tocando los árboles que
siempre ha tocado,
pero esta vez no ocurre nada.
Imagínatelo yendo de un tronco
a otro, magullándose
las manos con la áspera corteza.
Sólo quedan cinco años.
A veces entierro
mis poemas en el jardín,
reservándolos
para los fríos días venideros.
De todos modos
te quemas por ello.


Las cinco fases del dolor, 1975.
Traducción de Rosa Lentini y Susan Schreibman.




VOICES


Joan heard voices,
and she burned for it.
Driving through the dark
I write poems.
Last night I drove through
a stop sign, pondering
line breaks.
When I explained
the policeman nodded,
then he gave me
a ticket.
Someone who knows told me
writers have fifteen years,
then comes repetition,
even madness.
Like Midas, I guess
everything we touch turns
to a poem–
when the spell is on.
But think of the poet after that
touching the trees
he’s always touched,
but this time nothing happens.
Picture him rushing from trunk
to trunk, bruising
his hands on the rough bark.
Only five years left.
Sometimes I bury
my poems in the garden,
saving them
for the cold days ahead.
One way or another
you burn for it.


The Five Stages of Grief, 1975.








La contestadora


Llamé y escuché tu voz
en la contestadora
semanas después de tu muerte,
un fantasma inexperto todavía anhelante
de mensajes humanos.


¿Debería dejar uno, contando
cómo el tejido de nuestras vidas
ha sido rasgado antes
pero que esta lágrima repentina no
será remendada ni rápida ni fácilmente?


En tu casa vacía, otros
enrollan alfombras, empacan libros,
beben café en tu mesa antigua,
y escuchan los mensajes recibidos
en una contestadora encantada


por el timbre de tu voz,
más palpable que las fotografías
o que las huellas dactilares. En este primer día
de este primer otoño sin ti,
avergonzada y aguantando


pero urgida, marco de nuevo
el número que sé de memoria,
agradecida en un mundo reducido
por la accidental compasión de las máquinas,
después escucho y cuelgo.






The answering machine


I call and hear your voice
on the answering machine
weeks after your death,
a fledgling ghost still longing
for human messages.


Shall I leave one, telling
how the fabric of ours lives has been ripped before
but that this sudden tear will not
be mended soon or easily?


In your empting house, others
roll on rugs, pack books,
drink coffee at your antique table,
and listen to messages left
in a machine haunted


by the timbre of your voice,
more palpable than photographs
or fingerprints. On this first day
of the first fall without you,
ashamed and resisting


but compelled, I dial again
the number I know by heart,
thankful in a diminished world
for the accidental mercy of machines,
then listen and hang up.









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