Raúl Tápanes López
(Matanzas, Cuba, 1953)
Ha publicado los poemarios De la desesperanza y otros poemas (México, 1999) y Reiteraciones o peregrino al borde de la tierra (Autoedición del autor, Valparaíso, 2007). Es autor, en colaboración con I.S. Merlin, de Antología de la Poesía Cósmica de Matanzas (Frente de Afirmación Hispanista, México, 2003). Como promotor de arte ha curado y organizado las muestras De La Habana a Buenos Aires: cuatro pintores, una visión cósmica (2003) y Proyecto itinerante de pintores cubanos y chilenos (2007-2008), en galerías de La Habana, Buenos Aires, Miami y Santiago de Chile. Desde 2000 edita de manera artesanal la revista independiente de poesía Arique. Reside temporalmente en EE.UU
De la desesperanza y otros poemas
Donde las certidumbres entrevistas
Al negro sol del silencio las palabras
se doraban.
Alejandra Pizarnik (1936-72)
Ha llovido de nuevo
y otra vez se ha roto el cristal
y la superficie lacia del silencio
y ha amanecido de nuevo
sobre la ciudad dormida
al vacío alucinante de tu ausencia.
El juego
Hoy
está en juego el hombre
y hasta la forma de ver la luna
en juego todos los juegos
que aprendimos
de niños
hoy no será más mañana
ni ayer ocurrió la ausencia
el error lamentable
la diaria hipocresía
asentaremos mas no definitivamente
la certeza de la línea
o la curvatura de la órbita
en este golpe de suerte
quizá
que nos llevará a la desgracia de volver
a jugarnos la forma
de ver la luna y jugar
la próxima vez
o no.
A mis amigos
Gritan mis huesos predestinados al caos
comen de mí los cangrejos al regreso del río
me quedo sin sombra y sin dios
entre los restos de la mañana
aislado hasta la unidad floto
en tantos lugares
que acorralado en el límite del eco
converso con los poetas
humildemente
y a veces, sólo a veces tiemblo
ante el ojo ciego de la tormenta
donde alguien robó mi palabra
donde alguien archivó mi nombre.
(sin título en el original)
Siguiendo el río de mis besos
podríamos amanecer mañana otra vez
a la espera de los barcos
en el exilio de tus humedades
y el silencio de la pared azul
y nos tenderíamos desnudos
como cálidos glaciares de sangre seca
en la incierta claridad
de la ruta de las especias
nos cubriría el espejo de agua estrellada
teatro de muertos y oscuros navegantes
antiguos bajeles y acantilados hermosos
donde declamaría tu cuerpo
letra a letra leído
y se darían mis versos y la dulzura que emanas
a los peces que vuelan
inútilmente.
Serpiente que muestras tu cola,/ inflexible círculo, bola/
negra que giras sin cesar/ refrán monótono del mismo/
canto, marea del abismo,/ ¿sois cuento de nunca acabar?
Amado Nervo, Kalpa (1914)
Los pájaros nos prevenían
mas quién escuchaba
cómo se convertían
nuestros vinos en aguas
las señales de la fuga
hogueras de odios
la sombra del pan
amaneceres sin nombres
bosque de fantasmas
los murmullos del sol.
Los pájaros nos prevenían
era el eterno punto
del principio y fin
mas quién escuchaba
el eclipse de los métodos
el tiempo eyaculado.
Los pájaros nos prevenían
exactamente el punto
estaba del otro lado
de la nada
y salimos a buscarlo
tan inconsecuentes...
(sin título en el original)
Cuando sienta ya la hora
pájaro lento y nube en el cielo
de la eterna vaciedad del hombre solo
viajaré a la tenue luz del olvido
por las tribus perdidas de la memoria
y andaré la tarde con el luto en la frente
oráculo cansado de predecir desgracias.
Cuando termine el instante habitado
que se añora después de la distancia
vendrán los renegados del alba
y los blasfemos de la palabra
para entonar los cantos gregorianos
cumpliéndose mi muerte sin ti
rodeado de perros.
Cristales
Dueño imposible del sueño
bebí el hambre y el verbo de tus pechos
y la embriaguez del viento
bajo la sombra secreta de tus manos.
Mis besos crucificados
en el ramaje de tus entrepiernas
sembraron de caminos la memoria
y de dulce olvido el agua.
Ya deshecha la luz
no sé por qué hago versos
a las ventanas de tu alma
y a los cristales del tiempo.
Dónde las certidumbres entrevistas
Retrocedo hasta el borde de la piedra.
José Lezama Lima
¿Dónde las certidumbres entrevistas,
dónde también los augures estúpidos,
dónde el secreto destino de la palabra?
No en los sueños
ni en los transeúntes breves
de deseos eternos.
Quizá en tanta puerta cerrada
los momentos escritos en los muros
la prohibida evidencia de tu olvido.
Como quien duerme a tu derecha
acabado y sin regreso
desando mis heridas
como quien duerme a tu derecha
donde la oculta ausencia de la verdad...
donde la última luna de la esperanza...
donde el grito callado...
(La afilada navaja del reloj
la guitarra de brisa verde
esquinas de vinagre
veranos de sal).
Peligra la razón
en cada verso
¡ah! esta palabra recién parida
viajando desde el miedo
hasta la noche omnipresente
de la ciudad en ruinas
que arde en mi lado izquierdo.
Casi por creerme que la lluvia es eterna
estaré en mi entierro sin remedio
donde las certidumbres entrevistas
donde los augures estúpidos
donde el secreto destino de la palabra.
Mea culpa
Confieso que he soñado
confieso ésa y todas las cosas
que jamás he confesado.
Me declaro culpable de este
equilibrio difícil
al borde de las palabras.
Soy responsable
de los sueños no soñados
de las voces no escuchadas
y de estos circuncisos temores
ante el látigo.
Soy culpable de levantarme cada día
con el pie izquierdo
-confieso que he soñado-
y soy culpable de mi culpa,
cadalso yo mismo
de mis sueños.
Identidades (1997)
Diciembre, jueves
No he venido únicamente para hablar
de la muerte
ni de la música sorda de los años
son inútiles el círculo
y las gotas salobres de la impotencia
ante el perfume suave del terror cortés:
necesito un sitio firme
en medio del pantano
de la duda
del sudario
del amarillo deseo
del no retorno
de los eternos equivocados
y de la niebla que nunca será imagen.
Ya estoy contra toda la pared, ya estoy
entre el miedo y el silencio de los muros
y debo
(a pesar de todo)
seguir siendo el mismo.
(sin título en el original)
Cada vez soy menos aquel caminante
que se echaba a los vientos sin temores
racimos de versos a la espalda
por el amanecer apenas presentido,
cazador de astros jugándome la vida
a perderte.
Ya me niega la sombra su imagen
sellando desasosiegos y derrames
hasta el seco mar de los huesos
y el desabotonar la noche abierta
a las noticias de la ausencia
y los cristales.
Me lleva el agua quieta de los recuerdos
al hueco alzado de tu mano pidiente
me duelen las heridas que no tengo
aspiro la brevedad de tu esencia
y siento el mecanismo roto
de mis dolores cardinales.
Ahora me muero lento
en la mínima huella de mi existencia
sobre el bosque de odios que se diluye
en el dulce exilio del sueño,
rezando la última plegaria
del que nunca creyó.
"La Gioconda desnuda"
de Barthel Bruyn, siglo XVI
Siempre te pinté desnuda
en el lienzo de mis silencios
salpicado de rostros y luces
yo hice tu sonrisa escéptica
como lluvia íntima sobre campo roturado
la innombrada luz de tu cuerpo
el alba rotunda de tus pechos
y la aureola de tus pezones
pintor soberbio
ignoré la ciudad ardiente y sus horrores
desafiando a los involucrados
en la felonía de mi muerte
y en esta circuncidada hora final
naufrago en tus paisajes
de silencios encadenados
jugándome la última esperanza ante el cuadro:
que a la desarmonía doliente de mis huesos
le sobrevivan el polvo
y los silencios del lienzo,
el alba de tus senos
y la innombrada luz sobre ellos.
Reflejo
Busco la raíz cuadrada de mi yo
en el fondo inalcanzable
de los espejos.
Ballena varada en las piedras
el silencio que dobla las esquinas
me alcanza
y camina dentro de mí.
Soy otro con la piel aventada.
Qué agua ida mi palabra,
qué arena sucia mi cuerpo.
(sin título en el original)
Soy el río que transcurre
por las riberas de esta ciudad autositiada
y también un poco
los indiferentes muertos verticales
que atraviesan con prisa los viejos puentes
que no oyen esta canción, nunca la escucharon
que han perdido sus voces
en las legamosas y resbaladizas orillas
de plásticos, aluminios, petróleo, excrementos
y las innúmeras y opacas turbiedades
que ayer eran ojos cristalinos de belleza.
Soy ente manso y pisoteado
que arrastra el recuerdo de sus muertos
penas, historias
y amarillas tardes contaminadas
como pestilencia que se arremolina y eleva
llorando el vacío que dejaron amantes y peces
y las arenas que emigraron de su pecho.
Pocos saben que agonizo y menos aún
levantan un dedo
ignorando que soy el río oscuro
de la callada ira de Dios.
(sin título en el original)
A veces soy también un árbol
y me duelen los gorriones
y desespero
de echar a andar los inviernos
sintiendo
la pisada breve de las hormigas
hasta
encontrarla azorada y desvalida
como una niña
en las hojas que me inundan.
A veces no tengo madera
para andar en los troncos
sino la sombra
de la humedad y esta voz
angustiosa
de árbol.
A veces ella también
es un árbol
sin voz.
En tu nombre y dos apellidos
Ya no existen tu nombre y apellidos
-tal vez nunca existieron-
ni hubo ayer ni habrá mañana, únicamente
la burbuja del instante
el tránsito reiterado de la muerte a la vida
y viceversa.
Quizás la noción de ellos se fue corriendo
sin encontrarme por las cuatro esquinas de tus huesos,
desesperado almanaque de esperas en el oscilante
punto de apoyo.
Ya no existen sino en el destino incierto del viento
o en el grito mudo del naranjo destrozado
ceniza vaciada en las aceras
siempre fue tu nombre destello entrampado en los charcos
y en los caminos de granos de maíz
que ahora recorro.
Cazadora de astros
(Homenaje a Remedios Varo, 1908-63)
El crepúsculo atravesado por los ígneos cometas
las extrañas naves de los esquivos dioses
con sus aspas y ruedas y relojes de arena
la casa abierta a los cuatro puntos cardinales
el humo del tiempo eterno
los vuelos de fuego de tu vestido
arropando sentimientos incandescentes
espirales que avanzan como pensamientos
en el tablero de ajedrez
en los miles de alfileres
y en la puñalada del dolor reumático
centauros adormecidos con caras de cabra
la oscuridad del bosque y de la tierra
el luminoso vislumbre solo imaginado
al borde del cuadro
remonta las nubes grises que rondan
los flanqueados rectángulos
y sus manos finas (apenas leves)
sosteniendo la red para cazar sueños
-¡ah! Esa apariencia de mariposas-
y la jaula del pájaro
(la descripción) en que yace
triste
el cuarto creciente de la luna.
Stars / Huevo I, Huevo Cósmico / Sheila Rose
Para Fredo Arias de la Canal
Heme aquí en las ríadas
luminosas y oscuras que desembocan en el lago
calmo de los recuerdos repleto de voces, rugidos
y matices, antílopes dorados, osos grises
y cisnes y eucaliptos y palmeras quizá
mi monte quizá mi cadáver que yace sobre
la playa y las playas de espesas arenas abiertas
al mar de oro en que fulgura el sol.
(La serpiente enroscada en el sol y las estrellas
sobre las lenguas de fuego de la espiral allá
en el horizonte que asciende corren
los venados y la silueta de la muerte).
¡Ah!, esa textura hermosa de enigmático brillo la piel
desnuda de la serpiente, los planetas
que navegan sobre las lenguas de fuego
amarillas naranjas azules el completo morado
el fuego blanco de las estrellas delante
del espejo que soy yo más allá
del paisaje el sol entre telones desgarrados
el hermoso cisne del lago que indaga
por mi cabeza quizá mi mente quizá el sistema
las ideas o el huevo cósmico de las galaxias ante
el fondo majestuoso de las nevadas montañas y
en el paradisíaco edén el ojo inquietante
del universo salvaje
contemplándome.
¡Oh, Damocles!
Visto el caos por dentro
y su horrible interior
y hecha la ecuación de la desesperanza
apoyo el cuello sobre la espada
y corto el hilo de este tiempo herido
de palabras sin pan.
Apoyo el cuello como vaso vacío
en la ilegalidad de los abrazos
en la desesperante cotidianidad
y en el paraguas del quizá
donde gusanos corroen el arcoiris
y se pierden los cartógrafos cansados.
La lágrima se arrastra
y vuela el mundo sobre mí
detenido.
Apoyo el cuello sobre la espada
y corto el hilo sobre mi cabeza, ¡oh Damocles!
Apoyo el cuello y corto el hilo
sobre el hemisferio errado de mi cráneo.
(sin título en el original)
Soy el escorpión de los signos
(rehén del desasosiego y el zodíaco).
Soy el perro del horóscopo chino
arañando la dura cáscara del oficio,
el hijo del hombre
cansado de tanto sustantivo sin verbo.
Escribiente soy
que colgado de las palabras asciende
hasta tocarlos bordes del vacío,
la luna llena y la ausencia despiadada
lluvia que llora desolada en el mar
los restos del naufragio
el viento seco de la desgracia
que agrieta los muros grises
y la faz del sol
el odio ajeno que borra
las huellas de los perros en los senderos
y tala los árboles de la memoria
río del sur
de los meandros oscuros del olvido,
soplo cálido del deseo.
A veces soy todo. Casi siempre nada.
(sin título en el original)
Esparcidas las aguas secas
de este mil novecientos noventa y siete intento
un nuevo abordaje de esta medianía sin sol
donde la cultivada rosa del miedo
es una bomba que te mata
lentamente.
Hecha la antología de los fracasos
escapo de la promiscua desesperanza
que astrólogos cautelosos sembraron en mí
como peligrosidad de lo cierto.
Se me ha perdido la mitad
soy un hombre sin sombra
desnudo este año.
Asedio de las horas
I
Los vientos y el tiempo
se llevaron lo verde de las orillas
y más allá de los caminos.
También la esquina de la sombra
y las mañanas de ropa recién tendida
socavaron los sueños
y sólo me queda el alucinado instante
la canción del miedo
la garra que acecha
el espejismo del monstruo,
la pleamar de los muertos.
II
Viajo hasta tu ser desnudo
y escapo del canto de la noche
para emigrar de este país imposible
por la trémula ruta de tu seno,
secretamente tierno.
Desando la tierra hacia adentro
este invierno acorralado de oníricos versos
hasta el mar que bate
debajo de tu voz,
violentamente tierno
consagro a tu nombre un bosque oscuro (*)
donde agoniza el ciervo
y acechan los depredadores este sentimiento.
En tu nombre
resumo de nombres todo lo callado:
la migaja última de mi pena
en la cuenca de tus manos
y el perpetuo color de tus ojos.
(*) (Fernando de Herrera, 1534-97)
III
Sueño el olvido que se ha ido
-ese animal invisible que te ataca,
ese rumor callado de los besos-
tras la lluvia
al pie de la tarde
llueve agonía todas las horas
en esta conjura delirante
que fabrica mi muerte en recodo gris.
Los portales abiertos de tus manos
dibujan de adioses el paisaje
al fondo de todo
y soy jinete decapitado
perdido entre puentes
árbol caído de verde
palabra inaudible de las ruinas
sangre derramada en el hielo
y en la terrible vigilia del ojo.
No guardes mi muerte
cuando pueda olvidar habré regresado.
IV
El tiempo
el rojo del golpe
el blanco del olvido
se arrastra sobre la pared de la casa.
Los crucificados en la inercia
esperan su redención
la otra orilla de las aguas
la degradación del mito.
Del dragón que duerme
emanan los aromas olvidados
quiméricos viajes
sentimientos rotos.
Soñadores endémicos
-el alma llena de caminos-
escapan de la soledad múltiple
del universo.
Los que bebieron de su sangre
andan los amaneceres sin nombre
por el borde riguroso del abismo
caminos imposibles
sutiles miedos
esperanzas silvestres:
tras la desnudez del sueño
desandados de polvos ajenos
tendremos que reimaginar la esperanza
para ser nuestro propio polvo.
V
Atado al péndulo monótono y reiterado
a los pensamientos recurrentes
y a la plegaria de los árboles sobre mi horizonte cercado
asumo la lluvia como aburrido milagro de cada día.
Emigrante del paraíso
levanto la palabra a falta de voz
y el índice acusador a los borrosos signos
a las urgencias desesperantes
y a las inasibles certezas.
Dios es y no es aquí
sino la memoria colectiva
entresuelo de esperanzas
(caer y levantarse y caer)
en esta caverna de dolores.
¿Quién me mira desde el fondo de mis ojos?
Quizá los instantes idos
o las risas que se desvanecen
o la breve tregua de mi muerte.
Asumo la lluvia pero no su olvido.
La última campanada ya no es de las doce.
(sin título en el original)
En definitiva
la lluvia es inútil
(la mañana es una estación
inconclusa
y navegamos las mismas historias
en todas las calles).
No hay verdad más allá
del instinto y del polvo
o de los espejos retorcidos
sino un río interminable de amaneceres
una agonía que yace bajo tierra
en el regreso
también inútil
a las lluvias y la historia petrificada
en la calle
más allá de la verdad
como un sueño inconcluso
como un instinto leve
como una palabra retorcida
agónica
inútil.
Los puentes rotos
En verdad toda lengua fuera escasa
Dante, La Divina Comedia, Canto XVIII
Infierno
Es difícil para un muerto escribir desde los dolores de su nacimiento. Cuesta demasiado hallar la palabra exacta para describir la oquedad del vientre y el grito desesperado que busca la luz. No siempre se encuentra la poesía en el equipaje perdido de los soldados.
Participé en la guerra civil de Angola como parte de los 60 mil cubanos que combatieron allí a lo largo de trece años. Más allá de políticas o decisiones personales quedan las huellas imborrables del recuerdo oscuro, del dolor sordo y del amanecer que se añora.
Nadie quiere evocar espantos, aunque parezca tema de actualidad. Pero yo no puedo desterrar el temor de mi recelo vigilante detrás de las puertas y las frases. Quizás ahora nuevamente desamparado y perdido, intento el camino de regreso al pedazo de vientre que aún me duele en Angola, Somalia, Kosovo o Iraq.
El autor
Lobito, puerto negrero
Tras la ventana de los años contemplo el paisaje invariable
del puerto,
allá los barcos atrapados en la guerra
y las detonaciones submarinas de protección,
allá los vendedores de miseria en las esquinas:
trozos de caña, puñaditos de carbón y sexo hediondo;
abajo el barrio de los pobres,
barro sin ventanas
y mujeres bajando de los cerros
con insospechadas cargas
en equilibrio permanente sobre sus cabezas,
caderas silenciosas como las caravanas negreras bajando
de la altiplanicie,
sin noticias de Baroja ni de novelistas de altura
(los escasos blancos pasan fugaces y escamoteados
en el fondo de sus autos cerca
de las aguas oscuras del Atlántico sur
que apestan
y rebotan contra los acantilados).
La Habana, junio de 1996
Puerto de Cárdenas, enero de 1976/ Despedida
Reflectores iluminando las calles, puños alzados
de muchedumbre,
rostros que dan vivas y gritan patria o muerte.
Todos saludan, aplauden
y me estremezco, dios mío sabe esta gente a dónde vamos?
Y odio la respuesta
y los espejos.
Ataque aéreo
Era el sitio una arena espesa seca
Dante Alighieri
Pies de fango y vientres hinchados jugaban los niños
en los arenales. Altos y raudos
pasaron los buitres cambiándolo todo: sólo carroña
dejaron abajo.
Caconda, sur de Angola, febrero de 1976
Colgados de las escotillas como racimos de los atardeceres
van entrando los cubanos en las sanzalas
y los hombres se esconden y los niños lloran atados
al sudor y al polvo de las espaldas de sus madres.
Las jóvenes con las falditas cortas de sus años
sonríen maliciosas con los blancos dientes de los negros
mostrando los senos turgentes de anchos pezones
ante los ojos azorados y hambrientos de los guajiros,
sólidas montañas del Africa negra.
Caconda, febrero de 1976
Carreteras de mediodía por llanuras del sur de Africa
que entraysale de pueblitos, lástima y casitas blancas.
Fierros de guerra, moles de acero los blindados
pasean sus veredictos inapelables, vida o muerte
sobre el asfalto que divide campos cultivados
de odios como bonsais,
sobre puentes dividiendo ríos reales donde lo irreal
se enseñorea de desiertos y sabanas.
Lejos, en los intrincados caminos sin pavimentar
las mujeres lloran desesperadas al borde
de las aldeas y en veloces
carreteras de un solo sentido se marchan los hombres
todos.
1
Metida en los arenales y el bosque
fluye la historia desbrozada en partículas,
fragmentos diminutos y estertores ahogados;
perdida la identidad el todo es una masa amorfa
y desnaturalizada que rebulle y mata intentando
la supervivencia.
Lubango, febrero de 1976
La ciudad arde, la ciudad es un espanto y los dioses de la guerra
recorren sus calles saqueando. Patadas
a las puertas y gritos y tiros al aire
ante las impasibles casas, bajo la noche
iluminada de bengalas y balas trazadoras,
entrando
los pobres dioses en los universos ajenos
de muebles destrozados y gavetas vaciadas
en la precipitada huída que acompaña las revoluciones
y suciedad y papeles y ropas íntimas en los pisos
y cartas de ella, una mujer que dice a un hombre
cualquiera
en otro lado: Por qué no has venido a buscarme?
Dónde estás, amor?
Y la veo sentada ante la mesa
escribiendo cartas que nunca llegaron
porque nunca partieron o
autocontemplando su rostro cansado
en el espejo, sin verme.
Ruacaná, marzo de 1976/
Fotografía en que aparece un soldado sudafricano
Una mujer blanca sonríe en la foto.
Otra fotografía de grupo en que aparecemos
(tú, yo)
junto a la mujer, los niños y amigos
(mis hijos, los tuyos)
y una dedicatoria en afrikanier
(tan desconocida lengua que ni estoy seguro de cómo
se escribe en español)
un lugar, una fecha: Capetown, 16.1.75,
cartas que no puedo leer, documentos
que abandonaste en la retirada o
(perdiste, extraviamos)
en algún rincón inhóspito que ha resultado ser
casa humillada y ajena
(fuiste tú, fui yo):
podríamos ser los dos y ninguno y tantos
en esta ciudad saqueada en cualquier lugar de cualquier época;
y ahora lloramos ante la foto de los hijos
o sufrimos por haberlos perdido
cuando es tarde porque nos separan odios,
porque buscamos la muerte del otro
sin haber visto nunca la foto de Ciudad del Cabo en La Habana
(o viceversa)
con nuestra mujer, nuestros hijos, nuestros amigos.
2
Nos hablan, nos cuentan, dicen,
señalan. Quieren pensar por nosotros
y nos llevan de las manos. Y en fin no sabemos
y queremos decir pero nos lo dicen
y andar pero nos llevan.
Nos acostumbramos entonces a fabular
tender los brazos,
estarnos quietos,
tranquilos.
Tchamutete, marzo de 1976/
Variante de aplicación del lanzacohetes
antitanque RPG-7B
Alguien descubrió,
simple matemática de Emc2,
que alineando siete hombres ante un paredón
se eliminarían todos de un solo cohetazo.
Aunque el lustroso RPG-7B no fue hecho exactamente para eso
cumplió su cometido
con el único inconveniente del hedor
que tantos días después
-al ocupar nosotros el lugar-
aún emanaba de los pequeños trocitos de tejido humano
adheridos a los fragmentos de piedra.
Tchamutete, abril de 1976/ Mochila
Los objetos se redimensionan y adquieren
significados que revelan su esencia desplazada, fina,
oculta por la cotidianidad y el vértigo.
Son esas piezas disímiles, diminutas,
silencio que nos grita y duele en el vahído
que retoma el camino
hacia el vientre materno adolorido, eviscerado,
que arrastramos a la espalda.
3
Esta mata, esta selva no es verdad
como no lo son los pájaros rojinegros
ni el árbol de cincuenta metros, sólo
un accidente, un espejismo creado
para serpientes venenosas, escorpiones o hienas
que se alimentan de cadáveres:
no puede haber ríos como mares
ni lluvia infinita,
tampoco esa distancia atroz
de veinte días de océano y siete de carreteras,
ni esa piedra en equilibrio imposible pendiendo
sobre nuestras cabezas.
Masangano
Las hienas se reían cada noche
de nuestras penurias y escarbaban luego
en los huesos de los muertos.
Por eso enterramos los sueños
bajo los arbustos de espinas.
Masangano: Cementerio, en dialecto del sur de Angola. En la región se acostumbra sembrar arbustos espinosos sobre las sepulturas para evitar que las hienas desentierren los cadáveres.
4
Toda la eternidad
tan desproporcionada y extraña a la convicción
en un instante, un disparo a siluetas
que flotarán después en el desequilibrio,
los trastornos,
la psiquis.
Todo el fugaz instante que deja huellas
materiales en los cuerpos fugazmente heridos
o muertos o no las deja
y es eterno.
5
Y cuando todo se pierde y hunde
y cuando solo queda el entrenamiento y el ritual
los recuerdos muerden, muerden
como fieras que aúllan, se lamentan
y gritan enjauladas.
6
Todos los puentes volados y cada uno
aislado, amurallado en su mínima fortaleza, castillo
repleto de fantasmas sin puentes levadizos que bajar;
la guerra se ensañó en ellos, no quedan puentes.
7
En este país dividido en país de día
y país de noche, donde las sábanas te apuñalan
y el sexo es un revólver,
todo es dolor, llaga, herida purulenta
que drena interior, inacabable y callada,
pie dentro de la bota,
espina en la piel,
correaje en los hombros, tierra extraña
por tanta distancia rota y desgarrada.
Caiundo, provincia de Cuando-Cubango,
agosto de 1976
I. La destrucción
Al final de las explosiones y los estallidos
se dispersó el humo y el miedo
y el polvo descendió de nuevo sobre la tierra
dejando ver el paisaje destrozado
por los morteros.
II. El inventario
El pequeño príncipe hizo inventario de su mundo
compartido:
- decenas de árboles arrancados de cuajo
- un lanzagranadas apoyado a un árbol intacto
- un cargador de fusil vacío
- un abrigo agujereado
- una bota ensangrentada
- muchos embudos recién abiertos en la tierra
- tres hombres tendidos al borde de un cráter:
uno muerto, uno malherido y otro vacío.
- Y un planeta lejos. Nada más.
III. La sonrisa
El herido yace en la cama del camión rodeado por reclutas que se acercan para saber cómo es un enemigo, por respeto o por miedo. Sobre las sucias tablas se mezclan la sangre del vivo y del muerto formando negros coágulos. Las moscas y los abejorros zumban sordamente mientras sobrevuelan los fluidos y el rancio olor a animal acorralado. Los cuerpos de negros y blancos, vivos y muertos, apestan bajo el sol. El herido tiene las piernas destrozadas y esquirlas en el pecho. El sanitario lava los desgarrones con agua de las cantimploras; ladea un poco al negro, le examina la espalda: es un colador con decenas de pequeños huecos abiertos por los fragmentos de metralla que salieron por el pecho, huecos diabólicamente similares, rigurosamente redondos y limpios. Y el negro sonríe, increíblemente sonríe, como agradeciendo las atenciones o burlándose de la compasión ajena, sonríe. Y al sanitario le tiemblan incontrolables las manos al pensar horrorizado cómo ese negro casi muerto aún vive y sonríe... y tiene los dientes tan blancos entre tanta sangre y tanta miseria.
8
De tanto desconfiar
ya no necesitamos nada, ya no desesperamos
del sol o la lluvia, andamos
en la neblina esperando desganadamente
no llegar a ninguna parte, sabedores
que no hay nada al final
del trote o del paso cansino
sino sólo eso, sólo nada en tanto ignoramos
si aún alguien desespera por nosotros,
resignadamente.
Cuangar, agosto de 1976
Y los disparos todos en la diana plena
de mi sangre.
Juan Delgado López
El blindado venía a toda velocidad por la carretera bloqueada.
Desde las trincheras empezaron a disparar...
Pájaros de plomo -opacos, feos pájaros- surcaban los aires
hendiendo metales y maderas y carnes
y el último pájaro, agazapado en el vientre del monstruo
estalló! El animal herido saltó y cayó de costado
y el humo brotaba de todos sus orificios hasta...
que se hizo la calma.
Arrastrando el miedo
sobre los vientres llegaron hasta la escotilla que separaba
la luna del horror, la tranquilidad del espanto creciente: allí
en el fondo
metralla, cuerpos, trozos, ropas, sangre
de hombres quizás enemigos
pero de mujeres también
y de niños! Niños...
Dios mío, dime si no has llegado allí todavía...
9
No hay planes ni esperanza de salvación, tampoco
sorpresas ni cosa alguna por venir, sencillamente
todo está en juego,
desnuda la ilusión y el duelo sobre la mesa,
igual indiferencia para la muerte
o el llanto de un niño. Ya no habrá escapatoria
ni salvación para nadie. No se podrá huir de la trampa
aunque se implore a Buda. No la tendrán
los que obedecieron ni los rebeldes, tampoco
los hipócritas o los amnésicos
que se muerden las uñas. O los que ignoran
qué cosa es una guerra. Ni siquiera
los que destrozan versos:
si acaso los muertos.
Calhira, agosto de 1976/ Prisionero
Comía la carne con los dedos y miraba con rabia.
Era un animal enjaulado y herido en la razón.
Cuando lo soltaron no quería irse
(merodeaba la cárcel sin creérselo).
De repente se alejó corriendo.
Desapareció en el bosque.
Calai, agosto de 1976/ Kwacha Africa
Es fuerte y ancho el río Cubango y cabe todo en él:
las noches profundas del continente,
el cacimbo de los atardeceres
y el torrente que lustra
la negra piel brillando al sol
con sus pezones enhiestos y que se escurre
por entremuslos sólidos que arrastran deseos
como bestias.
Suelas propias y ajenas chapotean en el fango de los meandros
la virginidad perdida del paisaje
y las madres se lanzan a sus aguas
con harapos y bártulos e hijos a la espalda,
a escapar de los invasores y las botas extrañas,
los truenos, los gritos y las máquinas,
para hundirse en la huída:
flotan en el amanecer de Africa
los cadáveres negroazulosos, hinchados y pútridos,
con el rictus de la muerte y sus carnes impúdicas,
en las riberas espantadas del Cubango:
los senos juveniles, los viejos escuálidos y los niños ahogados
junto a sus madres muertas, en estrecho abrazo.
Kwacha Africa: Amanecer de Africa
10
Acá es alzarse cada día sobre la tierra dura
cuidadosamente con el pie derecho,
acá es la bota que destroza los dedos sucios,
el olor a miedo de la camisa sudada
y la empuñadura del AKM pulida
con café aguado y latas de conservas,
esperando
cada vez la sorpresa,
la emboscada de la vida,
la bala con tu fecha.
Quizás vean más los estrategas abocados
a sus mapas y grandes movimientos de tropas,
acá estamos los números:
yo no soy Miguel Hernández.
11
Aquí el tiempo no pasa ni transcurre, sólo
permanece el vacío como un aturdimiento
que envuelve y deja exhaustos días
y noches pariendo horas y minutos;
aquí los cartománticos no intentan
adivinar este hueco hondo e inmóvil
en que se arrastran animales con hábitos tontos como
mirar relojes
que no marcan nada.
Huambo, enero de 1977
Fue su vida una bala disparada que intentó darse vuelta.
El eco de una detonación fallida.
Un recuerdo lacerante.
Tanta gente que mira y no se ve, arrastrada
y ciega, resignada a la trama y a no ser nunca,
boqueante como peces a la orilla de todo,
confundiendo azorados la vida
que los aplasta.
Fiebre palúdica
Escalofrío que recorre huesos, dolor incierto
que brota de adentro, frío sin madre
que parece ventana a la muerte,
deslizamiento sin fin al borde del abismo que
nos llevará hasta las estrellas y esa
sensación de tristeza del que ha tragado de golpe
sus años y la tierra toda.
Hospital de Huambo, enero de 1977
Nâo me exijas glórias
que sou eu o soldado desconhecido
da Humanidade
As honras cabem aos generais
Agostinho Neto
Al final la lluvia, el agua
Nada dicen (Goya).
Nadie quiere recordar.
Nadie en el sitio preciso del recuerdo.
R.D.C.
Lo peor de soportar es la lluvia. Un aguacero a cubos, sólido, cayendo desde lo más alto sin previo aviso durante horas y más horas y días enteros. Inerme otra vez en medio de la (ilegible), habitualmente húmeda, veía desesperado como bajaban aquellos ríos, caudales de agua sin que las capas de lona lograran detenerla: la ropa interior rezumaba agua, las botas eran charcos de agua, el agua lo penetraba, lo mojaba, lo inundaba todo. Y tampoco se podía entonces encender fuego o calentar comida: no había nada seco, todo destilaba agua. Se me apoderaba una frialdad venida de lo más hondo, que partía los huesos y cortaba el aliento cuando del sol a plomo y el calor sofocante del mediodía, caía la noche envuelta en lluvia y seguía lloviendo hasta el amanecer. Había que tener las releídas cartas, las fotos, cualquier íntimo recuerdo, envueltos en nylon, usar el casco de acero que se enfriaba como un iceberg en la cabeza y llenar de huecos, a punta de bayoneta, la hamaca para no tenderse sobre el agua embolsada. Luego vendría la inevitable, casi lógica enfermedad, con fiebres y temblores que desgarraban cada músculo; pero entonces ya no era sólo la lluvia.
Veinte años después aún escribo cosas como ésta cuando llueve, y si refrescan mucho las madrugadas por la lluvia, debo abrazarme a un cálido cuerpo de mujer cuando llegan los escalofríos. Es bueno saber que una piel, el calor, la ternura, pueden espantar la lluvia y el frío. Aprendí eso, pero también que el tiempo pasará como la lluvia o la enfermedad, convirtiéndose en recuerdos vagos. Y vendrá la muerte, o más exactamente, el tránsito a la muerte. Estaré de nuevo solo, invadido de frío, humedades, temores, y no podré encontrar el cuerpo anhelado -faltará ella, faltaré yo- y hasta los recuerdos se habrán diluido en el bosque oscuro. El hospital quizás, la sucia sábana o el suelo, serán duros e implacables como los aguaceros. Entonces, entre tantas otras cosas, el agua, la lluvia, no dejará de estar allí, donde yo estuve, donde hoy está.
1996
Raúl Tápanes López
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