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viernes, 27 de enero de 2012

5860.- ERNESTO FLORES






ERNESTO FLORES
Nació en Santiago Ixcuintla, Nayarit, MÉXICO el 4 de agosto de 1930.
Arturo Rivas Sáinz escribió: “Un libro de Ernesto Flores es una plétora de formas estructurales que puede ejemplificar muchas maneras de hechura, que por inexplicables razones no mencionan los retóricos, ni juegan los preceptistas, ni ahora los teorizantes de las letras, pues no son esquemas de ahora, porque lo fueron de siempre.
Eso en cuanto a arquitectura, no en forma alguna en lo que atañe a las relaciones de términos metafóricos, que ahora se adelgazan hasta el punto de neantizarse, compatibilizando aún lo contradictorio.
Ernesto Flores -un además de otras cualidades- es un gran metaforista. Las muestras que antes transcribí son sólo una tentación a hacer El viaje, en que se unen cielo y tierra, mar y bosque, los paisajes de los ojos que miran lo circundante y los paisajes del tacto en su avidez de las yemas dactilares y los labios que transitan un cuerpo femenino, el más vario en fractuosidades, vericuetos y breñales.
Esto es nomás, una introducción a su lectura, que a cada quien le brindará distintas rutas y diversidad de metas. Alguien va a darle importancia a palabras que se repiten con el aliento de símbolos; otros irán a inquirir la intención de algunos giros; quien buscará las clases de las metáforas empleadas, y no faltará quien pretenda la propia alma del poeta.”

Libros de poemas: A vuelo de pájaro, Guadalajara, Cóatl, 1969. El pasado es un país desconocido, Guadalajara, Departamento de Bellas Artes, 1975. El viaje, México, DF, UNAM, 1978. Mensajes desde el olvido, México, DF, FCE, 1998. Todos somos los ángeles oscuros, Salta, Biblioteca de Textos Universitarios, 1998.




Juego de niños


I


El viejo patio.
Un muro de ladrillos enlamado.
El naranjo aromático se cubre
de follajes en flor.
Un hilo rojo porque las hormigas
suben y bajan con su brasa a cuestas
y la humedad avanza
bajo la superficie desprendida
de ese mohoso mundo que contemplo.
y mi mano de niño con la uña
rompe fresca la cáscara porosa.
El misterioso canto del zenzontle
desprende los jazmines en la sombra,
se come vorazmente
su llamar de penumbras por la ciénaga.
El naranjo aromático se cubre
de follajes en flor.


II


ERA LA TARDE EN QUE ASOMÓ MI MADRE.
Su pelo rojo, su boca azul y su mirada lenta.
Acodada, charca de niños,
se me quedó mirando largamente,
y supo que mi juego es un trigal que pasa,
es una lluvia gris tras los cristales,
es un pozo de grillos
por líquenes del muro germinados.


III


EL ADULTO DIBUJA UN NIÑO CON LOS OJOS:
“Aquí, bajo mis manos te contengo”.
Pero es un remolino y un turbio autorretrato.
Con un color ajeno
desprende como escamas las imágenes
que el niño ignora bajo los follajes.
y un oleaje lo borra si miras desde fuera.
Las playas de la tarde nos separan.
El taller de los sueños nos diluye.
El rumor del almendro nos sumerge
cada vez más, hasta quedar muy lejos.
Viendo pasar canoas en Santiago








HOY ENCLAUSTRADO POR CIUDADES VUELVO.


Madrugarán mujeres y de sus baldes
arrojaron imágenes en el río
y se van navegando las cúpulas de iglesia
dormidas al vacío.


Acodado en su orilla
un niño ve cruzar mis ojos en la onda
y a ciegas los reflejos manan
por la piel lustrosa de sus mejillas.


Y las canoas como flechas acuáticas
entre los niños desnudos y lirios
flotantes, se deslizan.


Las lavanderas cantan,
sumergen ropa blanca en los colores
que pasan.


Mas qué borrosa orilla, qué lejana.


(Tú que te asomas, no revuelvas el agua,
lo disuelves todo con tu palabra.)
Lo
disuelves
todo.
Naturaleza muerta








LA LLAMA DE CRISTAL CON MARGARITAS.
La bandeja de plata. Un blando lienzo.
Dos tazas de café.
Un cenicero con un mundo,
sus fantasmas escapando entre sombras;
las huellas de unos labios
y de unos dedos ávidos, ausentes.
Una fuente con dátiles e higos
que el tacto alcanzaría
con gula,
y unos ojos que todo lo coloran.
El rincón y el cuadro áspero y escarapelado.
El frutero y sus morados racimos.
En la sombra, serenas,
las manzanas rugosas abuelas de tus labios,
y aromas: la caoba
de la color frutal de los mameyes.


Queda todo, por siempre
en el rincón testigo.


Del agitado sauce de la lluvia,
allá el cristal en que Ámsterdam se asoma.
Abísmate en mis ojos derruidos
emergen los amores del pasado.


Espejo ante un espejo, las caricias
por siempre se repiten.


La amada y el amante se desnudan
y olvidan la ceniza en la mejilla.
Hoy eres mía, oscura, entre mis brazos:
aspírame en el último segundo.
Interior








EN DÍAS COMO ÉSTE,
en días de lluvia,
los gatos se asoman en los cristales
como niños curiosos.


Gasas grises flotan más allá como fantasmas.
Y las gotas, prisiones misteriosas de personas lejanas,
las gotas que transportan los ausentes relámpagos,
las gotas que son clavos candentes, que son brasas,
las gotas,
se abisman en el recogimiento de mi cuarto,
se duermen en el hueco de mi casa.


Aquí dentro, las penumbras bostezan desde la ventana
y una capa de polvo en ellas se desnuda.


Estoy solo y mi alma: un bodegón en calma.
Se acurruca la reflexión en un rincón.


Los recuerdos se hunden
en el sepia amodorrado de la luz lejana.
Lama crece su selva milimétrica
en el mapa en silencio.
Huele a nueces, higos y avellanas.
La llama oscila femenina
sus redondas caderas ávidas.


Mi rostro entre mis manos se aposenta:
está en penumbras el sueño de mi casa.
La mecedora
Para O. con la ternura
de una decadencia compartida










FLOJA LA MANO BLANCA DE UÑAS ROSAS
y su hermosura
dormitando a un calor de invernadero,
Olivia entrecierra sus ojos
mientras empuja con su pie descalzo,
desde la mecedora,
los ímpetus de un sueño.


Gozosa de su juventud,
se va profundamente abriendo;
naciente de su mismo aroma,
vive lo que imagina
y se deja morder,
pecosa,
y se sublima fuera de su tiempo.


Te meces,
oscilante muchacha sobre un mundo de amantes
en el trapecio.
La cabellera rubia en su caída de brisa
todo lo va cubriendo.
A Olivia se la lleva,
a Olivia la regresa el pensamiento.


Pasa otra vez la antigua película de amantes:
la mecedora en sus brazos abiertos los abruma,
los envuelve en la niebla del deseo.
Olivia
somnolienta sisea,
sopla hacia ellos
su boca fresca hecha de hortensias
bajo el trigal ondulándose en descenso.


Olivia a la caricia vehemente de unos labios,
Olivia bajo el tumulto de unos dedos,
Olivia...


Pero estoy frente a ella hoy y la veo:
vieja la hermosa Olivia,
desdibujada imagen declinante.
Ya no más los amantes,
ya no más los jóvenes cuerpos.


La boca desdentada y su mueca nostálgica.
Las pupilas marchitas ruedan en el cieno.
La frágil voz de seda
que se quiebra en un cántaro hueco.


Sus muslos de azucena flácidos.
Los anillos del cuello.
Los otrora turgentes, los senos descendentes
y altares en que amantes de rodillas
quemaron incienso.


Obstruye manecillas con dedos obstinados.
Algodones al aire,
regresan sus recuerdos.


¿Qué hoy desciende, como ancla
hasta el silencio?


El agua pasa
con su lento depósito de vida.
El agua cae en el acantilado.
El agua vibra y nunca permanece
a nuestros ojos que también arrastra.


Olivia como un río.
Estoy mirándome, mirándola:
como llama y crisálida de seda.


Olivia, estoy mirándote.
Olivia...


El agua pasa pero el cauce queda.
Del amor inconsciente










POR LOS CANALES TRANSPORTAN LOS BARQUEROS
el sonido del agua,
mientras tú y yo
hacemos el amor tan denodadamente
que me deslizo
buscando por la gruta el paraíso.
Áncora y rueda,
el tiempo pasa líquido
mientras jugamos
siguiendo un torbellino y nos gozamos,
hasta enraizárteme, hasta derramarme,
hasta precipitarnos para siempre.
Cuando un millón de muertos abandona su sombra,
cuando lleva un poeta su poema al quirófano,
cuando los presidentes furtivos asesinan,
y en Ghana se tatúan de mitos los nativos,
y en Bangla Desh el hambre devora a los halcones,
y hachan hombres en India y arrojan a los buitres,
y en Chile sacrifican los corderos,
y en el Tíbet los inconformes lamas
se prenden fuego,
y hombres de Cromagnon
practican dondequiera un cruel deporte
(agresión al país por amor a la patria),
y en Madrid lágrimas de cocodrilo,
panderos de colores y jaleo
en hedor del plomizo cadáver del caudillo...


Pero de pronto en Plaza de San Marcos
un tumulto incesante de palomas
príncipes del placer entre alas blancas,
hacen en contrapunto el amor como nosotros.
Un mundo en sismo de contrastes locos.
Por los canales
las góndolas naufragan en un túnel de música.


Te asomas aún sonriente del amor
y tu desnudo,
alucinante y pleno,
cae en el agua y se lo lleva el tiempo.
Balada del retrato












ME ASOMÉ Y EN MÍ MISMO
un orificio enorme abrió su boca,
como una tumba, como un remolino
donde se va la imagen
ahogada en las profundas
aguas de la otredad rumbo a la música.
Y ahí, tras de mi piel cerrada de vitrales,
vi pasar gaviotas y peces fantasmas.
Y mis paisajes ahí dentro fueron,
a oscuras, de humo y ráfaga.
Poema de dos en la oscuridad












OSCILANDO ANTE MÍ
te adhieres como un cartel de sueños a mi córnea
y te veo, para siempre vibrar como una llama.


No sé torpe, decirte que te amo.
Ya no te importa, ciega, sorda, ausente.
Estás entre mis ojos y la luz, como una transparencia:
escurridiza, fresca, iridiscente gota.
Mientras de piedra, turbio, me consumo,
qué cárcel te me has vuelto.


Qué tumba.
Qué cielo abierto para el pájaro.
Qué oscuridad.
Qué chispazos de estruendo.
Qué escapatoria de las realidades
tan infinita,
Qué submarina a mi nocturno vuelo.
Qué respirable, íntegra y cimera.
Qué hecha a mi deseo.
Qué, tras el cristal,
ciudad de lluvia cuando estás callada.
Qué flotante fantasma
tu silueta, en mis manos, gris, de humo.
Qué de luciérnagas tu perfume.
Qué de cisternas
eso que tus miradas anochecen.
Qué aborrecible cuando me aborreces.
Tierna cuando me acaricias.
Así llego hasta ti,
inundación te asedio, isla,
cazador a la cierva flotadora,
amo a la esclava,
paje a la reina,
orangután a la novicia trémula,
hasta que un maremoto me arrastra y choca y truena,
y todo gira al remolino del silencio.
Todo a pesar, de pronto, que no existo,
que no soy yo, ante un abismo torvo que no acaba.
Oscura, brasa en mi alma,
voz ausente al alcance de mi tacto:
no necesito decirte que te amo.




Breves cantos de asombro


I


UNA MESETA Y MUSGO
el lecho de tu vientre por mi nuca,
helecho de tu vientre germinante,
el hecho de tu vientre con mi vientre:
la chispa del contacto
en la concavidad nocturna de cometas.
Por la ventana, grillos.
En tinieblas
avanza mi caricia y te desnuda,
deslizo mi caricia y te reinventa.


II


AL OÍDO ME DICES, APENAS, UN GEMIDO.
Y te me entregas, sombra, íntegra y mía,
para siempre tenue,
para siempre magnífica.


Me precipito en ti,
ligero polvo en llamas
por alguna rendija.


III


QUÉ SOMBRÍA ERES.
Entro en ti y en la gruta
y te arrojo mis voces.
Con los ojos cerrados a tientas te coloro,
submarina y nocturna.
Pero ahora los abro
y eres forma a mi alcance,
desnuda, universal,
arco iris telúrico de arcilla,
y un momento más tarde te borras para siempre.
Amada,
qué sombría eres.


IV


COMO NUBES QUE AVANZAN
sobre las superficies de los campos,
mis yemas siguen por tu cuerpo terso.
Van colinas abajo
con rumbo a los barrancos.
Rebaños de blancuras
por entre arrayanales florecidos.


Valles, montañas,
sombras que se aletargan y se alejan
alcanza mi deseo.
Todo lo cubre mi avidez de niebla.


V


ACANTILADA MI OBSESIÓN TE BUSCA.
A oscuras eres
púrpura, lima, beige,
magenta, trigo u ocre.
Mas no lo sé:
fue la imaginación lo que tú fuiste a ciegas.


VI


QUÉ AUSTERO EL ESCALARTE LA SILUETA:
un árbol de follaje estremecido
y oscuridad nos mece y nos incendia.


VII


AHORA ESCUCHO TU OMBLIGO,
su leve remolino de agua lenta.
Pongo el oído en tu piel transparente,
y el curso de tu sangre con imágenes,
como un arroyo blanda,
como la noria oscura,
murmura y se desliza ante mis ojos.


¿Me has escuchado? Duermes.
Se borra el espejismo. Ahora contempla
que el pulso de tu sexo y de mi sexo
se derrumban después del paraíso.


VIII


BROTAS NACIENTE HOGUERA
y te agreden mis yemas como tigres minúsculos
en el rico durazno de tus brazos.
Tú al rescoldo recibes
como un leño incendiado mi violento tributo.


IX


ASCIENDO TUS SUSPIROS COMO LAS ALTAS CUMBRES
y me injerto con ellos.
Y el gozo alucinante roe nuestra explosión.
Estas caricias vertiginosas se hunden
y al abrazo que abrasa crepitamos.
Un terremoto anuncia los derrumbes,
salvaje trepadora hasta el gemido,
y te poseo.
Y las llamas azules nos consumen.



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