ISABEL MIGUEL
Nacida en Soria, vive en Madrid donde trabaja como profesora. Colabora desde hace 12 años con la revista de poesía “Álora la bien cercada” tanto con traducción de poemas como con su propia obra poética. Además de en esta revista sus poemas y traducciones han sido publicados en La pájara pinta, La hoja azul en blanco, Piedra de molino, La Alcazaba, Tres orillas, El Alambique, Jointure y L'arbre à paroles (revistas poéticas francesas). Aparecen también poemas suyos en antologías de la Asociación Prometeo de Poesía ( Prometeo siglo XXI, Poemas de la otredad, Tejedores de palabras y Tankas para la primavera 2007), en la antología Poemas 11-M , El cerro de los versos y Versos pintados del café Gijón, La mujer rota, Para que él se llamara Ángel González, Homenaje a Miguel Hernández, Antologías de la Asociación Verbo Azul así como en varias webs poéticas. Es subdirectora de la revista de poesía BORA, cuyo primer número salió a la luz en Agosto de 2011. Dentro de la colección versos-encajados de la editorial Los libros de Umsalua, ha publicado el poemario “Desvanes mínimos”(Sevilla,2011).
Sus poemas han sido traducidos a francés, inglés, italiano, búlgaro y portugués . Ha participado en diferentes recitales y encuentros poéticos tanto nacionales como internacionales: Bienal Internacional de Poesía de Lieja (2001, 2003, 2005 y 2007) y en el Festival Internacional Gerard Manley Hopkins en Irlanda (2002). Ha formado parte del jurado en diferentes de premios de poesía y relato. Es miembro de la Asociación Prometeo de Poesía, del Grupo Literario Troquel, de la Asociación Verbo Azul y de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.
DESVANES MÍNIMOS
Isabel Miguel
He vuelto a abrir
la puerta del desván.
A subir en puntillas
escalones vibrantes.
A quedarme en el rayo
de sol de la lumbrera.
A sentir la fortuna
de tener todavía
refugio en los recuerdos.
Se hizo la noche abrigo en mi perchero
siendo la misma esencia de lo oscuro,
navega entre sus sombras el futuro
sin avistar ningún puerto certero.
Soledades y nieblas en mi armario
como espectros colgando insatisfechas
viven, siendo fantasmas de otras fechas
caducas ya en un viejo calendario.
He pintado paredes con la vida
y, a falta de jardín, pongo en macetas
brotes nuevos de savia contenida.
Y hacia el sol y hacia el viento abro mi casa
y, en lid contra el pasado y sus caretas,
cedo paso a la luz... y el tiempo pasa.
Al despertar al alba
ya no me encontré.
Me busqué en las risas ausentes,
en las alegrías cercanas
y yo no estaba en ellas.
Disminuida en mí.
Algunas noches me sorprendo
oteando una línea en mi tiempo.
Perdida.
Batía el aire sutiles remolinos de imposible.
Hechizaba la idea de abrir alas
y dejarme acunar en el engaño de su caricia.
Venció el miedo a perderme en torbellinos,
a la oscuridad de una caída inacabable.
A dentelladas me arranqué las alas
y me aplasté con fuerza contra el suelo.
No digo más.
Cada día contemplo mis muñones.
Vivo alentando brotes
donde esconder mi aspecto de gusano.
Estiraré tu tarde que anochece
y pintaré de sol el cielo ensombrecido
para engañar al tiempo.
Para engañarte,
para engañarme.
¿Dónde guardar la luz cuando llegue tu noche?
Otoño,
se decepcionan las cosechas
y la pasión se amaina
y se doblega.
Un derrumbe de hojas y de cuerpos
inevitablemente inevitable.
Atrás quedó la sangre que danzaba
en primavera,
el renacer gozoso
en nueva vida.
El verano acabó
perdido en sus ardores.
Sólo atisbo el invierno
y el frío de la nada.
El tiempo asienta la costumbre
y el amor se agazapa
tras la fronda del tedio.
Nos faltaron palabras.
Siempre faltan palabras.
La rutina que asola todo,
que embota mentes y atenaza lenguas,
consumió nuestras horas
en sangrante banquete.
Y no hallaste la flecha
que indica mi camino,
ni yo acerté la esquina
que me llevara al tuyo.
“Nos queda tanto ayer”
J.J. Alcolea
Nos queda tanto ayer,
que son tapiales
la esquinas de flecha de mi cama.
Nos comimos los mares y las selvas
enredando palabras.
Nos queda tanto ayer
que no vivimos,
que el futuro se agrieta a mis espaldas.
Amar a solas,
ardor agazapado
en lo profundo
como un grito en vacío,
gelidez en llamas.
Acércate a mi piel
explórala,
sumérgete en ella
hasta perderte
que yo te seguiré.
Beberé de tu aliento
y de tu aroma
y el génesis del mundo
vibrará en nuestros cuerpos.
Quiero nacer un río y un paisaje
en el que no se agosten los recuerdos
ni el eco de palabras ya perdidas
y la luz sea rostro
y el aire perpetúe la risa en su aleteo.
que sea sol este lugar profundo
donde duelen sin tregua las ausencias.
A pesar del otoño,
Cuando lleva la tarde cadencia a yerbabuena,
Hay frescura en tus ojos que no añoran jardines.
Antes que el tiempo asole las rosas de verano,
Revivirán campanas en el sol de tu boca
Oblicuamente recta.
Sigue a la risa que en tus venas baila,
Eludiendo las horas y los ritos,
Renaciendo y naciente en parpadeos,
Rutilando el camino en que te aguardan
Arabescos de luz donde buscarte.
No hay tiniebla a tu paso.
Oscurece al pasado la vida en horizonte.
A Latif Pedram *
y a todas las voces secuestradas
Me repito hasta la sangre que es mi casa,
que las paredes que me envuelven son las mías
y los libros
y hasta yo soy yo en el espejo
aunque no me vea.
Me aprietan
y me asfixio
en esta cárcel tan mía y tan ajena.
Es la puerta frontera
y no hay salvoconducto que la cruce.
Criminal peligroso pregonan mis guardianes
y, en mi boca, descontrolada,
late la libertad.
* Latif Pedram, poeta y político afgano, permaneció varios meses bajo
arresto domiciliario, en Kabul, por expresar sus ideas.
Eres como la luz, inaprensible.
Vives donde se posa mi mirada
en íntima emoción de la belleza
o en el grito lanzado a la injusticia.
Y te siento correr entre mis venas
siendo sangre en mi sangre
y me digo:
Eres como la luz, inaprensible.
Vives donde se posa mi mirada
en íntima emoción de la belleza
o en el grito lanzado a la injusticia.
Y te siento correr entre mis venas
siendo sangre en mi sangre
y me digo:
ya es mío.
Pero es en el intento de apresarte
y plasmar tu latir en mis palabras
que, esquivo, te diluyes en la bruma...
Y no logro expresar más que la sombra
de un poema perdido en signos rotos.
Verterse en tinta
y ser en el papel
tan sólo trazo.
Existencia de letra,
Eternidad lograda.
Hace meses que no escribo.
temo el fluir de palabras
que me escriben,
que me ven,
que me sienten.
Sé que si comienzo
perderé el refugio
de la blancura y el vacío del papel,
de la nada.
Transformar la palabra
es inventar en un instante el mundo,
crear una existencia paralela
abierta a todas las condicionales.
Circunstancias y tiempo
nos definen personas.
Las palabras nos marcan.
Pintar un verso
teñir con plata y oro
este arco iris.
Se desborda en papel
sutilmente la tinta.
Encuéntrame en los ojos de los míos,
en las huellas de senda transitada,
en las notas de añejos sentimientos
y en mis palabras.
Que ya tiembla la tarde en mi pupila
y el invierno amanece en lontananza.
Como gorriones,
suicidamos la muerte
en el anhelo
de la transformación del día:
somos público
de una función inusitada.
No hay nido para tanta espera
que la nieve no lacre.
Persiguiendo blancura
los dedos han volado de mis manos
a templarse en el frío que los hiela.
La luz funde y confunde cada forma
y es ceniza la música del aire.
Esplendor de un invierno
que no intuye los nuevos renaceres,
acumulo las nieves y los años
entre los intersticios de mis palmas.
Una mujer varada,
una sirena confusa del tiempo
de una espera infinita.
Acaso sea amor sólo el instante
y eterna la añoranza del regreso.
Acuna mi cabeza entre tus brazos
y cántame canciones como a un niño,
que tu voz ensordezca
la llamada del viento,
el clamor del destino.
y cántame canciones como a un niño,
que tu voz ensordezca
la llamada del viento,
el clamor del destino.
Madre, átame a tus entrañas
para que no me arrastre a mi locura.
Ya sé que mis palabras te alimentan
y que a veces sonríes en tus ramas
de la complicidad que nos aúna.
Te convoco a recuerdos y paisajes
para soñar caminos aun preso en tus raíces.
Tú, me escuchas atento y en silencio,
extiendes sobre mí toda tu calma
en un rumor de hojas que me acogen
entre la calidez y la frescura.
Y sabes que también tengo raigones
que me impiden el vuelo en lontananza.
Hay un fulgor de encuentros en el aire,
un aroma de madre en semillero,
aluvión derramado en la mirada
que me cuida y observa desde siempre.
Me sonríes en otras y me hablas
y sigues siendo tú, otros los labios;
también tuya la luz, otros los ojos.
Y estás aquí.
Y tú.
Eternamente.
Me perdí por tus ojos y tu risa
cuando el tiempo era joven
y enredada me encuentro entre tus huellas.
Acudiré a tu lado
aunque cierren la puerta
y resbalen las sombras por mi cuerpo.
Que me apremian tus ojos
y la luz de tu risa.
El tiempo se hace joven con el tiempo.
Ya no es lento su paso
como lo fue en la infancia.
Vive.
Y lo hace tanto
que las horas son menos horas,
los días menos días
y los años más años.
Lo que antes me sumaba,
ahora me resta.
Un ahínco voraz
que en su final me pierde.
Vives rota. Las ansias confundidas
en ojos añorantes de pasado.
Perfílate, mujer, entre tus sombras,
acállate los muertos y las voces,
domínate la ira entre los pechos,
desnúdate de ti algún mañana.
Si no, será el vacío quien te pierda
con una soledad sin espejismos.
Entre sus alas llevan
el futuro los pájaros.
Pero la vida
diluye los colores con la sombra.
No hay sol en la distancia.
Arrastramos el tiempo de los hombres,
la ganancia cruel,
la lucha impía
que niega la razón.
Qué queda de esperanza.
Hay que entornar, a veces,
la puerta a la memoria
y disfrutar la luz
y el aire en los cerezos,
que duele tanta ausencia a mis espaldas
y la vida me grita.
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