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domingo, 21 de noviembre de 2010
2230.- FERNANDO URBINA RANGEL
Fernando Urbina Rangel: Pamplona (Colombia), 1939.
Graduado en Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia y profesor en esa institución desde 1963 hasta 2004. Dedicado a temas de «Filosofía Antigua» (Origen de la Filosofía, Presocráticos, Platón...), «Mito», «Pensamiento Indígena» y «Arte rupestre amazónico». Treinta y dos trabajos de campo entre comunidades indígenas. Sobre algunos de estos temas ha publicado 6 libros y alrededor de 40 artículos. Su último libro es DÏÏJOMA - El hombre• serpiente• águila- Mito uitoto de la Amazonia, publicado por el Convenio Andrés Bello. Como fotógrafo ha presentado 20 exposiciones individuales. Fue fundador y codirector del «Grupo de Estudios sobre Pensamiento Abyayalense (Amerindio)» y fundador y curador del concurso «La esquina del poema» (Universidad Nacional de Colombia - Casa de Poesía Silva).
Eldorado
¡Oro!... ¡Oro!...
Corría la voz...
La voz del Almirante,
La del conquistador,
El codicioso.
Y el oro estaba aquí,
Resplandeciendo
En la nariguera del jefe,
En el pectoral del guerrero,
En el bastón del brujo,
En la tumba en que habitaban enormes muertes;
En la ofrenda a los dioses
Dadores de buenas cosechas,
Dadores de larga vida.
Pero esos hijos del Sol,
Esos dueños de truenos y de rayos,
No daban vida:
Daban largas agonías
A cambio del oro de la ofrenda,
Y más y más codiciaban,
Y más y más buscaban
Y en la búsqueda
Lo buscado creció hasta desbordar
Los límites del alma.
Sólo cuando cada invasor agonizaba
Su minúscula muerte le iba descubriendo
Que el más grande Eldorado estaba hecho
Con la huidiza materia de los sueños.
Fernando Urbina Rangel
Bogotá, Colombia, octubre 12 de 1980
Buscando a Eldorado
En su origen, la expresión «El Dorado» se refería a un cacique muisca que, cubierto de oro en polvo y con profusión de joyas, se bañaba despojándose de esos tesoros en la laguna sagrada de Guatavita; cumplía periódicamente con un rito mediante el cual, convertido en un falo solar, se insertaba en el húmedo vientre de la Madre Tierra para fecundarlo con el semen dorado. Pero la mente enfebrecida de los conquistadores ultramarinos, ansiosos de obtener el preciado metal –símbolo de riqueza y poder– cambió el hecho original. Ya no sería un personaje; esto se antojaba como muy poco; la ilusión, mil veces engrandecida por la codicia, lo fue transformando en toda una comarca en donde la abundancia de oro era tal que resultaría muy fácil conseguirlo. El multiplicado espejismo se constituyó en la creencia que alimentó la esperanza de los ambiciosos y crueles europeos en sus infatigables viajes de conquista. A esa fabulosa y anhelada región se le dio el nombre del mismo ensueño: Eldorado.
Hoy más que nunca, cuando se aproxima la conmemoración del mayor y más reciente encuentro entre las culturas del Viejo y del mal llamado Nuevo Mundo, se afirma que la búsqueda del enriquecimiento rápido, por parte de los conquistadores, con ánimo de regresar lo más pronto a Europa a dilapidar lo mal habido, fue la causa de no haber descubierto realmente el alma de la verdadera Abya•Yala, obturándose para un encuentro dialógico: la gente no se descubre; se encuentra, y el encuentro es mutuo.
¡Abya•Yala!... Nombre con que los Tules (Kunas) designaron el continente que los europeos dieron en llamar América. Significa «Tierra en plena madurez», algo bien opuesto el apelativo de Nuevo Mundo, que implica algo por hacer... algo para que otros vengan y lo tomen y lo llenen de sentido... de «su» sentido.
Nos falta a los abyayalenses de hoy autoencontrarnos y recrearnos, apreciando e interiorizando, con cabal profundidad y entereza, la herencia de nuestros antepasados indios, cuyo mayor tesoro es su existencia misma y la sabiduría que reposa en sus tradiciones milenarias.
¡Oro! ... ¡Oro! ... ¡Oro! ...
Fue la palabra
Que los conquistadores
Más dijeron.
La paladearon tanto,
Que a poco de ensoñar
Fue la única habitante de su alma.
Y el oro estaba aquí:
En el pectoral de los caciques,
En la corona donde se incrustaban
Las plumas más lucientes,
En las vasijas de los príncipes,
En los bastones mágicos
De los brujos sapientes,
Y en las ofrendas a los dioses
Cuyo alimento era el oro de la ofrenda.
Primero, los conquistadores,
Maliciosamente,
Intercambiaron oro por baratijas:
Cuentas de vidrio, espejos,
Medallitas de lata...
Después, cuando creció su ansia,
Masacraron naciones,
Devoraron tesoros y se hartaron de sangre.
Y en cada nueva tribu conquistada,
Deseando se fueran los intrusos
Les decían:
–¡Más allá!... ¡Más allá está lo que buscan!:
Ciudades con las calles
Empedradas de oro,
Las casas con columnas de oro,
Los hilos de las mantas son de oro...
−Y el invasor soñaba...
Sueños de oro.
Y así,
En su delirio,
Fue escalando mil montes
Sin apreciar los tintes del crepúsculo,
Ni el joyel de las noches consteladas,
Y se internó en las selvas del asombro
Sin percibir el oro en la mirada
Del jaguar al acecho,
Ni la amarilla flor,
Ni la pluma dorada,
Ni el insecto metálico que traza
Un rayito de sol entre la fronda.
Y después de profanar miles de tumbas
Y de vagar por todos los confines
Sin poder sosegar su ansia infinita,
Murió ignorando
Que Eldorado más grande estaba hecho
Con el saber profundo de los pueblos.
Bogotá, Colombia, octubre 12 de 1989
MADRE NUESTRA
Madre nuestra
De amplio seno
Tierra nutricia
Sean entonados
En tu honor
Los bellos cantos
Mientras la estirpe humana
Disfrute de tu reino
Haz que se continúen cumpliendo
Tus leyes
Así en la vastedad
Y profundidad de tu cuerpo
Como en la inmensidad del cielo
Danos
Mediante nuestro esfuerzo
El pan de cada día
Juzga nuestras acciones
Con la tasa
Que apliquemos a los demás
Y toma las medidas necesarias
No nos cobres el precio de estar vivos
Antes de haber aprendido
A recibir para saber dar
Y líbranos del odio
Que no deja anchar el corazón
Para darle cabida
A los innumerables seres
Que tú alientas
Sigue en tu tarea
Sin hacer excepciones
Hasta que llegue el tiempo
En que tus fuerzas
Se hayan agotado
Y seas tan sólo
Materia de otro mundo
Carne amada de otros seres
Y venerado nombre de otras diosas
Cerca del solsticio de invierno del 2004
(que en la Sabana de Bogotá es de verano)
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