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martes, 14 de febrero de 2012

6054.- VALERIE MEJER

Valerie Mejer
México, 1966. Nació en la Ciudad de México. Ha recibido la beca del FONCA Jóvenes Creadores en dos ocasiones y recibió el Premio Internacional de Poesía “Gerardo Diego 1996” (España) por su libro De Elefante a Elefante en 1996. Es autora de los libros de la ola, el atajo (Ed. Amagord, Col. Trasatlántica, España, 2009), Geografías de Niebla (Tucán de Virginia, 2008), Esta novela azul (Tucán de Virginia, 2005) y Ante el ojo del Cíclope (Tierra adentro, 2000). Sus poemas en inglés han aparecido en el Poetry London y en Estados Unidos en las revistas Hunger Mountain Review, Nimrod, The American Poetry Review y en Translations. H a traducido entre otras las versiones bilingües de Apalaquia/Apalachia de Charles Wright, The Zoo Father/El Padre Zoológico de Pascale Petit y Torn Awake/Arrancado del sueño de Forrest Gander, todas ellas en la Editorial El Tucán de Virginia. En 2010 apareció una antología de sus traducciones de Forrest Gander bajo el título de Libreto para Eros (Amargord, Colección Trasatlántica, España) y una traducción de una serie de poemas de Forrest Gander en Chile de las que hizo tanto la traducción como las pinturas Ligatures/ Ligaduras (Ed. Ventana Abierta, 2011). Su obra plástica también ha aparecido junto con la poesía del poeta Italiano Antonio Prete en los libros Menhir y L'Imperfection de la lune.




El bosque
Y mi bosque
Y su nieve
Y mi nieve
Y el viento de ellos
Y sus hojas
Todas
Con su verde nada
Y la nada
Y mi nada










Unheimliche III


En la cabeza soleada del animal había una mosca. El resto descansaba en la sombra. La novela desdibuja la escena de sexo y las televisiones entran a un tiempo en su ruido blanco. Dos manitas cubren una cara roja. Es un periódico. Algo demasiado humano, algo que una novela dejaría en los huesos. En el blanco sobrenatural de la narración. Mejores son los hechos de un sueño y el descanso al que te arrastran. Como arrastran a un cuerpo cerca de un abismo nada temible. En la noche escribí sobre un techo húmedo y azul lo que quería decir en realidad. Antes de eso, ese día, habíamos visto un museo de momias donde había dos médicos franceses, una mujer china, un náufrago y una mujer que tenía las manos sobre la cara, como empujando hacia arriba, había despertado de un ataque de catalepsia dentro de su humilde caja. Los demás muertos eran del rumbo. Incluso el bebé de seis meses al que sentaron sobre un pedestal frente a la incisión por la que nació muerto. Al volver vimos por el camino una cerca llena de avestruces corriendo. Altas y veloces. En el techo húmedo escribí todo esto: ellos tienen derecho a una sepultura y la tierra tiene demasiada sal por estos lares. Se ve que no soy de aquí.







El Libro


Tal vez en Rusia existan
las banderas amarillas
ahora que las ventanas han perdido simetría
y que las fachadas hacinan igualdad. Me acuerdo de rusos
tristes por los encargos de cabezas colosales
y la falta de naturalezas muertas.
Un poco de muerte
ayuda a vivir, dijo el primero.
Pintaron una gama de decadencias hasta el negro.
Bocas con heridas recientes
pulsan, cortes de la velocidad,
deseos irreconciliables trazan la musculatura de los árboles.


Todo es monstruosamente bíblico.
Como si no pudiéramos agregar un solo signo
a una página ya escrita.
¿Estamos aquí para leer un libro?, ¿un libro nieve?
Algunos genios empiezan por leer El libro de los Reyes
y más tarde
sufren de todos modos:
Desean a la mujer de su prójimo.


Para sacar la cabeza del rosa total
hay que dejar el cuchillo sobre la mesa y hervir las cebollas
hora por hora.




De la ola, el atajo. Editorial Amargord.
Colección Transatlántica. 2009. Madrid.










Abendstern y otros poemas






sed


Veo una cacería, un rastro de órganos.
Aún en este museo hay pájaros que huyen y su chirrido ronda el espacio escribiendo fragmentos de su fuga.
La sed revienta a los caballos
y la persecución se coagula en la pintura que miro.
Todavía no es de noche y ya tengo las manos preparadas para el sueño.
El mundo en el que me desplazo, ha vuelto su cara hacia la tuya.
Es la hora en que recuerdo los dientes que no perdí en tu cuello.
En que recuerdo cómo lo que no ha ocurrido me ha devorado:
que soy tu página, que mi espalda es el dorso de tu mano.
En mi frente la fuga avanza por bosques de cerillas
quemando las puntas de dedos inocentes.
En el estanque se congela la luna
hasta recuperar su condición de moneda.
La canción de la fuga cuesta un saco de centavos.
Los que huyen pagarían con sus órganos
por salir de este círculo.
Hasta la Vía Láctea es jaula de canarios. También la luz encierra
al disponer el orden de los objetos de mi celda.
Hay palabras que derrotarían cauces
y mi garganta sería resucitada por tus ríos.
La sed sigue en el cuadro.
Siguen las piedras que se raspan en calles de monedas perdidas.
A través de la mesa miro el edificio
de murmuraciones reunidas en el mínimo espacio
que hay entre tu ceño y tu fleco.
En la cocina se calienta un guisado que emborrona de vapor tu cara.
En la canción que aún no existe hierve el cordero.




Tercero

Hay un espurio de luto, noche de la noche. Hay un árbol que fue mondado por un gigante. Hay una vasija rota en una avenida de laureles. Alguien más alto que esta casa se retuerce en un llanto que descoyunta al barrio. Hay caras nocturnas que al despuntar el día sufren su raza. Doblan la cintura como una ola, gritan como pájaros en celo. Oigo tu voz que dice su decir. Oigo su determinación que entra a mi cuerpo. Voz que batiendo los brazos se abre espacio entre la multitud. Es un halcón de palabras. Está perdido en Brooklyn. Tiene que nevar y pronto, o el gigante lloverá tanto que el día se caerá de la noche como un brazo cortado.
-----Yo te quiero: me alimentas de una ostia imposible.
-----Yo te quiero: escucho tus alas que se rasgan
----en atropellado vuelo por el hondo túnel de mi pecho.
-------------------------¡Avanza, avanza, pajarito santo!


Abendstern

Para Z

El hielo se destroza en masas tales que parece libre tanto de ataduras moleculares como de aquellas que pudieran ser atribuidas a los sentimientos. En realidad todo está atado, nudos de aire atan cosa a cosa, la cópula al cáliz, la loma a la ola. Un hombre que años más tarde será amigo mío ha salido de su casa y antes de que sólo se le vea de espaldas unos peces cayeron por violencia de su boca. El camino que sube y gira en elipse es el que ha tomado. Mercurio, Venus, planetas de mi infancia, escuchen esto: yo quise a este amigo antes de conocer la ternura. Yo los quise a ustedes cuando los vi en un libro mientras estallaban los cristales de mi casa, cuando los glaciares se rompían contra la hermana agua. Una película basada en una historia verdadera puede ser revertida, los gestos repetidos: mirarlos imita la intimidad. En la vida real la ronca armonía de Abendstern es el tema de mí película. La primera canción que conocí también me fue cantada en alemán, en ella yo era un jinete destinado a caer. Aunque Stern es estrella, es también el verdadero nombre para la palabra alma. Nadie lo sabe, por eso tengo que escribirlo. En mi vida real escuché “la estrella de la tarde” con Luz, la abuela copista. Ocurrió en un salón donde la luz se desplazaba en óvalos y te encerraba en un huevo. Ahí dos palomas, una vieja, por morir y otra joven que quería morir, escuchaban el deshielo, su musical y temible quebradura, los agotados huesos del día que al romperse revelaban a la primera estrella. En cuanto termine de escribir esto voy a galopar de órbita en órbita, por la Avenida República, al lado del poeta. Aún escribo para recordar que en un crepúsculo escapó del vientre de un barco y corrió de un pueblo a otro logrando sobrevivir. Aún se ve el trazo diamantino de su huída.
-----Esta página es para él, para celebrar su libro y su boda.





Del poemario inédito Cuaderno de Edimburgo © Valerie Mejer

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