Jorge Fondebrider nació en la ciudad de Buenos Aires en 1956. Poeta, ensayista, traductor y periodista cultural, colaboró con los principales diarios y revistas de Argentina.
Entre 1986 y 1992 fue secretario de redacción de la revista Diario de Poesía, cuyo consejo de dirección integró durante los primeros diez años de existencia de la publicación. Desde el 2002 hasta 2006 se desempeñó como coordinador de eventos y publicaciones del Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires. En 2009, junto con Julia Benseñor, creó el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, organización que en la actualidad está en pleno funcionamiento.
[editar]Obras
A la fecha, sus libros de poesía son:
Elegías (sin mención editorial, 1983)
Imperio de la luna (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1987)
Standards (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1993)
Los últimos tres años (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2009)
*IMPRUDENCIA*
¿Por qué no juzgar la calidad de la emoción ajena?
¿Acaso por prudencia?
Vivimos sumergidos,
ciegos, muy ufanos.
Ni Shakespeare ni Quevedo,
ni William Blake que dijo
"la Prudencia es una rica y fea solterona
cortejada por la Incapacidad".
*HUMORES*
La verdad es que trabajo como un burro.
Ya casi me olvidé de aquellas horas muertas de sentarme
delante de un café. No tengo tiempo
y en realidad ni ganas tengo
de ver cómo se arma esta ciudad
de estúpidez, maldad y peronistas.
*LA MULTITUD QUE ORINA*
tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo
Federico García Lorca
El mundo quiere pensar en blanco y negro y subrayando;
saber que los mártires son mártires
porque se mueren en la selva cocidos por las balas o las flechas,
creer que hay solo un dios,
creer que hay dios, que el crimen siempre paga.
Así, los justos que padecen inspiran versos tristes
y acaso los merezcan.
El problema está en la multitud parada a las puertas del santuario,
la multitud que orina con aire compungido y satisfecho
que aprueba al dictador,
que en ciertas circunstancias justifica
incluso al asesino, la ternura
que siente por sus hijos el hombre que tortura,
la fe del millonario —su gusto por los clásicos—,
o a Mozart en el campo debajo de esos cielos
oscuros por las cámaras de gas.
¿Fracaso de la especie o cumplimiento
de una moral atroz que se acomoda a ciertas circunstancias?
La multitud que orina
da náuseas.
Todos los poemas pertenecen a *Los últimos tres años*
(Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2003.
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La nieve
Hoy, lo único específico es la nieve,
su trayectoria desde el cielo hasta la tierra baja.
La veo cómo cae, con el café en la mano y en pantuflas
mientras prospera la mañana debajo de las nubes de este invierno ajeno
y velo para que el cuervo de este día no perturbe el sueño de mis hijos,
lo que sueñan debajo de las mantas.
¿Cuánto sabrán del cielo los demás?
¿O soy el único detrás de una ventana
sobre la torre mocha de este barrio
ahora más blanco que hace un rato?
Y nieva, nieva, cae la nieve,
mientras mis hijos duermen, sueñan,
uno en cada cama de esta casa prestada.
Una ilusión como cualquiera al fin y al cabo.
Desmantelar la casa
Más allá de la ausencia y del enorme despropósito que sigue
–costumbres que cuesta desterrar,
como llamar todos los días, por ejemplo–
no estoy seguro de que haya algo así
como la verdadera medida de la muerte
hasta que la casa se vacía, porque entonces
lo que tenía un sentido y por supuesto historia
apenas se resume en inventarios:
dos cuadros, un sillón, el samovar,
la cama y el bargueño.
La porcelana inglesa ya no cuenta,
ni el baccarat, la plata,
primeras ediciones de nada que ahora importe.
Son cosas viejas,
objetos que boyan en los cuartos sin razón.
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Alfabetos
El ronco mecanismo de un motor hace que el vidrio vibre.
La noche es gutural, es consonante
y apenas pasas las horas subrayadas
por el ruido sordo de la estufa,
del ascensor que baja,
de una sirena salida de las sombras.
La lengua del insomne se apoya en cavidades
y el aire transcurre por los huecos
que le deja el entresueño a la vigilia.
Los días, sin embargo, son vocales
delante de un espejo, la radio, el desayuno,
cerrar con doble llave y ver el mundo
golpeando contra el yunque de la luz.
Y así resultan sílabas porfiadas,
que, unidas, confirman las palabras
de la mañana misma, cuando empieza
la propia oscuridad.
El Liffey
Cuando se sale el primer día del hotel
el mundo es siempre muy hermoso. Y está el Liffey.
El cauce de este río, que arrastra poco agua, divide la ciudad:
de un lado están los pobres con sus voces y el pelo colorado;
del otro, el sur que piensa detrás de las puertas amarillas.
En las orillas negras no hay pájaros ni nada.
Sólo hay un lecho oscuro
como las chimeneas de la ciudad de Dublín
que humean para el viento, exactamente al sur,
en el extremo justo del invierno
cuando son frías las monedas.
Una razón
Busqué una imagen que no entra en el presente austero y obligado de estos días.
Los pensamientos que ahora, apenas hilvanados,
dependen de la agenda
remiten a un pasado que ya no reconozco como propio.
Por eso canto el mar, que me es ajeno.
Lenguas
Eliot dijo que podemos conmovernos
oyendo recitar un poema en una lengua de la cual
no entendemos ni una sola palabra.
Por eso fui, para escuchar
a qué sonaba eso.
Y aquel poeta que
parado delante de un atril y un poco despeinado,
probablemente no sabía que yo era un extranjero
que me había elegido a mí.
El hombre recitaba mirándome a los ojos.
Yo quería, y en realidad deseada,
justificar mi tiempo oyendo recitar esos sonidos, conmoverme.
Después de cada verso él me observaba
haciéndome su aliado, pidiéndome el apoyo
que sólo una mirada que no entiende puede dar
mientras el mundo tiembla en el espacio
y dos personas piensan.
Tesorería
Darwin observa los pinzones.
Después, en Inglaterra, afianza su teoría
y Spenser la corrompe.
Habrá entonces que esperar por más de un siglo
a que los genios locales se den cuenta
de que pagando un mes después
y un viernes por la tarde,
la plata de un cheque miserable
trabaja el sábado y domingo,
y la ganancia aumenta
a expensas del trabajo de los otros.
Alejandro
No fue por el tío de mi padre,
que se hizo rico fingiendo ser un óptico en los pueblos de provincia
y me llevaba al jockey club a ver a sus caballos.
Ni fue por ese primo al que le dimos techo
y una sombra de familia cuando lo echaron de la casa,
pero ni siquiera vino a los entierros.
Por otra parte, Martín no me gustaba
y ella no quería José Luis,
Gustavo apenas prosperó por unos días
y no pude convencerla de Guillermo.
Por eso fue Alejandro, que nos encuentra grandes,
cansados de antemano,
con muy poco dinero,
muy contentos.
de Los últimos tres años (Libros de Tierra firme)