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jueves, 22 de septiembre de 2011

4987.- DAVID LAGO GONZÁLEZ


Mi nombre es David Lago González.
Nací en Camagüey (Cuba) y moriré en España
Poeta. Escritor. Mayormente autodidacta.
En Cuba no tuve premiecitos, creo que de hecho sólo participé en un concurso que no recuerdo cuál fue ni con qué libro, por allá por los inicios de los años 70. No pertenecí a la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) ni a la Bgda. Hnos. Saínz. Tampoco a la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas), al PCC (Partido Comunista de Cuba), a la FMC (Federación de Mujeres Cubanas), sólo al CDR (Comité de Defensa de la Revolución) sin ningún cargo de relevancia. A nadie mataban por ello, pero había que saber que era absolutamente necesario abandonar toda ambición personal de ser reconocido, publicado, ocupar cargos de director o adjunto, representante político y que nunca sería merecedor de ningún reconocimiento. O sea, vivir así significa no existir salvo en el plano personal más íntimo. Eso es lo que habrían obtenido todos los que supuestamente hubieran llevado a cabo esa tardía y estúpida operación de "no , no coopero" que posiblemente un 1% de la población habrá llevado a cabo, más bien por cansancio y no por disciplina.

No pasé el Servicio Militar Obligatorio porque, después de numerosos exámenes médicos y posibilidades terroríficas, terminé declarándome homosexual pasivo (en Cuba la homosexualidad activa no se considera enfermedad y por tanto no puntúa para el caso), lo cual, después de inolvidables y constructivas humillaciones, casi me conduce al EJT (Ejército Juvenil del Trabajo) o CJC (Columna Juvenil del Centenario), que eran o son versiones actualizadas y descafeinadas de los célebres UMAP (Unidades Militares de Apoyo a la Producción).

Me "enhebresté" cuando El Mariel y quise salir a través de ese puerto durante esa operación fabulada con premeditación y alevosía, pero Los Dioses de la Escoria no nos fueron propicios, de modo que recuperé un larguísimo (pero acertado) camino para recuperar mi ciudadanía española, lo que me condujo a establecerme en La Villa y Corte.

En España, he publicado dos poemarios (“Los Hilos del Tapiz” y “La Resaca del Absurdo”) con Editorial Betania, Madrid (entiéndase claramente: he pagado a Felipe Lázaro para que fueran editados esos libros, con una insignificante distribución, de modo que aún arrastro literalmente como unos 500 ejemplares por todo el MadriZZ, lo que ha provocado en mí un odio salvaje y físico hacia esos libros. Ésa es la manera en que mayormente los escritores cubanos publican: pagando a las distintas editoras -creo que con excepción de Colibrí-, por lo que nunca jamás me uniré al coro servil de llamarles "mecenas", aun cuando me considero amigo de Felipe Lázaro).

He sido EDITor de Ediciones Timbalito (edición no venal), Madrid, años 1999-2002, publicaciones informáticamente artesanales.

Antologías. Colaboraciones en diferentes revistas online y en papel, destacando Liden Lane Magazine, The Big Times, La Peregrina Magazine, Ariadna, Los Lobos de Omaña, Poeta de Cabra y Revista Hispano-Cubana. Forman parte de mi curriculum, ligero, como el equipaje de Machado para andar por la vida y por la muerte.

No pertenezco a ningún exilio porque el exilio es una palabra que denota transitoriedad, y yo abandoné Camagüey después de haber roto con la sociedad cubana derivada del comunismo y a sabiendas de que no volvería ni siquiera en cenizas. Con la Revolución Cubana nunca rompí porque no puede existir ruptura con algo a lo que no se está previamente unido. La deducción es elemental, pienso humildemente.

Mantengo la misma verticalidad que sentía dentro de la isla. Y la macro-política no me interesa tanto porque por suerte nunca estuve a tal altura. En cambio sí me preocupa muy de cerca la micro-política porque es esa miseria humana la que sostiene el Gran Ideario, lo reforma, lo actualiza y lo renueva para seguir perpetuándose como lombrices. No perdono la miseria humana, ni soy tolerante con ella.

No debo nada a la derecha ni a la izquierda. En el plano humano, personal, estoy espiritual y materialmente mucho más agradecido a personas que se consideran dentro de los cánones de la izquierda.

Nunca hice nada por la libertad de Cuba ni pienso hacerlo. No tengo obligación de ser patriota, mártir, guerrero, luchador, dirigente sindical ni militante de ningún partido, ni sacerdote ni beato, ni dama vestida de blanco o de cualquier otro color. Posiblemente eso se deba a mi falta de ideales y a un recelo ya "empercudido" hacia todo lo político e ideológico. Yo escribo versos y, a veces, pienso. Quien sea zapatero, que arme los zapatos. Quien sea charcutero, que venda chorizos y embutidos. Quien escribe versos no tiene necesariamente que coger un fusil. Quien cumple prisión como patriota puede ser encomiable por sus hechos, pero no obligatoriamente tiene que ser poeta porque en su sufrimiento junte algunas palabras pensando en el movimiento o en la añoranza de un amor. La poesía es otra cosa.

Y eso es lo que hay: quien quiera tratarme, bien, y quien no, también.

http://indiciosdedesorden.blogspot.com/




Una vida miserable

a LaMarga


Nunca fui amigo de personas socialmente importantes
que pudiera mencionar en los cogollitos de la hipocresía
y dejar a la empleomanía con las bocas abiertas.
Siempre fui demasiado tímido. También demasiado respetuoso.
Pude haberme acercado mucho más a Gastón Baquero, por ejemplo,
pero cuidaba demasiado que fuera a confundir mi admiración
con la babosería habitual de los bufones y los aprendices
que nunca aprenden nada por su propia incapacidad
salvo a repetir los nombres continuamente
hasta que alguien les pregunta con sorna
si no le tusó también el bigote a Marcel Proust…
Y así fue pasando el tiempo. Los festivales pasaban y pasaban
y solamente invitaban con honores a los que podían mencionar
como casi propios, los nombres de los muertos
(esos siempre permanecen callados).







Nippleplay interruptus, o desvanecido…

Cuando muera, ¿qué quieres que te deje?
¿El palacio saqueado de Sadam Hussein
o el de Muammar Al Gaddafi después que Ronald Reagan lo bombardeara?
Sí, tiene que ser una ruina. No me pidas nada nuevo,
porque todo en mí es obsoleto
y de sobra pasada la fecha de caducidad.
Ah, también puedo dejarte las aguas albañales
que apenas si corren por La Habana Vieja
porque las alcantarillas están taponadas,
pero por aquello del toque exótico, tal vez valga la pena.
Detesto la palabra “tetilla” que llevas tatuada sobre el pecho:
inevitablemente me recuerda a una ternera,
y no me preguntes por qué. Hay respuestas ignotas
y tan absurdas que no merecen ni la atención de la pregunta.
En esa estúpida moda de que cada día se celebre algo,
ayer celebraban un idioma llamado “español”.
Creo que yo lo hablo todavía. Aunque nadie dijo
que “pezón” es una hermosa palabra sin ambages
y solamente tiene la resonancia del placer.
Pero yo ayer me aburría en el nippleplay
y hubo momentos en que pensé dejarlo, o hacerme el dormido,
o el desvanecido. Desvanecido y vencido
por esa guerra insostenible entre la razón y el placer.
Y mientras simulaba ser cortés y participativo,
imaginaba que te hacía esas preguntas extrañas:
“Cuando me muera, ¿qué quieres que te deje”?
Más bien como un recuerdo, un símbolo,
una despedida de que, después de haberte gozado tanto,
miraba aquel pezón como algo extraño y amenazante,
algo tan lejano e inaccesible como la justicia.






El Forajido

Soy un forajido.
Tanto los hechos como yo mismo, hemos contribuido por igual
a mi condición de proscripto.
Confieso que hasta me seduce seriamente: es como el vértigo de una droga
cuyo efecto nunca pasa, nunca cede,
y cada vez me hace pedir y pedir más, doblar
la dosis hasta alcanzar el riesgo definitivo.
Es como un cántico de Antony Hegarty,
una desesperada plegaria porque alguien me espere más allá del otro lado.
Es como un bolero atormentado de Maria Bethânia
que va manchando el escenario con las gotas de sangre de sus manos,
y las pisadas de sus pies descalzos van gritando a la hipocresía del mundo
el dolor incompartible de la verdad.

Sólo los muertos que todavía viven un poco
logran comprenderlo.







Oficio de poeta

Si los espejos no le sirven para soñar
con que una rama iluminada de improviso
ante el roce de uno solo de sus viajes
pueda asumir una forma real, es porque
como un pez ha saltado de las aguas
y cruzado sobre islas enteras.
Si se ha despojado de su sombra
como a su tiempo se desentiende
la cuna de la mano que la mece,
es porque el eco que guarda siente el mismo recelo
que si escuchara venir de muy lejos
un zumbido de flechas totalmente emponzoñadas.
¡Ha cedido, St. John-Perse, ha cedido!
Ha vencido el ángel de todos esos desconocidos amigos
cuya vieja muerte real le ha sido siempre inadmisible,
porque le rescatan y le llevan consigo a su dolor.
Para él, la luz brilla dentro de lo invisible y el misterio,
y aquellos que le enseñaron a amar lo hermoso y lo terrible
vienen a sus ojos como la caricia de un padre: severa y frágil.
Ha cedido. Han penetrado en él el fuego,
la noche perfecta, la soberbia voz humana,
la zozobra del náufrago y la demencia del héroe,
la esperanza.

Y algún que otro dios.







Palomas

Old friends, sat on their parkbench like bookends…
Paul Simon


Las palomas, las malditas palomas
con su apariencia falsamente dulce, delicada,
y hasta desvalida,
son verdaderos monstruos disfrazados con plumas de cordero.
Más invasoras que el Imperio y la Metrópoli,
la gente las alimenta desde Piazza San Marco hasta Tiannamen;
y son como las ideologías, aparentemente justificadas,
aparentemente inofensivas,
pero portan en picos, plumas y patas,
las siete plagas de Egipto y muchas otra modernas
de catálogo difícil.
Son las preferidas por los dictadores en su embrujadora juventud
cuando los arropan y vitorean las huestes hechizadas
coreando su nombre en número de tres
y repitiendo, como en la Roma de los Césares, “¡Ave, Ave, Ave!”
Luego, les toca recoger la mierda,
el “guano” inservible que ni enriquece el sustrato ni el estiércol,
sólo la instantánea del turista y una foto artística,
quizás romántica, de cuán breve fue la felicidad en Venecia.
A la forja erosionada del XVII que cerca mi balcón
apenas llegan ya, alertadas por los sonajeros
y los giroscopios de amariconados arcoíris
cuando el sol sorprende nada más cesar la lluvia allá más arriba,
sobre el barrio de Chueca.
Como tantas otras cosas, son un espejismo dulce,
un eufemismo
que nunca jamás te tiene en consideración
a no ser que desmigues el pan alrededor de tus pies
mientras la soledad y la vejez te comen, como ellas,
sentado en el banco de un parque.






Los caminos del Señor son inexpugnables…

Así como infinitos son los senderos del éter.
Por un lado pienso en la estupidez malsana de los represores.
Por otro, pienso en Antonio, que tanto gusta del arte de la instantánea,
y de los pocos y valiosos amigos que todavía se mueren lentamente
dentro de la caja herrumbrosa de Las Islas Desafortunadas,
imposibilitados de navegar sin hacer uso del mar ni de las naves.
Es como estar en una silla de ruedas y correr con el espíritu,
trazar la estela infantil de Peter Pan y Tinkerbell
cursando y cruzando ridículamente el firmamento kitsch
de los encantadores de serpientes que desde la acera de enfrente
arreglaban un poco la nuestra destartalada por la imbecilidad.
¿Por qué tú si puedes asomarte al mundo, Abel,
si tu antiguo compañero de estudios, infinitamente
más inteligente, brillante y bueno que tú,
tiene prohibido acercarse a la ventana?
¿Qué insana obsesión es ésa
de pasar medio siglo buscando conspiraciones, armas inexistentes,
realidades ocultas bajo la raída alfombra
por donde se cuelan las verdades y las ratas?
¿Verdaderamente creéis que sois tan importantes
como para que un poeta pierda el valioso tiempo de sus versos
en hacer contrarrevoluciones y confiar en alguien sin talla?
¡Cuánta vanidad albergáis en vuestros delirios!
¡Aun nuestro tiempo más perdido e irrecuperable
es infinitamente más valioso
que el de todos los largos años que habéis dedicado
a intentar que ejecutemos nosotros mismos
vuestro sucio trabajo de eliminarnos!

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