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miércoles, 21 de diciembre de 2011

5646.- JOSÉ PÉREZ OLIVARES





José Pérez Olivares (Santiago de Cuba, 1949). Poeta y pintor. Graduado por la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán (La Habana, 1972) en la especialidad de Artes Plásticas. Licenciado por el Instituto Superior de Arte (La Habana, 1987) en la carrera de Artes Plásticas, con especialización en pintura. Desde los 22 años ha ejercido como profesor de artes plásticas en distintas academias cubanas y –ocasionalmente- en el Instituto de Bellas Artes de Medellín, Colombia. Reside en Sevilla desde 2003.


Obra poética
Papeles personales (UNEAC, 1985); A imagen y semejanza (Universidad de La Habana, 1987); Caja de Pandora (Letras Cubanas, 1987); Examen del guerrero (Visor, Madrid, 1992); Me llamo Antoine Doinel (plaquette, Ediciones Extramuros, La Habana, 1992); Proyecto para tiempos futuros (plaquette, UNEAC, 1993); Cristo entrando en Bruselas (Renacimiento, 1994); Háblame de las ciudades perdidas (Renacimiento, 1999); Lapislázuli (Letras Cubanas, 1999); El rostro y la máscara (UNEAC, 2000); Últimos instantes de la víctima (Instituto Alicantino de Cultura “Juan Gil-Albert”, 2001). Los poemas del Rey David (Tierra de Nadie, Jerez, 2008).


Reconocimientos literarios
Premio David, Poesía, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, La Habana, 1982.
Premio del Concurso de Poesía 13 de Marzo, Universidad de La Habana, 1985.
Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, Segovia, 1991.
Premio Rafael Alberti de Poesía, El Puerto de Santa María, 1993.
Premio Renacimiento de Poesía, Sevilla, 1998.
Premio de la Crítica, La Habana, 2000.








UN PEZ EN LAS AGUAS DEL MUNDO


Dicen que La Habana no está en las Antillas.
Que tampoco la baña, como de costumbre,
la dura espuma del Caribe.
Dicen que salió, con rumbo norte, hacia el Atlántico,
y una parte de ella
se fue al África,
la otra, en pos de Europa.
De ahora en adelante
no será necesario buscarla en los mapas,
bastará con cerrar los ojos
y señalar hacia cualquiera de los puntos cardinales.
La Habana estará aleteando, como un pez
en las aguas del mundo.
Hablaremos de Londres o París,
soñaremos con Ámsterdam o Bruselas
y nuestros pasos
tendrán el reflejo de otras calles,
aquellas que mueren al contacto con la brisa.
No tendremos que recordar a Lezama
para que el viento nos traiga la noche.
Ni habrá que vociferar frente a la bahía
para que irrumpa sediento
el fantasma de Casal.
Dicen que los cadáveres de mi ciudad
andan revueltos,
que es imposible encontrarlos
entre piedras invisibles.
Pero dígase La Habana
y un relámpago iluminará el perfil de una diosa.
Háblese de ella con un venablo en la mano.
¿Es que La Habana no es La Habana?
¿Será que sólo existe una ciudad
codiciada por todos los ejércitos?


Si preguntan por ella, responde: “no sé,
creo que anda de viaje”.
Y deja que se devanen los sesos
tratando de imaginar ese aire
entre bárbaro y gentil,
esa melodía ciega, ese gesto
como de paso de liebre
que salta en la sonrisa de todos los habaneros.










CÁNTICO


para Elsa


1
Señora mía,
lejos están los años
en que aprendimos a nombrar las cosas,
distante el ruido de la lluvia,
la oscura osamenta del rencor
y la armoniosa fragancia del verano.


2
Hemos fatigado todos los rincones de la luz
en busca de respuestas,
aquellas que el viento dibujaba en los rostros.
Y así, como inocentes viajeros,
arribamos a la edad
en que la piel despliega su velamen
recorrida por un dulce
y estremecido misterio.
Mire usted
cuánta nobleza necesitábamos,
cuántas mañanas
para poder entrar al reino.


3
Ahora, los frutos comienzan a despedir
su vasto y delicado aroma.
Y la hierba es más frágil y húmeda
entre los dedos.


4
Señora mía,
no es la duda lo que importa.
Tampoco la verdad,
sino el gesto más simple.
Aquí en mi mano está la llave
con la que abro y cierro el arca mortal.
Para sentirme seguro
necesito su sonrisa
con la que a veces dibujo
las gráciles figuras
de un remoto poder.
Hay días en que quisiera borrar lo vivido,
retornar al último esplendor
que nos brinda la noche.
Pero es mejor que todo resulte fugaz,
que todo se aleje, rodando,
hacia alguna parte.


5
Sálveme usted de lejanas orillas
y juntos recorramos los tranquilos jardines
y las ciegas tardes
que nos esperan.










JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS


Hieronymus Bosch


Camino del Gólgota va el Hijo del Hombre.
avanza rodeado por la plebe
que no hace otra cosa que blasfemar,
que no puede hacer algo mejor que gritar anatemas.
Bosch ha pintado a Cristo cabizbajo,
los ojos cerrados en medio del sufrimiento.
Su cara está en el mismo centro del cuadro
rodeada de otras más hostiles,
expresiones desmesuradas por el odio
y el goce de ver el sufrimiento ajeno.
Bocas abiertas y desdentadas,
gestos llenos de crueldad
donde arde, implacable, la llama del horror.
Dónde estará el rostro serenísimo de María.
En qué lugar el de Verónica y Simón.
En alguna parte
debe vagar la mirada febril de Barrabás
y la desconsolada de José de Arimatea.
El mundo está aquí,
rodeándolo a Él.
Acabo de hallar mi rostro pintado: es el que está de perfil,
en el extremo superior, a la izquierda del rostro de Jesús.
Mis ojos están fijos en un punto distante del cuadro.
En mi rostro se refleja una mueca de odio y de dolor,
un brillo entre humano y salvaje.
Rodeando al Maestro están mis hijos:
uno ríe y otro llora.
Uno calla y otro vocifera.
Por más que busco
no puedo hallar el rostro de mi madre.
Lenta como es a su edad, quizás demore
en llegar al Monte de los Olivos.
Tengo la certeza
de que en cualquier instante aparecerá
asustado entre la muchedumbre.
Ese anciano que gesticula, es mi padre.
Discute la forma en que debiéramos
crucificar a Cristo.
Quizás hasta se brinde para poner el primer clavo
en su cuerpo.
Ojo, boca, saliva, semen, sangre, pus, deseos,
piel, palabras, eso somos.
Y en el centro,
en el inalcanzable centro,
en su punto irradiante,
Bosch ha situado la Belleza, la Piedad y el Amor.
Así sea.










ÚLTIMAS PALABRAS DEL REY DAVID


La noche, Abisag,
es la voz de los cuerpos que envejecen,
el rumor de antiguas y soñolientas palabras
que agonizan.
Sentémonos a contemplarla.
Con delicadeza
permitamos que llegue hasta nosotros
y recibámosla
como si fuera un oscuro trofeo.
Tomados de la mano
dejemos que la noche nos sorprenda.
Frente a ella, tu verdad y la mía
poco importan.
Son como monedas tintineantes,
como ásperos frutos
mecidos por el viento.
La noche no es como nosotros
que hablamos y mentimos.
Como nosotros que abrimos una puerta
sin saber por qué.
No necesita argucias
ni razones.
Cuando llega lo abarca todo.
Y todo, en ella, adquiere
la inusitada densidad del agua,
la inefable corporeidad de la memoria.
La noche, Abisag, es cruel.
Jamás perdona a los que se creen inmortales.
Pasa por encima de sus nombres
dejando un tenue polvillo,
una blanquecina hojarasca en las manos.
No da tregua
ni se detiene a meditar el rumbo.
Es una vieja máquina que tritura,
un descomunal ariete que derriba puertas,
un alud
que sepulta de golpe una ciudad.


Mas no temas, Abisag, a la noche.
No hay que temer demasiado a lo desconocido,
sino correr sin culpa y sin dolor
a su encuentro
y fundirnos en su abrazo.










MONÓLOGO DE JUDAS


Vendí al Señor por treinta monedas.
Pagan bien los fariseos,
acostumbrados a comprar
los servicios de un traidor.
Ahora estoy frente a la noche
que todo lo ve
y todo lo juzga.
No siento remordimientos,
no hay en mi alma una sola angustia,
ni siquiera un sobresalto.
Vendí a mi padre y estoy en paz.
Nunca lo amé.
Jamás creí en sus ardientes palabras.
Cuando todos, extasiados, lo rodeaban,
cuando la plebe besaba sus manos
en busca de redención,
yo negociaba su muerte.
No lo hice por odio
ni lo hice por envidia,
sino por treinta monedas.
No actué como aquellos
que a la hora aciaga huyeron y lo abandonaron.
Ni temblé como Pedro, que antes
de que el gallo cantara
renegó de Él.
Tampoco como Pilatos, lavándome
las manos frente a la muchedumbre.
Soy un traidor.
Es ley que a los traidores se les desprecie
y se les pague.
No necesitamos honores ni medallas,
sólo queremos
las malditas monedas de siempre.
Ni una más ni una menos.
Eso nos basta para esperar tranquilos
la hora en que la gente vendrá
a derribar nuestra puerta.
Nos basta para mirar de frente
el instante en que la mano del verdugo
pondrá en nuestro cuello la soga.










VIDA DE BARRABÁS


Noche y día deambulo
por las sucias y polvorientas calles
de Jerusalén.
Mi cuerpo exhala un triste y podrido aroma,
mis ojos miran con brillo exangüe.
Oculto en los portales, junto a leprosos y ciegos,
siento correr el agua de la noche
y escucho el aullido de mi estómago
como si fuera un animal enfermo.


Fui subastado en una plaza pública.
Y todos dijeron: “lo preferimos a él”.
Ante el mundo no soy más que un criminal.
Pero mi vida, que no vale un céntimo,
mi oscura y miserable vida
valió más que la de Cristo.
Vi cómo lo obligaban a cargar la cruz,
vi cómo lo azotaban y ponían en la frente
la corona de espinas.
La muchedumbre iba detrás, gritándole.
Era la misma que me escupió el rostro
y apedreó mi cuerpo.
Como hace ahora con Cristo.
Era la misma que pocas horas antes
se sentaba a escuchar
la palabra del Maestro.
La misma que vibró extasiada con su voz.


Soy el astuto,
el mil veces despreciado Barrabás.
No tengo Dios ni religión,
no tengo más que un brillo apagado
en las pupilas.
En esta vieja y terrible ciudad donde vivo
he visto correr el fuego de la sangre.
Basta que alguien te señale con el dedo.
Basta que alguien, al oído del guardia,
murmure tu nombre.
La multitud irá aullando hacia ti.


Mirando al Monte de los Olivos
pregunto
cuál es la diferencia entre ser justo e injusto,
en qué consiste la inocencia o la culpa.


Y nadie,
nadie más que el viento a mi espalda,
responde.











Estos dos textos pertenecen a El rostro y la máscara.




TRES ELOGIOS (fragmento)


1. Del ojo ciego


No está tan ciego el ojo que no ve
como el ojo que ve y no mira.
No está tan solo en su ceguera
quien ve nacer dentro de sí
una débil y misteriosa llamarada.
Llamemos ciego
al ojo que pasa de largo frente a las cosas.
Apiadémonos de su incapacidad de ver.
Musitemos junto a su oído:
“esto es un árbol”, “esto es una rosa”.
La ausencia de visión
no es ausencia de la capacidad de ver.
Ven los videntes, los demás miran,
los demás creen ver.
Y confunden una rosa con la rosa,
confunden un árbol con el árbol.
Apiadémonos de los que no tienen ojos
para leer las hojas de un árbol,
de aquellos que confunden la rosa
con el perfume que emana de ella.
Apiadémonos del que tantea un objeto
y lo confunde con su forma exterior,
y cree que todos están hechos
con la misma irremediable materia.
Apiadémonos del que olvidó la infinita forma
de la forma,
apiadémonos de la oscuridad que reina
en sus pupilas.
El secreto no está en la imagen, sino en ver.
La verdad no consiste en percibir,
sino en el acto de posesión.
El ojo ciego se ríe del ojo que no ve
porque en la oscuridad ve mejor las cosas.
La oscuridad es la meta de todo verdadero vidente.
La noche, la eterna noche
es sustancia de la luz.












Cualquier puerta
indica la existencia de dos verdades:
una tuya, otra mía.
Allí, en el umbral, se tejen leyendas,
los caminos se entrecruzan,
se explican y naufragan
los secretos.
Una puerta va hacia el sur,
otra hacia el norte.
Una se abre
hacia el camino del este,
otra hacia el oeste.
Si llegas a caballo, desciende y pernocta
en esta posada.
Los que va a cualquier parte,
o regresan cansados,
se sientan a escuchar
cómo el viento hace batir las puertas.
Tal vez tratan de escuchar algo más,
una voz que diga: “el verdadero camino está al norte”.
O bien: “el que debes escoger
queda al sur”.
A lo mejor tienes más suerte que yo
y descubres, a tiempo,
que no existen caminos, sólo puertas:
puertas falsas y verdaderas,
abiertas día y noche,
golpeadas por la lluvia,
podridas por el invierno,
resecas por el verano.
Quizás no existan puertas
sino pequeñas y absurdas verdades,
laberintos
donde irán a extraviarse tus pasos.
Si llegas a caballo, desciende
y pernocta aquí.
Es bueno meditar antes hacer un largo viaje,
mirar hacia la encrucijada de caminos,
lanzar una moneda al aire.



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