Ludwig Zeller (nacido en 1927 en Río Loa, Calama), poeta surrealista y artista visual chileno radicado en México.
Su padre llegó a Chile procedente desde Alemania para trabajar como barrenero en las minas del salitre. Desde pequeño fue un lector voraz y gracias a eso conoció la poesía. En su juventud estableció amistad con poetas como Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva.
Junto a su primera mujer, Wera Zeller, tradujo los románticos alemanes al español.
En 1970 organizó la exposición Surrealismo en Chile en la Universidad Católica, en la que, además de sus obras, exhibió las de Roberto Matta, Nemesio Antúnez, Enrique Zañartu, Rodolfo Opazo y otros.
Abandonó Chile en 1971, junto con su esposa, la artista Susana Wald, y tres de sus cuatro hijos.
Su poesía demuestra una gran influencia de la visualidad, ya que considera algunas expresiones visuales como poesía, por ejemplo, el collage, por la característica de ubicar imágenes en el papel a la manera de los versos en el poema.
Ha dirigido varias revistas y editoriales. Actualmente vive con su esposa Susana en San Andrés Huayapam, a ocho kilómetros de Oaxaca.
Obras
Los placeres de Edipo 1968, Editorial Universitaria, Santiago de Chile
Las reglas del juego 1968, Ediciones Casa de la Luna, Chile
Mujer en sueño, 1975
Cuando el animal de fondo sube, la cabeza estalla, 1976
In the Country of the Antipodes, 1979
Ludwig Zeller, a Celebration, 1987
Salvar la poesía, quemar las naves, 1988 Poesía bastante difícil pero al mismo tiempo muy interesante. Cabe mencionar que presenta imágenes surrealistas.
Zeller sueño libre, 1991
Río Loa, estación de los sueños, 1994
Los engranajes del encantamiento, 1996
El embrujo de México, 2003
Preguntas a la médium y otros poemas, 2009, Cuarto Propio, Santiago
Muñecas del Desierto de Atacama
Para Estela Lorca
Las encontré allá al fondo de una vasija rota,
Venían arropadas con los viejos tejidos de sus muertos.
Sonreían al paso de mi mano, era como si hablaran
Me contaran secretos tras de la lana de sus ojos negros.
No sé ya qué decían, las tres en un jergón de palos aromáticos
Simulan el encanto tras el dibujo arcaico de ese pájaro
Errante que en cada vida nos parece eterno, ese que vuela
Desde una vida a otra arrastrando las flores del deseo.
Yo nací en el desierto, los oasis son quizás sólo una ilusión
Espejismo que ofrece la piel de la adorada, encantamiento
De creer que podremos detener el tiempo y sostener delante
De los ojos el fuego de esa imagen, aquella lava que desaparece.
Aquí sobre mi mesa están aquellas locas, las que volvieron
De la edad antigua esa nube de luz sobre mi infancia,
Las veo sonreír, reírse a carcajadas de las dudas que tengo
Mientras el viento mueve en mi cabeza sus coloridas faldas.
Ellas duermen también y allí en el sueño las encuentro
Sedientas de pasión, ellas queman los días con la sola
Mirada, los días y los años que ha dispersado el viento;
La lujuria que enciende el tictac del instinto bajo el pecho.
Estoy viejo y cansado, los caminos se cierran sobre la tierra seca,
Quizás la sangre añora el color de esos pétalos, misterio
De repetir un rito milenario, beber desde sus bocas
La dulzura de abuelas ya difuntas, muñecas locas,
Vasijas del amor de donde vengo.
Último puerto del Capitán Cook
Escrutando sin pinzas las rocas de su mente
El cree ver de nuevo los paisajes extraños
Y el barco y las tinajas verdes donde la sangre
Oculta daba gritos en la piel de mujeres ya olvidadas.
Pero, ¿quién se recuerda? ¡No hay salida! Y el viento
No soplará jamás sobre estas jarcias, está solo
Y ya no hay nadie más en las cubiertas donde antaño
Los cautivos empapados de lluvia, de pavor y de herrumbre
Cantaban en su jerga hecha de gritos como licor ardiente
Que él querría de nuevo hoy escuchar.
Pero por fin comprende que no ha salido
Nunca de esta prisión y sólo era leyenda
De marineros ebrios la aventura de explorar
Esos cuatro costados de la tierra en que bullía el polvo.
El orgullo lo tienta y su rostro se enfría
Para toda ternura cuando apoyado en el bastón
Contempla lo que guardó por años en secreto, su escudilla
Con lágrimas, las mismas que a torrentes lo volcaron
En la rada materna.
Y mira aquellos huesos calcinados
Que recorrió cantando o maldiciendo, el viento al fin
Que golpea las jarcias como un ala y el mentido camino
Que lo invita a partir junto a los otros que ahora van
A recorrer el mapa de sus sueños, y se pregunta dónde
Y hay silencio, y grita y enronquece hasta ser el lamento
De aquellos peregrinos que arrastran las mareas
Al abismo sin fondo, y para siempre.
Louis Wain y los gatos
Primero hay que tapiar todas las puertas,
Inundar las salidas, empavonar, quebrar todos lo vidrios
Que puedan reflejar esas pupilas. Habla bajo,
Más bajo...
¿Está allí Wain soñando?
Tendido en el sofá, náufrago en un desierto
Donde estallan los ruidos de infinitos relojes
Se defiende, e imagen tras imagen da en los hilos
De la fiebre que salta por las puntas
De los ojos del gato.
¿Están aquí o no están? "¿Hay por ventura
Alguien que esté despierto?"♠ Oigo gritar
Y el grito tórnase insoportable en las rompientes
De esa piel ya quemada por el rayo.
Por los ojos quebrados, mira caer cristales
Hacia adentro, las llamas le devoran
Y saltan de sus yemas hechas garras, las uñas.
¿Qué quieren esos gatos, esos ojos...?
Pero el día se cierra para siempre y el horror
Geometriza su insomnio de mil noches.
No te duermas ya más. ¿Por qué se hunden al fondo
De un espejo los diecisiete gatos de mi amigo? ¿Por qué corre
La sangre en las ventanas?
¿Está allí Wain soñando?
♠ Poesía precolombina
Insomnio con escamas
Un pez cruza mi sueño cada noche
Y abre un túnel de incienso en las almohadas,
Sobre el vidrio que es piel, que corta el aire
Pega después sus párpados, escucha: las aguas me rodean
De una a otra pared siento temblar sus hojas cristalinas.
¿Todo está aquí? ¡Respóndeme! Ola de vientre
Oscuro, signos que alguien dibuja allá en el fondo
Como estrías del mismo espejo siempre.
Si venimos del pez, del hueso ardiente
Empeñado en abrirse en sus espinas, si no hay piedad
Si en el estanque pasan la red día tras día,
¿En dónde están los ojos que nos miran, en dónde la raíz
De ese lamento, las ascuas del insomnio en las agallas
Que se inflan, se prolongan, buscan un metal frío?
De ese país que lentamente se alza en las paredes
Secas del día y las semanas salen a recibirme las escamas,
Me incorporo entre llagas, pregunto por amigos
Que no existen, que son polvo molido por la lluvia,
Me pesa cada trozo, cada porción del alma que recuerdo.
¿Estáis allí?, pregunto. ¿Estáis allí? Invisibles
Golpean las agujas en el telar sediento
De la imagen y los vidrios se quiebran, se endurecen
Sobre la cicatriz de la corriente. Veo lágrimas
En el rostro final, el pez que vuelve cada noche en sangre
Que respira en mi almohada, que se quema en mi oxígeno
Y despierta...
Tras el vidrio estoy solo,
Tal vez en otro sueño, dando gritos.
Cuando estemos más allá
Como aves prisioneras desde siempre
Fumamos acodados en el jamás o el nunca,
Sobre el suelo nos guían las serpientes del humo
Mientras pasan los muros de volcanes ya helados.
En el balcón del tiempo estamos solos
Removemos los palos o pintamos señales en la arena
Que arrastra el huracán, como a nosotros
Piel adentro del sueño. ¿Recordaremos esto?
Cuerpos sobre la lisa superficie, frutos que ardieron
En el vivo color de cada día, insectos que alguien clava
Allá en el tiempo de guitarras amargas.
¿Pero no hay agua aquí? ¿Seguiremos rastreando
En el vacío, de padre a hijo, por los desfiladeros
Del olvido? ¿En busca de qué piel, seres insomnes
Sin piedra ni mujer donde incrustar la turbia
Cabeza empapelada de la sangre?
¿Qué fue de nuestra vida? ¿Pero por qué
Vinimos a ser esto, piltrafas que se avientan,
Cenizas sin recuerdo, rostros sin semejanzas?
Allí está la columna de veloces escamas, aquí la taza
En que me dieron sangre; los profetas cegados
En su mesa magnética, apuestan a las cartas
Que no tienen revés sino los huesos, blanqueados
Por la luz que ahora duele como una cicatriz sobre los rostros.
Pared continua
Caído en una trampa me interrogo. No hay luz.
En lo alto pasan nubes arrastrando raíces.
No sé si he estado siempre en este sitio,
Si el sol me trajo alguna vez, si el pelo puede
Crecer a veces hacia adentro, la mirada volver
Al interior del ojo, el grito retornar y ser silencio.
¿Llueve acaso? Alguien llora pero yo no le escucho,
Sólo cuatro paredes me rodean, sólo cuatro paisajes
Que no cambian en su ondular de espinas polvorientas.
A veces me recuerdo y ando en círculos,
Grabo en las rocas signos que las llamas
Devoran sin comprender que escribo
Como el pájaro canta describiendo la ruta
A la bandada, recorriendo ese mapa de invisibles
Relojes que palpitan y braman, empujando
Rompiendo las sonoras aristas del poliedro.
¿De qué tonel de sal, de qué raíz venimos
Si la sangre se mustia en los molinos,
Si las piedras en lo alto también están sujetas,
Si el eterno-infinito está solo soñándonos,
Si no saldremos nunca, si la nada es la puerta
Y el ave Roc un tiempo de pupilas iguales?
En la mina de sal
Aquí estuve mil años enterrado, los ecos
Derivaron poco a poco en esquirlas del ruido,
Los gastados toneles se rompieron y el viento
Giró contra el reloj sus viejos garfios, sus andrajos coléricos.
Construimos escaleras y bajamos para huir de la luz
El cielo está cerrado y sólo hay hoyos detrás de los que escucho
Pasar los grandes globos de la ciega, la dulce
Aterradora, serpiente soñolienta de la sal.
Somos cristal errante, partículas perdidas
En el mármol de ese ser infinito, esa roca
Cubierta de gusanos, y gastamos las manos hasta el hueso
Y seguimos golpeando en los tambores para que vuelva el sol.
Alguien solloza, alguien grita mi nombre en las tinieblas.
Entonces me levanto — náufrago entre los muebles como pez
Sin escamas — me asomo y ya no hay nadie, nada cae
Sino el resplandor frío. Sigue nevando sobre el pedernal.
Distracción ontológica
La vida es sólo un tubo sin remedio.
Entrar aquí da a todos el derecho de mirar la injusticia,
De llevarla como ascua en la mano cerrada,
De gritar torturado en sus aristas o lanzarla
Quemante como un dardo en la tela maldita
Que va hilando una araña en la otra entrada...
...que es un sueño,
De la vida que es sólo un tubo sin remedio.
Con vidrios en la almohada
Se abre la tempestad. Como un tormento escucho
Zumbar la aguja al rojo, los follajes que cambian de color
En mi almohada empapada de sangre, de saliva, de sueño.
Corro entonces a lo largo de un muro, la piedra interminable,
Los balcones tapiados, herrumbrados, quizás sólo una máscara
Que el tiempo arruga y deshilacha en tiras.
Mi traje sin el cuerpo vaga solo, repitiendo los gestos
El juego de la magia sobre la cuerda floja, se equilibra,
Desciende como un lento ahogado que penetra hacia el fondo
Rodeado de burbujas, ese gran pez del alma, el otro yo,
Mi hermano, que saca de su boca una cuerda que nunca se termina.
Cojo el cordel, lo anudo contra el filo, donde las flores
De metal se mustian, aquel cuerpo tendido allá en la arena.
Me parece que en lo alto se quiebra un monstruo en piezas.
Se precipita el vidrio a la deriva... Nos arrastran
Las aspas del huracán... ¡Despiértate, despiértate!
Grita alguien en mi oreja y bajo aquel reloj, sus pedernales
Golpeo con horror.
¿Dónde estamos? ¿Adónde?
Condenado por siempre
A hundirme en lo profundo, a interrogar de nuevo aquellas llagas, Aquel cuerpo erizado por la pluma y la nieve.
Siento correr, golpear en cada vena el torrente que enfríase,
Pedir de nuevo el aire, ansiar arder, ser carne, fuego al fin
Que despliega sus lenguas en la noche, cabeceando de sueño,
Hundir la frente en la pared y fijar el fantasma
Que espía en mis espejos, que voltea los vasos
Donde hay sólo vinagre; la cicatriz bajo la sal chispea.
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