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viernes, 16 de diciembre de 2011
5574.- GUILLERMO SUCRE
Guillermo Sucre Figarella, Tumeremo (Bolívar), 1933, es un poeta y crítico literario venezolano. Es hermano de Juan Manuel Sucre Figarella y Leopoldo Sucre Figarella, por lo que pertenece la familia Sucre.
Sus obras críticas más conocidas son Borges, el poeta (1967), un trabajo de varios volúmenes sobre la obra de Jorge Luis Borges, y La máscara, la transparencia (1975), sobre la poesía latinoamericana. Así mismo, ha traducido al español las obras de André Breton, Saint-John Perse, William Carlos Williams y Wallace Stevens.
En 1957, fundó la revista literaria Sardío. En ese mismo año, empezó a enseñar en la Universidad Central de Venezuela. Entre 1968 y 1975, Sucre vivió en los Estados Unidos, en donde enseñó en la Universidad de Pittsburgh y formó parte del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana de esa universidad. Luego de su regreso a Venezuela, enseñó en la Universidad Simón Bolívar y trabajó como director literario de la editorial Monte Ávila.
Obras notables
La vastedad (1990)
Serpiente breve (1977)
En el verano cada palabra respira en el verano (1976)
La mirada (1970)
Mientras suceden los días (1961)
La máscara, la transparencia (1975)
Borges, el poeta (1967)
Los que piensan que les ha llegado la hora...
Los que piensan que les ha llegado la hora
y se aprestan para asumir su destino
los que saben que siempre llegan a deshora
contra todo destino
los que escriben para sobresalir
no para encontrar la salida -¿hay salida?
los que sólo viven para poner la vida en palabras
los que escriben para poner la palabra en la vida
los que lo coleccionan todo para sentirse perdurables
los que han contemplado una sola vez la belleza
y ya ello les depara una riqueza un desamparo
para siempre
la vida no es avara ni para preservarla
hay que saber también arriesgarla
como en el amor: más fuerte cuando más lo alimenta
el desamor
más vívido cuando nace y se extingue cada día
Y vuelvo a verme ciñéndome de nuevo a su cuerpo...
Y vuelvo a verme ciñéndome de nuevo a su cuerpo
vuelvo a verme respirando su piel su pelo que apenas toco
otra vez las lluvias la noche como un árbol centelleante
ha cubierto la casa
el ojo torrencial del cielo me juzga me condena
oigo los rápidos chorreones caer en el patio siento la sumisión de las piedras
el ángel que se debate en las sombras afila su perfil de fuego
y lo vivo todo como si fuera memoria del exilio
pero pasarán los años
el adolescente se baña
en el río que ya no refleja
expone su desnudez bajo la luz brava del mediodía que hiere sus ojos
con la mano con que endiosa el sexo escribe sobre la arena
el latido de ese espacio salvaje
pasarán los años
pero sólo allí estará reposando
la cabeza
cerca de ese cuerpo
respirando la última tersura de su piel la trama cenicienta de su pelo
en la claridad que ha ido escindiendo el tiempo
SINO GESTOS
plume solitaire éperdue
Mallarmé
Las notas que tomo en mi memoria
y luego olvido o traslado
torpemente,
desasistido ya
de ese relámpago que enardecía mi infancia,
las veo llenarse de ruinas, frases
que no logro hilvanar
con hechizo,
y así se deslizan,
discurren con crueldad.
Lo extraño: su tenaz compañía,
los gestos, los sueños que hacen
nacer en mí
y las furias, las cóleras
que en mí sepultan.
Para decirlo todo: añaden no
la confusión
sino el espejo
transparente
del fracaso.
Donde me miro y reconozco
mi nombre.
La mirada, 1970.
PARA EMPEZAR: NO MORIREMOS DE POESÍA…
para empezar: no moriremos de poesía
nadie tiene la palabra aunque hablen
o todos la tienen aunque callen
poetas de su tiempo llegan a destiempo
me voy con los que parten y no regreso
anuncio a los que nada anuncian
el ojo del poeta se adueña del mundo
que reAparece
condenados a la realidad por la realidad
que inventamos
(realidad, realidad, no me abandones)
En el verano cada palabra respira en el verano, 1976.
ESCRIBO CON PALABRAS QUE TIENEN SOMBRA PERO NO DAN SOMBRA…
Escribo con palabras que tienen sombra pero no dan sombra
apenas empiezo esta página la va quemando el insomnio
no las palabras sino lo que consuman es lo que va ocupando la realidad
el lugar sin lugar
la agonía el juego la ilusión de estar en el mundo
la ilusión no es lo que hace la realidad sino la ráfaga encendida
simulacros donde ocurren las ceremonias
intercambios del fulgor del vacío del deseo
ya no hay sitio para la escritura porque ella es el sitio mismo
de lo que se borra
no descubrimos el mundo lo describimos en su terca elusión
ya no volveré al mar pero el mar vive en esa ausencia
que es el mar cuando la palabra lo dice
y se derrama sobre la página como una mano
ya no estaré en el bosque sino en la hoja que escribo
y entreveo su ramaje pasa el viento
ya no habrá más verano sino sol que devora a la memoria
y viene la gran noche de la arena que cubre los ojos
y sólo podemos leer lo que no estaba escrito
La vastedad, 1988.
Sólo la muerte tiene sentido
todo recobra su justa rotación como el pensamiento
cuando morimos
el cuerpo merece entonces ese esplendor y también
esa lenta respiración del mundo
en el verano
por primera vez vemos la vastedad
por primera vez el alba nos despierta con la arenisca
de la infancia
el vacío hace ahora el espacio de la casa y le devuelve
la profundidad de lo frágil
un muchacho recorre con sus manos las pulidas espirales
de la mecedora al mediodía
se mece en el sopor que nos hace más lúcidos
los helechos la humedad humeante del patio
y allá lejos el cotoperís espaciosamente mudo
la parra tramando la soleada caligrafía
de la soledad
qué no nos pertenece ya que pueda desposeernos de lo
que nos posee
somos la fijeza el último brillo donde empieza
la larga intemperie
ese lenguaje que todos hablamos
sin reconocerlo
morir no es un vértigo un abismo una incandescencia
sino el reconciliado orgullo
caen las máscaras y ya no hay rostro o el rostro
es la máscara que no cae
el mil veces expuesto signo que nadie
descifra
ni este mundo ni el otro ni éste ni el otro
espejo
ni memoria ni olvido
morir es la sola solitaria fresca posesión de la piel
que fuimos desollando
la memoria que el olvido recuerda
a Efraín, a Gonzalo
Atado como siempre a tu simetría de oscuro río
que fluye entre mis manos.
Ya no hay girasoles en tu pecho,
sino lágrimas y otras caídas hojas
del árbol de la noche. Y más espesa,
más silenciosa, aferrada a esos pequeños
amuletos que ha destruido el tiempo,
y a las palabras: ¡oh redes vacías!
Una ráfaga de tu olor me precipita, sin embargo:
después de un viento grave me atempera.
Herido más tarde como un tigre
por el celo de la tierra,
me sacudo las mojadas hojas que me dejas.
Tu cabellera y grandes arañas en mis ojos
pervierten luego mi reposo. Y nuevamente
soy el movimiento de los días,
el movimiento de los árboles,
el movimiento de las hojas del otoño
recién extinguido.
[Mientras suceden los días]
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