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jueves, 13 de octubre de 2011

5113.- DIANA MORENO


Diana Moreno. 1987. Madrid, España. Estudia periodismo y es una apasionada del cine negro y el jazz. Ha publicado artículos, fotografía y dibujos en varios medios digitales, y ha colaborado con revistas como Rebelión.org, Generación Espontánea o la Huella Digital. Posee un blog de contenido propio donde publica artículos, cuentos, poemas, fotografía e ilustraciones: http://cronicasdelotroladodelespejo.blogspot.com/




Tiempo

En el tiempo de ser niña yo fui más vieja que nunca
Me acuerdo a la perfección
Escribía poemas sobre la muerte
Y soñaba con que no existía el hambre
Y sentía culpa por no poder morir de hambre
Y perseguía (nunca supe qué) (no importaba).

Ahora
Ya he dejado de perseguir
(Mejor para las suelas)
Y de sentir y soñar
(Mejor para la lluvia)
Y de ser
(Mejor para el espejo).











Cómo escribir un poema de amor
–instrucciones básicas-

Para llevar a cabo tal locura, es preciso
abrir todas las ventanas,
dejar que entren ángeles o demonios.

El paso segundo,
de lejos, mi preferido,
es entregarse a ellos
en sus desenfrenos orgiásticos.

Para el título
no es necesaria una genialidad:
basta con un buen puñado
de huellas,
sorteadas, derramadas y tejidas
formando cualquier onomatopeya.

Hace falta, además, saña,
y una breve dosis de delirio;
abstenerse todos aquellos
que le teman a la sangre.

Seguidamente
hay que arrojarse a un local íntimo,
y de sobrevivir,
hay que entrar en una cama,
y de salir ileso,
caer debajo de un manto estrellado,
y si aún se sale vivo
ya nunca se vuelve a temer a los ogros.

Después del periplo, la poca vida
que queda ya en el pecho, se toma
y se rebana en largos hilos formando
una red de araña.

Y sin piedad
–la no piedad es importante-
se coloca en tu alféizar,
justo frente a tu pecho,
para que se enganchen tus sueños errantes
y agonicen las mariposas.







La maldición

Si hablo de libertad,
los caminos se decoloran
y, por no sé que molesta magia,
los mapas se vuelven arena
al desdoblarlos.

Si hablo de calles
estallan en trizas los azulejos
a ritmo de sílaba.

Si hablo de junglas
origino deforestaciones
mientras los verdaderos hombres de los laberintos
me acusan
de conocer sólo el desierto.

Si hablo de tu cuerpo, de tu sexo maravilloso,
ahí ocurren cosas trágicas:
los espejos dan la espalda, los condones se caducan,
las sábanas se vuelven una tundra de acceso no recomendable,
y los dedos
enferman
como animales en jaulas,
y toda la piel rechaza el tacto ajeno
con reacciones alérgicas.

Si hablo de amor…
bueno,
¡nunca lo he intentado!

Por descarte, por desahogo, me quedan
las cosas irreparables.
Los fuegos que ya no queman,
los cuchillos que ya no cortan,
las soledades que ya
no enderezan los espejos.

Y me basta.







Oda al capitalismo

Un buen día, alguien nos regaló un pedazo de tierra para habitarla y recorrerla. Más tarde, ellos la llenaron de aduanas.
En un principio, teníamos un árbol que daba alimento para repartir. Después ellos le pusieron cercos, alambres, carteles de prohibición, marca, logo, apellidos de los dueños y una relación de precios de todos sus productos.
En el principio de los tiempos, aquellos que lo deseábamos cambiábamos de hogar con libertad, como multitudes nómadas, aprendiendo de otras gentes y otros lugares. Pero a ellos les molestó nuestro excesivo movimiento sin control. Inventaron la xenofobia.
Primero, existía un gran tablón donde cada uno escribía su opinión y sus pensamientos para que todos los conocieran. Después ellos se lo adueñaron, cobraron por palabra, injertaron publicidad, censuraron ideas inapropiadas y quemaron todo tablón autónomo.
Antes, uno nacía, y eso era todo. Ahora, cada palmo de suelo tiene uno u otro nombre, y dependiendo de su puntería el neonato obtiene una nación, un gentilicio, e información completa sobre a quién debe obedecer -y, por el mismo precio, a quién debe odiar-.
Al inicio, cada persona era el mayor exponente de una cultura distinta. Más tarde, ellos unificaron las tradiciones para evitar una excesiva memorización de peculiaridades.
Antes, si el líder se corrompía, bastaba con matarlo o expulsarlo. Ahora el líder no es humano: está repartido en las moles inamovibles de grandes multinacionales, corporaciones, empresas informativas, gobiernos... donde sólo asoman cabezas de turco. Al ser arrancada una, surgen veinte en su lugar.
Al principio, todos éramos inconformes. Pero llegaron ellos, y encendieron una televisión ante nuestras narices.









Nombra

Hombre:
Nombra el cielo.
Nombra la tierra, el viento.
Nombra las criaturas que existen,
y las que no existen (para poder creerlas).
Ponle nombre a todas las cosas, con rabia bautista.
Nombra lo que no ves. El malestar y el bienestar,
el sentimiento de vacío,
el picor de nariz.
Y nombra el tiempo
para poder mirar a los ojos del verdugo.
Y nombra tus manos,
ésas que nunca podrán tener
sino tan sólo señalar
todas esas cosas que nombras.






Amor en singular para hombres en plural (I)

uso un hombre
como desnudez
y podría morirme de fuego.


un abrazo tuyo convierte mi ombligo en luna.
mi sudor, en el pantano último en la tierra.


paso las páginas de sus labios
una a una,
sin final.
nunca llega el desenlace.


cuando la magia es la muerte
tu cuerpo se llena
de trucos fallidos.









Amor en singular para hombres en plural (II)

recuerdo
tus ojos que tienen verbos,
tus uñas que tienen sangre.


sin tu sed, mis pezones
son sólo pedruscos.


besaría la tela
que te cubría.
la besaría por rendirse.








Pedazos

Soy venusina y bella, como un desnudo de Modigliani.
Me muevo por surcos parpadeantes siguiendo los senderos dorados de Klimt. Igual que sus musas, hechas de arcilla, de savia.
Estoy hecha de angulosos trozos de violencias, como salida de la bilis de Schiele. O bien, difusa, perpleja, nubosa como sueños visionarios de Turner.
Hago el amor como Sorolla. Vuelo como Van Gogh. Bailo igual que baila una línea curvada por mano de Lautrec. Igual que un torso de Renoir, muero en medio de un centenar de diminutas gotas de luz, y mi muerte es esa misma eternidad.
Soy grande como un Botero. Llena de dramas huesudos, como las manos de Guayasamín.
Soy bella, soy el pecado que viola al ojo. Me retuerzo sin final dentro de los concurridos edenes-infiernos del Bosco.




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