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martes, 20 de septiembre de 2011

4971.- WALDO LEYVA


Waldo Leyva nació en Cuba en 1943. Poeta, ensayista, narrador y periodista. Tiene más de 15 libros publicados y tres discos compactos con sus poemas. Ha sido traducido al inglés, alemán, francés, ruso, portugués, italiano, rumano, húngaro, polaco, búlgaro, árabe y otras lenguas.Ha recibido diversos premios, los más recientes son el Casa de América de Madrid 2010 y el “Nicolás Guillén” de Cuba 2010. En cierta ocasiónha explicado que su poesía es vitalista, “una poesía que se alimenta de la vida y la observación, de aprender esa vida en todos los sentidos". Un elemento destacable de su estilo es la certeza que utiliza cuando reivindica el valor de la memoria como parte fundamental de la experiencia personal. En torno a que su poesía abarca distintos géneros y temas, explicó que para él, el tiempo y la memoria son los ingredientes esenciales del ser humano, además de la historia. “Cualquier ser humano, no sólo un poeta, siempre quiere hacer memoria de su paso por la vida”, dijo
Obras
De la ciudad y los héroes (1974)
Desde el Este de Angola (1976)
Con mucha piel de gente (1983)
El polvo de los caminos (1984)
El rasguño de la piedra (1995)
Breve antología del tiempo (2008)
Asonancia del tiempo (2009)
El rumbo de los días (2010)



Como un roce inocente entre los dedos

Sucede que empiezas a pelar una naranja humilde, desechable, y salta desde el fondo de la infancia una palabra: bergamota, y con ella un aroma que no viene del aire, un amarillo tenue y un dorado que tus uñas deshacen mientras parten el fruto. Te baña las manos el jugo que recoge la lengua de una niña que dejó de existir y que regresa, sin rostro, envuelta en la palabra bergamota, como un roce inocente entre los dedos. Un roce que vuelve a abrir los poros de tu cuerpo y te hace ventear, como aquel día, la tibieza de un aire que invitaba a correr, a desnudarse, a morir hecho un temblor sobre la hierba. Sucede que empiezas con las uñas a pelar la bergamota, sin sospechar siquiera que será una humilde y desechable naranja del futuro.



Cuando nos encontramos

Hoy hicimos el amor como fantasmas: yo era un hombre de los años ochenta del siglo XIX y tú una muchacha del novecientos dos. Yo nací en Bogotá. Mi nombre lo inventó Darío una noche de invierno, cuando puso sobre el vientre de mi madre su mano extraviada por el vino y recitó, en una extraña lengua, los salmos del futuro. Tu nombre fue un secreto entre tu padre y un viejo trovador de la Alpujarra. Cuando nos encontramos, yo era un mutilado de la primera guerra de un siglo que no existe y traía, para fundar tu cuerpo, todo el salitre del Mar Negro y una inmarchitable margarita del Cáucaso prendida a la solapa. Tú venías de ciertos libros imposibles; el vaporoso traje hecho con el tinte violeta de las tardes de octubre, y en la frente, una leve mancha dejada por el viento de otra edad. Yo había muerto en l923, en un cerro de Tlalpan, a la misma hora en que tu madre te cerraba los ojos en una humilde casa del destierro, camino de Trevélez.

Pasaron los trenes de la madrugada mientras éramos solo boca, tacto indetenible, insaciable humedad. Desde el último puerto de mi país zarpó hacia la memoria un barco donde nunca estuve, porque esa noche navegaba las rutas de tu cuerpo, sin sospechar que volveríamos a encontrarnos esta tarde de mayo de 1997 en la que hicimos el amor como fantasmas.





EL INOCENTE OJO DEL ANTÍLOPE

Un tigre salta de la piedra.
Vuela un ave que ignora la angustia del vacío.
Ciego es el pez, su pupila es el agua
y muere herido por el aire.

La lombriz puede ser reina de la altura
y deshacerse el árbol
en el vientre insaciable del insecto.

A la cruz del comienzo clavado sigue el hombre.
Sangra. Puede ver aún el rostro de los otros.

Ni dios, ni ventanas azules,
ni el inocente ojo del antílope.







VENGO A DEJAR MI INOCENCIA

Sólo llevaré para el camino de regreso
los ojos del asombro.
No quiero saber por dónde vine
ni la ruta que me espera.
Quiero ignorar los límites.
Todo tiene que ser desconocido
no para después nombrar las cosas
sino para escapar de la memoria.
Nominar es matar.
El árbol desconocido
será siempre un misterio.
Cuandose dice roble
se está diciendo silla, mesa,
recipiente de vino.
Existo porque no sé quien soy
es imposible encontrarme
tras las letras de un nombre
no pertenezco a una casa
ni a una ciudad, ni a un país
ni siquiera al mundo.
Este es mi último viaje como dador
como portador de algo
como reclamante.
Intento dejar aquí mi inocencia
para recorrer los caminos
sin esa luz,
entre verde y dorada, de la infancia.
Saldré de esta noche
y el sol de mañana no podrá dibujarme.
No seré ni alto ni pequeño,
ni moreno ni blanco.
Nadie podrá decir si mis pasos me llevan
o si son los sitios, los límites los que se mueven.
No me importará llamar la lluvia
ni hurgaré en el corazón de los cactus.
Si alguien quiere preguntar
el momento es ahora.
Cuando vuelva la espalda
no habrá huellas, ni canto, ni humedad.








MONÓLOGO FINAL

La oscuridad tiene tu olor,
mi olor,
y ese otro perfume
que nace de la piel
cuando se juntan nuestros cuerpos.
Cierra los ojos.
Toca mi cara.
Tus dedos borrarán la sombra,
no importa que sea de noche,
no importa que desconozcas
el rostro que tendré al amanecer.
Cada segundo puede ser toda la vida.
Mañana mi piel estará seca,
o deshecha en el aire
o será un verde germinal
o un rojo efímero,
pero ahora las yemas de tus dedos
tienen toda la luz.
Perdono al porvenir.
Las trampas que he tendido
tienen la misma inocencia
del juego de la alquimia.
Para el hombre no existe otro destino
que el manantial inédito.
Toca mi rostro,
sálvalo en la memoria de tus manos.








EL ORIGEN DE LA SABIDURÍA

Aquí llegamos, aquí no veníamos
José Lezama Lima

He vuelto desde un sitio en el que nunca estuve. Traigo la memoria de los hombres que me acompañaron. El Amedrentado, el Miedoso, me propuso como líder de la caravana. Todos se empeñaron en seguir mi huella por la arena, pero yo no era nadie, desconocía el mapa de las rutas. Me dieron la palabra y hablé. Como no tenía destino mi discurso era proliferante y difuso. Los que me eligieron alababan mis palabras como el origen de la sabiduría. Pasé cerca de los mejores oasis: solo yo fui incapaz de descubrirlos. Los que me seguían aplaudieron mi torpeza. Sin saberlo, llegué al borde del desierto, al origen de las Tierras Verdes. El Cobarde, el que se escondía a mis espaldas, supo que él, y no yo ni algún otro, había nacido para rey, y se hizo construir un palacio donde se reúnen, y hacen fiestas, y se ríen de mis antiguos discursos. Ahora intento salvar el jardín del avance incontenible del desierto, no para conservar las Tierras Verdes sino para que no vuelvan a elegirme; para no guiar las nuevas caravanas.







EL OTRO Y EL QUE HABLA

Sé que dentro de mí hay otro ser,
alguien que exige heridas, desgarrones,
que tiene la impaciencia del cuchillo,
la obstinación del plomo, la sed de la metralla.
Desconozco ese ser que prefiere la noche, los rincones.
Desde niño me asalta. Cuando toco un metal
me empuja hacia la sangre.
He buscado en los días de mi infancia
alguna relación con el cuchillo, con la muerte violenta;
he practicado el odio hasta la angustia
pero soy incapaz, nací de otra madera.
Esa pugna entre el otro y el que habla
¿hasta cuándo será? ¿Podré negar mi mano eternamente?
¿Permaneceré ciego a su llamado?
¿Acaso soy yo mismo, un nonato que vive y envejece?
Dentro de mí habita un ser remoto, oscuro,
que se muestra impasible mientras alguien me ataca
y exige, sin embargo, que agreda a los que quiero.








UTOPÍA

Qué color puede tener mañana el día.
Estamos en verano,
si te detienes a pensar,
si juntas todas las horas de tu vida,
tal vez logres imaginar los olores del amanecer,
el canto de algún pájaro perdido,
los ojos del que va a tocar tu puerta.
Ningún día es igual y tú lo sabes,
pero quieres que mañana
y todos los mañanas de mañana
se parezcan a un día de hace tiempo,
quizá no todo el día, ni siquiera una hora,
sólo el minuto aquel, el segundo preciso,
en que pudiste ver, como en un sueño,
el azul intocable de esa Isla.







ASONANCIA DEL TIEMPO

Y solo contra el mundo levantó en una estaca
Su propio corazón, el único que tuvo
Juan Gelman
Si ya no estoy cuando resulte todo,
cuando el tiempo en que vivo ya no exista,
cuando otros se pregunten si la vida
es el triunfo del hombre, o es tan solo

un perenne comienzo, un grito sordo,
el rasguño en la piedra, la porfía
inútil del abismo, pues la cima
puede llamarse altura porque hay fondo.

Cuando todo resulte, sólo quiero
que alguien recuerde que al fuego puse
mi corazón,el único que tuve,

que yo también fui “hombre de mi tiempo”,
que dudé, que confié, que tuve miedo
y defendí mi sueño cuanto pude.







DEFINITIVAMENTE JUEVES

Quiero que el veintiuno de agosto
del año dos mil diez,
a las seis de la tarde como es hoy,
pases desnuda atravesando el cuarto
y preguntes por mí.
Si estoy, pregunta, y si no existo,
o si me he extraviado en algún lugar de la casa,
de la ciudad, del mundo,
pregunta igual, alguien responderá.
El primero de enero del año dos mil uno será lunes
pero el veintiuno de agosto de la fecha indicada
tiene que ser definitivamente jueves
y el calor, como hoy, agotará las ganas de vivir.
Las calles serán las mismas para entonces,
los flamboyanes de efe y trece seguirán floreciendo,
muchos amigos no estarán
y el tiempo habrá pasado por la historia de la casa,
de la ciudad, de mi país, del mundo.
Quiero que el veintiuno de agosto, al despertar,
prepares la piel
el corazón
las ganas de vivir.









COMO UN ROCE INOCENTE ENTRE LOS DEDOS

Sucede que empiezas a pelar una naranja humilde, desechable, y salta desde el fondo de la infancia una palabra: bergamota, y con ella un aroma que no viene del aire, un amarillo tenue y un dorado que tus uñas deshacen mientras parten el fruto. Te baña las manos el jugo que recoge la lengua de una niña que dejó de existir y que regresa, sin rostro, envuelta en la palabra bergamota, como un roce inocente entre los dedos. Un roce que vuelve a abrir los poros de tu cuerpo y te hace ventear, como aquel día, la tibieza de un aire que invitaba a correr, a desnudarse, a morir hecho un temblor sobre la hierba. Sucede que empiezas con las uñas a pelar la bergamota, sin sospechar siquiera que será una humilde y desechable naranja del futuro.

3/12/93








ODISEO

No puedo asegurar si estoy partiendo
o si he llegado al fin donde quería.
El olor de la tierra es familiar,
no me resulta extraño el árbol,
ni la garganta migratoria de los pájaros.
Los espejos de agua
me devuelven un rostro indescifrable.

¿Alguien me vio partir?

¿Alguien me espera?

En la memoria del porvenir
yo seré el que regresa,
y en la piel, junto al salitre
y ciertas mordeduras incurables,
tendré tatuado el ruido de la sombra
y el silencio que dejan las batallas.

¿Soy el único sobreviviente del naufragio?


http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/es/
Revista/ultimas_ediciones/88_89/leyva.html




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