Esteban Ureña (San José, 1971). Poeta, profesor y editor. Realizó estudios de Filología Española y Literatura Latinoamericana en la Universidad de Costa Rica (UCR). Fue miembro del Taller de Literatura Activa Eunice Odio y del colectivo Octubre-Alfil 4. Actualmente trabaja como editor de libros de texto. Publicó el poemario Bestiario de amor (San José: ECR, 2004), y tiene otro inédito: “Minutos después del accidente”.
Mi amor por vos es copia…
a E. S.
Mi amor por vos es copia
de un amor más grande,
reflejo de un amor más grande,
vislumbre de algo que no se llama Dios
ni eternidad ni locura,
algo más inmediato
e invisible.
Pero mi cuerpo, turbio a estas razones,
se niega a caer en el placer
que la repetición le abre.
Afuera pasan los payasos
con sus chilillos de pólvora
y por mi ventana asoma su ojo
la giganta
buscando al insignificante diablo.
Hoy, mi amor por vos he regalado
a mi rostro su verdadera máscara
y la giganta huye con un remolino
en brazos; ya no su hijo
sino al río lleva en ellos.
Llevo tu nombre, el otro,
oculto en la mano;
dulzaina en llamas
envuelta por mi cuerpo
cayendo en la hondonada.
Pp. 19-20
I
Terco malevaje,
cesura siempre,
ironía rota contra las palabras.
La imagen
nunca más
sino la sombra que envuelve
un retrato de mi padre
donde cierra los labios
su húmedo marfil
contra mi frente.
No saliva
sino sílaba,
cruel multitud.
Hacerte hablar
como un autómata.
Echarte agua en el piquito,
recoger tu excremento,
aplaudirlo con gesto
volteriano.
Cenar con apetito
mientras madre
te come vivo.
El lunar
que alguna vez fue tu sexo,
tu carta atroz,
el día en que Tito
te llevaba a enterrar
sonriendo
con resignación.
Ya no te defendés
contra la lluvia
lavándote
la carne.
Sos chiquito,
mirás cómo cae la tarde
y preferís encerrarte en el ropero.
II
De dónde esta alegría
al oír mi condena a muerte.
Tal vez de tu rostro,
padre amado,
de su sombra.
Crezco con esta muerte
que me viene a sorprender
cuando creía todo perdido.
Golpe del azar,
afán terrorista de la civilización,
¿qué más da?
Me muero
y no podés evitarlo,
bajás la cabeza.
De “La raíz de la mandrágora”, pp. 113-115
Mauro D´Annunzio, Esteban Ureña y Agustín Castillo
EN LA ALDEA
Si estuviera en una aldea neolítica y hablara de la superstición y de la ciencia, nadie entendería. Como si entonces alguien hubiera hablado en términos modernos: lo habrían ignorado, lapidado, olvidado. Pero si estuviera en una aldea neolítica, no podría saberlo, no podría imaginarme miles de años después sentada frente a una computadora, bebiendo mis tazas de positivismo y democracia de mercado. La conclusión es obvia: estoy en una aldea neolítica, pero no puedo saberlo, estoy condenada al olvido, y por la ventana de mi vocho 69 miro pasar, por la autopista helada de Bering, las manadas de bisontes que me sobrevivirán.
SELECCIÓN ARTIFICIAL
Que entre tres mil millones de mujeres
te elegí a vos… pues seamos francos
a lo sumo
entre vos y quedarme solo
nadando en mi cama como un cuatro colas
o uno de esos tontos betas
que se incendian con su imagen.
Y aunque el asunto fuera entre la soledad y vos
pensalo: no es poca cosa.
¿A quién más podría mostrarle
estos que son como animales, pero grandes,
estos árboles? ¿Con quién discutiría por horas
sobre la calidad del naranja
cuando atardece en Moyogalpa
o Malpaís?
Vamos: muchos se quedan
con la soledad, incluso
si escogieron (o creyeron escoger)
una mujer y hasta dos.
Dale un poco más de vuelta: en realidad
nadie elige a una mujer entre varias.
Nadie.
Pensalo bien.
No es poca cosa.
PLAZA DE LA CULTURA
Nada, un niño se retrataba en las palomas,
en su correteo suicida por sujetar
el muelle plumón verdoso, su garganta
que escapaba cada vez con un batir de alas irregular y rítmico.
En la plaza vemos rostros, bigotes, piernas del verano
como si reconociéramos un evento más allá
de la nariz del tío Ovidio
agarrada de una cabeza extraña,
de un cuerpo que huye con los cachetitos
de la prima Virginia.
¿Alguno se busca en la fachada del Teatro,
en los ángeles que pagaron por sus alas
un reposo de mármol, donde muere el hollín
y cagan las palomas?
Cada niño parece saber que el juego es su espejo
pues pronto vienen más, lo siguen, tratan de ayudarlo
mientras yo empuño un carboncillo ardiente
y voy dibujando, sin que nadie lo perciba,
mi rostro antiguo sobre el cuerpo infantil,
la expresión de otro niño que arrulla un cadáver de plumas.
(NOTA: El texto “Plaza de la Cultura” se publicó en el libro de poesía: Ureña, Esteban. Bestiario de amor, San José : Editorial Costa Rica, 2004.)
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