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domingo, 11 de diciembre de 2011

5515.- GIL COLUNJE


Gil Colunje, (1831 - 1899)
Nació en Panamá el 1 de septiembre de 1831, hijo de Manuel Colunje, natural de Popayán y de María Isidra Menéndez, natural de la Chorrera. Hombre de origen humilde, tuvo dos hermanos: Juan José, que fue valiente militar y que murió combatiendo en Chiriquí con el grado de Capitán; y María Teresa, que se caso con un caballero español, don Juan Escarrá.

Realizó sus estudios primarios en una escuela privada que funcionaba en el barrio de San Felipe y los estudios secundarios en el Colegio Provincial, fundado por el Padre Juan José Cabarcas en 1834, donde hizo estudios preparatorios de literatura, filosofía y ciencias políticas. En 1849 se dirige a Bogotá, una vez allí, en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, comenzó estudios de jurisprudencia bajo la hábil dirección del Dr. José Arosemena.

En 1849 se funda en Panamá una asociación bajo el nombre de “Los Deseosos de Instrucción”, compuesta en su mayoría por jóvenes amantes de las letras, que revolucionaron la sociedad en que vivían y dieron gran empuje al cultivo de la literatura patria. Entre esos jóvenes estaba Gil Colunje, los cuales fundaron un periódico modesto que llevaba el mismo nombre de la sociedad. En este periódico, Colunje publicó su primera obra de literatura, la novela "La Virtud Triunfante", editada en forma de folletín la cual mereció el aplauso de los intelectuales de la época. Considerada como la primera novela romántica del país.

Fue colaborador de varios periódicos de la época tanto en Panamá como en Bogotá. Colaboró con El Fénix, La Estrella de Panamá, El Panameño; en Bogotá escribió en El Pasatiempo; a Lorenzo María Lleras le ayudó en El Neogranadino. Con Pablo Arosemena y Manuel Moreno redactaron El Pensamiento; con Arosemena publicó más tarde El Centinela. Con Teodoro Valenzuela y Santiago Pérez lanzaron a la circulación La Tribuna Federal. Cuando Pérez fundó La Defensa, contra la Regeneración, uno de los primeros colaboradores en singularizarse fue Gil Colunje. También colaboro en La Crónica Mercantil y El Tiempo.

Lo que más apasionó a Colunje desde muy joven, fue la política. A ella dedico las mejores energías de su existencia. Afiliado desde mozo a las huestes liberales, su actuación en adelante fue de lo más sobresaliente tanto en el Istmo como en el resto de la República de Colombia.

Aun era estudiante Colunje cuando estalló la revolución del 17 de abril de 1854. Como era de esperarse, el Colegio del Rosario tuvo que ser clausurado hasta 1855; y cerradas las puertas, no quedaba a la juventud que allí estudiaba otro camino que unirse a la revolución que asolaba al país. Colunje fue compañero de campamento del poeta Rafael Pombo y luchó bajo las órdenes de los generales Pedro Alcántara Herrán, José Hilario López y Joaquín París. En “Tres Esquinas de Fucha” ocurrió el combate de mayor importancia en que Colunje tomó participación. Asistió al memorable congreso de Ibagué cuando solo contaba con 23 años de edad. Terminada la revolución y vuelto el país a la normalidad constitucional, Colunje regresó a Bogotá a tomar parte en el Congreso, en calidad de representante por el istmo de Panamá, en 1855.

A lo largo de una vida ejemplar será, en el escenario local (Panamá):

Diputado a la primera Asamblea del Estado Federal (1856).
Munícipe por el distrito de Panamá y personero municipal (1857).
procurador general del departamento de Panamá (1857).
Representante al Congreso (1858, 1859).
Secretario de Estado del Departamento de Panamá (1860).
Administrador de hacienda del departamento de Panamá (Diciembre de 1861 a Febrero de 1862).
Presidente del Estado Federal (1865-1866).
Senador por el Estado de Panamá (1878-1879).
Y en el plano nacional (Colombia):

Magistrado de la Corte Suprema de Justicia (1868-1872).
Secretario de lo Interior y relaciones Exteriores bajo la Administración del Dr. Murillo Toro, en esos días, se consideró celebre su circular en torno a la libertad de Cuba.
Director General de Instrucción Pública (1874-1875).
Rector del Colegio Mayor del Rosario (1875-1880). Rector número 99 en el periodo 1 enero 1875 al 30 enero 1880. Último Rector según las antiguas Constituciones.
Segundo designado a la Presidencia (1879).
Gerente del Banco de Bogotá (1883).
Agente Fiscal en Misión Especial en Europa (1884), entre otros cargos.
El 28 de septiembre de 1873, contrae matrimonio con la señorita Rosa Adriana Vallarino, hija de Don José Vallarino, uno de los firmantes del acta de independencia de Panamá de España y fue su madre doña María Miró. De esta unión nacieron los siguientes hijos: Rosa María (1874), Gil Carlos (1876), Elisa (1881), Ludovina (1883), Guillermo (1885) e Isabel (1896).

Fue el redactor del Manifiesto de la minoría de la Cámara de Representantes sobra el Convenio Herrán-Cass. 1858. Preparó el Código Civil que adoptó el Estado de Panamá en 1860.

Puede decirse que sus últimos nexos con la política se manifestaron en enero de 1891, en que concurrió, con la representación del departamento de Panamá, al directorio general del partido liberal que se reunió ese año en Bogotá. Era un liberal de convicción. El Dr. Gil Colunje, en la historia del istmo, representa la recia columna liberal. En el liberalismo se amantó, el liberalismo fue su escuela de la adolescencia, el liberalismo lo encumbró y luchando por ese invicto partido descendió a la tumba. Las generaciones del presente y aun las del porvenir, tendrán mucho que aprender de esa vida que sólo supo combatir tiranos y luchar con denuedo por el imperio inmarcesible de la constitucionalidad.

Falleció el 6 de enero de 1899, en la localidad de Tabio, aldea de delicioso clima en las cercanías de Bogotá, donde el Dr. Coluje poseía una pequeña finca. Sus restos fueron repatriados el primero de julio de 1917 y depositadas las cenizas del ilustre panameño en el cementerio Amador, donde permanecen hasta nuestros días.


Así se refería la Estrella de Panamá a la candidatura de Colunje para Gobernador del Estado: “La candidatura del señor Colunje para gobernador parece acertadísima. El señor Colunje, aunque muy joven todavía, no es un hombre nuevo en la política. Su nombre es bien conocido no sólo en el Estado sino en toda la República. Su reputación de hombre honrado y de talento está basada sobre cimientos muy sólidos. Numerosos y de gran trascendencia son los servicios que él ha prestado a este su país natal. Su nombre se encuentra ligado con casi todos los acontecimientos notables relacionados con el Istmo de Panamá, que han tenido lugar en el Estado y en el resto de la República. No acometeremos la tarea de enumerar los servicios que al señor Colunje debe el Estado de Panamá; nos limitaremos a recordar dos de los de mayor importancia: el señor Colunje fue el autor de las reformas hechas al convenio “Herrán-Cass” por el Congreso de la Confederación Granadina de 1858, reformas que salvaron la soberanía del Istmo, que con criminal empeño quiso sacrificar la administración del General Ospina; a la laboriosidad del señor Colunje debe el estado de Panamá el código civil que comenzará a regir desde el próximo mes de marzo. En fin, en el señor Colunje, cuya elección parece indefectible, tendrá el Estado un magistrado de talento, honrado y laborioso.”

La Estrella de Panamá, 18 de febrero de 1862.

Obras de Gil Colunje

Título Año
La Virtud Triunfante. Primer ensayo de novela de un panameño, ofrecida por entregas en el órgano de la sociedad "Los Deseos de Instrucción", y reproducida como folletín de "El Cronista", 1901. 1849
Memoria del Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores de los Estados Unidos de Colombia para el Congreso de 1873. Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas.(58 págs.) 1873
Memoria del mismo para el Congreso de 74. Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas.(88 págs.) 1874
Una Misión Fiscal. (Gil Colunje). Bogotá. Tipografía de Medardo Rivas. XV y 126 págs. 1884
El Plenipotenciario del Estado de Panamá cerca del Gobierno de los Estados Unidos de Colombia. (Reimpresión). Bogotá. Imprenta de Colunje y Vallarino. 74 págs. (La primera edición se hizo en Panamá, 1863, por la imprenta del Stard and Herald). 1863






El Canto Del Llanero

Nuestros hijos sabrán nuestras acciones.
Espronceda.

Coro

¡Llaneros, a caballo! ¡Lanza en ristre,
venid al punto a combatir!... ¡Volad!
¡El pecho ardiente en fuego de venganza,
vamos a redimir la Libertad!
¿No véis allí, de polvo entre esa nube,
hirviente muchedumbre que se agita?
Piérdese, de ella en la espantosa grita,
de una mujer la dolorida voz...
Es de una virgen, cual ninguna, hermosa,
acosada de canes en traílla,
que saltan y que hieren su mejilla,
¡hartos de rabia, con crueldad feroz!
¡Llaneros, a caballo!...

Rasgada está la túnica que viste:
desordenado su cabello ondea:
su pie desnudo, de dolor flaquea;
requema el llanto su abatida faz...
Ora logra escapar a las rechiflas,
y sus lánguidos ojos torna al cielo:
no halla paz en la tierra, ni consuelo;
¡a nadie apiada su dolor tenaz!
¡Llaneros, a caballo!...

Miradla, confundida, despreciada,
su intensa pena devorando sola,
cual se ve en el desierto la amapola
que el viento ha quebrantado en su furor...
¡Que! ¿nos os conmueven su afligido rostro,
su dulce voz, sus ayes lastimeros?...
Oídla demandando a los Llaneros
¡que la presten su ayuda y su favor!
¡Llaneros, a caballo!...

¡Vedla! Ya seco el manantial del llanto,
y en su dolor más bella todavía,
que no ha logrado la infernal jauría
¡apagar en su frente el arrebol!...
¡Esa es la Libertad! La que bajara
al suelo de los Andes entre nubes,
al celeste cantar de los querubes,
¡en los rayos de luz del almo sol!
¡Llaneros, a caballo!...

¡Oh! ¡Se encienden en ira vuestros ojos!
Viéronlos, y se aprestan, los Leones;
relinchan impacientes los bridones,
¡que oyeron del clarín bélico son!...
¡Montad, volad, llaneros esforzados!
Después del triunfo, la ración ligera:
el adalid de Libertad no espera,
para lidiar por ella, su ración.
¡Llaneros, a caballo!...

¿Qué mucho, si nos mira allí la diosa
y nos tiende sus manos suplicantes?...
Llaneros, conoció Vuestros semblantes;
isus hijos vio, su amparo, su sostén!....
Hincad los acicates! Desbocados,
vuestros corceles arremetan fieros;
que si sacais triunfantes los aceros,
¡la misma diosa os orlará la sien!
¡Llaneros, a caballo!...

¡Id! que así arrancaréis nuestros derechos,
a rudos botes, del tirano impío;
y rota su corona a nuestro brío,
¡entre el cieno y su sangre rodará!
Altivos la hallarán nuestros caballos,
con abierta nariz, boca espumante:
La Libertad de América, triunfante,
¡en nuestros fuertes hombros se alzará!
¡Llaneros, a caballo!...

Ella será la herencia a nuestros hijos,
que no tendrán ni sátrapas ni reyes:
sólo serán esclavos de las leyes,
inspiradas por Dios y la Razón.
Y en galardón a nuestro esfuerzo raro,
y eterno en ellos nuestro heroico ejemplo,
tendrá la Libertad de amor un templo
¡en cada americano corazón!

¡Llaneros, a caballo! Lanza en ristre,
¡venid al punto a combatir!... ¡Volad!
¡El pecho ardiendo en fuego de venganza,
vamos a redimir la Libertad!

Bogotá, 20 de Julio de 1853.
La Vida y la Obra del Dr. Gil Colunje por,
Juan Antonio Susto Lara y Simón Eliet.










Al Tequendama

Héme ante ti, soberbio Tequendama,
contemplándote altivo frente a frente!
Aquí me trajo el eco de tu fama,
que dilatada de Occidente a Oriente
el orbe recorriendo, te proclama,
con la voz de su trompeta prepotente,
repercutida en los inmensos Andes,
grande – de Dios entre las obras grandes!

Y, -es cierto, Tequendama-eres sublime!
Tú a mi espantada vista eres un mundo;
su majestad mi pensamiento oprime;
y al escuchar terrífico, iracundo,
tu rudo acento, que en la breña gime,
y al contemplar tu seno furibundo,
lleno de admiración, con santo miedo,
inerte, mudo en tu presencia quedo.

Tú eres el ara inmensa, solitaria,
do, lejos del mundano torbellino,
a Dios su corazón y su plegaria
se acerca a levantar el peregrino;
que si una noche de impiedad, nefaria,
ha sembrado de dudas su camino,
tienes raudal de luz, fulgente y pura
que habrá de iluminar su mente oscura!

Sí Tequendama augusto y solitario!
a gozarme en tu rústica belleza
vine hasta aquí con paso temerario,
y ora inclino mi frente a tu grandeza;
pues miro en tí magnífico el santuario
que en el bosque erigió Naturaleza
para que vengan a adorar las gentes
al poderoso Dios de los torrentes!

¿Quién, al verte tan grande, no se humilla?
¿Quién, al oír tu voz, no teme y ora,
y dobla respetuoso la rodilla?
Que el mismo Dios en tu recinto mora:
el dintel de su alcázar es tu orilla,
que el verde bosque en derredor decora;
El en la tempestad su trono asienta,
y esa es su voz, la voz de la tormenta!

¿Hálito del que anima a la Natura
no es, Tequendama regio, tu neblina?
Tú ocultas el aljófar de la altura:
la lumbre de los astros diamantina;
tú robas a la luna su hermosura;
tú oscureces del sol la faz divina__
tú estremeces las bases de los montes;
tú llenas con tu voz los horizontes!

¡Salve, gigante, rey de los torrentes!
Tu vida es un perpetuo cataclismo__
tus bullidoras aguas, imponentes,
arrebatadas siempre hacia el abismo
y surgiendo en vapor, verán las gentes:
serás eterno como el orbe mismo;
que el tiempo, con sus alas voladoras,
no deja en tí la huella de sus horas!

Mas ¿dó me lleva mi delirio insano?
¿Eres más, orgulloso Tequendama,
que un átomo mortal?__La misma mano
del que en tu seno con amor derrama
la vida con su aliento soberano,
apagará de tu vivir la llama
y entre tus ruinas ahogará tu grito;
que El solo es el eterno, el infinito!

¿Oh, hermoso Tequendama!, si un momento
parecióme escuchar de Dios airada
la voz de trueno en tu terrible acento;
si el dosel al mirar de tu cascada,
en ella vi de Dios el regio asiento,
fue ilusión de mi mente entusiasmada. . .
Dios colma con su aliento la Natura;
pero no habita aquí___mora en la altura.

Tú no eres de Dios, belleza indiana,
el refulgente alcázar de diamante:
tu pompa tropical, americana,
el rugir de tu voz, fiera y tronante,
y tu niebla sutil, que en la mañana
se eleva al cielo en espiral gigante,
son la ovación magnífica, esplendente,
que ofrenda al Creador un continente!

Al levantar osado a las alturas
Fantástico el vapor de que las pueblas,
tú del sol las espléndidas llanuras
oscurecer pretendes con tus nieblas;
pero él, al desceñir sus vestiduras;
deshace con su brillo tus tinieblas;
que si audaz tu vapor se eleva inmenso,
es delante del sol un leve incienso.

Mas ah! nó, portentosa maravilla!
Tú eres gigante como el orbe mismo!
Yo otra vez detuviérame a tu orilla,
si oprimiera mi frente el esceptismo,
a contemplar tus nieblas sin mancilla.
a penetrar en tu horroroso abismo,
para mí manantial en luz fecundo,
porque me llevo en tu recuerdo un mundo!

La Vida y la Obra del Dr. Gil Colunje por,
Juan Antonio Susto Lara y Simón Eliet.



28 De Noviembre, por
Gil Colunje

Yo no tengo del vate afortunado
ni el estro, ni la voz, ni la armonía,
para cantar tus glorias, ¡patria mía!
y tu nombre y tus héroes bendecir.
Mas si no sé pulsar el arpa de oro,
ni arde en mi sien el numen soberano,
yo tengo un corazón americano,
que sólo por tu amor sabe latir.

Por esto, al recordar que destrozaste
el yugo a que un tirano unció tu frente,
tu mengua olvido en mí entusiasmo ardiente,
para romper, de gozo, mi laud,
pero, ¡ay! a mi pesar viene a mis labios
un recuerdo que traigo en la memoria,
de esa sangrienta, criminal historia
de tu pasada, negra esclavitud.

Aún me parece que te miro esclava,
aherrojada entre grillos y cadenas,
y que un eco no encuentras a tus penas
sino del hierro en el ingrato son;
que sueñas Libertad! en tus ensueños;
que gritas ¡Libertad! en tu agonía,
y que, al nacer, la luz del claro día
disipa tu esperanza y tu ilusión!...

Oh!, se eclipsaba el horizonte hermoso
que el mundo de Colón miró en su cuna,
y ya sólo, al fulgor de opaca luna,
contemplaba horroroso el porvenir,
cuando de pronto se tomó el gigante,
irguió la frente y proclamó la guerra,
tronó la tempestad, ardió la tierra
y dio principio el fiero combatir...

Larga, tenaz, sangrienta fue la lucha
que sostuvieron con ardor los bravos
que en héroes convirtiéronse, de esclavos,
para legarnos libertad y Honor;
pero un día ayudó su obra de gloria
del mismo Dios la poderosa mano,
y en la frente sañuda del tirano
rompieron sus cadenas con furor!

¡Fué una lucha de dioses! Lucha santa,
do vindicaba un mundo sus derechos,
que ultrajados miró, rotos, deshechos
¡en el nombre de Dios y de la Cruz!...
Mas huyan de mi mente esos recuerdos
al recuerdo glorioso que hoy me inflama,
hora que un sol de libertad derrama
sobre este suelo su brillante luz.

Y tú, Bolívar. ¡Dios de la Victoria!
Tú cuyo aliento devolvió la vida
a esta Patria otro tiempo envilecida;
tú, que de un mundo fuiste Redentor,
¿por qué no vienes a animar tu sombra
y en sus pupilas a encender el fuego,
hoy que este pueblo, de entusiasmo ciego,
alza a la Patria cánticos de amor?...

iAh!, te comprendo, ¡espíritu divino!
Duerme en tí pesaroso un pensamiento;
cuando un ángel te alzaba al firmamento,
viste al borde a Colombia del no ser...
Colombia, la Colombia de tus sueños,
la que llenara al mundo con sus glorias,
ya sólo deja plácidas memorias...
¡mas nunca llegarán a perecer!...

¡No! Que si un tiempo la Discordia impía
A pueblos dividió que eran hermanos,
siempre esos pueblos fueron colombianos
y a través de los siglos lo serán.
¡Y si los vieras hoy! ... ¡Si tú los vieras!...
¡Otra vez por Colombia ya se unieron,
y en su nombre querido se ofrecieron
que juntos han de ser o morirán!

Sí, ¡Padre de Colombia! Ven y mira
las naciones que hiciste con tu espada,
naciones que sacaste de la nada
como sacara Dios su Creación...
¡Ven y míralas hora!... ¡Sonreirías
de orgullo, al contemplar cuál se engrandecen!
Ven y miralas cuán gigantes crecen,
y dales otra vez tu bendición.

Que si no van en busca de laureles,
hora al campo inmortal de la victoria,
otros laureles ciegan, otra gloria,
a la sombra feliz de la alma Paz.
Ya no hay aquí señores ni tiranos
contra quienes erguir la fuerte lanza...
A la horrísona voz de la venganza
siguió un grito de unión y de solaz.

Hoy abren estos pueblos a los pueblos
el que Dios les donó, suelo fecundo,
y el Mundo de Colón y el Viejo Mundo
en breve un sólo pueblo formarán.
Tú acabarás de redención la obra,
lazo del Orbe, templo del Océano!
En tí los hombres, Istmo Americano,
juntos, a Dios adoración darán.


Panamá, 28 de Noviembre de 1852.
El Céfiro, No. 7,
Publicado el 1º de diciembre de 1866.








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