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domingo, 11 de diciembre de 2011

5514.- JOSÉ MARÍA ALEMÁN


José María Alemán (Ciudad de Panamá, 17 de marzo de 1830 - 4 de agosto de 1887). Escritor romántico, político y crítico literario panameño.
Sus poesías oscilan entre lo popular, lo festivo y lo culto. Publicó poemas como Recuerdos de juventud (1872), Crepúsculos de la tarde (1882) y una obra de teatro Amor y suicidio (1876), considerada la segunda obra teatral realizada en Panamá.
Fue colaborador de los periódicos El Céfiro y El Crepúsculo, del cual fue su editor.
OBRAS En el valle de pacora







Del Canal

Está de dicha contento
mi buen amigo Pascual,
porque se acerca el momento
de su unión matrimonial,
cuando comience el canal.

No más miseria y pobreza,
ni godo ni liberal:
por montones la riqueza
recojerá cada cual
cuando concluya el canal

¿Revolución? ¡Ni por pienso!
Ni comedia electoral;
que el horizonte es inmenso,
y sin fin el mineral,
cuando comience el canal.

Y no falta alguna abuela
del buen tiempo patriarcal,
que diga: “¡No más escuela!
Gane el nene un capital
cuando comience el canal”.

Pronto quedará en olvido
el idioma comercial;
que debe ser preferido
el del sonido nasal,
cuando concluya el canal.

Tiene don Jorge una hacienda
sin vacas y sin corral;
y a nadie habrá quien la venda,
por serle cosa fatal,
cuando comience el canal.

Irene a todos desdeña
y no cabe en el sitial;
prepara la red y sueña
con pillar un mariscal
cuando concluya el canal.

En materia de elecciones,
aun siendo presidencial,
no habrá más agitaciones,
ni la ambición personal,
cuando concluya el canal.

Ni quien quiera ser prelado,
canónigo ni fiscal,
coronel ni magistrado,
sargento ni general,
cuando comience el canal;

ni tampoco zapatero,
ni sastre, ni mayoral,
ni cometa, ni platero,
ni aguador, ni menestral,
cuando concluya el canal.

Pues todos piensan, a una,
hacer un gran capital,
con buena dicha y fortuna,
por la industria comercial,
cuando comience el canal.

Mas, caro lector, te digo,
con mi franqueza genial,
que de alguien seré testigo
que busque su bien final
arrojándose al canal...

Del libro: Crepúsculos de la Tarde









En el Valle de Pacora

La profunda tristeza
que en la ciudad, sin tregua, en mi se esconde,
alma naturaleza,
aquí cual humo se disipa, donde
todo a mi ardiente espíritu responde.

De mis prisiones libre,
de batallar y de ficción exento,
feliz dejo que vibre
mi corazón, de paz y amor sediento,
y de espacio y de luz mi pensamiento.

¿Qué importa el alto oficio
que en vez de halago el ánima tortura?
¿Qué importa el artificio
con que seduce siempre la hermosura,
si el deleite se trueca en amargura?

¡Lejos de mi memoria
tanta miseria y pequeñez humana,
la deslumbrante escoria,
y los delirios de la mente insana,
y la flaqueza engrandecida y vana!

¡Ni recordarme quiero
de gentes que sin alma y sin decoro,
con rostro placentero,
humildes se prosternan ante el oro,
y sacrifican todo a su tesoro!

Ni del comercio impuro
de la política de engaño y mengua,
que pone fuerte muro
entre hombres que hablan una misma lengua
y el interés divide y les amengua.

La vanidad, locura
en sociedad por todos consentida,
aquí, noble natura,
donde la dulce sencillez anida,
postrada queda, sin aliento y vida.

Y huyen de la cabaña
la ingratitud y el interés mezquino;
de la envidia la saña,
la ambición de honorífico destino,
y del vicio y maldad el torbellino.

Aquí, libre me siento;
allá, esclavo soy de todo el mundo:
el placer es tormento;
el poder, el engaño de un segundo;
y, ¡una triste ilusión, amor profundo!

¡Cuán dulce es la existencia
que me brindas, Natura, en tu retiro
de la verdad y ciencia!
Gozo de libertad, libre respiro,
y tu grandeza enajenado admiro!

¡Plácenme en la mañana
las flores salpicadas de rocío,
la música temprana
con que el ave saluda el sol de estío,
y el murmurar del argentado río!

¡Plácenme los rumores
del ramaje mecido por la brisa,
del bosque los olores,
del labrador la cándida sonrisa,
y la niebla que lejos se divisa!

¡Pláceme ver el monte
que limita el risueño y verde prado;
el remoto horizonte,
el árbol de mil frutos coronado,
y sobré el blando césped el ganado!

Y a la luz postrimera
del moribundo sol en el ocaso;
escuchar lastimera
canción de aves que vuelan al ocaso,
o van para sus nidos ya, de paso.

Todo es grande en tu seno
y habla, Natura, al pensamiento mío:
mi espíritu está lleno;
cesa mi sufrimiento y cruel hastío,
y a tus encantos con placer sonrío.

¿Qué falta a mi ventura?
Tengo amistad y amor por compañía;
tranquilidad, dulzura,
rica mesa en manjares, y alegría,
y grata sombra, donde paso el día.

Un árbol, una fuente,
la flor que nace al beso de la aurora,
vale más que la gente
sin corazón, y pérfida, y traidora,
a quien la envidia sin cesar devora.

Para mí, sólo anhelo
estos campos, la dicha y paz del alma,
un espléndido cielo,
los rumores y sombra de una palma,
¡y gozar en la vida amor y calma!

¡Adíos, Valle florido,
tranquila soledad! ¡Naturaleza,
no quedas en olvido!
¡Y tu hermosura y rústica belleza
recordaré doquiera con tristeza!

Del libro: Crepúsculos de la Tarde









El Último Crepúsculo

El sol en el ocaso apenas arde...
Vienen las sombras de la noche oscura
tras la luz vacilante de la tarde,
y el viento entre los árboles murmura.

Así también, mi sol oscurecido
se lleva de mi vida el dulce encanto...
¡Entre tinieblas vagaré perdido,
y cesará mi triste y flébil canto!

Del libro: Crepúsculos de la Tarde







Herrera

Dejaste al fin la tumba de los Andes
Que dióte la victoria,
I vuelves con los lauros de los grandes
A honrar tu patria con excelsa gloria.
Sombra ilustre del mártir panameño,
Con llanto te saludo;
I no mi voz despertará tu sueño
Que el Tequendama en su rugir no
(pudo.
Quédate en paz, en medio de dos
Mares, en el centro del mundo,
Do pueda el libre levantarte altares
I verter llanto de dolor profundo!
Ahora ya mi patria te merece,
Cuando ella te relama;
Que el laurel de los grandes nunca
(crece.
Allí do la venganza el pecho inflama.
Como la vieja i corpulenta encina.
Ven a servir de sombra
Al ciudadano que hacia el bien camina,
I con genio i virtud su patria asombra!
I no permitas, no, que en esta tierra,
De todos codiciada,
Estalle cual volcán la cruda guerra,
Entre hermano i hermano provocada.
Tregua al rencor que a América se
(lanza
el fiero despotismo,
I habrá que combatir a fuego i lanza,
I vencer o morir con heroísmo!
I honre mi patria tu inmortal memoria
Con digno monumento;
Que con tu gloria ganará su gloria,
I con tu fama alcanzará su intento.
Así la senda el noble patriotismo
Encontrará en tu ejemplo;
Así cesa el estéril egoísmo,
Cuando ensalzada la virtud contemplo!
I duerme en paz, inmaculado Herrera,
En tu querido suelo;
Que, aunque es tu patria la nación
(entera,
Aquí, donde naciste, está tu cielo!

Panamá, 10 de junio de 1864.
Revista Lotería, Junio 1968, No. 151












Tomás Martín Feuillet

Sólo y triste pasaste por el mundo
Regando con las lágrimas tu lira,
Tu pecho henchido del amor profundo
Que en su ilusión la juventud inspira.

Pasaste como el ave solitaria,
De la tarde a los últimos fulgores,
Una queja elevando en su plegaria
Al bien de su esperanza y sus amores.

Y amarga pena y realidad sombría
Siempre hallaron tus ansias por doquiera;
Nublado estaba el sol de tu alegría
De la vida en la hermosa primavera.

Alzaste entonces la mirada al Cielo
Al ver aquí la pequeñez humana,
Y fue un gemido de hondo desconsuelo
El que brotó de tu alma soberana.

Y tú me diste tus primeros llantos
Y sentí con tu acerbo sentimiento;
Con entusiasmo recogí tus cantos,
Fruto de tu dolor y tu tormento.

Porque de niño siempre fui tu amigo
Y admiré tu elevada inteligencia,
Y como hermano dividí contigo
Las penas que amargaban tu existencia.

Aún hice más: al escuchar tu lira
Enmudecí ante el poeta istmeño,
Y al mundo te mostré, que ya hoy te admira.
En un oriente espléndido y risueño!

Después seguiste tu árido camino
En pos de la amistad y los amores,
Y negro siempre para tí el destino,
Al pasar, marchitábanse las flores!

Y sin nada que al mundo te ligara,
Solo, a tu misma vida siendo extraño
Quisiste que con ella se acabara
El inmenso pesar del desengaño!

Por eso fuiste a combatir valiente,
Haciendo a tu desgracia un sacrificio;
La gloria, en vez de un móvil esplendente,
Fue para tí tan sólo un artificio.

Y, ¡Oh dolor!, el puñal del asesino
Arrebató tu mísera existencia
Cuando era digna de mejor destino,
De Dios teniendo la fecunda esencia.

Mas otra gloria, amigo, has alcanzado
Con tu cantar de inspiración del alma;
La gloria de un poeta infortunado
Que en nuestra patria se llevó la palma.

La gloria de tu genio, que es la gloria
Que en este mundo para siempre dura,
Que brilla de los pueblos en la historia
Y del bardo en la humilde sepultura. . .

Panamá, 1862
Revista Lotería, Enero 1969, No. 158










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