Natalia Levi, conocida como Natalia Ginzburg por el apellido de su primer marido, fue una novelista, ensayista y dramaturga italiana. Nació en Palermo el 14 de julio de 1916 y murió en Roma el 7 de octubre de 1991. Buena parte de su vida trascurrió en la ciudad de Turín, donde se trasladó su familia cuando ella tenía tres años.
Hasta 1945
Natalia Levi nació en Palermo en el seno de una familia acomodada de origen triestino, en 1916. Su padre, Giuseppe Levi, era un profesor universitario de Medicina, enseñaba allí anatomía, y llegó a tener gran reputación. Tanto él como sus hermanos fueron apresados y procesados por sus ideas antifascistas. Su madre era hija de un abogado socialista. La infancia y adolescencia de la escritora transcurrieron en Turín, a donde su padre fue transferido pronto, en 1919. Hija de un librepensador (además, la familia paterna era judía) y de una mujer de educación católica, tuvo una formación laica: ninguno de ellos eran practicantes. La enseñanza media la hizo en el instituto Alfieri.
En 1933 publica su primer cuento, I bambini (Los niños), publicado en la revista Solaria. En 1938 se casa con Leone Ginzburg, un intelectual antifascista de origen ruso y profesor de literatura rusa, que había estado en la cárcel en 1934 y 1936 por sus ideas. El matrimonio Ginzburg se relaciona con los intelectuales antifascistas turineses, especialmente los relacionados con la editorial Einaudi, de la que Leone Ginzburg era cofundador desde 1933. Entre otros, mantendrán gran amistad con Cesare Pavese, y con el escritor Carlo Levi.
En 1940 se traslada con su marido a un pueblo de los Abruzzos donde este último había sido desterrado por las autoridades fascistas. Marchan con sus dos hijos, ente ellos el futuro famoso historiador Carlo Ginzburg, y tendrán otra hija. Allí permanecerá hasta 1943. Con el seudónimo de Alessandra Tornimparte publica 1942 su primera novela, titulada La strada che va in città, que reeditará en 1945 ya con su firma definitiva, Natalia Ginzburg.
Tras iniciarse la deportación sistemática de los judíos, y tras varias vicisitudes, su marido es detenido y torturado hasta la muerte en la cárcel de Regina Coeli de Roma, en 1944. Natalia Ginzburg regresa a Turín, tras estar escondida en varios lugares, entre otros, Florencia. Al término de la II Guerra Mundial comienza a trabajar para mantener a la familia en la editorial Einaudi.
Desde 1945
En 1947 aparece su segunda novela È stato cosí, con el que gana el premio "Tempo"; es una novela desesperada, violenta, llena de tristeza. En su obra restante ésta se combina con una original comicidad.
Se casa en 1950 con el profesor universitario Gabriele Baldini, que será nombrado director del "Istituto Italiano di Cultura" en Londres. En 1952 publica Tutti i nostri ieri; en 1957, el libro de cuentos Valentino (premio Viareggio) y la novela Sagittario; cuatro años más tarde, entrega una novela muy importante, Le voci della sera (1961).
Natalia Levi gana luego el prestigioso premio Strega, en 1963, con Léxico familiar, novela autobiográfica con la que consiguió también un gran éxito de ventas. Ese mismo año hizo su único papel en el cine, en la película de Pier Paolo Pasolini: El Evangelio según San Mateo, en la que interpretó a María de Betania.
En 1969 muere su segundo marido. Ella continúa con su escritura, cada vez más interesada en el microcosmos de las relaciones familiares: Caro Michele (1973), Famiglia (1977), otra novela epistolar La città e la casa (1984), y un libro inclasificable y extenso, La famiglia Manzoni (1983), sobre la esfera doméstica del gran escritor italiano.
Otras facetas en las que destacó fue como autora de comedias teatrales y traductora: entre las primeras, destacan títulos como Ti ho sposato per allegria (1970) o Paese di mare (1972). Sus traducciones más celebradas son las que realizó del francés (obras de Marcel Proust, Gustave Flaubert) y Maupassant.
Murió en Roma la noche de 6 al 7 de octubre de 1991. Su obra apareció en Einaudi, editorial de Turín con la que tuvo lazos amistosos y de asesoramiento a lo largo de su vida. Numerosas polémicas cívicas, recogidas en ensayos, pudo canalizarlas finalmente con su participación en el Parlamento durante los últimos años.
Obras
La strada che va in città, 1942
È stato così, 1947
Tutti i nostri ieri, 1952
Valentino, 1957
Le voci della sera, 1961
Lessico famigliare, 1963
Caro Michele, 1973
Famiglia, 1977, con dos novelas, la de ese título y Borghesia
La famiglia Manzoni, 1983
La città e la casa, 1984
Mai devi domandarmi, 1991, ensayos.
Non posiamo saperlo, saggi 1973-1990, 2001, ensayos.
[editar]Traducciones
El camino que va a la ciudad. Bassarai. 1997. ISBN 978-84-89852-02-0.
La ciudad y la casa. Debate. 2003. ISBN 978-84-8306-548-8.
Familia. Alfaguara. 1982. ISBN 978-84-204-2606-8.
Antón Chéjov. Vida a través de las letras. El Acantilado. 2006. ISBN 978-84-96489-49-3.
Léxico familiar. Lumen. 2007. ISBN 978-84-264-1600-1.
Nuestros ayeres. Círculo de Lectores. 1996. ISBN 978-84-226-5977-8.
Nunca me preguntes. Dopesa. 1974. ISBN 978-84-7235-188-2.
Las palabras de la noche. Pre-Textos. 2001. ISBN 978-84-8191-399-6.
Las pequeñas virtudes. El Acantilado. 2002. ISBN 978-84-95359-66-7.
Querido Miguel. El Acantilado. 2003. ISBN 978-84-96136-09-0.
Sagitario, Espasa-Calpe, 2002, ISBN 978-84-670-0138-9
Les veus del vespre, Barcelona, Columna, 1994.
La ciutat i la casa, Vic, Eumo, 1990.
Estimat Michelle, Barcelona, Ed. 62, 2008.
Ensayos, Lumen, 2009. ISBN 9788426417138
Serena cruz, El Acantilado, 2010.
Natalia Ginzburg (1916-1991), acaso la más grande novelista de la literatura italiana, compuso sólo dos poemas a lo largo de su vida: el primero en 1943, a la memoria de su primer marido Leone Ginzburg, intelectual y militante antifascista, capturado por los nazis y torturado en la cárcel de Regina Coeli.
Sola en medio de la multitud que festeja la liberación, Ginzburg recuerda con extrema sobriedad el acto de descorrer la sábana que cubre el cadáver para un reconocimiento más profundo: ya nunca, ni ella ni su escritura, volverán a ser lo que eran.
El segundo poema, que acaba de aparecer incluido en una biografía de la autora y que reproducimos más abajo, fue escrito hacia el final de su vida, cuando ya había dado por terminada su obra novelística, y revela, apenas indirectamente, la razón de la mirada que había vuelto únicas cada una de sus páginas, aun más lacónicas y misteriosas que las del propio Chejov: una mirada desolada y misericordiosa a la vez; implacable y, por sobre todo, respetuosa del misterio de cada existencia.
Por Leopoldo Brizuela
No podemos saberlo
No podemos saberlo. Nadie lo ha dicho.
Quizás allá no quede más que una red desfondada,
cuatro sillas de paja desflecadas y una galleta vieja
mordida de ratones. Es posible que Dios sea un ratón
y que corra a esconderse tan pronto nos vea entrar.
Y es posible que en cambio sea esa galleta vieja
mordisqueada y mohosa. No podemos saber.
Quizá Dios tiene miedo de nosotros y escape, y largamente
deberemos llamarlo y llamarlo con los nombres más dulces
para inducirlo a volver. Desde un punto lejano del cuarto
él nos mirará fijo, inmóvil.
Quizá Dios es pequeño como un grano de polvo,
y podremos verlo solamente al microscopio,
minúscula sombra azul detrás del cristalito, minúscula
ala negra perdida en la noche del microscopio,
y nosotros allí en pie, mudos, contemplándolo, en vilo.
Quizá Dios es grande como el mar, y lanza espuma y truena.
Quizá Dios es frío como el viento de invierno,
tal vez brama y retumba en un rumor que ensordece,
y deberemos llevar las manos a los oídos,
y agachados, temblando, replegarnos al suelo.
No podemos saber cómo es Dios. Y de todas las cosas
que quisiéramos saber, esta es la única verdaderamente esencial.
Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es un tedio mortal.
Quizá Dios tiene anteojos negros, un echarpe de seda,
dos mastines a los flancos. Quizás use polainas
y está sentado en un rincón y no dice palabra.
Quizá tiene el pelo teñido, una radio a transistores
y se broncea las piernas en la terraza de un rascacielos.
No podemos saber. Ninguno sabe nada.
Quizá no bien lleguemos nos mandará al espacio
a comprarle pan, salame y una damajuana de vino.
Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es la consabida música
un revolar de velos, de plumas, y de nubes
y un aroma de lirios y un tedio de muerte,
y cada tanto una media palabra para pasar el tiempo.
Quizá Dios es dos, una réplica de esposos
librados al sopor de una mesa de hotel.
Quizá Dios no tiene tiempo. Dirá que nos vayamos
y volvamos más tarde. Nosotros nos iremos de paseo,
nos sentaremos sobre un banco a contar trenes que pasan,
las hormigas, los pájaros, las naves. De aquella alta ventana
Dios se asomará a mirar las calles y la noche.
No podemos saber. Nadie lo sabe.
Es posible incluso que Dios tenga hambre y nos toque saciarlo,
quizás muere de hambre, y tiene frío, y tiembla de fiebre,
bajo una manta sucia, infestada de pulgas
y deberemos correr en busca de leche y de leña,
y telefonear a un médico, y quién sabe si a tiempo
encontraremos un teléfono, y la guía,
y el número en la noche demente,
quién sabe si tenderemos suficiente dinero.
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