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lunes, 7 de noviembre de 2011

5273.- OMAR CÁCERES


Omar Cáceres (1906-1943). Poeta Chileno. Nace en Cauquenes en 1906. Poeta de intensa pero escasa obra. Figuraba entre los grandes de la poesía chilena en los años 20 del siglo pasado. Su libro “Defensa del Ídolo” cuenta con dos prólogos, indistintamente de Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, lo que provocó una gran polémica entre ambos poetas. En 1943 Muere asesinado, bajo extrañas circunstancias.








Contra la noche

Con sus rápidos ojos que cortan el viento,
los tranvías halan, copian la ciudad;
las frías nubes despliegan, intensifican la vida...

Mi pensamiento rueda y se alarga hasta mi casa,
derramando sus lunas de sed en la tormenta;
burgueses y mendigos y vehículos, todo lo que a mi encuentro viene,
se agranda a su contacto, resplandece,
y anula su existencia, acábase, en mí mismo.
Entonces canto mis límites, mi alegría desbordada
como un collar de olvido en la extremidad de un verso;
contra el rumbo de la noche voy ganando hojas de plata,
y he de estar dormido cuando todas me pertenezcan.










Mansión de espuma

Con mi corazón, golpeándote, oh sombra ilimitada,
Apacienta los bríos absolutos de estas estampas perdurables;
Huyendo de su vida, pienso, el que parte limpia el mundo,
Y así le es dado reflejar su imagen dulcemente terrestre.

Un pueblo (azul), trabajosamente inundado
Va a pasar la dura estación equilibrando sus paisajes
Tiempo caído de los árboles, cualquier cielo podría ver mi cielo
El blanco camino cruza su inmóvil tempestad.

Muda voz que habita debajo de mis sueños,
Mi amiga me instruye en el acento desnudo de sus brazos,
Junto al balcón de luz disciplinado, tumultuosa,
y desde donde se advierte la aún no soñada desventura.

Revestido de distancias, entre hombre a hombre–magro,
Todo naufraga, “bajo el pendón de su postrer adiós“;
Dejé de existir, caí de pronto, desamparado de mi mismo,
Porque el hombre ama su propia y obscura vida solamente.

Ídolo ignoto ¿Qué he de hacer para besarlo?
Legislador del tiempo urbano, desdoblado, caudaloso,
Confieso mi autocrimen porque quiero comprenderlo,
Y en los rompientes de su soledad de piedra despliego mis palabras.













Ángel del silencio (fragmentos)

1

Recordaré su grande historia,
su angustiado jadeo que desmenuza ciudades.
Pasan los días sin mirar, como sonámbulos,
como grandes hélices embriagadas de propósitos,
pero canta el tiempo en una gota de agua, y entonces...
sé que está aún lejos como yo la quiero mía.
Saltó, pues, la velocidad más allá del horizonte oculto de las cosas,
su uniforme distancia
en los trapecios de mi grito.
Para no llorar, recuerdo, lluvia, tu mensaje,
tu gran libro que yo leía sin abrirlo,
junto a la ventana que cae a latigazos
y que crucifica mis ojos en sus negras cicatrices.
Pasa el viento a estirones con el mar, desarrugándolo;
ráfaga de músculos azules, recoge sus cenizas perfumadas.
Ahí la espero, solo
como los inútiles retratos,
aumentando las olas de la sombra,
y, ya no se irá su canción de mi ventana.

5

Paisaje infinito,
mi soledad flor desesperada,
asciende hasta el sonido más alto.
Desnudo,
una atmósfera encendida, moneda que no entrego,
se sacuden las noches asombradas
y recojo los astros en mis ojos como frutos
instantáneas.
Arriba el beso sangrante en las llamaradas del viento.
Ah, los horizontes,
anillos imposibles.
Amanecer de caminos sonoros que se cruzan,
su nombre aún golpea el duro rostro del silencio.
Contengo, no obstante, las palabras,
el salto estrellado de sus mundos,
hasta que un día se clavó en mi sueño
os-ci-lan-do
como una espada!









Anclas opuestas

Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
arrancando bruscamente la venda de sueño
de las súbitas, esdrújulas moradas,
hollando el helado camino de las ánimas,
enderezando el tiempo y las colinas, igualándolo todo,
con su paso acostado;
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo, estrechamente solo,
Oh, amigos infinitos.
(100, 200, 300,
miles de kilómetros, tal vez).
El motor se aísla.
La vida pasa.
La eternidad se agacha, se prepara,
recoge el abanico que del nuevo aire le regala nuestra marcha;
en tanto que enterrando su osamenta de kilómetros y kilómetros,
los cilindros de nuestro auto depáranse a la zona de nuestros propios muertos;
he ahí a los antiguos héroes dirigiéndonos sus sonrisas de altivos y próximos espejos;
mas, junto a ellos, también resiéntense,
los rostros de nuestros amigos,
los de nuestros enemigos,
y los de todos los hombres desaparecidos;
nuestro automóvil les limpia el olvido con el roce delirante de sus hálitos.
Como esas manos de mármol que se saludan a la entrada de las tumbas,
nuestro automóvil seráfico ratifica el gran pacto,
que a ambos lados de la ruta, conjuradas,
atestiguan las súbitas, esdrújulas viviendas golpeándose entre sí...
Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo, indescriptiblemente solo,
¡oh amigos infinitos!








INSONMIO JUNTO AL ALBA

En vano imploro al sueño el frescor de sus aguas.
¡Auriga de la noche!... (¿Quién llora a los perdidos?)
Vuelca la luna sobre su piel el viento,
mientras que de la sombra emerge la claridad de un trino.
Tambalean las sombras como un carro mortuorio
que desgaja a la ruta el collar de sus piedras;
e inexplicablemente crujen todas las cosas,
flexibles, como un arco palpitante de flechas.
Amor de cien mujeres no bastará a la angustia
que destila en mi sangre su ardoroso zumbido;
y si de hallar hubiera sostén a esa esperanza,
piadosa me sería la voz de un precipicio.
Volcó la luna sobre su piel el viento.
Suave fulguración de nieve resbala en los balcones;
y al suplicarle al sueño me aniquile, los pájaros
dispersan un manojo de luz en sus acordes.








SEGUNDA FORMA

Delante de tu espejo no podrías suicidarte:
eres igual a mi porque me arnas
y en hábil mortaja de rabia te incorporas
a la exactitud creciente de mi espíritu.
Indócil a ese augusto y raudo desierto,
encuentras, padeces una muerte nueva;
al abandono de tu propia levedad asistes,
como un manantial riendo de su peña.
Entonces desciendo a tu exigua y extrema realidad, a tu fijeza,
desentendido de rencores y pasos de este mundo;
cruzando el pálido paisaje de los deseos olvidados,
sacudido de memorias, de indiferentes y efímeros despojos,
te enturbio de pasión.
Un ciego lucero hinca su diversidad en nuestro ser,
exactamente hasta su espejo sin trabas, alcanzándolo;
ondeando un sólo corazón de infinito a infinito, es decir,
hacia el día que se acostumbra a sus dos reyes de vidrio!









AZUL DESHABITADO

Y, ahora, recordando mi antiguo ser, los lugares que yo he habitado,
y que aún ostentan mis sagrados pensamientos,
comprendo que el sentido, el ruego con que toda soledad extraña nos sorprende
no es más que la evidencia que de la tristeza humana queda.
O, también, la luz de aquél que rompe su seguridad, su consecutiva atmósfera,
para sentir cómo, al retornar, todo su ser estalla dentro un gran número,
y saber que «aún» existe, que «aún» alienta y empobrece pasos en la tierra
pero que está ahí absorto, igual, sin dirección,
solitario como una montaña diciendo la palabra entonces:
de modo que ningún hombre puede consolar al que así sufre:
lo qu'el busca, aquéllos por quienes él ahora llora,
lo que ama, se ha ido también lejos, alcanzándose!








PALABRA A UN ESPEJO

Hermano, yo, jamás llegaré a comprenderte;
veo en ti un tan profundo y extraño fatalismo,
que bien puede que fueras un ojo del Abismo,
o una lágrima muerta que llorara la Muerte.
En mis manos te adueñas del mundo sin moverte,
con el mudo estupor de un hondo paroxismo;
e impasible me dices: «conócete a ti mismo»,
¡como si alguna vez dejara de creerte!...
De hondo como el cielo, cuán dulce es tu sentido;
nadie deja de amarte, todo rostro afligido
derrama su amargura dentro tu fuente clara.

Dime, tú, que en constante desvelo permaneces:
¿se ha acercado hasta ti, cuando el cuerpo perece,
algún alma desnuda, a conocer su cara?

De Defensa del Ídolo, 1934.




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