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jueves, 5 de enero de 2012

5742.- NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS



Néstor Díaz de Villegas nació en Cumanayagua, Cuba, en 1956, fue estudiante de arte, pasó por la cárcel, vive desde 1979 en los Estados Unidos y es una de las voces más originales de la poesía en lengua española de ese país-continente. Es autor de Vicio en Miami, Confesiones del estrangulador de Flagler Street, Anarquía en Disneyland y Por el camino de Sade. En la actualidad reside en Los Ángeles, California, y dirige el website dedicado a la literatura http://cubistamag.com
Néstor y yo nos conocemos hace ya veinte años. Fui su librero y hemos compartido miles de libros, innumerables comentarios sobre los mismos y un mismo escenario, el Miami que no conocen los turistas, pero a la hora de escribir este comentario me doy cuenta de lo poco que eso puede significar para el resto del público y que en realidad puedo aportar muy pocos datos sobre su vida personal o profesional, o incluso sobre si tiene alguna vida profesional al margen de la poesía.
Sólo puedo decir que Néstor es poeta. Desde que le recuerdo nunca ha sido, ni querido ser, otra cosa. Cuando lo conocí me parece que trabajaba en un almacén, creo recordar que antes, o después, trabajó en una fabrica de muebles. Ahora colabora de forma habitual en El Nuevo Herald. A veces ha tenido otros empleos para vivir, pero no creo que eso le importe a él ni le pueda importar a sus lectores porque ninguna otra actividad le ha marcado tanto como el sentarse a escribir poesía.
En Cuba, a los dieciocho años un poema, "Oda a Carlos III", lo mandó a prisión -compruebo con horror que en los únicos países en que la poesía es tomada en serio, los poetas aún son encarcelados- y a los veintitrés esa misma sentencia le obligó a abandonar su país. Desde entonces ha vivido en los Estados Unidos. Aunque quizás sería más correcto decir que ha vivido entre Miami y Los Ángeles, dos ciudades muy distintas entre sí y del resto del país, que tienen sin embargo en común el ser ciudades de frontera, estar entre dos culturas y dos idiomas.
Viviendo en ciudades caracterizadas por la mezcla lingüística, ésta sin embargo está ausente de su obra. No aparece ni en su vocabulario, limpio de anglicismos, al menos de anglicismos involuntarios, ni en su métrica. Néstor mide sus poemas siguiendo los clásicos castellanos. Y es con ese español y esa forma de versificar que hace una poesía completamente actual. La Norteamérica en que vive y su cultura popular, sus mitos y obsesiones, sí aparecen en sus poemas, en la forma en que en ellos son incluidos, "Disneyland", "Darth Vader" o "Janet Reno", la vida en los grandes barrios de aluvión, sin pasado, de la nueva Norteamérica de finales del siglo xx y principios del xxi.
Sus poemas son retratos, instantáneas. Muchos de esos retratos, no todos, quizás sólo los que más me gustan, lo son de la marginación urbana, las drogas, la sexualidad prohibida, los ambientes menos gratos de Miami, esa ciudad bajo el sol que es demasiado a menudo una ciudad llena sombras. Sólo Néstor ha sabido dedicarle un poema a McCrory, una tienda barata ya desaparecida; o a la biblioteca del Downtown de Miami, siempre llena de vagabundos, "En tus salas sagradas me dormía / rodeado de poetas y de idiotas". Sólo él un soneto al crack "Cocaína en factura tetraedra / vuelta en un humo consuetudinario / que se agarra al pulmón como la hiedra". En fecha más reciente ha dedicado un libro a contar en cuarenta sonetos la vida de Sade. Un guiño por encima de los siglos y las culturas a un otro que también escogió ser marginado.
Hispano en tierra norteamericana; cubano entre los hispanos; poeta dentro de una comunidad, la cubana, a la que su mismo éxito ha hecho a veces materialista; poeta clásico en un mundo de poesía fácil y tópica en que demasiadas veces el recurso al verso libre no es sino un disfraz para ocultar la falta de oficio, habitante del gueto, Néstor puede y debe identificarse con el otro, con el distinto, con el marginal. No es el primero en hacerlo, pero pocos lo han hecho con su estilo.
[Por JUAN CARLOS CASTILLÓN}

Néstor Díaz de Villegas (Cumanayagua, Cuba, 1956) es poeta. Ha escrito los poemarios La edad de piedra (1992), Vicio en Miami (1997), Anarquía en Disneyland (1997), Confesiones del estrangulador de Flagler Street (1998), Héroes (2002) y Por el camino de Sade (2004).
Díaz de Villegas ha sido el creador del Cabaret Neuralgia, en la Pequeña Habana, y el editor de la revista electrónica Cubista (2004-2006) en Los Ángeles.
En 2011 la publicación de su poemario Cuna del pintor desconocido será presentado en la Feria Internacional del Libro de Miami.





1


una noche anoté mis pensamientos
en hilos rápidos de tinta
y me volví en hilo entero
un embrollado culto del tintero.


fui papel y seré papel si muero
he de tornarme luego fuego
manchas de lluvia en el pensamiento
marcas dobladas en las esquinas.


ojos: yo estoy aquí, ojos salven
este hilo traidor que me traiciona
un enredo de páginas y gloria


estuve andando con la vida ahora
no creas este estrépito de hojas:
yo soy un hombre si muero.




2


Hablo en notas cargadas de mentira
la curva es anotada en la espalda
una silla se cuelga de la esquina
estamos parados en La Habana.


Tú subes y hablas con un muerto
otro se sacude allí la tranca
no mires, es tu fe la que no olvida:
estamos solos y no somos nada.


Giras y se te derrumba el pelo
vuelcas tus iras en la nada
se acaba el acto en el tintero


si hablas escuchas sin que nada
pase al oído y del oído quiero
arrancar el sonido traicionero.




Darth Vader


La máscara se esconde tras la cara;
está detrás la herida del pasado.
Es el antiguo Marte: dios soldado,
homúnculo, brilloso Ché Guevara.


El Príncipe, futuro delegado,
que galaxias oscuras agitara:
tomó el ferrocarril de Santa Clara,
perfecto Jesucristo disecado.


Con su espada flamígera separa
las vísceras podridas del Estado:
posee por fin la prueba que ha buscado.
Practica el exorcismo en una piara.


Los astros, que conocen la Caída,
se alejan de este Ícaro suicida.










La oscura cantidad


La oscura cantidad que se insinúa
debajo de tus blancos pantalones
es como un dios detrás de los telones
transformándose en héroe. Continúa


la acción: el dios escapa entre botones
de nácar, le abre paso una ganzúa
al brillante escenario. Sobreactúa
en la parte del rompecorazones.


Le hago llegar al triste camerino
un manojo de rosas tatuadas
y un ánfora del foro con su vino


hecho de aguas metamorfoseadas
cual corresponde a un pícaro divino
que ha encarnado el papel del rey de espadas.








para Pati Perfect, The Tempest III, 1


en sutiles espejos sepultados
y en cunetas de cuestas corroídas
encima del pelo, debajo de la espina
ocultas tu simiente de relajo


culpa de dios, canción sin ser que vierte
un cortejo ritual en cada suerte
se aspira un opio claro por la muerte
de células, de cómputos, de risas


tu nombre es breve y falso
acuden perros cuando orinas
eres un ángel en el desparpajo


cubres tu rostro con terciopelo bajo
puyas y muerdes y besas entre risas
eres la culpa, ¡el dueño de la Vida!












llamo y me desespero teléfono de cuerdas
embrolladas en términos y líneas
que esperan eléctricas sonrisas
desgajarse desde el fondo de la nada


acudo al ring primero presto oído
muero al primer clamor de inciertos
“yo no puedo” y desnudo mi voz
en versos nuevos que tu amor reclamó


de mis costillas, andando como un bote
a la deriva, te busco aquí, allá y no te encuentro:
dame una noche de soledad divina


compartiendo tu lecho entre revistas
acurrucados, solos, con la vista
clavada entre los toldos de la Aurora.
















es tu pecho vulgar, pequeño seno
diamantes de carne en puntiagudo duelo
pues la mano reclama cónicos desvelos
y la boca su bocado pesimista


yo te alabo y te aplaudo desde adentro
écuyère nefasta de alcohólicos caballos
acróbata sin frenos que en la pista
desnuda silogismos solitarios


Vimos horror brindamos a la vista
del mal y celebramos solidarios
culpa y dolor cuando besamos sabios:


en cada boca está el pesar ajeno
seremos lejanos compañeros
de ilusiones que sepultó el verano.
















una clara apariencia un ser alado
yo pongo el dedo en la herida
tú eres joven y suave y vencida
vienes y te acuestas a mi lado


hablamos ya muy tarde de la vida
y de cuánto todo esto te ha costado
me miras y un silencio que suspira
envuelve el pobre cuarto iluminado


jugamos a las ruedas encendidas
nos atrapan los cercos preparados
por otros que antes que nosotros han llegado


descifrando siluetas desunidas
despejando las álgebras vencidas
de un juego interminable y fatigado.


De La Tempestad, 1991













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