Luz Pichel es una escritora gallega de poesía, que escribe tanto en castellano como en gallego.
Nace en 1947 en Alén, Lalín, Pontevedra, España. Es filóloga, catedrática de Lengua y Literatura españolas.1 Vive entre Madrid y Galicia.2
Durante los primeros años en Madrid se centra en su actividad como docente. Fue profesora, entre otros, en los Institutos de Enseñanza Secundaria Herrera Oria, Vega del Jarama y Ágora (Alcobendas), donde se prejubiló en 2007.1
Su primera publicación es "El pájaro mudo", en 1990, un poemario que supondría su única obra durante más de diez años. Entre 2002 y 2009 compagina su labor como docente con la dirección, junto a Guadalupe Grande, del Centro de Estudios de la Poesía, de la Universidad Popular “José Hierro” de San Sebastián de los Reyes.
En 2004 la actividad como escritora vuelve a primer término, cuando gana el prestigioso Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez en su edición número veinticuatro,3 con su obra "La marca de los potros".3 Ese mismo año la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes reedita su primera obra, ampliada con tres inéditos ("Ángulo de la niebla", "Cartas de la mujer insomne" y "Hablo con quien quiero") bajo el título "El pájaro mudo y otros poemas".
En 2006 gana el Premio Esquío de poesía en lengua gallega. La obra premiada es "Casa pechada", que actualmente es su última entrega. Es esta su primera obra escrita en gallego, su lengua de nacimiento.
Publicaciones
Obras
Luz Pichel cuenta, en la actualidad, con cuatro libros publicados:
"El pájaro mudo" (1990)
"La marca de los potros" (2004)
"El pájaro mudo y otros poemas" (2004)
"Casa pechada" (2006)
Antologías
También existen diversos poemas de la autora publicados en las siguientes antologías:
Voces Nuevas (1989)
Pánica Segunda (1989)
Y el Verbo se Hizo Carne (2005)
Jardín en Llamas (2006)
Agua, Símbolo y Memoria (2006)
Poesía Viva, Poesía Pura (2007)
QUE EL TIEMPO PASE
I
Ni una gota más de Betadine,
ni una gasa más,
no se chupa la sangre de la herida,
la costra no se arranca,
se cae sola, cae
sola.
II
Pordiós que el tiempo pase,
desgájese la rueda de su eje, de la otra rueda,
ruede por el camino recto, recta, ruede,
avance la memoria y llegue al arenal
pósese allí la rueda, el tiempo
déjese allí caer, caer, quedarse,
olvide el griterío de los carros,
duerma una larga noche larga, larga.
III
La herida será entonces una rama seca en la llanura,
un pedazo de alambre.
En la rama me siento y contemplo la puesta del sol,
el alambre separa mi tierra de la tuya,
pero la niña se baja la braguita y muestra
la flor que ya no duele,
su dibujo infantil,
la hermosa cicatriz que el rey besó
antes de abandonarla en el barullo de una feria.
¡Dios mío, cuánto frío, cuánto frío!
Abrígate, corazón, abrígate.
(2005)
Coso el botón
Coso el botón
con el hilo que arranco
del duelo,
con el hilo de sal del susto
en tus ojos
con la seda del grito
en la herida.
Trenzo mi abrazo con el hilo de luz de tu pelo,
con la cuerda que tira de la cometa hacia la nube,
del pájaro a su canto
de la paloma al centro de la sala de baile
del pedazo de pan al corazón de la paloma.
¡Ese tango, mi amor!
la espalda erguida, erguida,
por encima del miedo.
La mariquita
Este lento caer
el sol,
pasar la tarde,
andarse recorriendo ella mi piel
limpiando de pulgón la cepa enferma,
cruzar parsimoniosa el puente de los surcos,
de una mano a otra mano
olfateando sarmientos...
Yo las uno y le pido
dame tu don, arréglame la vida,
vete a la mecedora de mi madre
y pósate en la blanca sopera de su vientre,
en las manos de palo de su artritis,
en las dos cucharillas de sus ojos.
Me decían atrápala ahora mismo, no se escape,
que tengo aquí la caja preparada.
Pero yo tardo mucho.
Tardaré mucho, mucho, en recrear
el calor de tus ojos,
la sombra
de la parra de tu pecho. Duraría
una vida repetir aquel irse
cayendo
una mañana,
buenamente,
tus gafas en la tela
interior
de mi bolsillo.
Yo no quiero atrapar la mariquita, perder
su lento andar, mi lento
contemplarla, verla
cómo reposa su viaje hasta hoy
desde los siete granos de la niña, verla
dudar, sobre la raya de la suerte.
Dame tu don -le digo-, sanéame el establo
de mi vaca,
echa un vistazo al secarral del mundo, ¡por dios!,
y luego vete.
Y escala la verruga,
se hunde
en una herida,
en una poza,
sube
y antes de abrirse
al aire
-el estómago a tope de pulgonespara
darse un respiro en el frescor de tus viñedos,
los siete puntos de sus breves alas
uno a uno se caen
en la corteza dura de mi mano
La casa del Membrillo Mayo 2005- Núm. 4
Poética
Quere poñer a galiña e non dá posto.
Todo o día no niño para poñer un ovo,
todo o ano, pero non pon.
Á unha da tarde mira a ver que hai
e ve unha pouca palla.
Ás cinco mira outra vez e ve unha pedra,
pequena e lisiña,
moi feituqueira pero non é ovo.
O ovo sigue alí,
escachándolle o cranio á galiña,
pero non pon.
¿Facemos caldo?
Poética
Quiere poner la gallina pero no puede.
No es ponedora.
Se pasó todo el día en el nido para poner un huevo
pero no hizo nada.
A la una de la tarde miró, a ver qué había,
y vio un poco de paja.
A las cinco miró de nuevo
y vio una piedra pequeña, muy lisa,
muy bien hechita, pero no era huevo.
El huevo sigue allí,
estrellándole el cráneo a la gallina.
¿Hacemos caldo?
NO ACIERTA LA GALLINA CON SU
NIDO
Pondrá su huevo en el estiércol y nada
nada se podrá hacer por llevarla al camino del nido.
En un rincón se hace su cama oscura,
lejos del mundo, del maíz y del agua,
ajena a las normas que olvidó hace años.
Es tan vieja que casi no es gallina ya.
Pone huevos sin cáscara,
gigantes,
huevos de triple yema que rompe y sorbe
con ese extraño sentido práctico pero enfermo
que a veces acompaña a la locura.
Me mira lateral y aturdida
desde el centro de un ojo amarillo solamente
se tambalea
y desprecia mi mano, el heno,
el calcio y la palabra en la pluma.
Desmemoriarse,
acabar desvariándose bien,
morirse de una vez. Eso ha dicho que quiere.
Dile algo, vaca
LXI
Hay tréboles de cuatro hojas en ese prado
pero tú, a las polillas.
Te pasas las horas contemplando a las polillas grises de las luces,
que traen cartas:
sal al mediodía y trágate los colores de las mariposas en los zarzales.
Pídele a esa lagartija que te cuente
qué tesoro guarda para ti en su corazón larguirucho que late al sol,
entre las piedras.
Toma suavemente esa mariquita y no la muerdas, déjala así, que suba suba,
camino arriba,
por la raya de la vida de tu mano pequeña.
La marca de los Potros.
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