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martes, 29 de noviembre de 2011
5438.- LEÓN GUILLERMO GUTIÉRREZ
León Guillermo Gutiérrez nació en San Julián, Jalisco, MÉXICO. Realizó estudios de maestría y doctorado en literatura hispanoamericana en la Universidad de Texas en Austin. Poeta, narrador y ensayista cuyos textos han sido publicados en revistas y suplementos culturales de Chile, Bolivia, España, Estados Unidos, Inglaterra y México. Ha publicado Donde la ausencia (1990); Salmos del peregrino (1991); Voices of Land and Sea (1995); Los dardos de Dios (1996); Los colores de la noche (1997); El nacionalismo en la novela mexicana del siglo XIX (1998); Evangelios de la tierra (1999); No mueras esta noche. Amor en tres actos (2000); Poesía de Jalisco del siglo XX (2001); Prisma. Antología poética de la vanguardia hispanoamericana (2003); Bajo la piel de la escritura. Evolución y permanencia de la literatura iberoamericana (2004) y Fervor desde el trópico. Poesía religiosa de Carlos Pellicer (2007). Fue coordinador editorial y del Catálogo Patrimonial del FCE. Es Doctor en letras por la Universidad Autónoma de México. Es colaborador habitual del suplemento “La Jornada Semanal” y Profesor universitario.
El alma dormita
El alma dormita y sueña
que al alba no estará sola,
sueña que sueña
lejos de sí misma,
atraviesa la noche en contemplación estática.
En silencio se enreda
en su propio silencio
y gira,
suave,
lenta,
alrededor de la flor de pétalos presentidos.
En el viento,
ingrávida se desliza,
se abraza a su propia levedad
mecida en el vientre de una noche
que se ignora a sí misma.
Afanosa asciende, se eleva
a un horizonte sin márgenes,
el camino es la invención del sueño
que en su andar tropieza con sueños
de otros sueños que se sueñan a sí mismos.
El alma despierta al alba,
escucha su silencio,
se envuelve en su liviandad
y gozosa
Sabe que está sola.
Noctámbulo pernicioso
¿Dónde comenzar,
en el periplo de tu cuerpo
o en los andenes de tu alma?
Noctámbulo pernicioso
transito sin acordes
en la partitura de tu cuerpo,
mi piel se convierte en violines,
tambores africanos gritan
chillan, se sacuden como palmeras
en ventisca de otoño.
Un remolino centrífugo concentra
lo que dicen es universo en este instante
en que fieras, alacranes, pájaros,
océanos, cielos y el paisaje todo
se trasmutan en la carne que contiene
la consagración de los misterios.
¿O hablo de tu alma?
precipicio que invita al suicidio.
Detengo aquí la pluma
porque no se puede fabular el amor rotundo
desde la inventiva del verso.
No obstante, me declaro
noctámbulo pernicioso
aún en la palabra.
Los solitarios
Los solitarios no hacemos ruido
pisamos levemente
con miedo a ser descubiertos,
presentidos.
Sonámbulos
caminamos
por ríos sin agua, sin peces.
Nuestro silencio escondido
es más potente que el estruendo
de la montaña.
Con los ojos abiertos
nos incendiamos de oscuridad
sólo la tinta delata
la llama que nos incendia.
Día baldío
Murió mi padre, mi cid campeador
siempre vencido en la victoria
siempre glorioso en la derrota,
la estrategia de tu vida
fue ser torre y caballo a la vez
resguardando un rey decapitado que no veías.
La noche amaneció muerta
derrumbada entre las patas de los grillos,
cigarras y ciempiés
con tambores y flautas anunciaron el duelo
mientras el sol hería las pupilas del silencio.
Como estruendo que cimbra
pisos, techos y paredes,
en el calendario se hiende
una fecha funesta.
Sin misericordia la empuñadura
de la daga choca con la cerviz del día ciego.
Y uno queda dando tumbos
sin puertas ni ventanas,
el sol perdida la razón
incendia pastizales, levanta el agua de los mares,
va de este a oeste, se pierde en su propia luz.
Porque sin ti, padre
el día quedó baldío
y decapitado mi corazón.
Ahíto es el tiempo
El tiempo es mío
las nubes hipócritas
me lo habían robado.
El tiempo se transluce
bajo la tela que perfecta
dibuja la silueta del deseo.
Entonces el tiempo es deseo
y viceversa.
No más.
Ahíto es el tiempo
Y el deseo también
Poeta de dos abstracciones
desgarro la tela,
tu piel y tu sexo
me convierten en el primer
y el último hombre.
Deseo y tiempo desaparecen
en los pliegues íntimos
y las nubes son sombras
que parpadean
de mi pupila a tu sexo.
Vertical, el tiempo y el deseo
se persiguen en una fina línea
antes que el tiempo fuera deseo
y el deseo tiempo.
EL AIRE SABRÁ
Tres cirios vigilan imperturbables
mis dilatadas pupilas negras,
la cuarta llama deletrea, o quizás,
un nombre lo está leyendo.
Un horizonte de notas
descifra la escritura anversa
de los epitafios de todos mis muertos
-de mis muertes debo decir-.
Mi leve silueta se arrellana
en el mullido sillón
para recordar el olor
de nardos y azahares.
Los cirios parpadean,
son mi ausencia presente
en Ostrava, Austin, San Julián…
Soy el cirio sin encender
soy, quizás, llama viva
más allá de nombres y epitafios,
polvo antes y después del polvo.
El aire tiene, tendrá la respuesta.
en Al fin del mundo, 2011
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