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jueves, 1 de diciembre de 2011

5448.- JORGE PALMA



Jorge Palma. Poeta y narrador, nacido en la ciudad de Montevideo, Uruguay, el 24 de Abril de 1961. Periodista cultural, divulgador. Se ha desempeñado durante años en diferentes medios de prensa oral y escrita. Ha coordinado y dirigido talleres de literatura y de creación (escritura narrativa y poesía). Su obra abarca los géneros de poesía y narrativa. Figura en varias antologías nacionales y extranjeras. Ha participado durante el año 2009 del 14° Festival Internacional de Poesía de La Habana (Cuba), y del 48° Struga Poetry Evenings (Macedonia). Parte de su obra ha sido traducida al Inglés, Arabe y Macedonio.

Libros publicados
2007 – “Lugar de las Utopías”, poesía.
2006 – “Diarios del cielo”, poesía. Premio Ministerio de Educación y Cultura.
2006 – “La vía Láctea”, poesía.
1990 – “El Olvido”, poesía.
1990 – “Paraísos Artificiales”, cuentos.
1989 – “Entre el viento y la sombra”, poesía













El ahogado más hermoso de la tierra

Si acaso me dieras
una palabra de asombro
un sonido, la pequeña
remota certidumbre
que no te irás
que seguirás estando
diciendo a viva voz:
“soy el hombre
y esta es mi casa”.

Yo canto cuando cantas
y sufro dos veces cuando sufres;
caja de madera
donde late un pájaro
errante y sonoro.

Cuando dices
“amo todo lo que veo”,
escucho.

Oigo correr
tu sangre precipitada
por los oscuros dormitorios,
cuando tiembla el cielo
y los arrozales son devastados
por un golpe de puño
en la mesa crepuscular
de los burócratas.

Entonces todo tiembla;
la tierra, el aire, las enaguas,
los anillos, los matrimonios
y los amantes,
las manzanas que todavía
no han nacido
los frágiles aplausos
de las aves
naufragando
en el agua de tus ojos.

Y el cielo se apaga
cuando callas
cuando se pone de oscura
tu mirada
y llueve y se inundan
las casas con tu llanto
cuando la tierra se abre
al recibirte
en ese instante intransferible
y decididamente tuyo.








El color de la ceniza

El hombre alzó los ojos
al cielo
pidiendo un minuto
más de sombra.

Al río ancho
que navegaba solo
con pájaros o pañuelos,
hacia el Norte
o hacia el Sur,
no lo sabía.

En la quietud
del aire vaporoso
el breve verano
y su estela avanza.

Avanza como el cielo
como el río de pájaros
o peces
como el sueño de pájaros
y peces y él
en el fondo sudando
conteniendo en su lecho
el diminuto temblor de sombra
el resplandor y su relámpago.

Pero la tarde
ancha y luminosa
resiste,
se llena de sueños
y no quiere mirar.
Empuja con el pecho
una llama que golpea
que regresa
en el aire
y lo despierta.

“Avanzo, avanzo,
y no es posible
detenerlo todo”.

Y los niños con alas
saludan al verano
que se marcha,
siguen un pañuelo
rojo o amarillo
que avanza avanza
y los lleva riendo
o nadando
en el aire o el cielo
en el río del pecho
con su llama,
“cada uno con su justo
color”, pensó entonces
secretamente.

Cuando la pluma
de un pájaro
quedó atrapada
entre la cuarta
y quinta página
de su niñez.









Andamios

Se ven caras
pero no corazones / mucho menos
el corazón astillado
del dueño del martillo / del lejano
hombrecito del andamio
(manos pequeñas / sudor casi
imperceptible / latido
endemoniado al borde del abismo),
solo en su barca vacilante
solo en su cuna de tablas
y hierro
en su féretro móvil
inquieto como un péndulo
como una cometa extravagante
en los remotos cielos
de la ciudad que arde
entre humo / bocinas / pájaros
que huyen en medio de la lluvia
entre los golpes del martillo
que suenan allá abajo
para millones
como dulces notas musicales
cayendo del cielo.










Salarios

¿Es lo mismo el salario
de una hormiga que el
de un narcotraficante?

¿Y el de un párroco/ una monja/
un obispo/ un cardenal ardiente?

¿Quién paga? ¿Quién ordena?

¿Es lo mismo el salario
de un sicario que el de
un médico/ un cartero/
un panadero/ que un
viejo y enlutado enterrador?

¿Quién paga? ¿Quién ordena?

¿Qué salario tiene Dios
por administrar las tareas
del mundo?

¿Quién paga? ¿Quién ordena?

¿Quién le paga a Dios?










La clase obrera no va al paraíso

La clase obrera no va al paraíso
viaja apretada en las vísceras de
un trueno o peor: entre el golpe
de alas de un relámpago, suelta
de cuerpo, atrevida de rostro
o semidesnuda.

La clase obrera cose las heridas
del cielo en los talleres del tiempo
también en los telares, soñando,
según quién lo lea y dónde, según
quién lo entienda, comprendiendoló,
ya que puede ser la bandera
personal o la patria, el norte
de cada uno, la vida entera.

Según quién lo mire. Según se vea.
Aquí o en la China la clase obrera
no va al paraíso; viaja atormentada
en las vísceras de un trueno apretada
en las vísceras de un pollo
enmudecida en el aire sin alas
que de un golpe sin sonido
se esfuma en el aire
como un relámpago se esfuma
en el aire pesado de tormenta
y desaparece
entre los viejos telares
del cielo.









Los dueños de las rosas

Esa tarde como nunca
fueron las preguntas
quiénes estaban encima
de la mesa.

Preguntaban por Juan
y por Pedro
que ya no estaban.

Se preguntaba por la casa
siempre encinta
y llena de sol.

Se preguntaba por los tíos
y los que un día desaparecieron
(y ni Dios ni la aventura tuvieron
nada que ver con eso)

Se preguntó por el padre robusto
amante del vino y el placer
y las preguntas
se quedaron boquiabiertas
al saber que ya no estaba.

¿Y la señora de las trenzas largas?
¿Y el ciego del acordeón?

Se preguntó esa tarde
como nunca se preguntó
dónde estaba el perro,
y el cardenal,
y el gato siete vidas
que dormía al sol
con los pescadores
en el río...

Y por cada uno de los pescadores
del río se preguntó.

Y por Claudina
que cuidaba su jardín,
y Sebastián y Carlos
que pintaban la casa
todos los veranos,

y por Beatriz y Amanda
y por Esteban y Ana María,
y por Rosa
y José Luis, se preguntó.

Y por el río interminable
que no regresa.











Inmortales

Los que a instancias del oscuro
suben a los andamios
y justifican en las torres del cielo
su magro salario.

Los que sabiendo de antemano
que perderán, incluso la vida,
asumen su descontento
y se revelan,
marchan por las calles,
se golpean el vientre,
y llenan carteles
con las consignas de la sangre.

Los que a pesar del miedo
la falta de fe
la globalización
y la incertidumbre
siguen creyendo en las razones
del corazón
el amor eterno
y los absolutos.

Los que cegados por la luz
de la incomprensión
siguen sembrando margaritas.

Los que fueron golpeados
por el trueno y las llamas
y no dejan de dar
de comer a las palomas.

Los que hacen plazas
con hamacas
donde estallaron las bombas.

Los que sacuden el polvo
de las mesas abandonadas
y ponen el mantel y 100 cubiertos.

Los que lavan las banderas.
( aunque el protocolo diga lo contrario )

Los que se cagan en los protocolos.

Los que se casan 17 veces
para perpetuar el amor.

Los que resisten la picana
el plantón
el submarino
y vueltos a la vida
se reciben de maestros
y levantan una escuela.

Los que a pesar
de la sordera universal
construyen instrumentos.

Los que creen que el mar
se dobla como un pañuelo.

Los que creen que es posible
pintar estrellas en el cielo remoto.

Los que creen que el cielo
no es tan remoto
y se puede tocar, en ocasiones
extraordinarias, con la mano.

Los que aman demasiado
y en vez de adoptar
niños vietnamitas
se van a los suburbios
a trabajar con los sin cielo.

Los que construyen barcos
en el desierto.

Los que dibujan pájaros
en la cárcel.
Los que sueñan volar
como los pájaros.
Los que sueñan.
Los que tienen la cabeza
llena de pájaros.
Los que tienen pájaros
en la cabeza.

Los que consideran las arrugas
de la piel, condecoraciones.

Los que lloran cada vez
que muere un anciano
porque entonces se incendia
otra biblioteca.

Los que abandonan
el confort y las estufas
y en pleno ataque de asma
se marchan a la selva
para cambiarlo todo.
Para cambiarlo todo.
Para cambiarlo.



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