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domingo, 12 de febrero de 2012

6015.- RAFAEL BATISTA CÁCERES


Rafael Batista Cáceres
(Panamá, 1974)
Escritor panameño. Licenciado en derecho y ciencias políticas por la Universidad de Panamá en 1999. Es aspirante a la maestría en derecho privado y estudiante de economía en la mencionada casa de estudios. Finalista en el certamen de poesía “Pasos en la Azotea” con el poema "Las esencias de tu cuerpo”. Ha publicado el poemario Corazón de fiera en el plegable Temas de nuestra América (Grupo Experimental de Cine Universitario de la UP, 1994). Ha participado en diversos cursos relacionados con su carrera y otros intereses. Ha sido publicado su poemario El dilema de un arcángel en la Revista Paradoja de Repùblica Dominicana, en el Premio de Poesía Simón Bolívar en Venezuela e Italia. También ha sido publicado su poemario Reflexión de una Época en la revista literaria en internet Poetas del Mundo. Además ha publicado los siguientes poemarios en la revista digital de literatura Letralia en Cagua, Venezuela: El Dilema de un Arcángel, Sonetos a la Vida, Poemario Lírico, Opúsculo Lírico, Monólogo entre Dos, Juventud Poética, El Quibio, Corazón de Fiera y Reflexión de una Época. Es autor además de la novela Las llagas nunca cierran y de los libros de cuentos, El Marañón, El creador de sueños (en francés) y Cuentos dispersos.




El dilema de un arcángel


I


te juro que no entiendo para qué movemos
los falsos presagios de melancolías...
por qué arrancamos las costras
pasadas de añejas horas extendidas...
Te digo, que no hay castigo, para
quien no grita, juntando
anhelos de rebeldías;
ni para aquel que restañe, pidiendo
plegarias, y rasgando las
banderas de meras hipocresías.
Parece que juntamos,
y no entiendo por qué,
pesares de antiguas cofradías...
y gritamos las mismas tonterías
con voces aguadas de liridas.
Paso dos veces por la misma calle,
silbando el duelo de mis alegrías,
Y recojo la gota rota en que, incauto,
sepulto todas mis rebeldías.






II


Parece que entrases
Con la llave escondida.
Pareciera que hablases
Con verbosidad de lirida.
Parece que callases
Con una risa constreñida;
Y tal cual estás, pareces
Un jardín, con una flor
En estigma.






III


Sabes tú lo que es
aprobar esta circunstancia
forjada de hechos.
Percatarme de tu imagen
con una venda puesta.
Proponer esta indecisa
voluntad contra todo
lo que no existe.
Cuando declinas esa, esta,
aquella polémica, diseminando
respuestas, esparciendo
parentelas,
rehusando esta tosca apariencia
que guarda tu recato;
improvisando percances,
intentando solapar la espera.
Ya no veo, ni espero
pues mi condición
de proletario reduce
Este confuso léxico
A un excéntrico
Monólogo interior.






IV


Te supongo
ya emparejada
con una risa que cuelga de tu
rostro.
Y pareciese que así
engendrases, de en medio
de tu cabeza,
un lirio blanco.
Mis ojos se avergüenzan
Pues te creo desnuda.
Qué dulce, esta prolongación
de mi niñez, en donde lo
veo todo traslúcido.
Y me pregunto si debo
extraviarme en estos
jeroglíficos que posees.
Creo hurgar, y ni siquiera
tengo una lupa que me
devuelva esperanza.
Te digo que, a veces, hueles
a instinto y quiero
sepultarte en el mío.
Pero, a veces, una
renuncia parece la apología
de la horizontalidad
en que nos encontramos.
Y pienso en fusilar
mis deseos, disputando
los flancos.
Y pareciera que me desmayo
cuando una sentencia
me hace abrir una arruga ya olvidada.
Pero te digo que lo arranco de tajo,
con esa cotidiana fuerza
que nos surge a veces.
Y pienso que al hacerlo
destilo una sensación,
y dos veces me repito tu
nombre.






V


Me pregunto, y dirijo dos
veces la mirada,
para salvarme del olvido humano.
No quiero morir cuando
cierren un libro mío.
Quiero estar allí, intacto en la mente,
asido como enredadera.
Quisiera orillarme en los recuerdos,
y, tal vez, despalabrarme sin lamentos.
Quisiera estar allí donde las horas
son un nido lleno de aves,
un cubil atestado de una camada
donde nada sobra.
Allí, metido, desarticulado


sin esqueleto que me sostenga.
Mirarme desde adentro,
sólo para quedarme, sí,
pero perenne en el
pensamiento.






VI


Veo dos veces
ese recuerdo enterrado en el fondo del silencio
colgado de la boca como una
palabra.
Me supongo
la vida recostada
a tu espalda.
Qué dificultad más grande
la de materializar las ideas.
Asimismo imagino tu palabra.
Encendida en un párrafo escrito.
Qué más debo esperar
para sentir esa profusión
por las ideas,
desbarajando los recuerdos
de antiguos soliloquios.








Reflexión de una época


I


Con un gesto sentencioso
Reanimas, persistente,
Un litigio casi inverosímil
Con mi lengua.


Me tributas trascendencia,
Y cada sonido,
Ya no sonido,
Ya no sentimiento,
Ya no sugestión
Me invita a simbolizar
Con ademanes largos
Las palabras.






II


Parecemos símbolos,
Cicatrices, manchas,
Restos antropomórficos,
Que a veces sin
Léxico,
Le donamos más
Nombre, a nuestros
Seudónimos cotidianos.






III


¿qué perspectiva puede nacer
De algún origen
Humano?
De esta dicotomía sempiterna
En que el ser humano
Sólo es, en virtud
De su sexo,
Una cópula genital.






IV


Transitamos la calle
con dos ojos proscriptos;
una boca extraditada;
dos oídos vilipendiados;
unas manos deportadas;
y aún así nos piden
libertad de expresión
poética.






V


Impreciso sería pedirle
A cuanto insurgente poeta
Nazca, que para
Sublevar su lengua, deba pagarle
diezmos a doctrinarias
sectas monacales.






VI


Recopilo soliloquios
dentro de esta bohemia
estructura humana.
Renovando cada letra,
Dislocando cada idea,
Por un mero conflicto conyugal.






VII


¿Qué hace con esta despacio?
Ámbito limitado, donde
El monólogo es la
Única lucha fraticida,
Y en donde lo único asequible
Es mi propia carátula
Impenitente.






VIII


Entre infligir e infringir
Me hablas, y diferencio.
Me infliges , y quedo absorto
Por tu castigo.
Me infringes y quedo absorto
Por tu osadía.






IX


Me dices alquimista;
Y si pudiera cambiar,
Tu risa en barro,
Tu voz en lluvia,
Y tus hebras en fuego,
Ya no me dirías
Alquimista sino
Alfarero.






X


Me aludes, y en este
Obsoleto altercado
De identidades
Me allanas con la
Fuerza genésica
De tu lengua vituperada,
Y la ternura profética
De una pitonisa.






XI


Tienes una risa
Esotérica, esa misma,
La que escarnece
Arremetiendo.
La mía es de eremita
Y vagabundo,
Trovador impenitente,
Ésta, la que se
Esboza
Excusándose.






XII


No sé si me parezco
A mi linaje.
Esa estirpe vernacular
Y errátil.
A veces me siento escrutado
desde mi esperma advenediza
hasta mi geriátrica
pubertad de dos
décadas.






XIII


La juventud, tribu nómada
En sus inicios,
Escudriña hasta el triste
Nicho en que ha de
Lamer
Los restos de la
Vida.






XIV


La Botella que tiras desata
La embriaguez que mendigo.






XV


Escribo, y por delante,
Tu báculo manifiesto
Hiere la ya aprendida
Lección.






XVI


Esta circunstancia bilateral
En que abocados nos vemos,
Con los rostros absueltos
Por exegetas empedernidos.
Aquí abrumado, con
La desesperación acometiendo,
Resultas ser el mejor epílogo de
Todo mi contexto.






XVII


Hago de ti un acápite
De recuerdos,
Un prólogo de divergencias,
Un exordio de aventuras,
Saturando
De toda mi inconstancia
Este absurdo epílogo.






XVIII


¿Cómo?
Que sea acróbata
Me pides lo obvio
Sabes lo que es acoplar
Mis inconstancias
Adjudicándote mis temores,
Admitiendo mis defectos,
Adscribiendo toda mi propia
Debilidad,
Amedrentando mi libre albedrío,
Para eso, pídeme
Ser poeta.






XIX


Esta lengua sacrílega
En la que la herejía
No supera más
La impenitencia
Terrenal,
En donde supedito
Mis devaneos
A tu indeleble huella.






XX


Me aferro a esta espera
Con un dolor adyacente
Uno, que se aferra
En el costado.
Supurando añejos
Recuerdos.
Tomando con albergue
Ese exiguo cuarto
En donde la soledad,
Es sólo un mueble
Cambiado de lugar.






XXI


No menoscabo
Esta furia inveterada,
Esta rabia hipotética,
En donde lo único
Incólume,
Es esta sed continua y
Relegada.






XXII


Debo introducir esta
Rabia caduca,
Cubriéndome la cara y
Franqueando la vida,
En donde este amor
Traducido en vidrio,
Trocado en carne,
y acusado de hereje
blasfema lo perdurable
con risa burlona.








Poemario lírico


Poema Nº 1


Limpia las sedas de tu alma.
Sobre tu tenue hojarasca
se viene una polvareda
que toda la brisa devasta.






Poema Nº 2


Hurgo en tu cueva oscura
sin penetrar arremetiendo,
sin destruir los cimientos,
de tu inmensidad que perdura.






Poema Nº 3


Si cuando las almas penitentes lloran
se escuchara tu voz angelical,
serían las más dulces notas
los tiempos y campanas en su repicar.






Poema Nº 4


En tu realidad acuosa y etérea
se escucha el eco definitivo,
que es el recuerdo purpúreo
de tu corazón libre y cautivo.






Poema Nº 5


Ya era tarde cuando te hincabas
viendo el despico de la luz,
y abrazada siempre regocijabas
al ave envuelta en tul.






Poema Nº 6


Ya el tiempo es magia,
ilusión, palpante del hombre,
realidad antigua y reacia,
que a veces lubrica y corroe.






Poema Nº 7


Pretendiendo huir de ti,
sólo logro evadirte,
mas siempre es el mismo ardid
que engaña al más triste.






Poema Nº 8


Las verdades más triviales
son las más intrínsecas,
se desnudan en días reales
sin esperar hora: tibias.






Poema Nº 9


Sumido aquí en la realidad
escucho la voz interior.
Es la eterna y llana piedad
de una máscara exterior.






Poema Nº 10


Alegría de existir a tu lado
empapado de tu energía,
y ese incesante agrado
flota en mi ser cada día.









La gloria, unos de tus lares vivos
ilumina mi feliz calvario,­
precisando en mi cara el sudario,
sublime, noble y feraz desvivo.


Domaste mi rebelde mirar
y moré en tu inmóvil presencia.
El caudal de tu noble paciencia
fue una fuente para saciar


El valle de tu cuerpo frugal
es hondo estrepitoso y expresivo.
Me encuentro desposeído y cautivo
por mis sentidos: vista fatal.


¿Cómo sentir enojo y dulzura?
si tu imagen, modelo de dicha,
es signo de lejana desdicha;
y ara alada de eterna ventura.


De una concordia ruge el terral
al amparo de tu voz clamante;
y la añoranza de tu eco amante
fluye en mi ser como un litoral.


Tus senderos son ebullición
y morada de mis desvaríos,
rumbo seguro de mis amoríos
que convergen como una ilusión.


Tu fastuosa mirada lejana
de una fenomenal sutileza
aplacan toda filial terneza
que te regalo, amazona humana.


Es leve tu andar transfigurado,
y la cúpula de vientos te espía,
y todo mi celo los porfía
por aspirar tu aliento perfumado.


Todas las tinieblas son efímeras
cuando te acercas con resplandor,
llenas, y todo un calor y ardor
purifica y diezma nubes meras.


No hay algún artificio en tu belleza
pues todo es arrullo de beldad.
Afrodita, como una verdad,
aceptaría perder con destreza.


En la playa se desbordan olas,
la experiencia de ésta te silencia,
pues hay un grito gentil de clemencia
en cada resaca de horas solas.


Toda tu llama es inacabable,
y es eficaz tu áurea clamada.
Se funden las dos en llamarada
cual prisma de una luz maleable.


Brotan de mi mente muy agitados
deseos inocuos que ella mitiga;
aunque haya en mi cuerpo una fatiga
su vibrar alza a los extasiados.


Mística, la sed, algo infinito
que sólo tu alma sabe saciar,
y ebulle de tu fuente icor seglar,
fresco elixir de antiguo mito.


Los giros de tu excelsa figura
me dejan taciturno y extraño
con gesto de caballero araño
tu porte de una doncella pura.


Cabellos de fragancia sutil
se despliegan como unas aves gráciles,
colosales coloridos frágiles
de risueño suspiro núbil.


Estrella de una vida, esfumada
en vida de una oscura existencia.
Ya muy resignado a conciencia,
me pierdo en las aguas calmadas.


No más una eterna jornada,
ya, sin ti, mis sueños de plata,
mis lágrimas y sangre escarlata
se derraman, y tú, tan callada.






Sacrificio


Y era adalid de un grácil porte
investida en solemne presencia,
princesa ataviada de la esencia,
de bellas flores del sur y norte.


Tu mirada, la de genio gótico,
piadoso hálito de vida,
éxtasis de percepción sentida,
en mi fiel numen anacreóntico.


Tus labios, paradisiacos mundos,
primitivos y urbanos recintos,
encendidos por los rojos cintos
que atraen a tus abismos profundos.


Al remanso de aguas plateadas
la luna se ve resplandeciente,
reflejando su cara sonriente
en lagos de ilusiones plasmadas.


Soy un pez dorado con la sed
del alma fugitiva en la mañana,
y vuelto pasión en raza humana
me dejo atrapar en tu hábil red.


Ya en el cristalino santuario
de tu omnipotente dominio,
me ofrezco como un sacrificio
de amor redimiendo tu calvario.






Mujer


Y me atrajo su excéntrica voz,
melodía prodigiosa y lejana,
dignidad de un alba en mañana
derramándose ingenua y precoz.


Era hermosa y clara, alma celeste,
salvaje en su mirar pujante,
prestigiosa de áurea clamante
y lucero brillante del este.


Cuando en el agua se reflejaba,
el vidrio transparente la quería,
el ánade petulante la veía,
y el Don Juan viento la piropeaba.


La luna atesoraba el horizonte
para ser dádiva conquistada
fortuna grata y transmutada
del talismán oculto en su monte.


Y vuelta beso se fundió en el mar
de cuyas aguas surgió una llama,
fulgurante reflejo del trama,
y cuyo relato insta a amar.


Y esparcía claridad pálida,
primitivo don de la mujer,
frágil crisálida y sutil ser,
que Dios, en su gloria, la hizo cálida.


Ya airada parece una estrella
y vuelvo al remanso de su espíritu.
Con gran pasión e incólume ímpetu,
deléctome de su presencia bella.






Canto a mi amor


Callaste el alba con un dulce vuelo,
tumbando los frutos del seco nogal,
y como ráfaga de luz mire a tu cielo,
y vi tu sombra que opacó mi mal.


Tan monótona fue mi risa,
que suscitó en ti tedio natural.
Quisiera ahora que esta ceniza,
que fue en algún momento leña ardiente,
despierte en borrasca de amor filial,
y sea delección de luna creciente.


Dilapidaste en mí con firmeza resuelta
y el iris de tus ojos me amarró en mi lecho,
sentí tus besos de palidez cruenta
y hundiste en mí, la daga del silencio.


La indiferente soledad extraña del mar
rememora en mí las fechas mustias,
que simples ellas, me inducen a amar,
a toda criatura que sienta angustia.


Traslúcido es el brillo de tus ojos
que atraviesan los míos con flecha fugaz,
y ateniéndome a escuchar, sólo recojo,
el halago insistente de tu tibia faz.


Ojos que se funden en cáliz de acero,
la lluvia, que cae con manso recelo,
producen catarsis de mucho esmero,
y río de gracia observando tu cielo.


¡Qué mausoleo de desgracia y sordidez!
encierras en guetos de tu sensual contoneo,
cogito en el lienzo puro de tu palidez
y exhumo sentimientos que en ti veo.






La alondra y la luna


La alondra canta sonora
del aire, su suspirar,
y su constante mirar,
mi triste alma decolora.


Y era su alma anhelada
encontrándose en amorío,
sacando el tibio rocío,
del pecho en la luna amada.


Arrancóse un jirón blanco,
el corazón de rubí,
el pecho carmesí
guardó fiel como el banco.


La coqueta luna pasa
rozando el ala del ave
y ésta lanza una clave
que sólo el astro alcanza.


Qué fantástica silueta
tiene la luna moza,
es siempre la eterna rosa
de algún bardo anacoreta.


Ya ambos seres unidos
se amarán en un jardín,
aquel lecho de carmín,
esos, suspiros y olvidos.






Romance del caracol


De aquel rubor nacarado
que despide el caracol
en su magra barca andante
de porcelana creación,
surge un milagro plasmado,
en su opaco, tenue albor.
Manifiesta un gran encanto,
mas su incógnito ardor
inmenso, raro e insano
recuerda un lejano amor,
el de una perla extraviada,
que en su enlutada mansión
estuviese en su regazo
ataviada de pasión.
Fue su esfuerzo grande y vano
pues el mar celoso ardió
y con olas de enfado
de sus brazos la apartó.
Desde entonces el eremita
en su enroscado armazón
entre espirales se pierde
llorando aquella ocasión,
que su joya tan excelsa,
por el mar, ésta encalló
en alguna playa ignota,
que el hado en su labor
la llevase en un naufragio.
Llegóse un día de calor
el desdichado a una playa,
saliendo afuera, se alzó,
y sobre el arenal la halló,
su amada cantaba al sol
por su amor descarnado.
Aconteció que su voz angelical
y muy limpia enterneció a un cantor;
el Rey del Cielo la oyó
y en dorada floración
por siempre los rencontró.






La paloma y la estrella


Era acaso la paloma dormida,
que surcando sola el mar bravío,
enredóse ágil en todo un lío
al seguir aquella luz encendida.


Era sólo una blanca estrella
que robóse su corazón de albura,
y sólo el canto de la dulzura
bajó fulgurante hacia ella.


De repente el ave frágil cae
herida toda por un desengaño,
eran la estrella y el río, cruel engaño,
que a sus ojos, la pura brisa trae.


Blanca estrella, tenue y pura
se hundió en el cristalino río frío,
y con fuerte e indómito brío
al verla tragósela con premura.


Entonces ésta se alzó volando,
mas ya juntos y dichosos estaban,
por esas noches fugaces brillaban,
y por estas sierras iban cantando.


El pecho del ave era de fuego
por la estrella limpia que fulguraba,
a lo mejor por la rabia sacaba
destellos y reflejos de hilos blancos.






A la primera y única


Si fuese de fino cristal tu vida,
sería mi alma fuego y calor ardiente.
Ambos, fundidos como alba naciente
y un sol claro en la montaña escondida.


Sólo de verte me siento extraño
como perdido en tu sola presencia,
admirando tu marcada cadencia,
que se diría, sin un día ni un año.


Es un convenio de beldad tu faz
como una lúbrica estrella brillante.
Tu gracia inmaculada es palpante
en todo tu ademán que infunde paz.


Pareces lejana como princesa
de aire prestigioso en tu limpio mirar,
Cargada de encono en tu tenue andar
que pareces un extravío de la realeza.


Pero como llegar a ti y hablarte
besarte y quererte sin temor,
sin temor de perderte, sí temor,
de tu desdén por mi advenedizo arte.


El primitivo cauce de tu risa
surca presto mi aridez diezmada.
Perpleja de concordia inusitada;
de luces vivas vistes, Artemisa.


Ceñías una diadema en tu frente
salvaje y pura, inocente y blanca.
Tu piel de nieve ebúrnea estanca
el escarlata de sangre viviente.


Bóveda de virtud, gracia y llama,
vestías policromía en tu ajuar,
y era tu anhelo vívido el lustrar
cabellos degradados por la gama.


Obsesión de dioses del Olimpo,
riñas y contiendas por ti habrían,
por ti la lira y el arpa entonarían
la nota única y mágica del imbo.


Calíope encarnóse en tu elocuencia,
y vuelta furia, Erato, por tu lírica,
blandiría junto a Euterpe una mística
envidia por tu fastuosa eminencia.


Ni ninfa, ni musa, ni nereida
se te compara en alguna virtud.
Tú sola eres la mayor virtud
transmigrada en cuerpo de Briseida.



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