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martes, 25 de octubre de 2011

5206.- RAMIRO GAIRÍN MUÑOZ


Ramiro Gairín es zaragozano (1980) de nacimiento y de militancia. No obstante, estudió Ingeniería de Montes en Madrid. Ya vuelto al Ebro y al cierzo, trabaja como ingeniero hidráulico en proyectos de esos que dicen que han transformado el alma de la ciudad y alrededores. Por el libro Pintar de azul los días laborables, su primer poemario, recibió el Premio de Poesía “Ángel Miguel Pozanco”.
Acaba de publicar Que caiga el favorito, su segundo poemario, en la colección La Gruta de las Palabras, de Prensas Universitarias de Zaragoza (2011).






Desde el aeropuerto


Los coches

Coches.
Supervisan mi avance estéril,
el discurso variable de mis pasos.
Registrando cada una de mis zancadas,
enredando
cualquiera de mis derroteros, de mis destinos,
doy con grupos de coches aparcados,
con células o batallones de coches que aguardan
una señal o un amo
(me consta que nunca un sueño)
en un quieto desfile endemoniado.

Así los veo:
búfalos brillantes de vientre bajo,
ojos compuestos de mantis eléctrica,
piel de chapa y cárabo,
sangre inflamable y sucia,
ánima cegada de alquitrán lejano,
sedienta de sequía despoblada
y de trabajo.

En sus disciplinadas filas de todo encuentro,
como entre los animales humanos.
Capturan los arrogantes el sol,
con sus capós de ardiente mármol,
para arrojármelo a la boca
en los cruces; anticipan los tapados,
sibilinos, mis intenciones endebles
desde los silencios aciagos,
desde la inevitable prudencia
de los lugares más sombríos y extraños.

Tapizan la ciudad ahorcada
en sus reposos mansos,
laceran lo que queda de mi paisaje
quebradizo y desquiciado,
el plano resumen
de todos mis espacios.
Es una conjura alucinada
sin sonido ni movimiento ni descanso,
desde el destierro de lo vivo,
y soy yo la presa, el contrario.

De noche, animales de compañía
prescindibles abandonados en el asfalto,
exponen
sus matemáticos lomos desamparados
a la luz de las farolas
y de los letreros luminosos que prometen regalos.
La reflejan convertida en interpretación cínica
de las calles estrechas y los transeúntes timoratos:
ellas siniestras como una duda,
nosotros desfigurados como un árbol,
el conjunto un esperpento,
el colorido rancio.

Aprensivo y derrotado atravieso sus formaciones
ordenadas. Sometido de antemano,
paso revista a un ejército de ocupación
sin estrategia, sin argumentos, sin cadalsos,
sin capacidad real para el ataque,
pero que por ejército rechazo.







Los hoteles

Cero
Nunca pretendió ser éste un breve manual de uso para hoteles,
no se considera quién lo propone un reconocido experto.
Aún más, es consciente de no contar para ello con un número suficiente de experiencias.
Léase, pues, no como un texto de cabecera sino como un voluntarioso compendio
de advertencias e impresiones subjetivas, como un tratado mínimo
no exento de razones pero todavía desprovisto de sólidos fundamentos.

Uno
No son hogares los hoteles.
Aunque cierto es que muerde más frío el silencio
-y hay por eso tantas personas que los prefieren-
cuando amanece a mediodía en un hogar desierto
que si lo hace en una habitación doble de hotel.

Dos
Las aspirinas deberán formar parte del equipaje de aseo;
no es extraña, en un hotel, la ocasión de acogerse a sus propiedades analgésicas.
Ayudan a aplacar, tras la siesta, la pesadez densa de los deseos
y a enfrentar, uno por uno, el clamor rígido de cada jirón de oscuridad.

Tres
En los hoteles, a veces, entran ganas de llorar frente al espejo.
Allá cada cual con su pudor, pero nada ocurre si se deja.

Cuatro
La música, en un hotel, aborda los sentidos con diferente aliento.
No es que posea un sonido mejor ni peor, sople más fiera o más mansa,
es tan sólo que enseña otras cartas, engaña más tierno.

Cinco
Ocurre con relativa frecuencia que un paisaje inerte repetido
en la ventana de una habitación de hotel durante un corto periodo de tiempo
reaparece mucho después, fugaz y nítido ante los ojos, y se convierte en una gasa
roída que la memoria esgrime como si se tratara de un necesario documento.

Seis
En los hoteles el olfato sufre una cobarde manipulación; nada huele como es debido.
Llegan ahítas las fragancias, amodorradas, como si vinieran de lejos.

Siete
La mayor parte de las mujeres, por los pasillos en penumbra de un hotel,
resultan más hermosas, o al menos más atractivas, que a cielo abierto.
También, en esos pasillos mágicos, muchas brujas impúberes semejan, con sus tacones,
con sus pociones y su provisionalidad de aeropuerto, mujeres sin serlo.

Ocho
Los hoteles y sus alrededores despiertan hábitos muy extendidos, pero desaconsejables,
como pensar en círculos, tironear sin defensa del recuerdo,
tomarse las pulsaciones para declararse víctima
o dilatar propósitos frenéticos que habían nacido muertos.
Además de revelar, en sí, una torpeza de la que será difícil desprenderse,
el resultado inmediato de tal proceder suele ser un dolor ferozmente severo.

Nueve y último
Puede suceder -no siempre, ni siquiera como regla general-
que no sea del todo acertado aplicar el contenido completo
de alguno de los ocho apartados que comprende este breve manual





TOLKEYEN

que no pase de largo por tu puerta
el hombre de tus sueños
(JOAQUÍN SABINA)


De tus argentinas manos al norte.
De la bruma en las jironadas fauces
del mar, en el dintel mitológico
de la puerta garza del fin del mundo.

De los lagos que devuelven violetas,
de los bosques para esconder la nariz,
de la mueca de petisa con novio
al futuro de fascinada extensión.

Mi ángel, el futuro es solamente
todo lo que nos va a ocurrir mañana,
el remolino de las madrugadas
que anidaremos en Tierra del Fuego
si cuando amanezca tras el Olivia
esperamos a que deje de nevar.

(Pintar de azul los días laborables, pág. 59)





HORAS EXTRA


Quien al cerrar en falso un gabinete de crisis
olvida apagar las últimas luces.

Quien no piensa si desea encontrar en la cama
a una puta desvelada
o dormida a la mujer de su vida.

Quien encadena orillas espectrales
con taquicardia en los muslos,
cortinas de agua miedosas del amanecer.

Quien se aferra a la segunda luna
los días que nace con treinta horas.

Quien se pospone, quien recoge piedras
para acordarse de volver,
de resolver dónde irá, cuándo será imborrable.

No esperes encontrar desesperación
en los versos de un poeta que tiene
todo cuanto un hombre debe desear.


(Pintar de azul los días laborables, pág. 78)














A veces el invierno
vale la pena
por un tazón de caldo

una tarde afilada
por una frase hermosa
que meter en la cama

mi vida la daría
por parecerme
a quienes has perdido.

(Zaragoza, septiembre de 2009)










En cada indecisión
del pie eliges camino

que no te venza el sueño

la vida es una carta
la luz contra un murciélago

allá donde pisemos
habrá una sudadera
viento en contra y cerezas.

(Zaragoza, julio de 2009)














YA SE ACERCA...

No entiendo a las parejas
que parecen cansadas
tristes cuando me tapan el camino

precisamente hoy
que me has jurado volver sana y salva

y que he visto en los árboles
romper las nuevas hojas
crecer mientras las miran los libreros

de esta ciudad con tanta primavera.

(Zaragoza, marzo de 2010)









El mar de fondo el mar
los abrigos el óxido
de lo desconocido

el pasillo de espera

no caben en el miedo
que espantas con un gesto

que ya no volverá
(el miedo el gesto el óxido).


(Aínsa, septiembre de 2009)

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