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martes, 29 de noviembre de 2011

5435.- TEÓFILO CID


Teófilo Cid
Teófilo Cid Valenzuela (*Cautín, Temuco 27 de septiembre de 1914 -†Santiago15 de junio de 1964). Poeta chileno, fundador del grupo surrealista chileno, Mandrágora.

Su padre fue funcionario de Ferrocarriles del Estado por lo que su familia deambuló de ciudad en ciudad por el sur del país. Valdivia, Osorno, Talca, Concepción, además de su natal Temuco, donde jugaba y hacía excursiones en el cerro Ñielol.
Sus estudios secundarios los realiza en el Liceo de Concepción y de Talca. En este último, es compañero de Braulio Arenas y Enrique Gómez Correa con quienes conformarían posteriormente la Mandrágora.
En 1932 obtiene el primer premio de los Juegos Florales celebrados en Talca con el poema "La fiesta que no tendremos".
En 1933 se establece en Santiago. Estudia Leyes, pero no termina. Luego cursa pedagogía en castellano. Por estos tiempos trabaja como funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores llegando a ocupar el puesto de subdirector de protocolo.
En 1936 se desempeña como jefe de redacción del diario La Nación.
En 1938 Enrique Gómez Correa, Braulio Arenas, Jorge Cáceres y Teófilo Cid dan vida al movimiento surrealista La Mandrágora
En 1942 publica Bouldroud, libro que el propio autor caracteriza como una obra de relatos oníricos.
En 1949 colabora con artículos en el semanario Pro-Arte y el desaparecido diario La Hora.
En 1952 publica la novela El tiempo de la sospecha, en la que aborda desde un punto de vista crítico la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo durante los años 1927 y 1931.
En 1954 publica Camino del Ñielol, poema largo de mil versos donde el autor expresa su alejamiento del surrealismo y mayor cercanía al creacionismo de Vicente Huidobro.
En 1955 participa en el programa radial como conferencista en las audiciones de Cruz del Sur, revista hablada de la Radio Sociedad Nacional de Minería
En 1960 es secretario técnico de la Sociedad de Escritores de Chile.
En 1961 obtiene el primer premio de teatro en el concurso Juegos Literarios Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago por su obra inédita, Alicia ya no sueña, escrita en conjunto con Armando Menedin. Tres años después la municipalidad edita este libro.
En 1963 recibe el Premio Nacional del Pueblo de la comuna de San Miguel, por el conjunto de su obra poética.
El 15 de junio de 1964 Teófilo Cid muere en el pensionado del Hospital José Joaquín Aguirre.
En 1976 Alfonso Calderón recopila sus crónicas aparecidas en los diarios La Nación y La Hora, las revistas Pro-arte y Alerce, entre otras, bajo el título ¡Hasta Mapocho no más!
Publicó Bouldroud (cuentos, 1942); Nuestros amigos los poetas (Antología, en la revista “Clío” del Departamento de Historia y Geografía, 1944); El tiempo de la sospecha (Nouvelle, 1952); Niños en el río (Poema, 1953); Camino del Ñielol (Poemas, 1954); Nostálgicas mansiones (Ediciones “El Viento en la Llama”, 1962); Alicia ya no sueña (Teatro, en colaboración con Armando Menedín, 1965).









LA MEMORIA ES UN RECURSO DEL AZAR

Hay fechas olvidadas por la muerte
Que gradúan la memoria
Que levantan torbellinos de decoro
Como examen de amapolas
En un vacío físico de cólera
Un adiós que alumbra las escoltas
Las misiones de la córnea
Los ojos huecos a todo azar
A todo terror una sed sometida al gusto

Hay también los ecos destrozados
Las voces amadas como sexos
Deliberando en un glaciar de frases
Los senos fijos atrayendo sus palabras
Sus palabras por amor como alguien loco
Como alguien salido a su estupor saliente
Y un beso que separa los enojos
Un beso que habitúa los cansancios
En la pura amada boca que defiendo

Un mar de salvedad en torno
Salido de los ríos
Que son principio en mí de la crueldad
De lo que llamo amor
Un calor venido a menos a causa del paisaje
Un frío de circunstancia para los ojos
Una cantidad de senos superfluos para la vida
Derivador de los calores
Y que pasan en silencio por las frases más dichosas
Las de muerte soledad y poesía
Como un halcón en mano de las manos
En mano de los píes en mano de los ojos

Qué fuerza qué vestal ardiendo
Como un porvenir acuático de llamas
Una luz toda futura grabada en las espaldas
Por una economía del esfuerzo

Qué pudo pintar de arroz su sed más alta
La de verter adioses en un simún de venas
Qué lámparas venida de los tiempos
Abisman el esfuerzo
Dominan a rincones el suspiro
Y el cabaret somático de las vacilaciones
Como un afán visual que ofrece el brazo
La dueña del arroz entra al paisaje de las adivinaciones
La que yo comparo a mi decoro
La sin destino
Rígida de sed.

De Exposición de la poesía chilena, 1941










CABALLITOS CELESTIALES

Cuando los ojos son heridos por los negros cetáceos
Que la noche contiene en sus redomas
Y nada puede la voluntad de paz
Ni nada puede la filial campana de la sangre
Y sí todo lo puede el gañir del perro.
Entonces, sólo entonces he podido comprender la miseria de los guijarros
Que hieren la exultación del pie.

Entonces solamente he sido fuerte para darme
en el sonido obscuro de la amplitud despierta.

Como emblema imperial
El mundo entre mis párpados
Ya nada sabía, o solamente acaso
Para atraer la incertidumbre de los astros.

El mundo era una costa evaporada
Un puerto arrojado más allá de sus mástiles natales
Un designio en la flecha que ha de golpearnos la espalda.

Sin embargo,
Los negros cetáceos,
o más bien os pulpos de seda
Que urgidos y alentados por meridianos de fiebre
Recorren las planicies de la noche
Me iban despedazando
Me iban acorralando contra las sábanas,
en donde,
mi cabeza era vernal
Candor de agotamiento.

Y yo creía entonces que ella iba a madurar
Como los astros en la cordillera
Y que el cielo era su polen;
Pensaba que os astros terminarían
por cubrirla con su impalpable amparo.
Pero pulpos emanados de un zodíaco de hambre
la abrazaban, estrangulándome
la acorralaban, estrangulándome,
decapitando la fruición
que existió hace años en mi sangre.

Los ojos en la noche son como abejas idas
!Y no hay miel que arrebatar en tanta flor proscripta!

Las miradas, lo mismo que el calor
Desnudan la materia y la iluminan,
Mostrando lo que hay de manantial
En cada cosa y en nosotros, todavía.

Somos negros manantiales en la noche.
En sus orillas de acritud resplandeciente
Sus lenguas embeben las faunas del desorden
Y el firmamento a veces se esponja
Como la espuma de lo eterno en una copa sórdida.

Desde su copa sórdida las faunas ácratas caían
Sin que hubiera espada capaz de combatirlas.
Su presencia quedaba inscrita allí
Como el hálito y fulgor de los mármoles cautivos
Era inútil pensar por eso en las pisadas de los vientos otoñales.

Todo
Todo parecía conspirar
Contra la aurora que crecía insobornable.

Y aunque dicen los autores
Que la voz del galo es soplo
Destinado a barrer las miserias de la noche,
no se oía su canto auroral.

Sólo el silencio
El silencio hecho de llantos prácticos
Sólo el silencio
Como un huevo caído del espacio
Sólo el silencio
Como el canto de los ojos entreabiertos
Sólo el silencio
Sexual y místico.

Es cierto que ese canto auroral
Quedaba más allá de os limites urbanos
Extraño país aquel
Robustecido por los huertos
Por las alquerías lejanas
Y el caudal de los huevos empollados,
Fragante país, por cierto.

Hasta mí
Sólo llegaban los llantos
De los hombres dormidos
Sufriendo sin saber por qué
Y sentía que era híbrida sustancia
En parte realidad, en parte sueño absorto,
Era el saco de carbón de mi propia vía láctea.

En ese instante, ay, mis dudas eran
Gigantescos cetáceos que me golpeaban con sus colas enormes.
Me sentía tan solo,
Como el alma del mal o de la noche.
Entonces, con regocijo casi lúbrico,
Los oía aproximarse en cascadas interminables
Anunciando la llegada del sol
Con pasos trémulos y esbeltos.
Yo sabía que la cadencia de sus cascos musicales
Eran el primer anuncio de los hábitos solares.

Caballitos de la aurora,
galopad, galopad
Que mi pecho ya desborda.

Caballitos de la aurora
galopad, galopad;
traedme el día,
las sombras alejad.

Al rezar de esa manera yo creía
Que corceles celestiales
Las calles invadían,
Ahuyentando con las llamas de sus patas
La aprensión de las sombras antiguas.

La verdad que eran caballos celestiales
Los que oía
Cuando la noche iba entero a devorarme.

Eran ellos mensajeros de los júbilos celestes.
Brillantes mensajeros, ebrios de sol
Conducían grávidas las cargas frutales
Nutricias materias del último arrebol.

Traían la gracia de las comuniones
La carne de la tierra
Su sangre
Sus lágrimas ecuánimes y tiernas.

Caballitos, galopad.
Las sombras,
Las miserias del mundo
Borrad.

De: Nostálgicas mansiones, 1962













Canto Primero

La soledad es un reflejo de las horas dichosas
Por su espiral las zonas blancas
Que aparecen como causa de las negras
Vierten en la hondura su compacto mecanismo
Y los recuerdos calzan zapatos puntiagudos
Sobre el cojín de las sienes apagadas.

La soledad es un estanque con faunas de alcohol
Millares de pálidas tribus de nicotina
Canoas frágiles de sed
Y un cielo que interceptan nubes ebrias.

Vencido por sus aguas hojarasca soy
Árbol de río de azúcar
Lluvia angélica tostada por el sol
Mi soledad es un paraguas que se quiebra
Como un trozo de voz.

En torno a su eje
Brillantes lagartos trepan
Y hay siesta en el trigal.

Yo recuerdo una mañana sombría
Exactamente equilibrada para aquellos años
De extenuación y niñez
Los faroles temblaban bajo el remo de la lluvia
Yo miraba, yo miraba
Un bello témpano de amor tendido junto a mí.

Pasé la mano sobre el dorso azul
Y vi que los astros eran tiernas dependencias
De mis oídos
Que los sonidos de la luz eran dulces vertederos
De palabras de amor
Y creí sentirme mixto puente de dos pieles
Para cruzar aquel gran río, aquella ancha ría
Que había entre los dos.

Oh mía entre las mías
Ilumina el resplandor
E1 negro hálito de adiós
Que yace en toda boca
Ilumina mi verdor
Las praderas que en los besos reverberan
Con sus vacas y sus méritos actuales
Oh amiga, oh virtuosa de la fuga
Que hoy te encuentre nuevamente en mis palabras
Creada por instinto de cansancio
O por valor.









Retorno

Nadie podría interrumpir el reposo de la bóveda terrestre
Aquí el silencio ha juntado sus labios para nunca pronunciar palabra
Que pudiera profanar la ostensible flor que cae
Como un junco en la ribera de los sueños.
Un sol amarillento acaricia el pórtico
Mientras haya aún verdad para la muerte y queden hombres
Por caer hacia su túmulo
Como caen los costados de los ríos en las sórdidas vertientes sin celaje
El tiempo está temblando
Temblando como un ópalo en la mano
De este día jubiloso
Yo sé que este día, sin embargo, no puede interrumpir el curso
De los muertos que aquí yacen
Esparcidos como frutas
Aunque el gallo en su plumaje de guerrero etrusco y asoleado
Borre con la esponja de su canto
La indescifrable desdicha de la vida
Y los gorriones veloces y las cautivas golondrinas
Impongan un blasón de idilio a la comarca
La tierra está sorbiendo nuestras lágrimas
Bebiendo la salud que se nos va
La alegría que perdemos a medida que vivimos
La tierra está atrapándonos la sombra que el sol proyecta mediante nuestros sueños
Ella combina con su química dorada la esencia de la luz
El aroma de la esbelta peripecia que añoramos
A las fórmulas más dulces de la ciencia de la vida.
Y esa causa de inocencia nos induce a perpetuar la reverencia
Que sentimos por la dulce redondez de sus regiones
Donde cálido el amor anida a veces
Y se teje la aureola del deseo
Más amado cuanto más eliminado
No existe ungüento parecido al eco de la vida
Cuando cae sobre el cáliz
De la flor de los que callan
Ellos escuchan envueltos en terrestres ropajes de sonoridad
Detenidos ante las vagas conversaciones,
Como ante una llave de sol
Escuchan el paso de los caminantes
Escuchan el hastío de sus voces taladradas de terror
Y conocen el origen de sus nieblas musicales
Los muertos son sabios porque no andan
Porque no buscan porque no anhelan
Y conocen además la soledad
La que tanto nos asusta cuando faltan las palabras
Y un esplendor de musgo nos crece entre los párpados.
Los muertos carecen de sentido propio
Ni hablan ni opinan pero tienen no obstante
Valor, personalidad
Para herir con su acento extranjero
El idioma que hablamos cuando hablamos de amor

Ellos saben por qué el olvido nos está acechando
Y por qué el amor sin el olvido atroz sería
Ya que los muertos, muertos son porque vivieron
Y el tiempo les dejó su huella para tenderse
Una huella que el deseo ha cubierto con sus árboles nativos
Una huella en donde el viento sopla como sobre un páramo
Y en donde el rostro de la vida pierde su sombría intensidad
Así los muertos escuchan por medio de las hojas entreabiertas
El marítimo rumor de la sangre humana

La cascada de pesar
Que espuma la corriente del lenguaje
Si vosotros estuvierais siempre atentos
Al llamado de sus cuerpos ataviados para el llanto
Las palabras sonarían como pompas de silencio

Ante la bóveda terrestre
La barbarie transparente se ha poblado de bocinas
Y de túnicas ardientes
¿Cuántas veces la estación primaveral
Ha hecho el júbilo del mundo
Provocando una ilusión de eternidad?

Si recuerdo aquel verano
No es por gusto de su fértil geografía
Ni por ser aquel verano
La enjoyada pedrería
Del deseo jubiloso

Fue tal vez porque soñaba
Con hallar tu rostro puro desvestido
Tu rostro sin candor y sin fiereza
Apoyado en el estambre
De una étnica embriaguez
Solitario
Con sus ojos temblorosos cual batallas
Entregado al dulce sino de callar

Conmovido sin embargo hasta la médula natal
Rostro abierto de vendimia
Sobre el riente tornasol
Centellante en los enigmas que propone
Devorado por la altura de la luz
Que lo emigra, de período en período,
De una época a otra época fugaz

Si recuerdo aquel verano
Con sus púberes manzanas y sus árboles cautivos
No amaba amar en ese tiempo
Cuando era cual vosotros un pigmento de familia
Raza humana o bandera nacional

Tenía demasiados dones que ocultar
Mucha luz que obscurecer
Munido estambre de jardín electrizante
El sol llegaba a mí desde los dedos
Que lo iban despojando
De su cólera carnal

(Era un sol como el que miran
Los bañistas ejemplares
Y que embebe de verdor los viejos céspedes)

Pero ahora los caminos
Han perdido su papel de antiguo encanto
Tal secas lanzas sus veredas se han hundido
En mi costado

Poseer acaso el único resabio
La piel que cubre el cuerpo de los versos
Es todo lo que hallo
Cuando trato de saber lo que poseo

Despojos ya sin sangre
Es todo
Yo he sentido a veces que el amor
Como un cabello caía ante mis ojos
Nublando la esencia del paisaje
Gris en que me muevo
Por forzoso automatismo

He sentido en la mirada el nacimiento
De un cristal preconizante
En cuyos finos lóbulos de cuarzo
Un huevo angélico nacía

Precioso de ese don yo estaba triste
Sin embargo de sentir
El grave peso de un emblema
Cuya enorme lucidez no comprendía
El amor me ataba el sol a las espaldas

Poniendo distancia de soledad
Entre cada arterial presión de las palabras
Por eso me embargaba el deseo generoso
De hablar con todo el mundo
De abrazar alguna orden extranjera
A los dominios conocidos de mi imperio personal

El amor me convertía en vaso roto
Y en fisura estrellada mis pensamientos
Por donde me derramaba
En un fluir constante de medusas
Y compactos traumatismos de la infancia

No
Es tal vez porque el verano aquí presente
Nada dice nada canta nada oculta
Y en vértice de amor y sufrimiento
Abro un ángulo hacia el tiempo irremediable

Por amar lo que he perdido
Vivo a tientas despojado de la luz
Vivo ciego en un transcurso mineral transfigurado
Por un hálito de piedra y de cemento.







Tríptico De La Noche (II)

Cuantos vienen a mirarte te miran desde un solio de egoísmo
bajo el cual una cisterna brota que embrida a los astros.

No pueden suponer que el día nace de tus sombras,
el día que concede su luz a cualquier hombre
y que también nos sirve para odiarnos.

En ti yo encuentro los semblantes más amados,
el de una ciudad que invierte sus tejados en el agua
y el de un puente de salud sobre dolencias pálidas.
(Recuerdo como aludes de agua fresca,
viejos recuerdos donde las diarias preocupaciones crean fútiles regatas.)

Por eso a ti recurro, ¡oh noche!, para impetrar tu sombra,
tu mano enguantada de negro, tu dominó de olvido,
porque ellos, los paseantes que ahora llegan de la mano,
puedan quedar prendidos como jíbaros de espuma
al primitivo silencio de tus astros extasiados.
¡Oh emblema nupcial! ¡Oh dulce acorde transpirado!
La noche tiene ahora escudo de armas como reina,
dos miradas, dos alientos, dos palabras que el silencio crispa
en un augurio de cemento eternizado.







Tríptico De La Noche (III)

¡Oh dulce noche, que mueve los estambres
con su sombra silenciosa
que es luz para la sangre!

Tú posees la fatiga que requiere mi descanso,
la faz nupcial que esconde el eco
por donde un hilo de éter va fluyendo.
Lo que eres en la simple geometría
de los cuerpos enlazados por ustorio espejo de heno,
lo que eres en la granja de tus árboles de lira
donde pastan armoniosos animales,
temblorosas palmas ávidas de estío.
Y aluminio el caserío que refleja el río antiguo,
un problema que hace nido,
un nidal que es puro lapsus,
el lapsus que es el tiempo sin medida.

¡Oh noche que das paz a las estrellas
con el vaho de los cuerpos!;
al sereno de las fábricas,
a los viejos conductores de tranvía.
Yo te voy iluminando piso a piso.
Das un lujo sideral
como al verde rascacielos
que madura con los besos de sus miles de habitantes.
Es preciso mirar sobre tus hombros
para ver el naipe que manejas.

Has detenido a los paseantes,
empleando gatos negros, perros vagos, taxis lóbregos,
que pasan a favor de la corriente
como el sueño a través del hipnotismo.

¡Oh noche! Tan hermosa
como ver a Doña Venus en la punta de la vida.
Tú que eres en el rapto de las diosas
la que acepta ser raptada,
en el rapto del espejo
la ilusión que sobrevive;
en el rapto de los besos
el lenguaje que se cambia.

Hay soles en tu nombre,
marchitos soles que devienen
populosos como siembras,
cuando una lenta espera me domina
con su atroz desesperanza.

Hay estadios en tu nombre
donde juegan inexpertos jugadores,
endurecidos como estatuas en un parque
al juego viejo que llamábamos la barra.
¡Oh noche! Tu guante ha caído al día.
Allí lo veo como sobre el banco de un parque desolado.
Me acerco. Lo oprimo contra mis labios
y entonces veo que es un bello atardecer.
Lo retiro de mi boca
y entonces veo que es la aurora que se acerca.











CAMINO DEL ÑIELOL
(texto completo)

La primera parte de este poema apareció en una revista hace algunos años. Marca el deseo subconciente de volver a la vida colectiva, compartida, impersonal de los antepasados. Nunca habría adivinado esta condición del poema sino fuera porque el esfuerzo v o l i t i v o e i n t e l e c t u a l expresado en sus tres partes ulteriores me dio la clave del aparentemente obscuro problema. Incluso, hasta el título quedó discernido: “Camino del Ñielol”, la pequeña calle provinciana que recorrí muchas veces en la infancia, su paisaje pueril, su gente anónima, su preocupación casi superflua para el mundo. En la misma forma, he recorrido ahora, a través de estos versos, el camino para llegar de nuevo a mí mismo y asomarme por breve instante al brocal en cuyo fondo brillan las raíces. Hoy no hago otra cosa que relatar la experiencia inicial. Acaso alguna vez pueda dar cuenta del resto.

T. C.


I


La soledad es un reflejo de las horas dichosas
Por su espiral las zonas blancas
Que aparecen como causa de las negras
Vierten en la hondura su compacto mecanismo
Y los recuerdos calzan zapatos puntiagudos
Sobre el cojín de las sienes apagadas.

La sociedad es un estanque con faunas de alcohol
Millares de pálidas tribus de nicotina
Canoas frágiles de sed
Y un cielo que interceptan nubes ebrias.

Vencido por sus aguas hojarasca soy
Árbol de río de azúcar
Lluvia angélica tostada por el sol
Mi soledad es un paraguas que se quiebra
Como un trozo de voz.
En torno a su eje
Brillantes lagartos trepan
Y hay siesta en el trigal.

Yo recuerdo una mañana sombría
Exactamente equilibrada para aquellos años
De extenuación y niñez
Los faroles temblaban bajo el remo de la lluvia
Yo miraba, yo miraba
Un bello témpano de amor tendido junto a mi.

Pasé la mano sobre el dorso azul
Y vi que los astros eran tiernas dependencias
De mis oídos
Que los sonidos de la luz eran dulces vertederos
De palabras de amor
Y creí sentarme mixto puente de dos pieles
Para cruzar aquel gran río, aquella ancha ría
Que había entre los dos.
Oh mía entre las mías
Ilumina el resplandor
El negro hálito de adios
Que yace en toda boca
Ilumina mi verdor
Las praderas que en los besos reverberan
Con sus vacas y sus méritos actuales
Oh amiga, oh virtuosa de la fuga
Que hoy te encuentre nuevamente en mis palabras
Creada por instinto de cansancio
O por valor



*

No me gusta amar las causas
Sino el efecto
La ondulación de teja de su ,pavor sombrío
No me gusta preguntar qué era
Sino qué sombra expulsa
Desde el cuerpo que el sol –maneja
Con mano maestra
Ni me gusta exacerbarme diciendo
Que ella tuvo madre y padre corrompidos
Sino qué hoja es de un árbol necio
Donde agrupan sus rebaños los pastores
Puro paisaje de fresca ancianidad
En cuyo musgo pacen las ovejas
Y los molinos ejecutan
Danzas de sol en brumas de sequía.

Por eso no pregunto nada
Me extasío solamente
Como un cubo ante la ley geométrica
Que rige sus costados
Me ilumino desde adentro como un eco
Que nunca tuvo grito por nidal.

Y amo decir que ella es un buen efecto
Una buena circunstancia
En medio del tifón que me rodea
Un óvulo de bondad en la tormenta.

Ni pregunto ni detallo ni tengo ojos filosóficos
Me agrada ser un ser sin ríos propios
Sin montañas que almohadillen mis pupilas
Esparcido
Y feliz en torno a ella.




*

Y puedo hablar junto a sus orejas
Con extrema libertad
Disfrutar de las manchas solares
De su busto que es castillo y edad media.

Cantar junto a sus torres.

Heme aquí, oh la más amada
A comida te comparo y herborizo
Entre sus témpanos de amor
Yo que brillo a medianoche
Y ando a obscuras en el día.
A ventana te comparo amada mía
Donde me acodo
Para oír tus ríos interiores
Y puedo cantar en los barrios más sórdidos
Con el trino de tu imagen en la voz
A mí que se me niegan las hadas
Que pierdo el tiempo
Y aspiro en un vado de azogue
El perfume de espejo que nace de ti.



*


Oh, sol dorado
Tú eres lo que el fuego en la mirada de las vírgenes
Una isla de pudor que ha descendido al océano del grito
Una estrella que vencida por la suerte que ella encarna
Cae envuelta en los repliegues de su faz nupcial

Oh, sol dorado que has hecho alzar los brazos
En un cántico de carne arrebatado por la aroma
De las flores que cimentan un extraño paraíso
En el lívido esplendor de la neblina.

Su aliento pasa sobre el rostro en el olvido
Pasa fugaz sobre las formas invisibles de mi tacto
Rodea mi pulso con anillo de semblantes.

Su aliento es luz para la noche del olfato
Donde reviven fauces que he venido rescatando
Una a una de las rocas funerarias
Su aliento es pez en la marea de la córnea
Donde fluyen cataratas de leyenda.

Su cuerpo ahonda las miradas que lo tocan
Siembra tiernos torbellinos en los ojos
Y pega sobre el sol la estampa negra
Que extorsiona el breve tránsito de luz.

Su cuerpo tiene sombra, oh sol dorado
Y esta sombra me une a ella
Sin la sombra de su cuerpo, su cuerpo luz sería
Y la luz es un pudor que jamás me he permitido
Desde el tiempo en que fui hijo de la noche.



*


Viejas piraguas destrozan la sangre
En viejos círculos de amor
Llameantes como nubes
Como rápidas aguas que pierden amor
A medida que el espectro de la especie
Cae en rápida cascada.

El mundo cae detrás de su esperanza
El tronco de una amante
Vieja como el mundo, como el agua de sus ojos
Sus cabellos tiemblan en la escarcha
Sus cabellos que atraviesan el paisaje
Caen también formando puros órdenes aislados
Donde el viento es sangre suya
El mar cadera suya
La tierra carne suya
El mundo pelvis suya.
Ella es mi tribu, yo la reconozco
Yo soy de su ilusión sus ojos perpetúan
Mi mirada más allá del límite asignado a cada hombre
Su idioma
Es la palabra que escapa a mi deseo.



*

Como una superficie que ha quebrado el llanto
Envuelta en los vapores de su propia vestidura
Ella es llanura hasta abarcar el sino de la especie
Un horizonte móvil es el jaez de sus pupilas
Galopa por el llano hasta perderse en las miradas
Y en el imperio de la vista
Esbeltas luces giran
Eléctricos nativos
En totémico zigzag
Ella es el llano que cuidan las montañas
Donde el hombre edifica ciudades
Pierde el eco.

Ella es
El llano donde corren las aguas
Aguas que más tarde temperándose en memoria
Darán navíos a los sueños de sus hijos.

Ella es la fiebre de distancia
El color de la montaña
Esfumado paraíso
Guarda el eco de caravanas perdidas
Caravanas de miradas en su mar terrestre
Guarda ella
Con palmeras de anhelante soledad
Con aduares y simunes de conquista
Mi deseo, mi deseo de montaña
Esparciéndose ha llegado a ser llanura.


De Camino del Ñielol. Santiago: Ediciones Renovación, 1954




El bar de los pobres”, de Teófilo Cid




Hoy he ido a comer donde comen los pobres,
Donde el pútrido hastío los umbrales inunda
Y en los muros dibuja caracteres etruscos,
Pues nada une tanto como el frío,
Ni la palabra amor, surgida de los ojos,
Como la flor del eco en la cópula perfecta.
Los pobres se aproximan en silencio,
Monedas son sus sueños
Hasta que el propio sol airado los dispersa
Para sembrarlos sobre el hondo pavimento.
En tanto cada uno es para el otro
Claro indicio, fervor de siembra constelada.

Y en la pesada niebla de los hábitos
que en ráfagas a veces se convierten
De una muda erupción
De alcohólica armonía,
yo siento que el destino nos aplasta,
Como contra una piedra prehistórica.

Pues somos los que pasan
Cuando los más abren los ojos claros
Al amplio firmamento
Que adunan los crepúsculos antiguos.

El mundo es sólo el sol para nosotros,
Un sol que ha comenzado por besar las terrazas
De los barrios abstractos.

Masticamos sus migajas,
Sintiendo que un espasmo egoísta nos mantiene,
Pues somos individuos, por más que a ciencia cierta
El nombre individual es sólo un signo etrusco.

En los que aquí mastican su pan de desventura
Un viejo gladiador vencido existe
Que puede aún llorar la lejanía,
Los menús elegir de la tristeza
Y darse a la ilusión de que, con todo,
Es un sobreviviente de la locura atómica.

Sentados en podridos taburetes
Ellos gastan los últimos billetes
Vertidos por la Casa de Moneda.
Los billetes son diáfanos, decimos,
Carne de nuestra carne,Espuma de la sangre.

Con billetes el mundo
Congrega sus rincones
Y parece mostrar una estrella accesible
Sin ellos, el paisaje es sólo el sol
Y cada cual resbala sobre su propia sombra.
Pero la Casa de Moneda piensa por todos
Y los billetes, ¡Oh encanto del bar miserable!
Nos suministra sueños congelados,
Menús soñados el día desnudo de fama
Al levantar los vasos se produce el granito
Del brindis que nos une en un pozo invisible.
Alguien nos dice que el sol ha salido
Y que en el barrio alto
La luz es servidora de los ricos
¡La misma luz que fue manantial de semejanza!
Hoy he ido a comer donde comen los pobres
Y he sentido que la sombra es común
Que el dolor semejante es un lenguaje
Por encima del sol y de las Madres.

de Nostálgicas mansiones, 1962








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