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martes, 21 de febrero de 2012

6108.- GERARDO FULLEDA LEÓN



Gerardo Fulleda León
Nació en Santiago de Cuba, Cuba (1942). Poeta y dramaturgo. De su extensa producción dramática se destacan, entre otras, las siguientes obras: Los profanadores (1979), Plácido (Premio Teatro Estudio, 1981, llevada al cine por Sergio Giral), Ruandi (1986, Premio UNEAC), La querida de Enramada (1989), Chago de Guisa (1990, Premio Casa de las Américas) y Betún (1997). Parte de su obra ha sido recogida en Resistencia y cimarronaje. Teatro de Gerardo Fulleda León (2006) y se ha representado en Colombia, Estados Unidos, Honduras, República Dominicana, Suecia, Venezuela, Suiza y España, además de Cuba. Como director teatral, se destacan sus puestas en escena de Llévame a la pelota, de Ignacio Gutiérrez (1972), Réquiem por Yarini, de Carlos Felipe (1999), y Falsa alarma, de Virgilio Piñera (2001), entre otras. En 1984 editó el volumen Algunos dramas de la colonia. Desde 1988 es el director general de la compañía teatral Rita Montaner en La Habana. Sin embargo, su primer libro fue un poemario: Algo en la nada, publicado en La Habana en 1961 bajo el sello de Ediciones El Puente, a cuyo núcleo creador estuvo vinculado entre 1961 y 1965. Otros poemas suyos eran parte de la antología Segunda novísima de poesía cubana (ed. José Mario) preparada por dichas ediciones en 1964 pero publicada finalmente en 2011 en la compilación crítica Ediciones El Puente en La Habana de los años 60: lecturas críticas y libros de poesia (ed. Jesús J. Barquet). El hecho de no haber publicado poesía en tantas décadas no significó que Fulleda hubiera dejado de escribirla. Así lo testimonian sus poemas aparecidos aquí, escritos en los años 70 y 80 y pertenecientes al libro inédito Nostalgia de Troya.


DE LA BITÁCORA DE UN MARINO


a Ángel Acosta León


Están en regla el corazón y sus redes.
El salitre nos ha devorado la cara.
Toda la mañana hemos navegado
a toda vela rumbo a la isla.


Aún esperamos tener noticias
del que saltó la borda alucinado
tras la estela de una imagen en el agua.
En su litera encontramos algunos signos:
tatagua, colombina, flor del pecho, cafetera.


Los hombres laboran desde el amanecer.
Ahora, canturrean y beben sobre la borda
ese vino que cada día es más escaso
y tan nocivo como un noviazgo largo.


Ah, anciano de hablar profético.
Si aún conversas con tus antepasados
y adivinas el curso de las lluvias,
dinos qué se ha hecho de nuestra alegría,
cuántos de nosotros llegaremos al puerto,
y cuál mensaje arrastró al suicida
que alienta indescifrable en nuestros sueños.












POÉTICA


Ante la hoja en blanco tiemblo:
¿qué cocodrilo, canario o fiera
saltará en sus dominios?
¿Acaso el tinte de la memoria,
el faisán de los sueños,
la mayor caligrafía del misterio?












OBRA DE GRACIA


Si me reduces a esta piel, negra
como la cordura de las grandes visiones,
pasarás por alto un privilegio.


Ya en las bodas de mis padres
se brindó por la fertilidad de mi madre,
grano más que espiga
raíz mejor que árbol.
Ella giró en los preparativos
con aires de doncella,
tras dar fe de la virilidad paterna,
nave mejor que mástil
cuenca más que río.
Sin embargo, qué inocencia en sus gestos,
en la forma de entrelazar sus piernas
y adentrarse el uno en el otro.
El cuello de mi madre, galeote insumergido,
vaticinaba la marejada en su espalda.
Ah, la saliva de sus labios,
miel, licor en el insomnio de mi padre,
qué negrura tan refulgente en sus brazos.
Él dominaba todo género de astucias,
supo siempre demorar una caricia,
detenerse a un paso del misterio
y respirar hondo
para hacer más valiosa su victoria.
Qué dominio sobre el pulsar de su pecho,
sobre el ir y venir de sus arterias
y aquellas palabras por inventar siempre,
germinando en su garganta.
Pero, qué jolgorio final,
qué llovizna tan irrefrenable
al humedecer vida,
abandonándolos en su mejor obra de gracia.


No hubo mejor bautismo para mi piel,
miembros configurados por estos ejercicios.
El aliento y la torpeza de mis gestos
es la heredad de aquellos cuerpos.
Encuentra tú en nosotros esencia de aquel rito
y asume mi piel como un presagio.














AVE FILOSA


Solo si desatas tus cabellos
y corres por el cuarto desnuda,
descubro la libertad.


Es entonces
cuando, al tapiar tus manos con mis manos,
te hago una bóveda en el pecho.


De ella, como espectro
o ave filosa, te escapas
dejándome dentro.














TRAMPAS Y CORREAJES


El antílope es la pieza
más codiciada del verano,
no por la riqueza de sus carnes
o el precio de su osamenta.
Todo reside en las dificultades
que su captura impone.
Armas blancas o de fuego,
tramas y correajes fracasan
allí donde la sola intensidad
de lo bello logra domesticarlo.














ANTORCHAS Y LICOR


para Lali


Las cosas que esperé y he soñado
están sentadas frente a mí
y aguardan por mi aprobación.
Nada es más importante ahora
que las cosas que he hecho
en espera de este instante.


El camino recorrido aquella noche
cuando, antorchas y licor, cantábamos
canciones de doble filo.
Y las muchachas andaban descalzas,
riendo como las estrellas.


Y en un recodo nos detuvimos
y sentí el aroma de tu pelo
y nos hicimos firmes promesas
y nos regalamos la luna, decorada
como la viñeta de un libro,
antes de apagarse tras una nube.










NOSTALGIA DE TROYA


para Luisa Josefina Hernández
There are places I remember...
The Beatles


Hay lugares que recuerdo
y en donde nunca he estado.
Plazas, cuerpos, ciudades
que me acompañan sin quererlo
interminables días
colmados de apetencias y sonidos.
Fiestas a las que no fui invitado
y atesora el sótano de la infancia.


Al caer la tarde
basta un olor, la música lejana
del oráculo de un verso.
Entonces soy presa
en sus redes que me enmudecen
y adueñan de sus parajes.


Luego retorno a mi sitio
con una nostalgia de Troya
que me cala en un escalofrío.


¿Existen realmente fuera de mí
esos cuerpos, esos espacios que invento?














PERMANECER EN SOMBRA


a mi madre


Y de pronto no fuiste más la desvelada.
Desconsolado aprendí a saberte
al recrear tu voz apilada al recuento.


Las manos no erigirán sueños y chales
ni otorgarán perdón en un gesto.
Todo se te ha quedado turbio, atado
como si permanecer en sombra fuese vida.


Ahora: aprender a decir cómo amabas,
tornabas al dolor o simplemente eras.
Reconocerte en cartas y retratos.
Hay que no olvidarte y llorarte
y dejar tu nombre para los domingos
o los días infinitamente tristes
en que uno sea el desvelado.





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