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sábado, 3 de marzo de 2012
6191.- VÍCTOR YANES
Víctor Yanes
Nace en Los Realejos, un pueblo del norte de Tenerife, en mayo de 1974, aunque la mayor parte de su vida se ha desarrollado entre Santa Cruz y La Laguna. Actualmente reside en el municipio de Los Llanos de Aridane en la isla de La Palma.
En 2007 publica su primer y hasta el momento único poemario que lleva por título “Cuando Yo Era Otro” (Taller de publicaciones Makaronesia) presentado en Santa Cruz de Tenerife y en El Ateneo y La Casa de Canarias de Madrid
Empieza a escribir en 1992, con 18 años aunque da a conocer su poesía años más tarde, en lo que serían sus primeros recitales poéticos en librerías. Locales culturales e institutos de enseñanza secundaria. Parte de su obra ha sido publicada en diversas revistas como la extinta Liberación, Togas y Letras o La Salamandra Ebria. Igualmente sus poemas ha sido escuchados a través del desaparecido programa cultural Entre dos luces de Radio Nacional de España
Formó parte junto a otros escritores y artistas del comité organizador de los actos del encuentro internacional de literatura Las 3 Orillas, evento que pretende desde su primera edición en 2007 crear espacios para el encuentro entre culturas, especialmente entre los continentes de América, África y Europa
En la actualidad está trabajando en la preparación de su segundo libro de poemas que verá la luz e el transcurso del presente año 2012.
Poética
No creo en los grandes discursos teóricos alrededor de la poesía. Considero que todo es más fácil y a la vez más complejo. La poesía para mi es un caer en la austeridad de no dejar ni un solo elemento al azar.
En la poesía debe quedar todo bien atado, el poeta debe prestar atención a lo que sucede en él y fuera de él y por consiguiente en el momento de escribir el poema construir una realidad concreta, sin rodeos ni juegos de despistes.
De los buenos poetas espero lo máximo posible, es decir, que remuevan mis emociones, mi interior, mis entrañas, todo aquello que uno por miedo esconde y oculta. La emoción del buen poeta es la emoción de todos. Yo escribo por una única razón que comprende otras muchas: la poesía es comunicación que ha de ser oída, autoconsciencia para seguir creciendo, reconocimiento de la realidad para saber qué pasa, quién soy…
Recordatorio de la locura
“Si llego a mi destino ahora mismo, lo aceptaré con alegría, y si no llego hasta que transcurran diez millones de años, esperaré alegremente también.” Walt Whitman
Recuerdo cuando supe que estabas en el mundo,
recuerdo acunar en mi ansiedad un gesto facial
desencajado. Recuerdo un desproporcionado interés
por todo lo que hacías. Recuerdo armonizar, como un inútil,
el caos, disimular ante ti con una diminuta sonrisa
porque te amaba con demasiada debilidad y mucho miedo.
Recuerdo llorar habitualmente, abandonarme al creer
que el amor era un asunto muy complejo.
Recuerdo cómo ibas y cómo venías, agotada y repuesta,
recuerdo los días execrables de tu ausencia.
Recuerdo una ocasión en que te dije
que el amor era disculpar un absurdo.
Hubo una muerte temprana en cada acto de mesura.
Te amé a mordiscos, con una cercanía invasora.
Fui frágil, endeble, pusilánime,
con obsesiones murmurantes, con la enfermedad veloz
de la mentira. Recuerdo que no quise alcohol,
ni dormir en alcobas de mujeres fáciles.
No quise la rutina fría, la indiferencia,
ni una mano que me tocara
ni un depósito de pasiones en el recuerdo.
Estaba cansado, estaba contigo y sumamente solo.
Una asombrosa casualidad
Nacer es una asombrosa casualidad,
simple y poco sublime
como la muerte diaria de personas
que entran en el sistema de tuberías del infinito
bajo el signo de un horripilante silencio
del que no se conocen datos.
A mí nadie me envió, yo nací
y mejor será no pretender justificar
mi presencia en el mundo
no vaya a ser
que por un natural afán de conocimiento
acabemos todos sintiéndonos muy tristes.
Celebremos la asombrosa casualidad de nacer,
me parece bien, instintivo gozar de eventos
tan inexplicablemente bellos.
Nacer es una casualidad,
pese a todo, yo estoy en el camino;
mis juicios de valor,
el calibrador de la ética haciendo
de pequeño observatorio del mundo
son mis útiles de trabajo.
Nacer es una asombrosa casualidad
que nos pone a corretear en un pasillo
inexorablemente corto.
El desamparo y las ensoñaciones
La ruta del desamparo es abierta y generosa,
me conduce a playas nocturnas de arena negra,
a discotecas, a salas de estudio, a buscar sin descanso
el éxtasis, la compañía infatigable de una muchacha joven
que comparta su colchón conmigo sin que piense que sobreactúo.
La furiosa soledad, qué irresistible invitación al psicoanálisis.
La sed, la falta de amor, la depresión, el temor a sentirme
un pedazo de carne, un animal alienado avanzando entre la masa,
un bruto contorno de mí mismo, me conduce a aceptar, a veces,
una pasión vulgar sin condiciones.
Estoy solo, la ausencia de ruido emocional
de sentimientos más o menos prolongados en el tiempo...
la ruta del desamparo es abierta y generosa.
Hago turismo por la extensa región de las elucubraciones eróticas
y leo al supremo cantor del yo que no puedo ya sacar de mi cabeza
y que se llama Walt Whitman.
Pequeño inventario de antiguos recuerdos
Los grillos en los agujeros de la noche,
el atuendo de mi hermano gemelo,
los ancianos y la memoria de los niños del siglo diecinueve,
la plaza, las manos sucias, siempre la pelota,
Semana Santa y la lluvia, mi padre nunca estaba
y mi madre aún joven y guapa
era una mujer de pueblo que ya no ejercía.
Los domingos y el vagón 127 amarillo,
1984, los beatos, los aires de cambio,
las hondas huellas que dejó la posguerra.
El frío deslizándose a dos aguas
sobre las casas.
Nochevieja, la pólvora, las fiestas del patrón,
la solterona, la celestina, la mujer
y el miedo al qué dirán,
la ternura, siempre la ternura,
la fe en Dios, mi primera bicicleta,
mis hermanos, mis primos,
la enfermedad, el infortunio, la muerte
y, sobre todo,
la suerte de haber tenido abuelo.
Imagino Nueva York
Nueva York es una nación
de riscos con ventanas, de mesetas
sin trigo y asfaltadas, de taxis
amarillos y negros ignorados,
de avenidas sin tregua, de efusiva
magia bursátil
y sueño americano.
Nueva York no conoce más que la sombra.
Luminosa en la artificial burbuja de la noche
su silueta nocturna es una variedad de alturas
una mística arquitectónica.
Nueva York está en las películas, en las palabras,
en los anuncios publicitarios,
en la nostalgia irlandesa,
en los grandes almacenes.
Nueva York es un moderno afluente del mundo,
un recuerdo indestructible,
un carnaval africano en la tierra prometida,
un río Hudson mojando las dos orillas de la selva.
Tribunal de reconocimientos
Gracias al temible gobierno
de inexorable mechón de canas,
gracias al paso del tiempo,
al poema que sale limpio, desordenado
de la aorta principal del sentimiento.
Gracias a la esperanza incandescente
de las autopistas que me llevan
a algún lugar menos oscuro.
Gracias a los largos ratos de irrealidad cuando descanso de la rutina,
gracias por todo lo que no está suficientemente visto,
gracias a los que le piden un adelanto al optimismo
en tiempos de crisis.
Gracias a los vanguardistas que no engañan a nadie con falsos inventos,
gracias a los que opinan, ríen, saltan sin pagar el peaje
de ser un maniquí que gusta a todos.
Gracias a los que viven la vida sin que nadie
espere nada de ellos,
gracias al fuego del amor propio que salva tantas vidas,
a la poesía que rompe tópicos,
gracias a la música, gracias Mario Benedetti
y a otros muchos poetas de aquí o allá
que me pusieron un alfabeto en las manos para aprender a juntar versos.
Gracias a los que luchan mucho porque otros no luchamos nada.
Ser poeta
Para ser poeta
Hay que desvincularse del pasado,
rescatar cierta bisoñés lectora,
derribar la idiota aristocracia de los nombres,
los escaparates, los expositores de mercancía.
Para ser poeta
No es necesario escribir a todas horas,
tener en un ropero colgados
ocasionales harapos de bohemio
ni llevar una vida distinta y artificiosa,
no es necesario un desamor temprano,
una ausencia definitiva.
Para ser poeta
Hay que sentir los halagos como palabras extrañas,
no tener una patria demasiado extensa,
no escribir viciado por el hábito y la costumbre
y ante todo, morir cuando el poema muere.
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