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jueves, 8 de diciembre de 2011

5504.- JULIÁN MARCHENA


Julián Marchena (1897-1985) fue un destacado poeta costarricense. Muchas de las poesías de sus obras; como Vuelo supremo, Viajar, viajar; Lo efímero y Romance de la carretas; ya forman parte de la memoria colectiva de Costa Rica. Al igual que las Concherías de Aquileo J. Echeverría, Alas en fuga, su único libro, forma parte de del repertorio de textos clásicos que son de amplio conocimiento en este país.

Julián Marchena nació en San José (Costa Rica) el 14 de marzo de 1897, se graduó como contador en el Liceo de Costa Rica, posteriormente estudió derecho durante cinco años pero nunca se graduó como abogado. De 1938 a 1967 y de 1974 a 1979 fungió como Director de la Biblioteca Nacional y fue miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.
Publicó poemas de manera aislada, no fue hasta 1941 cuando estos fueron recopilados en un solo libro llamado Alas en Fuga. Dicho libro fue reeditado en 1965 y se le agregaron algunos poemas nuevos. En 1963 se le otorgó el Premio Magón, máximo premio que otorga el Gobierno de Costa Rica en reconocimiento a la labor cultural de una persona.
Marchena falleció el 5 de mayo de 1985.



Obra literaria
Alas en Fuga (1941)
Este libro es de clara tendencia modernista. Sus poemas, aunque están muy finamente construidas, son de fácil interpretación. Por lo general, sus poesías están repletas de sonoridad, armonía, imágenes plásticas y numerosas metáforas. Sin embargo, prescinde de la retórica altisonante, de lo exótico y de lo mitológico. En la forma, Marchena respeta las fórmulas clásicas de la poesía y, en contenido, trata temas como el amor, el dolor y la libertad.










Vuelo supremo

Quiero vivir la vida aventurera
de los errantes pájaros marinos;
no tener, para ir a otra ribera,
la prosaica visión de los caminos.

Poder volar cuando la tarde muera
entre fugaces lampos ambarinos
y oponer a los raudos torbellinos
el ala fuerte y la mirada fiera.

Huir de todo lo que sea humano;
embriagarme de azul...Ser soberano
de dos inmensidades: mar y cielo,

y cuando sienta el corazón cansado
morir sobre un peñón abandonado
con las alas abiertas para el vuelo.












Deja correr el tiempo

Deja correr el tiempo, que ya llegará el olvido,
y así como se adornan las secas ramazones
de mágicos renuevos, tu corazón herido
florecerá mañana con nuevas ilusiones.

No desesperes nunca. La sombra es precursora
de la luz que hay en ti. Detrás de la amargura
que empaña el cristal nítido de un alma soñadora
irradia la sonrisa, que todo lo depura.

Practica la severa virtud de ser sincero;
fortalece tu espíritu para que seas blando,
y si el dolor te hiere con su puñal certero
sé como las guitarras que sollozan cantando!

No aventures tu paso más allá de la vida
porque es abismo ignoto del cual nunca saldrás:
en cada tumba un pájaro de voz adolorida
como el cuervo de Poe responde "nunca más..."

Pero, eso sí, no dejes de sonreir a todo
a través de la niebla de tu melancolía;
derrama tu perfume, que es la bondad, al modo
de una flor, aunque sepas que has de durar un día...


**La Mariposa Arrabalera**












Lágrimas frescas

En recuerdo de Victoria,
mi compañera desaparecida...

Rosa que el fuego de mi amor consume,
ave que llora con mi propio llanto;
fugóse el ave y me dejó su canto,
murió la rosa y me dejó el perfume.

Y es que ese aroma y esa melodía
que me hicieron alegre y sano y fuerte
serán incienso y fúnebre armonía.

Así, a fuerza de amante sin fortuna
que intenta huir a su destino adverso,
voy a forjar un amoroso verso
a la memoria de Rosario Luna,

aquella que me dio todo lo suyo,
aquella a quien le di todo lo mío,
la que tuvo calor para mi frío,
la que no supo hablar si no en arrullo,

la que para aliviar en su partida
mi carga de dolor y desconsuelo,
a cambio de mis noches de desvelo
me mostraba su faz agradecida.

Cuando vencido por la desventura
palpé el horror de mi existencia vana,
tendiome al punto, como buena hermana,
el mullido plumón de su ternura.

Si en cada poro me clavaba espinas
el dolor en que estoy crucificado,
ella sobre mi cuerpo lacerado
hizo lo que a Jesús las golondrinas.

Al reposar de la habitual lectura
que nuestro pensamiento fatigaba,
mi corazón sumiso se extasiaba
en la piedad de su mirada oscura.

Corría el tiempo desapercibido
sin que nuestro silencio se turbara,
lo mismo que una mano que pasara
por sobre el lomo de un lebrel dormido.

A veces, al relato de algún cuento,
mientras alzaba por temor el hombro,
parpadeaban sus ojos en asombro
como dos mariposas contra el viento.

Y si el amor que urdió la fantasía
tras el punto final quedaba ileso,
me pagaba el relato con un beso
por compartir conmigo su alegría.

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