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miércoles, 21 de diciembre de 2011

5658.- ALFONSO GUILLÉN ZELAYA



Alfonso Guillén Zelaya
Nació el 27 de junio de 1887 en Juticalpa, Olancho, HONDURAS; y falleció el 4 de septiembre de 1947 en México.
Alfonso Guillén Zelaya fue durante medio siglo un ciudadano del mundo, periodista, intelectual, cosmopolita y sensible observador del hombre y su entorno. Fue el único varón de los seis hijos procreados por el señor Miguel Guillén y la señora Jesús Zelaya.


En su ciudad natal hizo los estudios de primaria y secundaria, trasladándose luego a la capital para cursar la carrera de Ciencias Jurídicas y Sociales. Un trágico incidente en el que se vio envuelto, del que no se precisan mayores detalles en los libros de texto, le impidió culminar su carrera. Así, el Derecho perdió sin duda a un brillante abogado, pero el país ganó a un imbatible periodista que fue dolor de cabeza para las transnacionales, acostumbradas a mover con un dedo las leyes a favor de sus intereses.


EL TACOMA. Este nombre tiene doble eco en la historia de Honduras. Se llamaba así el crucero a bordo del cual el gobierno de Estados Unidos forzó la salida del presidente Miguel R. Dávila en 1911 y el ascenso al poder de Francisco Bertrand y Manuel Bonilla.


Así llamó Guillén Zelaya al primer diario bajo su dirección, en su querida Juticalpa. Sin duda, su labor más trascendente estaba por venir, pero es aquí donde empiezan sus primeros escritos, que irán cobrando fuerza con el tiempo. 


En 1913, llega por primera vez a Guatemala, desde donde envía al gran Froylán Turcios sus composiciones, que son publicadas cada mes en el Ateneo de Honduras. Escribe además para el Nuevo Tiempo, de Guatemala. En 1915 trabaja en el consulado hondureño en Nueva York, con un salario inicial de 75 dólares, insuficientes para vivir, según una carta que envía a sus parientes.


Al finalizar en 1918 la primera Guerra Mundial, Guillén Zelaya integra junto a Rafael Heliodoro Valle la delegación hondureña en la Conferencia de Versalles, Francia, que preside Policarpo Bonilla. En 1921 deja Estados Unidos y regresa a Guatemala como Jefe de Redacción de Diario Nuevo, del que luego es nombrado Director.


Es derrocado en aquel país el presidente Carlos Herrera y Guillén Zelaya, fiel al espíritu que lo acompañará toda su vida, redacta el documento de protesta que los periodistas presentaron al Congreso Nacional.


En El Cronista, desarrolla Guillén Zelaya su labor periodística más valiosa, con una sección editorial que se vuelve trinchera en mano de este insobornable patriota junto a otro grande como lo fue Paulino Valladares.


Allí, escribió Guillén Zelaya desde el 18 de noviembre de 1926 al 3 de septiembre de 1929 artículos editoriales de antología, no en vano ha sido considerado “uno de los más grandes editorialistas políticos hondureños”.

Y para muestra basta un ejemplo. En 1929, la Standard Fruit y Steamship, comprometida a construir -de La Ceiba a Yoro- 26 kilómetros de línea férrea por año, presiona para que el gobierno le disminuya sus obligaciones contractuales. Para ello, presenta al Congreso Nacional formal solicitud para el el número de kilómetros fuese reducido a 12.


Pero la moción fue rechazada por 33 votos contra 3 a favor. En un reporte enviado por el jefe de la misión diplomática norteamericana en Honduras, George T. Summerling, al Secretario de Estado de su país, consigna que:


“La actitud del Congreso se debe en parte indudablemente a los amargos y continuos ataques en El Cronista, de Guillén Zelaya, que se mantiene terco aún ante la persuasión del Presidente Vicente Mejía Colindres. Este ha tratado de eliminarlo del campo político, ofreciéndole cualquier puesto diplomático, pero Guillén Zelaya rechaza toda oferta, prefiriendo permanecer aquí y combatir todo lo americano y, en especial, el contrato de Pan American Airways y la United Fruit Co”.


Es justo aclarar que nuestro escritor siempre guardó profunda admiración por los logros y potencialidades de Estados Unidos, lo que no le impidió fustigar severamente su política exterior hacia Latinoamérica.
Guillén Zelaya fundó en 1931 el diario El Pueblo, que funcionaba en el barrio El Olvido de Tegucigalpa. El Cronista funcionó al lado derecho del parque La Merced.


La falta de pago de los suscriptores orilló a El Pueblo al cierre de sus funciones, lo que no aminoró el orgullo que sentía Guillén Zelaya por su creación. “No ha existido hasta hoy en Honduras un periódico en donde se hayan abordado los problemas, las ideas y la política de Honduras de manera más amplia y con mayor respeto para cuantos no han pensado o no pensaron como nosotros”.


DE MUCHAS FACETAS. Como escritor, Alfonso Guillén Zelaya incursionó en muchos géneros. Ensayos, poemas, composiciones y editoriales se fueron alternando con el tiempo y en todos demostró su firme convicción social.


Abrazó la visión unionista de Morazán, los derechos universales de los enciclopedistas franceses, el panteísmo filosófico y el marxismo social, contribuyendo al fortalecimiento del movimiento sindical. Como poeta, estuvo influenciado por el modernismo literario, como se puede apreciar en su ensayo Lo esencial, donde se aprecian reminiscencias de Gabriela Mistral.


Uno de los trabajos más importantes de este olanchano fue su ensayo La inconformidad del hombre, que leyó por primera vez en 1945, con motivo de la inauguración de la Facultad de Humanidades de Guatemala.


En él, Guillén Zelaya aborda varios pensamientos que sesenta años después siguen tan vigentes como en aquel entonces. “Hemos perfeccionado los métodos de cultivo... y aumentado el rendimiento de las cosechas, pero hemos limitado en escasa medida el esfuerzo de trabajo... el pan de cada día escasea en millones de hogares y hasta en pueblos enteros...”.


EXILIO. Es innegable el fervor patrio que inspiraron en Guillén Zelaya encendidos editoriales. Pero también es cierto que su pensamiento trascendió más allá del espacio y tiempo, con ensayos que develaban una visión humanística y universal.


A través de sus múltiples artículos fustigó el fascismo, el nazismo, la intromisión extranjera y la desigualdad social. También mostró un vivo interés y claro discernimiento en temas como la pena de muerte, el divisionismo en Centroamérica, el imperialismo, guerrilla, democracia, derechos de las mujeres, libertad de prensa, y tópicos de actualidad en el viejo mundo.


No toleró la represión que ya había presagiado meses antes si Tiburcio Carías Andino llegaba al poder. Y ese día llegó. Fue así como en 1933 se exilió en México de manera definitiva junto a su esposa Isabel Alger Paz. En su acta de defunción se establece como causa de su muerte la hipertensión arterial y una angina de pecho.


A las 2:15 de la tarde exhaló su último aliento. Falleció el 4 de septiembre de 1947 en México. “Señores -escribió el poeta Constantino Suasnavar-: el alto Comisario del Verso, Alfonso Guillén Zelaya, ha muerto”. Mientras vivió en el país azteca continuó derrochando el verso y el pensamiento que hacen de este hondureño una vida digna de contar.








Echame a la senda


Señor, dame un camino y empújame a la mar,
mándame a todo rumbo por bosques y desiertos,
por llanos y guijarros o por floridos huertos
que me siento cansado de tanto descansar.


Dame cualquier camino para peregrinar
hoy tengo los impulsos de la marcha despiertos;
échame a todos los mares, guíame a todos puertos,
que amo la incertidumbre y no puedo esperar.


Sólo tu voz espero para hacerme a la marcha;
no temeré la espina ni me helará la escarcha
y gustaré el sustento que me quieras brindar.


Me ofreceré de báculo si encuentro algún caído,
de padre si hay un huérfano, de esperanza si olvido:
pero échame a la senda que yo quiero rodar.














Lo Esencial –Poema en alabanza al trabajo


Lo esencial no está en ser poeta, ni artista ni filosofo. Lo esencial es que cada uno tenga la dignidad de su trabajo, la conciencia de su trabajo.


El orgullo de hacer las cosas bien, el entusiasmo de sentirse transitoriamente satisfecho de su obra, de quererla, de admirarla, es la sana recompensa de los fuertes, de los que tienen el corazón robusto y el espíritu limpio.


Dentro de los sagrados números de la naturaleza, ninguna labor bien hecha vale menos, ninguna vale más. Todos representamos fuerzas capaces de crear. Todos somos algo necesario y valioso en la marcha del mundo, desde el momento en que entramos a librar la batalla del porvenir.


El que construye la torre y el que construye la cabaña; el que siembra ideas y el que siembra trigo; el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del obrero, el que fabrica la sandalia de sedas imponderables y el que fabrica la ruda suela que protege en la heredad el pie del jornalero, son elementos de progreso, factores de superación, expresiones fecundas y honrosas del trabajo.


Dentro de la justicia no pueden existir aristocracias del trabajo. Dentro de la acción laboriosa todos estamos nivelados por esa fuerza reguladora de la vida que reparte los dones e impulsa actividades. Solamente la organización inicua del mundo estanca y provoca el fracaso transitorio del esfuerzo humano.


El que siembra el grano que sustenta nuestro cuerpo, vale tanto como el que siembra la semilla que nutre nuestro espíritu. Ambos son sembradores, y en la labor de ambos va in vivito algo trascendental, noble y humano: dilatar y engrandecer la vida.


Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un ritmo, animar un lienzo, son cosas admirables. Tener un hijo y luego cultivarlo y amarle, enseñándole a desnudarse el corazón y a vivir a tono con la armonía del mundo, es también algo magnífico y eterno. Tiene toda la eternidad que es dable conquistar al hombre, cualquiera que sea su capacidad.


Nadie tiene derecho de avergonzarse de su labor, ninguno de repudiar su obra, si en ella ha puesto el afecto diligente y el entusiasmo creador.


Nadie envidie a nadie, que ninguno podrá regalarle el don ajeno. Lo único necesario es batallar porque las condiciones del mundo sean propicias a todos nuestros semejantes y a nosotros mismos para hacer que florezca y fructifique cuanto hay en ellos y en nosotros.


La envidia es una carcoma de las maderas podridas, nunca de los árboles lozanos. Ensanche y eleve cada uno lo suyo, defendiéndose y luche contra la injusticia predominante, en la batalla están la satisfacción y la victoria.


Lo triste, lo malo, lo criminal es el enjuto del alma, el parásito, el incapaz de admirar y querer, el inmodesto, el necio, el tonto, el que nunca ha hecho nada y niega todo, el que obstinado y torpe cierra a la vida sus caminos; pero el que trabaja, el que gana su pan y nutre con su esfuerzo su alegría y la de los suyos, el noble, el bueno, para esa clase de hombre tarde o temprano dirá su palabra de justicia el porvenir, ya tale montes o cincele estatuas.


No tenemos derecho a sentirnos abatidos por lo que somos. Abatirse es perecer, dejar que la maldad nos arrastre impune al desprecio, a la miseria y a la muerte. Necesitamos vivir en pie de lucha, sin desfallecimientos ni cobardías. Ese es nuestro deber y esa es la mayor gloria del hombre.


No maldigamos, no desdeñemos a nadie. No es esa la misión de nuestra especie; pero no tengamos tampoco la flaqueza de considerarnos impotentes.


Nuestra humildad no debe ser conformidad, ni renunciamiento, ni claudicación, sino grandeza de nuestra pequeñez que tiene la valentía de sentirse útil y grande frente a la magnitud del Universo. Esa es la cumbre espiritual del hombre.








TIERRA Y SOÑADOR


Me tienes aquí, ¡Oh, tierra! Diligente
abro en tu seno el surco; conmovida
deposita mi mano la simiente;
mano de soñador que siembra la vida.


Yo sé que nada soy en el presente,
mas la siembra conmigo confundida
prolongarase indefinidamente
en la voz de la selva estremecida.


La cosecha de rosas y pomas
dará más tarde lo que el bosque diera
en color, sustento y en aromas.


Y tierra y soñador, ritmo diverso,
cantaremos en toda primavera
la eterna comunión del universo.









LA CASITA DE PABLO


La casita de Pablo, era verde y tendida
como un ala en el mar;
y en las grandes mareas semejaba una vida
que por miedo al naufragio se pusiera a rezar.


La casita de Pablo, siempre estuvo vestida
de bejucos del monte y en flor: era el altar
donde el sol y los pájaros en cada amanecida,
celebraban la misa primera del lugar.


La casita de Pablo, después quedó desierta,
sin misas y sin flores ¡Como una rosa muerta!
De Pablo ahora dicen que yerra sin parar.


Y del espacio humilde donde hicera su nido,
que perduran apenas, impidiendo el olvido,
cuatro postes rebeldes a los golpes del mar.












El Oro


De Alfonso Guillén Zelaya, insigne poeta olanchano, esta poesía de alabanza al comunismo primitivo recuerda al discurso de don Quijote a los cabreros sobre la edad de oro.


Mel Zelaya recitó algunos de estos versos en su discurso ante la 63 Asamblea General de las Naciones Unidas.


Mató el oro a los hombres la comunión nativa,
y dividió la tierra y pervirtió el cariño,
la palabra de Cristo no es posible que viva,
sólo pudo vivir cuando el mundo era niño.


Hoy acúñanse discos para atenuar el hambre,
antaño no existía ni la ingenua permuta,
ni las cercas de piedra ni las redes de alambre,
que por todos los campos era libre la fruta.


Eran libres las aguas, la caza, la llanura;
y como no habían dueños, jamás hubo ladrones,
la vida era de paz, de amor y dulzura;
las gentes eran buenas como las bendiciones.


Jamás alzóse el párpado para ver la miseria,
ni lloraron los niños de frío en las nevadas;
el mundo fue en aquel tiempo la generosa arteria
que dió al hombre la gracia de las cosas ansiadas.


¡Oh, los atardeceres de la frescura antigua,
envueltos en el alma de los ritos lejanos,
cuando todos bajaban a la fuente contigua
a beber el agua en el hueco de las manos!


¡Oh, sol de aquellos siglos que sólo hubiese aurora,
no para enviar al zurco las legiones de obreros,
sino para que diese la bondad de tus horas,
esperanza a la vida por campos y senderos!


Así en albas y en tardes, por collados y montes,
caminos y llanadas, en hermandad de ovejas,
fue vuestra planta libre dilatando horizontes
bajo el alegre cielo, dichosas gentes viejas...


¡Qué moral más hermosa que esta moral primera
de vivir para todos y con todos ser uno!
los hombres no morían en luchas de frontera
porque la tierra estaba sin valladar alguno


¡Mas, Señor de los buenos, vuestros dones son idos:
venimos condenados a vivir sin fortuna
todos los que hemos hecho nuestros propios vestidos
con oro de los astros y plata de la luna!












VENDRÁN LOS NUEVOS DÍAS


Vendrá el mañana libre. Vendrá la democracia,
no por mandato extraño, ni por divina gracia;
vendrá porque el dolor ha de unirnos a todos
para barrer miserias, opresores y lodos.


Vendrá la libertad. Sobre el pasado inerte
veremos a la vida derrotando la muerte.
Tendremos alegría, tendremos entusiasmo,
la actividad fecunda sucederá al marasmo,
y en la extensión insomne de todos sus caminos,
se alzarán majestuosos tus cumbres y tus pinos.


Pinares hondureños, pinares ancestrales,
enhiestos, eminentes, serenos, inmortales,
bandera de victoria contra las tiranías,
vendrán los días de oro, vendrán los nuevos días





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