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domingo, 9 de octubre de 2011
5061.- LUIS ÁLVAREZ LENCERO
Luis Álvarez Lencero
Nació en Badajoz, 1923 y murió en Mérida, 1983
Poeta y escultor. De procedencia campesina, compaginó la poesía y el trabajo (mecánico, herrero, administrativo). Sus primeros versos datan de finales de los años cincuenta, cuando acudía a Radio Badajoz o a las tertulias de Esperanza Segura o de la Sociedad Económica, en las que alternaba con Delgado Valhondo, Manuel Pacheco, Manuel Monterrey.
De esas reuniones saldrían sus publicaciones en Alor, Alcántara, Anaconda, Gévora, Caracola (de Málaga), Malvarrosa (de Valencia), o en la revista griega Poésie sans frontiérès. Pronto, pues, Luis Álvarez comenzó a publicar con regularidad, bajo la admiración que sentía por Bécquer y Alberti:
RIMA
Tarde enlutada...
Triste suspiro de despedida;
mano que arranca flor inocente
y por el suelo rueda marchita;
Música extraña; vago fantasma
cual nube oscura que se disipa.
Canción del viento que besa el árbol
y lo destruye con su caricia;
Último aliento del que se muere;
Llanto que abrasa tierna pupila;
queja y delirio de amante pecho;
Nido sin ave; tumba escondida;
senda olvidada donde se pierde
el eco dulce de la alegría.
Norma, 1950
Luego su espíritu insatisfecho le impulsó a iniciar empresas nuevas, y con esa intención participó en las modas vanguardistas, como el Surrealismo. Se trataba, bajo la consigna de una poesía inaccesible, de unos modos que rompían con la lógica de la sintaxis, que retorcían los pensamientos, y que a duras penas comprendemos, pues más que expresar la vida consciente, procuraban expresar la vida del subsconciente y de los sueños. Así escribió El surco de la sangre (1953) y Sobre la piel de una lágrima (1957).
Los contenidos temáticos de Sobre la piel de una lágrima están vinculados al hombre, tanto en su dimensión trascendente y terrenal, como personal y social. Todos estos aspectos son observados desde una perspectiva de pleno lirismo, y convergen en la pena, eje temático del libro.
Esta pena es contemplada ya como sentimiento poético, ya como ingrediente consustancial a la naturaleza humana, y se crece ante la presencia de la muerte, o entre los problemas cotidianos y la tímida esperanza de eternidad. La pena no sólo afectará al poeta sino al mundo rural, al campesino extremeño, acosado por el hambre y la deshumanización.
Y todo ello expresado en un estilo que connota una vena de procedencia culta, y otra de procedencia popular, otorgando al libro una intensidad lírica poco frecuente. En cuanto a la primera se refiere, un señalado surrealismo preside estos versos, cargados de osadas metáforas (yunque del sol, almohadas de amapolas, pétalos de luna). La segunda vena aparece en los versos populares del romance o la copla, o en motivos temáticos propios de la lírica tradicional: canciones de trabajo, de cuna, albadas, nanas.
EL AJUSTICIADO
Esta pena que tengo campesina
Como el perro que ladra a los ganados
Que me sigue y me sigue a todos lados
Y me duele más hondo que una encina
Esta pena de diente que camina
Los surcos de mi carne amapolados
La lluvia de mi voz y los tejados
Que me pudren la lágrima cansina.
Esto que tengo y llamo por su nombre
Pena de jaula fría en que me encuentro
Royéndome la estrella de mi suerte.
Pena para llorar pena de hombre
Pena de perro oscura sangre adentro
Pena de ruiseñor pena de muerte.
Pero estos entusiasmos de sus años jóvenes pasarían, y la vida empezó a presentarle su lado amargo, y en sus versos aparecerían los ecos del dolor. A principios de los años sesenta murió su amigo Manuel Monterrey, el viejo poeta modernista, y Álvarez Lencero, para desahogar la melancolía, compuso una dolorida elegía, Tierra dormida (1969).
Luego, con el paso de los años, el artista deseará compartir los desasosiegos de los hombres con quienes habitaba en esta amarga residencia. Sentirá la necesidad de gritar y clamará por la justicia. Su estancia en Alemania allá por los años sesenta- debió de acentuar estas preocupaciones sociales: el conocimiento que allí tuvo de las malas condiciones laborales de los obreros tuvo que incentivar unas inquietudes sociales que aparecieron en su libro Hombre (1961) y que culminaron en Juan Pueblo (1971). En ellos se reflejan las circunstancias tan particulares que vivió la España de la posguerra: hambre, miseria, así como la falta de libertad, la opresión que ejercían los patronos, el paro...
A la enorme satisfacción que supuso para él la acogida que se dispensó a Juan Pueblo, se sumó ese mismo año el éxito de la exposición que en Madrid hizo de sus esculturas (entre ellas el famoso “Vietnam”). Las estrofas de Juan Pueblo se suceden alrededor del hombre, como ente social, en convivencia y antagonismo con los otros. Desde el título se suma a una larga tradición de literatura popular que ha pasado por Juan Panadero, Juan Breva, Juan Nadie, como símbolos del pueblo, de los humildes que nunca podrán vivir en paz, pero que esperan heredar la tierra.
Con la intención de dar testimonio, de clamar por la libertad, muchos versos del libro van dirigidos al “tú” o al “vosotros” de la colectividad. El libro fue fruto de la realidad social de la época, y por eso llegó al alma del lector. Aquí el hombre extremeño, y el hombre universal, son los centros de observación: los hijos del sudor, del hambre, Juan Tonto, Juana Negra... con sus problemas cotidianos, con sus miserias, y penas.
Por ello la palabra del poemario no se apoya en elementos formales, sino en la emoción de su contenido. Se trata de una poesía entendida como “comunicación”, transparente, diáfana, dirigida a la “inmensa mayoría”. Quizás una de las manifestaciones más palpables de ello sea el señalado coloquialismo que inunda las estrofas: ovejas modorras, quiquiriquí, abierto de par en par...
JUAN HIERRO
Te amo y te familio, hierro mío,
Porque duro es tu pecho, como de hombre.
Te llaman hierro, pero no es tu nombre,
Sino pueblo, mejor, pueblo con brío.
A golpes te retuerce el cortafrío,
Te devora el martillo, y no es su nombre,
Sino verdugo que devora a un hombre
Que tiene el corazón dulce y bravío.
Ya no te llamo hierro: sólo pena,
Sólo pueblo reseco y destripado,
Chatarra que soporta orín de perro.
Hombre que sufre al cuello una cadena.
Pueblo que escupe chispas, machacado,
Dulcísimo y metal, carne de hierro.
Poco después, en 1973, se establecerá, ya casi hasta el final de sus días, en Colmenar Viejo, donde una grave enfermedad de pulmón empieza a debilitarle.
Pero fue entonces, paradójicamente, a medida que se agotaban sus fuerzas, cuando su voz, depurada por el dolor y la pena, adquirió su timbre más vigoroso, más personal, con esa vuelta definitiva que operó el poeta hacia su propio silencio: la soledad, la pena, la muerte, Dios, el destino... asomaron con fatal determinación en Canciones en carne viva (1973), Poemas para hablar con Dios (1982) y Humano (1982).
Aparecido en diciembre de 1982, Humano había crecido en medio de la soledad y de la enfermedad del poeta, internado en hospitales madrileños durante largas temporadas. Tales circunstancias explican que el libro entienda la vida y la creación literaria como un quehacer apenado y como una ofrenda a la dignidad de la persona y de su tierra extremeña, presente hasta el final. El dolor del hombre, como ser individual, es el móvil determinante, aunque sin desecharlo como manifestación colectiva; y junto a ello los motivos amorosos.
La expresión, por otra parte, añade algo sustancial a la obra de Álvarez Lencero. El tono evidencia un mayor lirismo e interiorización, una palabra más resignada y remansada. Humano ya no es altivo ni increpatorio. Desaparecen de él las apelaciones, la penetración de la ironía, las tiradas de carácter bíblico... que engalonaron Hombre o Canciones en carne viva. Ahora, más que nunca, la expresión es directa, llana, sentida, y enraizada en el corazón del hombre. Con más galanura que en ningún otro libro, el verbo permite acceder al fondo de las emociones.
AMIGOS
Mis perros y mis pájaros amigos,
Siempre por las mañanas cuando paso
Tan cerca de ellos, me saludan todos,
Con la inmensa alegría que da el campo.
A veces se me posan en el hombro
Y los llevo conmigo tiempo largo,
Como estrellas de plumas que me hablan
Junto al oído, de los cielos altos.
Y los perros parece que me lloran
Y bendicen mis penas con sus rabos,
Y si los acaricio con ternura
Me lamen y me besan en la mano.
Cuando me alejo de ellos mal se quedan
Tristes como yo mismo, abandonados,
A pesar de que vuelvo al mediodía
Y ya nos vemos y nos consolamos.
Un día marcharé ya para siempre
De mis amigos perros y mis pájaros,
Hacia el olvido, por la carretera,
Sin que jamás ya nunca nos veamos.
Me iré sin despedirme, sin que vean
Mi corazón dormido y solitario;
No quiero que sus lágrimas me duelan,
No quiero darles pena a mis hermanos.
BIBLIOGRAFÍA
El surco de la sangre. Guadalajara, colección Doña Endrina, 1953.
Sobre la piel de una lágrima. Caracas, colección “Lírica Hispana”, 1957 (con pórtico de Conie Lobell y Jean Aristeguieta); ed. Simultánea, Badajoz, Arqueros, 1957.
Hombre. Madrid, Trilce, 1961.
Tierra dormida. Badajoz, Diputación Provincial, 1969 (prólogo de Antonio Zoido).
Juan Pueblo. Badajoz, Doncel, 1971; 2ª ed. Facsímil, Los Santos de Maimona, Grafisur, 1982 (prólogo de Emilio Vera).
Canciones en carne viva. Madrid, colección “Se hace camino al andar”, Zero-Zyx, 1973.
Antología poética. Badajoz, Universitas Editorial, 1980 (prólogo de Manuel Pecellín).
Homenaje a Extremadura. Badajoz-Cáceres, edición particular, 1981.
Poemas para hablar con Dios. Extremadura-Madrid, Artes Gráficas Ibarra, 1982 (prólogo de A. García Galán).
Humano. Los Santos de Maimona, Grafisur, 1982 (prólogo de Tomás Martín Tamayo).
Obras escogidas. Badajoz, Diputación Provincial, 1986 (prólogo de Ricardo Senabre).
Obras completas. Badajoz, edición de B. Gil Santacruz, 1988 (con prólogo de Francisco Lebrato).
Hombre, de Luis Álvarez Lencero.
EL POEMA
Un verso duele tanto como un hijo
Y hace sangre en el alma cuando grita.
Nos roe las raíces de los huesos
Y nos deja una herida
Honda en el corazón hasta la muerte.
Un poema es un HOMBRE en carne viva.
SER
En un yunque de carne golpearon mi estrella
y apenas mis raíces recuerdan cómo ha sido.
Mi padre se dormía sobre una honda huella
una noche de lluvia. Dios lo había querido.
Yo era gota de lumbre por túneles de venas
y amanecí en la tierra de mi madre sembrado.
Supe que me esperaban el yugo y las cadenas
y estuve nueve siglos en su matriz atado.
Me arrancaron de pronto de la cárcel profunda
y al salir del barranco le mordí las entrañas.
Oh, qué triste simiente nacer ya moribunda,
e inauguré ser Hombre con sal en las pestañas.
Yo no sé cuántas lunas me acunó en sus rodillas,
ni las rosas de leche que vertió en mi puchero.
Crecí con una llaga de sol en mis costillas
y me arrastré en el surco sin libros ni tintero.
Traigo pan en el alma. Mi tuétano mantiene
la luz del toro ibero que muge en mi costado.
Mi tristeza retumba y abel mugriento viene
con su cuchara muerta sobre un tambor cansado.
Oh, venid a la encina de mis ásperos huesos,
que hay pájaros que rezan igual que las campanas,
y me pican el llanto y el sudor y los besos
viendo morir las noches y nacer las mañanas.
Os invito al milagro del dolor y los peces
desde el cáliz más hondo que empuño cada día
Bebed: esta es mi sangre. Saciad hasta las heces
el tigre que os devora. Tomad la carne mía.
HAMBRE DE DIOS
Te llamo con un hambre... Pero digo:
¡Dios!, y la boca de pan ya se me llena.
Ven a mi chozo tú. Mira esta pena
Que el fiel como un mastín está conmigo.
Acércate a mi mesa, Dios amigo,
Pues llanto has de comer. Esa es mi cena,
Que la sopa de un pobre siempre es buena
Si se calienta en lágrimas contigo.
Qué poca cosa tengo para darte:
Mendrugos de dolor. Hedionda herida
Y un candil que se muere de alumbrarte.
Qué te daré, oh Dios, qué otra comida...
Antes de que te vayas a otra parte
Toma mi corazón: ¡Muerde mi vida!
YUNQUE HUMANO
Señor, tú lo has querido: en la herrería
Me ha tocado ser yunque. Y los brutales
Martillos se me clavan con triunfales
Picotazos de cuervo en mi agonía.
Coléricas tenazas de piel fría
Tienen sed de mis lágrimas mortales,
Y aguanto al rojo vivo los metales
Sobre esta cruz de hierro cada día.
Al trato que me dan yo no respondo,
Aunque estallan mi alma a martillazos.
Tu voluntad, Señor, aunque me escueza.
Sufro desde la piel hasta lo hondo,
Y entre penas y chispas y porrazos
Soy un pobre con traje de grandeza.
Canciones en carne viva, de Luis Álvarez Lencero.
Unas alforjas vacías,
Un caminito de nadie,
Una lágrima mordida
Y la pena por delante.
La pena, la pena mía
Como un perro, a todas partes.
Compañero, cuánta pena:
¡Llevo al hombro mi cadáver!
Cómo le duele al martillo
Nacer para golpear.
Qué pena tiene su boca
Que no sabe ni besar.
Cuando el hierro se retuerce
Bajo su beso brutal,
¡Cómo le duele al martillo
Machacar y machacar!
Toda la vida cavando
Un hoyo para las penas.
Qué hondo es el sueño del hombre
Debajo de tanta tierra.
Nacer de la tierra misma
Y volver dormido a ella.
Tierra con sueño que cava
Para dormir en la tierra.
Ahora que soy martillo
Te podría machacar,
Pero el martillo de un pobre
No es martillo de matar.
Ayer debajo del tuyo
Me golpeaste mi pan,
Me machacaste la vida,
Mataste mi libertad.
Y ahora que soy martillo
Yo no me voy a empuñar,
Porque el martillo de un pobre
No es martillo de matar.
No quiero andar más camino,
De noche, cansado y solo,
Con tanta piedra dormida
Y tanto mochuelo sordo.
Me tumbaré bajo un árbol
Cerrándoseme los ojos,
Y le contaré mis penas
Al hombre que llevo hondo.
No quiero hablar más de noche
Por esos caminos, solo.
Me basta conmigo mismo
Para contármelo todo.
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