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viernes, 13 de noviembre de 2009

202.- RABINDRANATH TAGORE



Poeta, filósofo y pintor indio nacido en Calcuta en 1861.
Hijo de un líder Brahmo Samaj, fue el menor de catorce hermanos. Recibió la educación básica en casa donde existió un gran ambiente intelectual.
A los diecisiete años fue enviado a Inglaterra para completar su educación; sin embargo, interrumpió los estudios cuando asistía a University College de Londres y regresó a su país para matricularse en escuela experimental en Shantiniketan. La primera parte de su obra está contenida en "Carta de un viajero en Europa" 1881, "Canciones del atardecer" 1882 y "El despertar de la fuente" 1882. Después de su matrimonio en 1883, continuó su larga carrera literaria, destacándose especialmente como poeta, con obras como "Gitanjali" 1912, "El Jardinero" 1913, "Luna Creciente" 1913, "Punashcha" 1932, "Shes Saptak" 1935, y "Patraput" 1936.
En 1912 regresó a Londres, en 1913 recibió el Premio Nobel de Literatura y en 1915 fue nombrado Caballero por el Rey Jorge V.
Falleció el 7 de agosto de 1941


Cuando nuestros ojos se encontraron a través del seto...

Cuando nuestros ojos se encontraron a través del seto,
pensé que iba a decirle alguna cosa; pero ella se fue.
Y la palabra que yo tenía que decirle se mece día y noche,
como una barca, sobre la ola de cada hora.
Parece que navega en las nubes de otoño, en un ansia sin fin;
que florece en flores de anochecer,
y busca en la puesta del sol su momento perdido.
Chispeaba la palabra, como las luciérnagas, por mi corazón,
buscando su sentido en el crepúsculo de la desesperanza;
la palabra que yo tenía que decirle.







El jardinero

20
"Día tras día, viene y se vuelve a ir. Anda, hermana, dale esta flor de mi pelo. Y si pregunta quién se la manda,
no se lo digas, que sólo viene y se va.
Míralo allí, sentado en la tierra, bajo el árbol. Ve, hermana, y tiéndele una alfombra de hojas y flores, que sus ojos
están tristes y llenan de pesar mi corazón. Nunca dice lo que está pensando, sólo viene y se va".







El último trato

Una mañana iba yo por la pedregosa carretera,
cuando espada en mano, llegó el Rey en su carroza.
"¡Me vendo!", grité. el Rey me cogió de la mano y me dijo:
"Soy poderoso, puedo comprarte." Pero de nada le valió su poderío
y se volvió sin mí en su carroza.

Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía
y yo vagaba por el callejón retorcido
cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro.
Dudó un momento, y me dijo: "Soy rico, puedo comprarte."
Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.

Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor.
Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo:
"Te compro con mi sonrisa." Pero su sonrisa palideció
y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la sombra.

El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente.
Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas.
Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo:
"Puedo comprarte con nada." Desde que hice este trato jugando, soy libre.







En mi cielo al crepúsculo eres como una nube...

Paráfrasis del poema 30 de "El jardinero"

En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
y tu color y forma son como yo los quiero.
Eras mía, eres mía, mujer de labios dulces
y viven en tu vida mis infinitos sueños.

La lámpara de mi alma te sonrosa los pies,
el agrio vino mío es más dulce en tus labios,
oh segadora de mi canción de atardecer,
cómo te sienten mía mis sueños solitarios!

Eres mía, eres mía, voy gritando en la brisa
de la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda.
Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
estanca como el agua tu mirada nocturna.

En la red de mi música estás presa, amor mío,
y mis redes de música son anchas como el cielo.
Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto.
En tus ojos de luto comienza el país del sueño.







Gitanjali ( Fragmentos )

I
No te atormentes por su corazón, corazón mío;
déjalo en la oscuridad. ¿Qué se yo si su belleza es sólo
de su cuerpo, y su sonrisa sólo de su cara? Déjame
aceptar sin preguntas este sencillo sentido
de sus miradas, y ser así feliz.


II
Igual me da si es un manto de ilusión el que sus brazos tejen
alrededor de mí, porque el manto es rico y raro;
y al engaño se le puede sonreír, y olvidarlo.


III
No te atormentes por su corazón, corazón mío; conténtate
si la música es verdadera, aunque no se pueda fiar en la palabra;
disfruta de la gracia que danza, como un lirio, sobre la mentirosa
superficie ondeante, y sea lo que fuere de lo que vive allá en el fondo.


IV
Deseaste mi amor, y, sin embargo, no me amabas.
Por eso mi vida se cuelga de ti como una cadena,
que te grita y se te aferra, más dura
cuanto más luchas por ser libre.

V
Mi desesperación ha llegado a ser tu compañera mortal,
y se agarra al más leve de tus favores, pretendiendo arrastrarte
hasta la caverna de las lágrimas.
Has destrozado mi libertad, y, con su ruina, te has
fabricado tu propia prisión.


VI
No supe lo que hacía un momento y vine.
Pero alza tus ojos que yo vea si queda aún alguna sombra
de los días pasados, una pálida nube, ya sin lluvia, en el horizonte.
Sopórtame un momento¡ aunque yo no sepa lo que hago.


VII
Las rosas están todavía en capullo, y no saben aún
cómo descuidamos coger flores este verano.
La estrella de la mañana tiene todavía el mismo
silencio palpitante; la luz primera está enredada aún
en las enredaderas que cuelgan de mi ventana,
como en aquellos días pasados.
Olvidé un momento que todo había cambiado, y vine.


VIII
Olvidé si tú me avergonzaste alguna vez, volviéndome
tu cara cuando yo te desnudaba mi corazón.
Sólo recuerdo las palabras que tropezaron en el temblor de tus labios;
las sombras de arrebatada pasión de tus ojos oscuros, como las alas
de un pájaro que busca su nido en el crepúsculo.
Olvidé que tú te acordabas, y vine.


IX
Esta mañana mi despertar fue dichoso, porque vi a mi amor.
El cielo era una sola alegría, y mi vida y mi juventud se consumaron.
Hoy mi casa es de verdad mi casa, y mi cuerpo mi cuerpo.
La suerte me ha sido amiga, y mis dudas se disipan.
¡Pájaros, cantad vuestra canción mejor!
¡Luna, derrama tu luz más bella!
¡Dispara, a millones, tus flechas, dios del amor!

Juguetes

¡Qué feliz eres, niño, sentado en el polvo,
divirtiéndote toda la mañana con una ramita rota!
Sonrío al verte jugar con este trocito de madera.
Estoy ocupado haciendo cuentas,
y me paso horas y horas sumando cifras.
Tal vez me miras con el rabillo del ojo y piensas:
«¡Qué necesidad perder la tarde con un juego como ese!»

Niño, los bastones y las tortas de barro
ya no me divierten; he olvidado tu arte.
Persigo entretenimientos costosos
y amontono oro y plata.
Tú juegas con el corazón alegre con todo cuanto encuentras.
Yo dedico mis fuerzas y mi tiempo
a la conquista de cosas que nunca podré obtener.
En mi frágil esquife pretendo cruzar el mar de la ambición,
y llego a olvidar que también mi trabajo es sólo un juego.







Las flores de la primavera salen...

Las flores de la primavera salen,
como el apasionado dolor del amor no dicho;
y con su aliento, vuelve el recuerdo de mis canciones antiguas.
Mi corazón, de improviso, se ha vestido de hojas verdes de deseo.
No vino mi amor, pero su contacto está en mi cuerpo
y su voz me llega a través de los campos fragantes.
Su mirar está en la triste profundidad del cielo, pero
¿dónde están sus ojos? Sus besos zigzaguean por el aire,
pero sus labios, ¿dónde están?







Me dijo bajito: "Amor mío, mírame en los ojos...

Me dijo bajito: "Amor mío, mírame en los ojos.
"Le reñí, agria, y le dije: "Vete." Pero no se fue.
Se vino a mí y me cogía las manos... Yo le dije: "Déjame."
Pero no se fue.

Puso su mejilla en mi oído. Me aparté un poco,
me quedé mirándolo, y le dije: "¿No te da vergüenza?"
Y no se movió. Sus labios rozaron mi mejilla. Me estremecí,
y le dije: "¿Cómo te atreves, di?" Pero no le dio vergüenza.

Me prendió una flor en el pelo. Yo le dije: "¡Es en vano!"
Pero no cedía. Me quitó la guirnalda de mi cuello, y se fue.
Y lloro y lloro, y le pregunto a mi corazón:
"Por qué, por qué no vuelve?"







Me parece, amor mío, que antes de rayar el día de la vida...

Me parece, amor mío, que antes de rayar el día de la vida
tú estabas en pie bajo una cascada de felices sueños,
llenando con su líquida turbulencia tu sangre.
O, tal vez, tu senda iba por el jardín de los dioses,
y la alegre multitud de los jazmines, los lirios y las adelfas
caía en tus brazos a montones y, entrándose en tu corazón,
se hacía algarada allí.
Tu risa es una canción, cuyas palabras se ahogan
en el gritar de las melodías; un rapto del olor de unas flores
no vistas; es como la luz de la luna que rompiera a través
de la ventana de tus labios, cuando la luna está escondiéndose
en tu corazón. No quiero más razones; olvido el motivo.
Solo sé que tu risa es el tumulto de la vida en rebelión.







No puedo ofrecerte una sola flor...

No puedo ofrecerte una sola flor
de todo el tesoro de la primavera,
ni una sola luz de estas nubes de oro.
Pero abre tus puertas y mira; y coge,
entre la flor de tu jardín,
el recuerdo oloroso de las flores
que hace cien años murieron.

¡Y ojalá puedas sentir en la alegría de tu corazón
la alegría viva que esta mañana de abril te mando,
a través de cien años, cantando dichosa!







Pájaros perdidos

1
Pájaros perdidos de verano vienen a mi ventana, cantan,
y se van volando.
Y hojas amarillas de otoño, que no saben cantar,
aletean y caen en ella, en un suspiro.

2
Vagabundillos del universo, tropel de seres pequeñitos,
¡dejad la huella de vuestros pies en mis palabras!

3
Para quien lo sabe amar, el mundo se quita su careta de
infinito. Se hace tan pequeño como una canción, como un
beso de lo eterno.

4
Las lágrimas de la tierra le tienen siempre en flor
su sonrisa.

5
El desierto terrible arde todo por el amor de una yerbecita;
y ella le dice que no con la cabeza, y se ríe, y se va
volando...

6
Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán
ver las estrellas.

7
En tu camino, agua bailarina, la arena te pordiosea
tu canción y tu fuga.
¿No quieres tú cargarte con la coja?

8
Tu cara anhelante persigue mis sueños como la lluvia por
la noche.

9
Una vez, soñamos los dos que no nos conocíamos. Y nos
conocíamos. Y nos despertamos a ver si era verdad que nos
amábamos.

10
Como el anochecer entre los árboles silenciosos, mi pena,
callándose, callándose, se va haciendo paz en mi corazón.

11
No sé qué dedos invisibles sacan de mi corazón, como una
brisa ociosa, la música de las ondas.

12
-Mar, ¿qué estás hablando?
-Una pregunta eterna.
-Tú, cielo, ¿qué respondes?
-El eterno silencio.

13
¡Oye, corazón mío, los suspiros del mundo, que está
queriendo amarte!

14
El misterio de la vida es tan grande como la sombra en
la noche. La ilusión de la sabiduría es como la niebla del
amanecer.

15
No te dejes tu amor sobre el precipicio.

16
Me he sentado, esta mañana, en mi balcón, para ver el
mundo. Y él, caminante, se detiene un punto, me saluda y
se va.

17
Menudos pensamientos míos, ¡con qué rumor de hojas
suspiráis vuestra alegría en mi imaginación!

18
Tú no ves lo que eres, sino su sombra.

19
¡Qué necios estos deseos míos, Señor, que están turbando
con sus gritos sus canciones! ¡Haz Tú que solo sepa yo
escuchar!

20
No soy yo quien escoge lo mejor, que ello me escoge a mí.

21
Si me está negado el amor, ¿por qué, entonces, amanece;
¿por qué susurra el viento del sur entre las hojas recién nacidas?
Si me está negado el amor, ¿por qué, entonces,
la medianoche entristece con nostálgico silencio a las estrellas?

22
Sé que esta vida, aunque no madure el amor, no está perdida del todo.

23
¡No sea yo tan cobarde, Señor, que quiera tu misericordia en mi triunfo,
sino tu mano apretada en mi fracaso!







Para que yo no te conozca tan pronto, juegas conmigo...

Para que yo no te conozca tan pronto, juegas conmigo.
Me ciegas con tus repentinas risas para que no te vea tus lágrimas...
Conozco, conozco tu arte. ¡Nunca dices lo que quieres decir!

Por miedo a que yo no te tenga en lo que vales,
me evitas de mil modos. Te apartas de la multitud
para que yo no te confunda con ella... Conozco, conozco tu arte.
¡Nunca vas por donde quisieras ir!

Como puedes más que nadie sobre mí, te callas. Me dejas
mis regalos con descuido juguetón... Conozco, conozco tu arte.
¡Nunca aceptas lo que quisieras aceptar!







Perdóname hoy mi impaciencia, amor mío...

Perdóname hoy mi impaciencia, amor mío.
Es la lluvia primera del verano, y la arboleda del río
está jubilosa, y los árboles de kadam, en flor,
tientan a los vientos pasajeros con copas de vino de aroma.
Mira, por todos los rincones del cielo los relámpagos
dardean sus miradas, y los vientos se yerguen por tu pelo.
Perdóname hoy si me rindo a ti, amor mío. Lo de cada
día anda oculto en la vaguedad de la lluvia; todos los
trabajos se han parado en la aldea; las praderas están
abandonadas. Y la venida de la lluvia ha encontrado en tus
ojos oscuros su música, y julio, a tu puerta, espera, con
jazmines para tu pelo en su falda azul.







Puse en mi bandeja cuanto tenía, y te lo di...

Puse en mi bandeja cuanto tenía, y te lo di.
¿Qué traeré a tus pies mañana?
Soy como el árbol que, huyendo el verano floreciente,
mira al cielo, levantadas sus ramas desnudas de flores.
Pero ¿no hay, entre todas mis ofrendas pasadas, una sola flor
que haya hecho inmarcesible la eternidad de las lágrimas?
¿Te acordarás, me darás las gracias con los ojos
cuando llegue yo a ti con las manos vacías,
en la despedida de mis días estivales?







Ramillete

(Del poeta bengalí Satyendranaz Dayta)

Mis flores eran como leche, miel y vino.
Las até con una cinta dorada, en ramillete,
pero burlaron mi cuidado vijilante y huyeron lejos;
y solo me queda la cinta.
Mis canciones eran como leche, miel y vino.
Estaban presas en el ritmo de mi corazón palpitante,
pero tendieron sus alas y huyeron lejos, ¡tesoros de mis horas ociosas!,
y mi corazón late en silencio.
La hermosa que amé era como leche, miel y vino.
Sus labios, como el rosa del alba; sus ojos, negros como abeja.
Yo callaba mi corazón, no fuera a asustarla, pero ella se fue,
como mis flores y mis canciones; y me ha dejado mi amor solo.


Regalo de amante

Anoche, en el jardín, te ofrecí el vino espumeante
de mi juventud. Tu te llevaste la copa a los labios,
cerraste los ojos y sonreíste;
y mientras, yo alcé tu velo, solté tus trenzas y traje sobre mi pecho tu cara dulcemente silenciosa; anoche,
cuando el sueño de la luna rebosó el mundo del dormir.

Hoy, en la calma, refrescada de rocío, del alba, tú vas camino del templo de Dios, bañada y vestida de blanco,
con un cesto de flores en la mano. Yo, a la sombra del árbol, me aparto inclinando la cabeza; en la calma del alba,
junto al camino solitario del templo.






Si acaso piensas en mí, te cantaré cuando el anochecer lluvioso...

Si acaso piensas en mí, te cantaré cuando el anochecer lluvioso
suelta sus sombras por el río, arrastrando, lento, su luz vaga hacia el ocaso;
cuando lo que queda del día es ya demasiado poco para trabajar o jugar.
Te sentarás sola en el balcón que da al Sur, y yo me pondré a cantarte
en el cuarto oscuro. El olor de las hojas mojadas entrará por la ventana,
en el crepúsculo creciente, y los vientos tormentosos
clamorearán en los cocoteros.
Traerán la lámpara encendida al cuarto, y entonces me iré yo. Y tú, quizá, entonces, escucharás la noche,
y oirás mi canción cuando esté yo callado.







Soñé que estaba ella sentada a mi cabecera...

Soñé que estaba ella sentada a mi cabecera,
y alborotaba tiernamente mi cabello con sus dedos,
suscitando la melodía de su contacto.
La miré a la cara, luchando con mis lágrimas,
hasta que la angustia de las palabras no dichas
quebró mi sueño como una burbuja.
Me incorporé. La Vía Láctea se veía arder por mi ventana,
como un mundo de silencio inflamado.
Y me pregunté si en aquel momento estaría ella soñando
un sueño que viniera, bien con el mío.







Te amo, sí ¡Perdóname mi amor!...

Te amo, sí ¡Perdóname mi amor!
Pajarito que yerras tu camino, como tú, estoy cazada.
Cuando mi corazón se estremeció de dicha,
perdió su velo y se quedó desnudo.
Cúbrelo tú de piedad, ¡y perdóname mi amor!

Si no puedes amarme, ¡perdóname mi pena!
¡Pero no me mires así, desde tan lejos!
Me arrastraré callada a mi rincón
y m sentaré en la sombra, tapando con mis dos manos
la vergüenza desnuda. No me mires , no me mires,
¡y perdóname mi pena!

Si me amas, ¡perdóname mi alegría!
No te rías de mi descuido porque ves que mi corazón
se me va en este mar de ventura.
Cuando me siente yo en mi trono,
y reine sobre ti, tirana de mi amor;
cuando, como una diosa, yo te conceda mis favores,
sé tú indulgente con mi orgullo,
¡y perdóname mi alegría!







Te cojo las manos, y mi corazón, buscándote a ti...

Te cojo las manos, y mi corazón, buscándote a ti,
que siempre me eludes tras palabras y silencios,
se hunde en la oscuridad de tus ojos.
Sin embargo, sé que debo estar contento en este amor,
con lo que viene a rachas y huye, porque nos hemos encontrado
por un momento en la encrucijada de los caminos.
¿Soy yo tan poderoso que pueda llevarte a través de este
enjambre de mundos, por este laberinto de veredas?
¿Tengo yo alimento para sostenerte por el oscuro pasaje bostezante,
de arcos de muerte?







Versiones, paráfrasis y recreaciones

Traducciones de Eduardo Carranza

1. Laúd de amor

La estrella

EL río avanza, mansamente, abriendo la noche. Las estrellas, desnudas,
tiemblan en el agua. El río traza una línea de rumor en el silencio.
He abandonado mi barca al capricho de las aguas. Tendido cara al cielo
pienso en ti que duermes, extraviada entre los sueños.
Talvez ahora me sueñes, amor mío de nocturnos, húmedos ojos estrellados.
Pronto mi barca ha de pasar frente a tu casa, amor mío, extendida en tu sueño
como un río. Talvez por mí palpite tu dormida boca entreabierta.
Llega una ráfaga de fruta y de jazmín. Este viento ha pasado por tu casa y en él
toco tu sueño y aspiro tu aroma y beso tu boca, amor mío que talvez ahora
andas conmigo, en un jardín, por tu sueño. Detrás de tu oreja, entre los cabellos,
húmedos del baño todavía, arde un jazmín, en tu sueño.
Dame la mano y mírame a los ojos, en tu sueño, amor mío, y suavemente,
arrástrame al círculo mágico en que ahora, dormida, sonríes.
Ya veo, entre la sombra de la orilla, una lucecita que me mira con amoroso parpadeo.
Es tu casa: para mí la más dulce, la más cercana y lejana de las estrellas, amor mío.

* * * * *

Canción

I
Siento que en mí palpitan todas las estrellas.
El mundo corre por mi vida como un hermoso río.
Las flores han pasado a través e mi sangre.
Y toda la primavera de aguas y jardines se alza
de mi corazón como un humo azul, y el aliento
de todas las cosas canta como una flauta en mis
sienes.

II
Cuando la tierra se adormece llego a tu puerta.
En lo alto callan las estrellas y tengo miedo de cantar.
Velando espero hasta que tu sombra pasa por el balcón
de la noche. Entonces regreso silencioso y lleno de ti.
Luego, en la canto a la orilla del camino.
El aire matinal escucha temblando y las flores vuelven hacia mí
su rostro de pétalos.
Los viajeros se detienen de pronto para mirarme frente a frente:
es como si mi canto a cada uno le llamara por su nombre.

* * * * *

Voto

Dímelo con tus ojos y cogeré los frutos de mi huerto en donde el tiempo
se ha trocado en dulzura y con ellos llenaré una cesta que tenga forma
de corazón o de navío para ti que estás tan lejos, en el jardín de la tarde.
La estación avanza, avanza con pie dorado, llena de grave esplendor.
La flauta del nostálgico calla en la sombra. Dímelo con tu silencio y la flauta
gemirá por ti, entre todas la más lejana.
Dímelo apenas con tu sonrisa y me daré a la vela sobre el río, hacia ti,
rodeada por la lejanía. El viento de marzo se levanta e infla el pecho de las velas
y las olas.
Mi huerto exhala toda su alma a la hora entristecida en que la luz
cierra sus párpados. Llámame con tu alma desde tu casa, en la playa de la lejanía,
al otro lado del crepúsculo.

* * * * *

La ventana

De repente se abrió de par en par esta mañana, la ventana
de mi corazón que mira a tu corazón.
Y maravillosamente vi mi nombre, aquel con que me nombra
tu voz más íntima y querida, escrito sobre las hojas y las flores en tu corazón.
Y esperé silencioso.
Un instante se alzó, volando, el visillo que separa tus cantos de los míos.
Y descubrí que en la claridad de tu mañana, en tu corazón, alguien cantaba
mis canciones futuras, las que no he soñado ni cantado todavía. Y para aprender
mis propias canciones, me senté, silencioso, a tus pies.

* * * * *

Canción 2

Escucha, corazón mío: en esta flauta canta la música del perfume de las flores
silvestres, la música voluble de las hojas y del agua que huye entre árboles
y grillos, la música de la penumbra sonora de alas y rumoreante de abejas.
La flauta ha perfumado y encantado su sonrisa en los labios de mi amiga y
derrama por mi vida su magia y su aroma.

* * * * *

El río

Cae el día. La luz cede ante el pecho de la sombra. Es tiempo de que vaya
al río para llenar mi cántaro.
El rumor del agua me llama por el aire como una fresca voz aleteante.
Iré al río por el crepúsculo melancólico. El viento se levanta, único pasajero
por el camino solitario. Un largo estremecimiento se desliza sobre el agua.
Voy hacia el río y no sé si llegaré. Tampoco sé si volveré. Me invade una vaga
ansiedad... Quizá tenga de pronto un encuentro imprevisto... A lo lejos,
en su barca, un hombre desconocido toca su laúd.

* * * * *

Soledad

Sentado a la puerta de mi cabaña canto en voz baja. La mañana, a mis pies,
me mira con sus puros ojos de doncella. Por el camino ríen y cantan los
enamorados. ¡Y nadie viene a acompañarme!
Sentado a la puerta de mi cabaña sueño las nubes. El medio día me contempla
con sus quietos ojos. En la floresta dorada se miran los amantes. ¡Y nadie viene
a acompañarme!
Sentado a la puerta de mi cabaña callo nostálgico. La tarde me mira con sus ojos
de cervato. Hacia el río, en la penumbra morada, se esfuman las parejas. ¡Y nadie
viene a callar conmigo!
Sentado en la puerta de mi cabaña suspiro y estoy triste. La noche me mira con
sus ojos estrellados. En el aire cálido palpitan besos y caricias. ¡Y nadie viene
a acompañarme!

* * * * *

La carta

1. Al despertar encontraba su mensaje en la mano de la mañana.
Como no aprendí a leer no sé lo que me diría.
Siga el sabio entre sus libros. Nada le preguntaré.
Y, ¿acaso el sabio podría comprenderlo?

2. Llevaré la carta a mi frente y luego la apretaré contra mi corazón.
Cuando llegue la noche y asomen las estrellas una a una, la abriré
sobre mis rodillas, la miraré, cerraré los ojos y me quedaré silencioso.
Las hojas, entre luna y secreteo, me la leerán con su fina voz; el río pasará
tarareando la letra de mi carta; y las siete estrellas del conocimiento me la
cantará por los cielos.
Sin embargo, no encuentro exactamente lo que busco; no comprendo bien
lo que quisiera aprender; pero este mensaje que no he sabido descifrar me hace
dulce y alegre la jornada y mi pensamiento se ha trocado en melodía.







2. Reino dorado

Los niños

En la última playa del mundo los niños se reúnen. El infinito azul
está a su lado, al alcance de sus manos. En la orilla del mundo,
más allá de la luna, los niños se reúnen, y ríen, gritan y bailan entre
una nube de oro.

Con la arena rosa, dorada, violeta -en el alba, al medio día, por la tarde-
edifican sus casas volanderas. Y juegan con las menudas conchas vacías.
Y con las hojas secas aparejan sus barcas y, sonriendo, las echan al
insondable mar. Los niños juegan en la ribera del mundo, más allá del cielo.
No saben navegar, ni saben lanzar las redes. Los niños pescadores de perlas
se hunden en el mar y, al alba, los mercaderes se hacen a la vela; los niños
entretanto acumulan guijarros de colores y luego, sonriendo, los dispersan.
No buscan tesoros escondidos, ni saben echar las redes.
Sube la marea, con su ancha risa, y la playa, sonríe con su pálido resplandor.
Las ondas en que habita la muerte cantan para los niños baladas sin sentido,
como canta una madre que mece la cuna de su hijo. La ola baila y juega con los
niños y la playa sonríe con su pálido resplandor.
En la última ribera del mundo los niños se reúnen. Pasa la tempestad por el cielo
solitario, zozobran los navíos en el océano sin caminos, anda la muerte,
anda la muerte, y los niños juegan, entre una nube de oro. En la orilla del mundo,
más allá de la luna, los niños se reúnen en inmensa asamblea de risas y de danzas
y de juegos y de cantos.

* * * * *

Arrullo

El sueño que aletea sobre los párpados del niño: -¿Quién me dirá de dónde vino?
-Yo. Me cuentan, me han contado, que el sueño vive en la lejanía, en la aldea azul
de las hadas: allí; a la sombra de la floresta que alumbran las luciérnagas con su tierno relámpago diminuto,
se inclinan dos flores encantadas, parecidas a los ojos del niño,
entre su aroma. Y es de allá de donde viene el sueño a cerrar con su beso los párpados del niño.
La sonrisa que aletea, como un tenue centelleo, sobre los labios del niño cuando
duerme: -¿Quién me dirá en dónde nació? -Yo. Me cuentan, me contaron, que la mano
de la luna nueva, rozó el borde de una nube de otoño y allí, soñada por la mañana húmeda
de rocío, una sonrisa nació: la sonrisa que, parecida al brillo de una lámpara bajo el agua, palpita en los labios
del niño cuando duerme.
¿Y esa tibia frescura que en la piel del niño recuerda, a un tiempo, al trigo ya la rosa, antes
en dónde se escondía? -Envolvía en un silencioso y amoroso misterio el corazón de la madre
cuando era una doncella con el corazón lleno de sueños y de música: esa frescura que se
extiende por el cuerpo del niño como una débil onda tibia.

* * * * *

La madre canta

Cuando te traigo juguetes de colores, niño mío, entiendo el tornasol del agua y de la nube y entiendo por qué
un hada pinta las flores por la noche y entiendo el arco-iris sobre el campo
y el nácar en la playa de la luna: cuando te doy juguetes de colores.
Cuando canto para que bailes, mi niño, sé por qué la música plateada del viento entre las
ramas y el coro de las olas alrededor del mundo y la cadencia de la luz sobre las hojas: cuando
canto para que tú bailes.
Cuando en tus pequeñas manos ávidas pongo dulces y golosinas, comprendo para qué la miel
en el cáliz de la flor y para qué la savia azucarada que en secreto madura la fruta, como el amor
un corazón: cuando pongo dulces y golosinas en tus pequeñas manos ávidas.
Cuando abrazo tu cara de jazmín y canela para hacerte sonreír, mi niñito querido, comprendo la dicha que se extiende
por el cielo límpido de la mañana y la delicia en que la
brisa de verano envuelve mi cuerpo y la onda del trigal al medio día: cuando te abrazo para que sonrías.






3. Las cosas y el espíritu

La belleza

Yo oprimo sus manos; yo la estrecho contra mi corazón.
Yo intento enlazar con mis brazos su perfume, beber su sonrisa con mis besos,
beber también su mirada con mis ojos.
Mas, ay, nada queda en mis 'brazos, en mis labios, en mis 0jOS. ¿Pudo alguien tocar el azul
del cielo?
Yo me empino hacia la belleza y corro .tras
ella; mas la belleza se me escapa y sólp me deja
su apariencia entre las manos.
Nostálgico y cansado vuelvo a este juego di-
vino. ¿Cómo podrían las manos de mi cuerpo,
coger la flor que sólo el alma puede rozar?

* * * * *

Invocación a la noche

1. Oh noche, noche morena, hazme tu poeta!
Durante miles de años los hombres han velado, mudos, a la sombra de tu estrellado
poderío: déjame cantarte por todos ellos.
Llévame en tu alado carro que silenciosamente se desliza de mundo en mundo,
¡oh tú! nocturna noche, magnífica y oscura!

2. A veces un espíritu ansioso entra, furtivo, en tu corte, y errando por tu mansión
sin luz interroga vanamente los aires.
Y a veces algún corazón traspasado por la
flecha de júbilo que lanza el arquero desconocido, prorrumpe en su misterioso canto
que estremece la tiniebla hasta sus cimientos.
A ti las almas conturbadas vuelven sus ojos y quedan temblando de pronto, ante tu cielo
parpadeante, como quien descubre un tesoro.
Hazme tu poeta, oh noche, el poeta de tu insondable silencio.

* * * * *

La luz

La luz! ¡La luz! He aquí la luz que inunda el mundo y nos besa los ojos y el corazón,
¡la luz!
¡Ah! la luz danza, delirante, en el centro de la vida, como en medio de una pradera!
Mi amor, amada mía, si la luz lo toca con sus dedos, suena dulcemente como una campana
de cristal. El cielo se abre. El viento huye saltando como una muchacha transparente.
Y una como risa apasionada se desborda por toda la tierra.
Sobre el corazón de la luz, amada mía, la mariposa abre sus alas tan tiernas casi como las alas
de tu sonrisa. Sobre la cresta de las ondas de la luz se encienden los jazmines.
La luz, amada mía, pone a las nubes un halo de oro y azul, y parece una reina vestida de su propia belleza.
Un inmenso júbilo se extiende, de hoja en flor y de flor en ola en torno al mundo. El río
del cielo ha borrado sus orillas. ¡Y la ola del gozo nos ahoga!

* * * * *

El fuego

1. Oh fuego, hermano mío, yo te canto un canto delirante. Eres la imagen brilladora y púrpura de la libertad.
Alzas tus brazos hacia el cielo y tus dedos ávidos pulsan las arpas del aire.
Y danzas tu danza ligera y terrible al son de tu propia música.

2. Cuando finen mis días, cuando mi alma rompa los límites, en ti arderán, hasta ser pávida
ceniza, mis ojos, mis manos y mis pies.
Mi cuerpo se hará uno con el tuyo, mi corazón será arrebatado en tu frenético torbellino,
y la llama trémula que era mi vida se fundirá con tu llama única.

* * * * *

La vida

El mismo río de vida que circula por mis venas noche y día, circula por las venas del mundo y canta,
en lo hondo, con pulso musical.
Y es una vida idéntica a la mía la que a través del polvo de la tierra alza su verde alegría en
innúmeras briznas de hierba, y estalla en olas tiernas y furiosas de hojas y flores.
Y la misma vida, hecha flujo y reflujo, mece al océano, cuna del nacimiento y de la muerte.
Mis sentidos se exaltan al tocar esta vida universal. Y siento la embriaguez de que sea en mi
sangre donde en este momento palpita y danza el latido de la vida que huye a través del tiempo.

* * * * *

Canción 3

A la rama que suavemente roza mi ventana como un anhelo vago, o una caricia, o un pensamiento,
¿qué aliento la mueve?
El agua que rueda y canta, por el sol, por la luna, ¿qué boca sedienta busca?
La luz que está como un ramo sobre la mesa en que escribo, ¿de qué corazón, de qué mirada
enamorada viene?
Y con esa voz que casi no es y como que me nombra, pasando en breve ráfaga por la calle
solitaria de la media noche, ¿cuál entre mis muertos queridos me nombra?

* * * * *

El camino

Allí donde existen los caminos, pierdo mi camino.
En el ancho mar, en lo azul del vasto cielo nadie trazó rutas jamás.
Las alas de los pájaros y su canto, la llamita de las estrellas, las flores en ronda de las
estaciones, ocultan el sendero.
Y he preguntado a mi corazón: ¿Acaso tu sangre, el paso de la sangre, no conoce el camino
invisible?

* * * * *

En el límite de la mañana

Hemos llegado al límite del invierno.
Desde aquí vemos ya a la primavera tendida en el campo. Vuelven los colores tras
un largo asueto. Y la luna se asoma en un claro balcón. ¡Oh alma mía!
Mira el pequeño río azul que nos separa de la estación dichosa. Respira el dulce viento
que viene de la lejanía inaugurando las flores a su paso. Mira el puentecillo delgado como
un suspiro, que hemos de atravesar esta noche. Mira el mañana a los ojos, ¡oh, alma mía!
Deja de este lado del río tu pálida sonrisa y tu mirada triste. Deja las palabras cansadas y
las antiguas canciones. Despójate del pasado como de una vieja túnica. Entonemos los
cantos que despiertan el porvenir. Y corramos enlazados a cruzar el puente que nos
separa del mañana florido y encantado. Alma mía, ¡oh alma mía!







4. Amor

Amor

He besado con mis ojos y con mi tacto la adorable superficie de este mundo.
Y, como un velo bordado de árboles y pájaros, lo he plegado sobre mi corazón.
Y tantos pensamientos y sentimientos he vertido en sus días y en sus noches
que mi vida y el mundo se han fundido y son ya una sola sustancia amorosa.
Y amo mi vida porque amo la claridad del cielo que toda está en mí.
Abandonar este mundo es una realidad tan poderosa como amarlo.
Mas si este amor hubiera de ser engañado y burlado por la muerte, el gusano de una
desilusión semejante roería todas las cosas y hasta las estrellas, extinguidas,
se derrumbarían en ceniza.
Y cuando toco el sitio de mi corazón estoy tocando el mundo y el amor inmortales!

* * * * *

Imagen de la vida

A la flor era semejante mi vida, en su aurora: a la flor que, abierta cuando la brisa
de la primavera viene a golpear en su puerta, deja caer uno, o dos pétalos, e ignorante
de su tesoro, no siente su pérdida.
Ahora cuando pasó la juventud, mi vida se parece al fruto que ya nada tiene que perder:
y espera, espera a alguien, para darse toda entera, con toda su pesadumbre de dulzura.

* * * * *

El aventurero

He pagado mis deudas, he cortado mis ataderas, las puertas de mi casa están
abiertas, he olvidado mis amores: ¡soy libre, y me voy por el ancho mundo!
En cuclillas, agrupados en su rincón, los otros tejen la tela gris de sus vidas,
o cuentan su oro entre el polvo, o beben su triste vino, o cantan lánguidas
canciones: y me llaman para que regrese a su lado.
Pero yo he forjado mi espada y he vestido mi armadura, y mi caballo piafa de
impaciencia.
¡Soy libre, es la mañana y parto a conquistar mi reino.

* * * * *

El poeta

El alma del poeta danza y delira sobre la ola de la vida, entre el clamor de vientos
y mareas.
Y cuando el sol esconde su frente y el cielo entristecido cae sobre el mar como los
párpados sobre los ojos fatigados, el poeta, dejando su pluma y con la cabeza en la mano,
deja huir su pensamiento hacia el abismo del silencio, hacia la niebla del eterno secreto.







5. Canciones a lo divino

Cancioncilla

Descendiste de lo alto de tu trono y te paraste en la puerta de mi cabaña.
Yo cantaba solitario en un rincón y mi melodía encantó tu oído. Bajaste de
tu altura y te detuviste a la entrada de mi cabaña.
Muchos son los maestros cantores de tu palacio en cuyos aires, a toda hora,
vuela la música.
Pero el himno ingenuo de este aprendiz ganó tu amor. Yo musitaba una delgada
cadencia melancólica y tu oído supo distinguirla entre la gran sinfonía del mundo.
Y, con una flor como recompensa, bajaste y te detuviste en la puerta de mi cabaña
a escuchar la cancioncilla silvestre.

* * * * *

Oración

Sí, Dios mío, yo lo entiendo muy bien: la luz de pie celeste cuya danza se confunde
con la danza de las hojas; las indolentes nubes que navegan hacia el ocaso; la brisa
pasajera, errando por mi frente como una mano de frescura: todo es es sólo tu amor,
y nada más que tu amor sobre mi vida.
Mis ojos se han lavado en la claridad matinal y tu mensaje ha descendido hasta mi
corazón. En lo alto, tu rostro diáfano se inclina; tus ojos me han mirado a los ojos y
contra tus pies bate mi corazón como una ola.

* * * * *

El dueño

El mundo te pertenece ahora, y por siempre jamás.
Y porque nada puedes desear, oh Rey mío, tampoco puedes hallar placer en
tus riquezas.
Y para ti, ellas son como si no existieran.
Por esto, en el transcurso lento de los días me das lentamente lo tuyo, para luego,
sin término, reconquistar en mí tu reino.
Día tras día, tu sol se alza a través de mi corazón, y te amas en mí, y te reflejas en
esta imagen tuya que es mi vida.

* * * * *

El guía

Mis canciones te han buscado toda la vida.
Ellas me guiaron de puerta en puerta, de mirada en mirada, de fruta en fruta y de
sonrisa en sonrisa. Y con ellas palpando mi universo, he tocado la vida circulante.
Mis canciones me enseñaron todo lo que jamás aprendí y me mostraron la escondida
senda y alzaron un lucero azul sobre el horizonte de mi corazón.
A través de los días mis canciones me guiaron hacia la misteriosa comarca del placer
y del dolor.
Y ahora, cuando llega la tarde y se aproxima el final del viaje, ¿hacia el pórtico de
qué vago palacio me conducen mis canciones?

* * * * *

El viaje

Creía yo que mi viaje tocaba a su término, que había llegado al límite de mi reino
y de mi poderío, que el sendero se extinguía bajo mis pies como a veces el sueño en el
súbito despertar. Creía que mis provisiones de fuerza y de ensueño estaban agotadas
y que el momento había llegado de retirarme a una penumbra silenciosa.
Pero tu voluntad, Señor, y tu amor, no tienen fin en mí. Y he aquí que cuando las viejas
palabras languidecían en mi lengua ya las nuevas melodías danzaban en mi corazón.
Y he aquí que donde los viejos caminos se borraban, a mis pies se abría una nueva
vereda bordeada de maravillas.

* * * * *

El que espera

He aquí que ésta es mi sola delicia: esperar y esperar a la orilla del camino, en donde
la sombra persigue a la luz y la lluvia viene andando sobre las huellas del verano.
Los mensajeros, con las nuevas y el aire de otros cielos pasan veloces, me saludan
y se apresuran a lo largo del camino. Mi corazón se desborda de júbilo y es dulce el hálito
de la brisa volandera.
Del alba al crepúsculo estoy en mi puerta: sé que de repente vendrá el dichoso instante
en que veré.
Entre tanto sonrío y canto, solitario. Entre tanto por el aire se expande el perfume
de la promesa.

* * * * *

La promesa

Vino a sentarse a mi lado y no me desperté. ¡Maldito sea mi sueño!
Vino entre la noche apacible con su arpa en la mano y mis sueños se llenaron de música.
¡Ay!, he perdido mis noches y mis noches: ¡porque aquel cuyo aliento roza mi sueño,
escapa siempre a mis ojos!

* * * * *

La oración

Cuando el corazón está seco y árido, desciende sobre mí resuelto en lluvia de
bondad y de frescura.
Cuando la vida, borrada su gracia, se haga dura y torva, ven a mí en floración de cantos.
Cuando el tumulto eleve en todas partes su vocerío y su ráfaga, aventándome lejos, por el
suelo, ven a mí, Señor del silencio, con tu paz y tu serenidad.
Cuando mi corazón miserable solloce abandonado en un rincón de su cárcel, abre de par
en par la puerta con tu aliento, Rey mío, y ven a mí con la gloria de un rey.
Cuando el deseo ciegue mi espíritu, con su ilusión y con su polvo, Tú, el solo santo, Tú,
el vigilante, ven a mí con tu relámpago y tu trueno.

* * * * *

El cantador

Estoy aquí para cantar. Es mi destino y mi parte en la fiesta del mundo. En esta
sala que es tuya, tengo un rincón para sentarme y cantar en voz baja.
Soy un ocioso en tu atareado mundo, Señor. Mi vida inútil sólo sabe expresarse
en vagos acordes sin sentido, como el árbol en silabeo de hojas brilladoras, como el río
en impensada cadencia de agua y viento, como el cielo en anhelante balbuceo de nubes.
Cuando sea la hora de adorarte, cuando en la basílica húmeda y azulada de la media noche,
suene el reloj de las estrellas, llámame, Señor, y yo me alzaré ante Ti, para cantar.
Cuando en el aire tierno y límpido la mañana iza su arpa de oro, llámame a tu presencia
y he de cantar pulsando la luz de la mañana.

* * * * *

El discípulo

Tu lenguaje, Señor, es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en
tu nombre.
Yo comprendo la voz de tus olas y el silencio de tus árboles. Comprendo la escritura
de tus estrellas con que nos explicas el cielo.
Comprendo la líquida redacción de tus ríos y el idioma soñador del humo en donde se
evaporan los sueños de los hombres.
Yo entiendo, Señor, tu mundo, que la luz nos describe cada día con su tenue voz.
Y beso en la luz la orilla de tu manto.
El viento pasa enumerando tus flores y tus piedras. Y yo, de rodillas, te toco en la
piedra y en la flor. A veces pego mi oído al corazón de la noche para oír el eco de tu corazón.
Tu lenguaje es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en tu nombre.
Pero yo te comprendo, Señor.

* * * * *

Oración 2

Que yo nunca rece para ser preservado de los peligros: sino para alzarme ante ellos y mirarlos cara a cara.
Que no pida la extinción de mi dolor: sino el coraje que me falta para sobreponerme a él.
Que no confíe en aliados en la guerra de la vida sobre el campo de batalla del alma: que sólo espere de mí.
Que no implore, espantado, mi salvación: que tenga la fe necesaria para conquistarla.
Dame no ser ingrato: pues a tu misericordia debo mis triunfos.Y si sucumbo, acude a mí con tu brazo fuerte.
¡Y dame la paz, y dame la guerra!

* * * * *

El último viaje

Sé que en la tarde de un día cualquiera el sol me dirá su último adiós, con su mano
ya violeta, desde el recodo de occidente. Como siempre, habré musitado una canción,
habré mirado una muchacha, habré visto el cielo con nubes a través del árbol que se asoma a mi ventana...
Los pastores tocarán sus flautas a la sombra de las higueras, los corderos triscarán en la
verde ladera que cae suavemente hacia el río; el humo subirá sobre la casa de mi vecino...
Y no sabré que es por última vez...
Pero te ruego, Señor: ¿podría saber, antes de abandonarla, por qué esta tierra me tuvo entre
sus brazos? Y ¿qué me quiso decir la noche con sus estrellas, y mi corazón, qué me quiso decir mi corazón?
Antes de partir quiero demorarme un momento, con el pie en el estribo, para acabar la
melodía que vine a cantar. ¡Quiero que la lámpara esté encendida para ver tu rostro, Señor!
Y quiero un ramo de flores para llevártelo, Señor, sencillamente.







5. Apólogos

Apólogo del misterio

No has oído su paso silencioso? El viene, viene, viene eternamente.
A cada instante, en todas las épocas y edades, cada día, cada noche, él viene,
viene, viene desde siempre.
Yo he cantado muchas canciones de diversa entonación, pero en ellas cada nota,
cada palabra, clamaba siempre: él viene, viene, viene eternamente.
En los días embalsamados del absorto abril, por el camino secreto de la selva,
él viene, viene, viene eternamente.
Entre la angustia tempestuosa de las noches de julio, sobre el carro resonante
de las nubes, él viene, viene, viene eternamente.
Entre una pena y otra pena tan sólo hay el espacio de su paso que me oprime el
corazón; y mi alegría sólo amanece al roce dorado de su pie.
¡El viene, viene, viene eternamente!

* * * * *

Apólogo de la perfección

Cuando la creación estaba recién nacida y las estrellas brillaban, unánimes, con
su primer esplendor virginal, los dioses se reunieron sobre el cielo en dichosa asamblea
y cantaron: "¡Oh, espejo de la perfección! ¡Oh, júbilo sin sombra! "
Mas uno de los dioses exclamó de pronto: "Parece que hay en alguna parte un vacío en
esta cadena de claridad y que una de las estrellas se ha perdido."
La melodía de oro de las arpas se calló; el canto se detuvo y los dioses clamaron desolados:
"Es verdad, y era la más bella esa estrella perdida. ¡Era la gloria y diamante sumo de los
cielos!"
Desde aquel día la buscan sin cesar y de uno a otro este lamento se trasmite:
"¡Con esa estrella el mundo ha perdido su alegría! "
Entre tanto, en el profundo silencio de la noche, las estrellas sonríen y murmuran entre sí:
"¡Vana es la búsqueda: la perfección sin pausa reina doquier!"

* * * * *

Apólogo de la esperanza en Dios

Había salido yo, mendigo de puerta en puerta, por el camino de la ciudadcuando de un recodo surgió
tu carroza de oro semejante a un sueño matinal. Y mi alma se inclinó de asombro ante quien parecía
el Rey de todos los reyes !
Y mis esperanzas se alzaron y pensé: he aquí que ha llegado el fin de los días tristes;
y ya me alistaba a recoger las ricas limosnas esparcidas en el polvo.
La carroza se detuvo frente a mí. Tu mirada cayó sobre mi pobreza y, sonriendo,
descendiste al camino. Yo sentí que había llegado la grande y única oportunidad de mi vida.
Entonces, tendiéndome tu mano derecha, dijiste: "¿Que tienes para darme?"
¡Oh!, ¿que regia burla era esta de tenderle la mano a un mendigo para mendigar? Quedé un
instante confuso y perplejo; luego, lentamente, saqué de mi alforja un grano de trigo y te lo di.
Mas cuál sería mi sorpresa, cuando, por la tarde, al vaciar mi saco en el suelo, encontré un
granito de oro entre mis pobres granos. Lloré amargamente y me lamenté de la sordidez de
mi corazón que no supo darte cuanto poseía.

* * * * *

Apólogo de la gracia

Ellos conocían el camino y se fueron a buscarte a lo largo del estrecho sendero;
pero yo erraba lejos, en la noche, pues era ignorante.
Yo no era lo suficientemente sabio para tener miedo de ti en la oscuridad, y por esto encontré tu puerta por casualidad.
Los sabios me rechazaron y me ordenaron que regresara, pues no había seguido el sendero
estrecho.
Lleno de duda iba a regresar, cuando me estrechaste, fuertemente, contra ti; y cada día
crece la cólera de los sabios contra mí.

* * * * *

Satyakama

El sol se ocultaba tras la orilla occidental del río en medio del espeso bosque.
Los jóvenes discípulos habían llevado sus rebaños al establo, y sentados en ronda
en torno al fuego, escuchaban a su Maestro Gautama, cuando un extranjero adolescente, aproximándose,
le entregó un presente de flores y de frutas. Y se inclinó hasta sus pies y le habló así con una pura voz:
"Señor, he venido a ti para que me guíes por el sendero de la suprema Verdad."
"Mi nombre es Satyakama."
"Que la bendición sea sobre tu frente", dijo el Maestro.
"¿A qué casta perteneces, hijo mío?, pues sólo un brahmín puede aspirar a la suprema
Sabiduría."
"Maestro, respondió el adolescente, no sé cuál es mi casta. Iré a preguntárselo a mi madre."
Esto dicho, Satyakama se despidió; atravesó el vado y regresó a la choza materna que se
levantaba en el extremo del arenoso desierto, cerca del pueblo soñoliento.
La lámpara ardía débilmente en el cuarto, y la madre esperaba el regreso de su hijo en la
penumbra de la puerta.
Le estrechó contra su corazón, besó sus cabellos y le interrogó sobre su visita al maestro.
"¿Cuál es el nombre de mi padre, madre querida?", preguntó el adolescente.
"El Maestro Gautama me ha dicho: sólo un brahmín tiene el derecho de aspirar a la más
alta Sabiduría."
La mujer, bajando los ojos, murmuró:
"En mi juventud era yo muy pobre y servía a varios amos. Y tú llegaste un día a los brazos
de tu madre Jabala, amor mío..."
Los primeros rayos del sol brillaban sobre las altas ramas de la selva de los ermitaños.
Los discípulos, húmedos aún los cabellos del baño matinal, estaban sentados bajo el árbol
inmemorial, ante su Maestro.
Y Satyakama se presentó.
Se inclinó profundamente hasta los pies del santo y guardó silencio.
"Dime, le preguntó el gran predicador, ¿de qué casta eres tú?"
"Señor, respondió el adolescente, no lo sé. Mi madre, cuando se lo pregunté, me contestó:
"He servido a varios amos en mi juventud y tú llegaste un día a los brazos de tu madre
Jabala..."
Se alzó un murmullo semejante al bordoneo de las abejas cuando alguien turba la paz de la
colmena; y los discípulos rumoreaban ya su protesta contra la impúdica osadía del joven paria.
Gautama el Maestro, levantándose de su sitial, tendió los brazos y estrechó al joven contra
su corazón, diciendo: "Eres el mejor de los brahmines, hijo mío, pues posees la más noble
de todas las herencias: la Verdad."

* * * * *

El tesoro

¿Quién de nosotros se encargará de alimentar a los hambrientos?" -preguntó el señor Buddha a sus discípulos,
cuando el hambre se abatía sobre Shravasti.
Ratnakar, el banquero, inclinando la cabeza, dijo:
-"Una fortuna mucho más grande que la mía sería necesaria para alimentar a los hambrientos."
Jaysen, jefe de los ejércitos del rey, dijo:
-"Gustoso daría mi sangre y mi vida, pero no hay alimento suficiente en mi casa."
Dharmapal, que poseía grandes dehesas, musitó:
-"El dios de los vientos arrasó mis campos y ni siquiera sé cómo podré pagar los impuestos
del rey."
Entonces Supriya, la hija del mendigo, se levantó:
Humildemente se inclinó ante la asamblea, diciendo:
-"Yo alimentaré a todos esos miserables."
-"¿Y cómo? -exclamaron todos sorprendidos~. ¿Cómo esperas cumplir tu promesa?"
-"Soy entre todos la más pobre -dijo Supriya-, y ésa es mi fuerza. Mi tesoro y mi abundancia los buscaré
a vuestras puertas. Como nada tengo que abandonar, allí clamaré que se os ablanden las entrañas."

* * * * *

Sanatan

Sanatan desgranaba su rosario a la orilla del Ganges cuando un brahmín harapiento llegó
a su lado y le dijo: "Socórreme, que soy pobre. "
-"Nada queda en mi escudilla de limosnas", dijo Sanatan, "pues he distribuido todo lo que
poseía.
-"Pero nuestro señor Shiva se me apareció en sueños", respondió el brahmín, "y me aconsejó
que viniera a buscarte".
Entonces Sanatan recordó que había recogido una piedrecilla sin valor entre los guijarros
de la ribera y la había escondido en la arena pensando que podría ser útil a alguien.
Con el dedo señaló el sitio al brahmín que, asombrado, desenterró la piedra.
El brahmín sentóse en el suelo y se puso a meditar, solitario, hasta el momento en que el
sol desapareció tras los árboles, a la hora violeta en que los pastores llevan sus rebaños al redil.
Entonces, levantándose, se acercó lentamente a Sanatan y le dijo: "Maestro, dame la más
pequeña parte de esa riqueza que consiste en desdeñar todas las riquezas del mundo."
Y eso dicho, arrojó al río la piedrecilla sin valor.

* * * * *

El templo

Señor, dijo el cortesano a su rey-, Norottam, el santo, jamás se ha dignado entrar en el recinto
de tu glorioso templo."
"Canta las alabanzas de Dios bajo los brazos abiertos de los árboles a la orilla del camino
principal. Y el templo permanece vacío."
"En torno a él se agitan hombres, mujeres y niños, como las abejas que desdeñan el cuenco
de oro lleno de miel y vuelan alrededor del loto blanco."
El rey, herido en el centro de su corazón, se fue adonde estaba Norottam sentado sobre
la hierba.
Y le preguntó: "Padre, ¿por qué abandonas mi templo, el de la cúpula de oro, y te sientas
fuera, en el polvo, para predicar el amor de Dios?
-"Porque Dios no está en tu templo" -dijo Norottam.
El rey, frunciendo el ceño, respondió:
-¿Sabes que muchos millones de oro fueron gastados por mi magnificencia para levantar
esta bordada maravilla del arte que fue consagrada a Dios con suntuosas e inolvidables
ceremonias?"
-"Lo recuerdo -contestó Norattam-; fue precisamente en el año en que millares de personas,
con sus casas y sus campos incendiados, en vano clamaban socorro a tu puerta."
Y Dios pensó: "Esta vil criatura que no puede brindar socorro a sus hermanos, me construye una morada! "
"Y se fue con los hambreados y sin techo bajo los brazos abiertos de los árboles, a la orilla de
los caminos.
"Y esa dorada pompa de jabón está vacía. Sólo habita allí el orgull0 humeante del incienso.
El rey gritó encolerizado:
-"Sal de mi país."
Tranquilamente el santo replicó:
-"Bien, destiérrame de donde ya has desterrado a tu Dios."
Y partió por el ancho camino polvoriento entre los pobres que le tendían sus brazos.

* * * * *

El esposo

El poeta Tulsidas estaba absorto en sus meditaciones, a la orilla del Ganges, en el lugar solitario
donde se quema a los muertos.
Y vio a una mujer sentada a los pies del cuerpo de su marido y lujosamente vestida como si
fuera a una boda.
Ella se le dirigió y prosternándose dijo: "Permite, oh maestro, que siga a mi esposo, con tu
bendición."
"¿Por qué apresurarse tanto, hija mía?", preguntó Tulsidas, " ¿esta tierra no es acaso del
mismo que creó los cielos?"
"No es por el cielo por lo que suspiro sino por mi marido", dijo la mujer.
Tulsidas sonrió al contestarle: "Vuelve a tu casa, hija mía. Antes de que pase un mes habrás
encontrado a su marido."
La mujer se fue llena de alegre esperanza. Tulsidas iba a buscarla cada día y le proponía
graves pensamientos para que meditara, hasta que un día su corazón estuvo lleno de amor
divino hasta los bordes.
El mes habla terminado casi cuando vinieron los vecinos y le preguntaron: "Mujer, ¿has en-
contrado a tu marido?"
Sonriente, la viuda respondió: "Lo encontré.
Curiosos replicaron: "¿En dónde está?"
"Mi Señor está en mi corazón y los dos somos uno", les dijo.

* * * * *

Upagupta

Upagupta, el discípülo de Ruda, dormía en el polvo tendido contra la muralla de la ciudad de Mathura.
Todas las lámparas estaban apagadas, todas las puertas cerradas, todas las estrellas escondidas
en el cielo nebuloso de agosto.
¿De quién serían esos pies tintineantes de ajorcas que de pronto rozaban su pecho?
Se despertó, vacilante, y la lámpara de una mujer le hirió los ojos con su claridad.
Era una danzarina, constelada de joyas, y que envolvía su hermosura ebria del vino de la
juventud, en un manto azul pálido.
Bajó ella su lámpara y vio el rostro del joven, de una austera belleza.
"Perdona, oh joven asceta;', dijo la mujer, "y acepta el venir a mi casa, pues la seca tierra
polvorienta no es un lecho digno de ti".
"Mujer", respondió el asceta, "sigue tu camino; cuando los tiempos estén maduros yo
vendré a ti.
De repente, el resplandor de la tempestad hizo trizas la tiniebla nocturna.
Del extremo del horizonte venía la tempestad rugiendo y la mujer temblaba de miedo.

Las ramas de los árboles, en las orillas del camino, se inclinaban al peso de las flores y su
fragancia.
La melodía jubilosa de las flautas flotaba a lo lejos enlazada con la brisa primaveral.
Las gentes celebraban la fiesta de las flores.
Desde lo alto del cielo la luna llena entreabría las sombras para mirar hacia la ciudad.
El joven asceta caminaba por la calle desierta en tanto que sobre su cabeza, en las ramas del
manglar, cantaba el ruiseñor su queja desvelada.
Upagupta franqueó las murallas de la ciudad y se detuvo al pie de los baluartes.
¿Quién era esta trémula criatura, esta mujer que herida por la peste negra gemía a sus pies,
a la sombra del muro?
El asceta sentóse a su lado y puso la cabeza femenina sobre sus rodillas; con agua humedeció sus labios
y con un bálsamo confortó su cuerpo.
"¿Quién eres tú, oh misericordioso?", preguntó la mujer.
"El tiempo de mi visita ha llegado al fin y heme aquí", respondió el joven asceta.

* * * * *

El brazalete

Veloz y límpido, el Jumna corría por el valle precipitándose entre sus orillas escarpadas.
En torno se agrupaban las boscosas colinas surcadas por las torrenteras.
Govinda, el gran predicador, estaba sentado sobre una roca y leía las escrituras, cuando
Raghunath, su discípulo, orgulloso de sus riquezas, se inclinó ante él diciendo:
"Te traigo mi humilde presente, indigno de ser aceptado."
Y depositó a los pies del santo un par de brazaletes de oro ornados con piedras de mucho
precio.
El maestro tomó uno, lo hizo voltear en torno a su dedo y los diamantes despidieron su
resplandor insigne.
De pronto el brazalete, deslizándose de su mano rodó por la pendiente orilla y fue a caer
al río.
"¡Ay!", exclamó Raghunath, y se lanzó a la corriente.
El maestro continuó su lectura, y el agua, escondiendo el tesoro arrebatado, siguió su curso.
Caía la tarde cuando Raghunath regresó cansado y aterido.
Casi sin aliento dijo al santo: -"Podría encontrarlo con que me dijeras tan sólo el sitio en
donde cayó."
Entonces el maestro alzando el otro brazalete, lo arrojó al río diciendo: "Está allí".