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viernes, 10 de febrero de 2012

5993.- JUAN DE MARSILIO




JUAN DE MARSILIO
Nació en Montevideo (Uruguay) en 1963. Ha publicado los siguientes libros:


Alondras, lobizones, elefantes. Montevideo, Signos, 1990.
La casa y su habitante. Montevideo, EBO, 1991.
La sed y el agua extraña. Toluca, La tinta del alcatraz, 1995.
Pavana para un dinosaurio difunto. Montevideo, Los libros del chancho con alas, 2005.
Futuro. Montevideo, Los libros del chancho con alas, 2006.
48. Montevideo, Los libros del chancho con alas, 2007.






VÍNCULOS


A mi esposa


Yo te conozco y te gozo pero nunca podría – ni pediría –
llegar a poseerte ni explicarte.
De un modo que no entiendo,
te das a mí a la vez en flor y fruto
y nunca te marchitas ni concluyes
y cambias siempre y siempre permaneces.
Me doy a ti y en tanto más me doy
más crece en mí lo que de mío tengo.
Profundizo mis vínculos contigo
– no hay que olvidar que vínculo es cadena –
pero vuelo más lejos y más alto.
¡Protéjame el buen Dios de la locura
de cuerdamente metamorfosearte
de milagro – mujer en silogismo,
esquema, horario, plano, organigrama,
mero inventario notarial de bienes
que siempre al ser vendidos en subasta
reportarán un lucro de cenizas!
¡Líbreme Dios de poseerte un día,
que sería perdernos para siempre!
















SIN UN ÁTOMO MENOS


De un trabajo al otro
con diez minutos siempre de retraso,
con tres facturas vencidas en el bolsillo,
con una billetera repleta de silencio,
con las raídas ropas,
con un cansancio unánime y milenario,
con la piedra recién almorzada pesándome en el estómago,
con el entero Universo
– sin que me falte un átomo siquiera –
en esta cabeza mía
que aún consigo llevar levantada.


















EROS Y NOSOTROS


A mi esposa


Eros influye en nosotros
poderosamente
pero no nos rige.


Una descomedida marejada
era por los inicios de lo nuestro.
Era atroz el placer y era el deseo
unas cosquillas como campanillas
y también como espuelas afiladas.


Los años
han hecho sabio al dios:
el aprendiz
– más refinado y diestro tras el largo ejercicio –
es ahora un maestro en su tarea,
tanto,
que asume sereno y hasta feliz
la soberana prevalencia
de otras fuerzas mejores sobre nosotros.


La misma mano que nos talla arrugas
edifica otra obra
cuyo sentido y grandeza somos pequeños
para apreciar cabalmente.
Basta lo que intuimos, sin embargo,
para fundar como sobre granito
la más alegre de las esperanzas.












A mi esposa


Quiero verte dormir y desvestirme
de los disgustos nuestros más recientes,
de los cansancios míos, reincidentes,
y de las muchas ganas de morirme.


Quiero tratar de reinventar los dientes
para verme en tu espejo y sonreírme.
Quiero, si no a tu imagen, reconstruirme
por lo menos según pautas congruentes


con la tu mucha dulce donosura.
Quiero verte dormir y alimentarme
de la paz especial que siento al verte.


Quiero velar y verte aunque mi oscura
cansera antigua insista en reclamarme.
Ya después dormiré. Toda una muerte.








La ausencia de la flor


La ausencia de la flor, algunas veces,
provoca la presencia del perfume:
lo goza la nariz cuando lo asume
sin ponerse a pensar en pequeñeces


como esa de si está o no está la flor.
Algunas veces pétalos ausentes
sueltan perfumes mucho más potentes,
muestran mayor verdad en su color.


¿Habrá estado la flor ante la vista
alguna vez o siempre se ha tratado
de una flor que el deseo se ha inventado


para no ver la nada desprovista
de toda flor? No sé. Pero persisto
en gozar de la flor. Porque yo existo.










Castillo


Tras veinte o treinta años
de acarreo de piedras y dura labor,
de sudor y sangre,
en medio de esta tierra hubo un castillo
de opresión y poder
que dominó sin visible mella
como dos o tres siglos,
que fue decayendo tres o cuatro más
y que luego, desierto, por otros cinco o seis
se fue desmoronando lentamente hasta que
tan solo quedaron estos versos antiguos
que cantan que una vez hubo un castillo
y que el viento es más sólido y duradero
que los muros de piedra y el orgullo.









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