Anthony Seidman, (Los Ángeles, California, 1973, Estados Unidos), poeta, traductor. Maestro en Escritura Creativa Bilingüe por la Universidad de Texas en El Paso. Vivió durante varios años en Ciudad Juárez; trabajó como profesor de inglés en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Su primer libro, On Carbon-Dating Hunger, fue publicado en el 2000 por The Bitter Oleander Press. Actualmente vive en North Hollywood, California.
Ha publicado junto a Jean-Claude Loubieres el libro objeto San Fernando Valley Suite y When you Reand... (ambas Ediciones AdeLeo, París) y los libros Where Thirsts Intersect, On Carbon-Dating Hunger (The Bitter Oleander Press, NY), Corresponding Voices (Point of Contac Press, NY). Es traductor del libro A Sparrow in the House of Seven Patios (The Latino Press, NY) de Miguel Ángel Zapata y de varias reseñas y muestras de poesía contemporánea mexicana publicadas en The Bloomsbury Review, Luna, Borderlands, Sulphur River Literary Review, Ur-vox, Pemmican, Rattle, y La Jornada Semanal, Crítica, El Ángel (La Reforma). Ha sido nominado al Pushcart Prize tres veces por los editores de Square Lake, The Bitter Oleander y Hunger. Ganó el premio convocado por las revistas Rhino y Sulphur River Literary Review.
Poesía de Anthony Seidman
Traducción de José Luis Rico
Octavio Paz se dirige a Marie-José
Escúchame como se escucha la lluvia vespertina:
He intentado plasmar las calles, los árboles
de tamarindo, el jardín de mi infancia, el viento y su dominio, todo
en el espejo blanco de una página.
No te muevas; desabróchate la blusa, deja caer
tu falda de trigo que peina el viento; ése
es nuestro mundo.
Me he ahogado en la política, vi
el dinero que raspaba, ceniza en las chimeneas, y me senté
en el atrio blanco del silencio.
No hables; suéltate el cabello, deja caer
tu vestido de agua que tienta a la luna; ése
es nuestro parlamento.
El calendario ha completado
una vuelta, fusionando dioses de agua y humo.
Pero contigo soy un esbozo de sílabas,
un eco que tañe y cede y soy
indiferente a la agonía del mundo porque aquí
duermo contigo.
Sin ti, huerto oscuro,
árbol de mi sangre, navaja del mediodía.
dos pájaros alzaron el vuelo en tus ojos:
Uno sin alas, el otro, un incendio.
Sueño
El calor era un péndulo inmóvil. Nunca hubo brisa que refrescara el sudor de las frentes de los hombres bajo los toldos, o sobre los labios de las mujeres que cargaban sus bolsas de súper, o que esperaban la rutera en la esquina. Cada color ardía, fueran los jugos de melón y limón expuestos en tinajas, el cromado de una defensa, los escaparates de las tiendas, o el anuncio de Coca-Cola pintado en la pared del mercado. Mientras él iba de camino a ver a un amigo en una cantina con abanicos de techo, o en un restaurante con manteles almidonados y meseros en chalecos blancos, recorrería esas calles, esos colores.
A momentos, pasaría todo el día cosechando: negror matinal y tenue, que se eleva en rizos como humo del sándalo, sobre los labios de una adolescente que fue a un encargo a la tienda de la esquina; la franja de óxido en el costado de un autobús; la franja azul-desinfectante de una patrulla. Y el azul duro, sin mancha, del cielo. Millas de nuevos distritos con edificios de estuco –todos licorerías o video centros– pintados de amarillo-yema y turquesa. La arena en un terreno vacante. Callejuelas antiguas con casas de adobe achaparradas y ruinosas, del color del chocolate espumado con leche. Pelaje de un perro callejero, del gris de manteca coagulada.
Eventualmente, esos colores desbordarían sus manos en cuenco
y resbalarían por sus brazos, como hielo que se funde, y mancharían su camisa, pantalones y zapatos. Pero él continuaría acunando en sus brazos esta carga montante de vistas y penumbras; el sudor escocería en sus ojos, y ese ramo variopinto destellaría como el ocaso enrojecido a través de la distancia y el polvo. Después de caminar largo rato, se secarían como pétalos prensados en un libro. Y aún así los portaría, aunque el viento vespertino arrancara algunos fragmentos de luz de ceniza. Al llegar a su calle, él caminaría hacia el muro de una casa derrumbada frente su ventana, junto al callejón. Para entonces, todos los colores se habían marchitado en costras pardas y él las desperdigaría en el viento ascendente, para que habitaran el callejón y los muros rotos. Pronto vendrían las tolvaneras a borrar esas cenizas, y comenzaría un día nuevo con sus colores únicos y perecederos.
Al ocaso, él volvería a su cuarto a recostarse y descansar. Se dormiría, con los rostros, esquinas y resol, destellando y difuminándose como un disco que gira despacio, cayendo por el borde de la arena violeta y vesperal.
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Dos poemas de Anthony Seidman
Just as in that Zen poem, the lumberjacks fill the slopes, ax-steel ringing; as they chop, lotuses shrivel. The hermit in his cave, where a small fire crackles beneath a pot of green tea, gets up, stretches, knows it’s useless… tomorrow he will resume the poem; how the brush inked such images, dew on crane’s beak. With syllables he heard the falling of cherry blossoms in a temple atrium in that region where the farmers had already stored the rice, and sat drunk in huts while the rain increased. Centuries later, Dürrenmatt writes of modern man as a creature under perpetual observation; solitude is the absence of water under the red sand of Mars, an emptiness, like the minuscule pore in a rock that was once a microbe four billion years ago. From my window, I see seven palm trees like the seven spheres and their music shimmering in the arguments of vanished logicians and poets who lived in an age when a man could breathe in solitude, air rushing into the lungs of that hermit as he now leaves the cave and sits to watch the trees topple, so far away he only hears their echo. I want that stillness as I awaken, doors slamming outside, and the men setting up their chairs on the sidewalks to drink beer and listen to their ballads from truck stereos. I want to be that aloneness, so that I become prescience of the other one who observes me, neither man nor woman, but more like perfume on a moth’s wing, odor of sweat and rain among clothes in a closet, that perturbation of autumn I taste in the air, and the petal etiolating.
Como en aquel poema Zen, los leñadores colman las cuestas, el choque de acero del hacha; mientras ellos cortan, los lotos se marchitan. El ermitaño en su cueva, donde un pequeño fuego chisporrotea bajo un pote de té verde. Se levanta, se estrecha, sabe que es inútil… mañana reanudará el poema; cómo el pincel tiñó tales imágenes, rocío en el pico de la grulla. Con sílabas oyó la caída de flores de cereza en un atrio del templo en aquella región donde los agricultores habían almacenado ya el arroz, y se sentaron bebidos en chozas mientras la lluvia crecía. Siglos más tarde, Dürrenmatt describe al hombre moderno como una criatura en perpetua observación; la soledad es la ausencia del agua bajo la arena roja de Marte, un vacío, como el poro minúsculo en una roca que fue alguna vez un microbio hace cuatro mil millones de años. De mi ventana, veo siete palmeras como las siete esferas y su música brillando en los argumentos de lógicos desaparecidos y poetas que vivieron en una edad cuando un hombre podía aspirar a la soledad, aire que se precipita en los pulmones de aquel ermitaño cuando él ahora deja la cueva y se sienta para mirar los árboles caer, tan lejos que sólo oye su eco. Quiero esa calma cuando despierto, afuera las puertas cerradas de golpe, y los hombres que colocan sus sillas en las aceras para beber cerveza y escuchar sus baladas desde el estéreo en la camioneta. Quiero ser esa soledad, de modo que yo me haga la presciencia del otro que me observa, ni hombre, ni mujer, pero más bien el perfume en el ala de una polilla, el olor de sudor y lluvia entre la ropa de un armario, aquella perturbación del otoño que pruebo en el aire, y el pétalo emblanquecido.
(Traducción Martín Camps)
The difference between man and woman is the difference between water and waters; the difference between home and Venus are a torque of pressure, scalding degrees of carbon-dioxide, sulfurous precipitation, and comets strafing the peak of Ishtar. My dog doesn’t read, knows nothing about the planet named after desire and his nose is dry, shriveled like the prick of a centenarian. He and I are hunkered in a climate where the bag-lady comes at dawn to retrieve bottles stewing in bins, laborers turn on the hot water, pipes clanking, and then warm up their trucks until sunlight sheds her sparrows. At times, this terrain grumbles in its sleep, tectonic plates rubbing against one another like the thighs of an immense woman rolling on her side before coughing and falling back asleep. The difference between poetry and a gossip magazine is like that between water and heavy water; between poetry intuited and words ordered into strophes, an angler fish’s bioluminescence and a mere lit match. The difference between myself and this dog at my feet is how without any shame or tropes praising moonlight and open lattice, he breeds in urban crags, while I teeter between silk and scent of incense, between procreation and creativity.
La diferencia entre el hombre y la mujer es la diferencia entre el agua y las aguas; la diferencia entre la casa y Venus es una torsión de presión, escaldando grados de dióxido de carbono, precipitación sulfurosa y cometas que bombardean el pico de Ishtar. Mi perro no lee, no sabe nada sobre el planeta nombrado para el deseo y su nariz es seca, marchitada como el pene de un centenario. Él y yo estamos atrincherados en un clima donde la vagabunda viene al amanecer para pepenar botellas que se cuecen lentamente en recipientes, los trabajadores encienden el agua caliente, suenan los tubos, y luego calientan sus camiones hasta que la luz del sol derrama sus gorriones. A veces, este terreno se queja en su sueño, placas tectónicas rozándose una contra otra como los muslos de una mujer inmensa que rueda en su cama antes de toser y caer dormida otra vez. La diferencia entre la poesía y una revista de chismes es como la del agua y el agua pesada; entre poesía intuida y palabras ordenadas en estrofas, la bioluminiscencia de un pescado y un mero fósforo encendido. La diferencia entre mí y este perro a mis pies es como, sin ninguna vergüenza o tropos que elogian la luz de la luna y la celosía abierta, él se reproduce en los peñascos urbanos, mientras vacilo entre la seda y el olor del incienso, entre procreación y creatividad. (Traducción Martín Camps)
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