REINALDO GARCÍA RAMOS
Reside en Miami, EE UU
Nació en Cienfuegos, Cuba en 1944 y emigró a los Estados Unidos en 1980, con el éxodo del Mariel. Perteneció al grupo literario El Puente (1962-1964). En 1978 se graduó de Licenciado en Letras en la Universidad de La Habana. Miembro del Consejo de Dirección de la revista Mariel (Nueva York, 1983-85). En la actualidad es el Editor de la revista digital de poesía Decir del Agua, fundada en 2002 (www.decirdelagua.com). Ha publicado los libros de poesía: Caverna fiel (1993) y En la llanura (2001). Reside en Miami Beach, Florida. Sacó su primer poemario (Acta, 1962) con las Ediciones El Puente. En 2010 salió su relato Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel.
LEGADO
Para Amando Fernández
Un día, esperanzado, se encontró por azar
el extraño cofre de la historia de su escasa familia,
en el que se guardaban piedras refulgentes,
artefactos serenos del pasado,
brazaletes de asombrosos tamaños,
marcos de plata antigua,
papeles y cenizas,
y sin poder salir de su perplejidad o su cansancio
lo fue dejando todo lentamente en su viejo lugar,
con la premonición de que no volvería
a abrir aquel espacio nunca más.
Muchos años más tarde, en la impuesta vigilia,
quiso observar de cerca el tesoro tranquilo de su leve nación,
que era mostrado a los viajeros bajo enorme custodia
en un salón de mármoles oscuros y brillantes.
En el tesoro había reliquias portentosas,
restos de una batalla inverosímil,
espadas milenarias,
nobles declaraciones de principios.
Estuvo horas contemplando los laberintos polvorientos;
pero no pudo ver el grave sello
que salvaba a los fantasmas suficientes;
no le fue dado descubrir el aire establecido
que envolvía a tantas desapariciones necesarias;
no pudo contemplar el ávido contorno
que iniciaban esas cerradas eminencias.
Así, sin nada más entre las manos, despojado de sombras,
salió a aspirar despacio el aire de la noche.
OTRO DISCURSO AL ODIADOR
A la memoria de R. A.
Estos, mi amigo, siguen siendo tus días;
no te molestes en contarlos,
son poquísimos:
esta es la sombra y el resplandor de tu presencia,
aquí se aquietan y enardecen tu salvaje parodia
y tu retiro de las cosas;
esta, no cabe duda, es la precaria
y sucia mano del abismo
apresando tu sangre.
(Si miras con fijeza desde ahora,
podrás ir descubriendo
desordenados filamentos que naufragan sin ruido,
en esa lluvia fría y gris dentro del cuerpo)
Enormes y escasos son tus días.
Y es comprensible, digamos, y hasta justo,
que una imprecisa ira te ennegrezca las horas
(tanta inmundicia y pequeñez
se expanden y te ahogan);
Pero esos aullidos temporales no convierten a nadie
en un demonio, bien lo sabes.
Son escasos tus días,
y sin la menor duda suficientes
para dejar en claro que gastando los huesos,
dando en limpio la cara
al brutal incendio de las ruinas,
manoteando serenos en la piedra sin fondo,
respirando en la masa siniestra,
sin consuelo de árboles perdidos ni flores exclusivas
ni almas devoradas ni venganzas,
hemos sabido disfrutar esta visita
con paciencia y coraje.
ÁRBOLES DE SANGRE
Para Enrique Arrué,
el 20 de diciembre de 1999
Estos hermosos árboles bañados por la sangre
también tendrán sentido:
desaparecerán,
quemarán en su perfecto viaje
esas sagradas hojas que el viento hace vibrar;
su líquido esencial regresará a la tierra,
se sumirá en la añorada confusión.
Contémplalos; se queman en sí mismos,
en sus ramas se agita una pasión espléndida.
Sus raíces devoran con la misma impaciencia
el vigor y la espera.
Míralos bien, no temas; acércate despacio:
bajo la corteza reverbera el calcinante elixir.
Tócalos con fuerza, aspira bien su aroma humedecido.
La misma llamarada que los exalta y embellece
regresa luego enrarecida y los disuelve.
LA MIRADA DE ÁMBAR
(Harar, 1891)
Nadie supo hasta mucho después
que aquel hermoso comerciante había sido en su tierra
el hechicero de los verbos azules,
el ebrio regidor que sepultaba
las vocales sordas como el mar;
no sospechamos nunca que llevaba en los labios
el aullido de humo y la codicia
de su fornicación con los fantasmas.
Lo veíamos mezclar monedas y deseos
en las tabernas alejadas, entre viajeros indecisos,
y luego el viento tibio lo llevaba a las calles del puerto,
a que abrazara proyectiles con nombres olvidados
y ofrendara la pólvora a las nubes.
Pero cuando sellaba al aire libre
los cargamentos de explosivos,
en sus manos ardía el silencio del sol;
en su mirada se quedaban inmóviles
los últimos fragmentos de un augurio cerrado
y en sus ojos de ámbar se perdían las cifras armoniosas
con que se estaban preparando los asaltos.
AVES SORPRENDIDAS EN EL SUEÑO
“...to the birds in the white of the air...”
W. B. Yeats
Para Vicente Echerri
Arremolinadas se han alzado de los sitios
en que pensaban perpetuarse
Se levantan de los entornos comprendidos
con esfuerzo y contemplan desde cierta altura
toda la vastedad de su alimento y su descanso,
cubierta por las llamas
Aletean con fuerza en el ocaso transformado,
teñido de repente de un resplandor furioso
Y suben, suben en círculos muy rápidos
sobre la repentina claridad;
y sienten el crujido de los insectos calcinados
y de la hierba que se entrega a la devoración,
al humo que la anula
Pero no parten enseguida,
no se atreven tan pronto
a sepultar las dimensiones de su mundo;
giran y giran durante largas horas
con sus alas perfectas
sobre los laberintos conocidos,
que la noche disuelve
No saben escapar, al nacer no tuvieron
ninguna indicación para alejarse
de esta súbita fuerza;
cuando iniciaron su aventura en la inmensa pradera
nunca sospecharon este despojamiento
No encuentran en sus instintos heredados
ninguna explicación para este incendio
que ya devora con premura
todas sus fantasías.
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