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martes, 10 de enero de 2012
5777.- DELFÍN PRATS
Delfín Prats es un poeta cubano. Nació en Holguín, en 1945. Estudió Filología y Lenguas Rusas en la desaparecida Unión Soviética. Por muchos años fue traductor de ruso. En 1968 su poemario Lenguaje de mudos ganó el premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Sin embargo, la obra fue censurada y el libro, convertido en pulpa, y el autor fue condenado a pasar dos años en los tristemente célebres campos de las U.M.A.P. Prats volvió a publicar en Cuba en 1987 cuando apareció Para festejar el ascenso de Ícaro, que ganó el Premio Nacional de la Crítica. Otros poemarios suyos son: El esplendor y el caos y Cinco envíos de Arboleda.
HUMANIDAD
Hay un lugar llamado humanidad
un bosque húmedo después de la tormenta
donde abandona el sol los ruidosos colores del combate
una fuente un arroyo una mañana abierta desde el pueblo
que va al campo montada en borrico
hay un amor distinto un rostro que nos mira de cerca
pregunta por la época nueva de la siembra
e inventa una estación distinta para el canto
una necesidad de hacer todas las cosas nuevamente
hasta las más sencillas
lavarse en las mañanas mecer al niño cuando llora
o clavetear la caja del abuelo
sonreír cuando alguien nos pregunta
el porqué de la pobreza del verano y sin hablar
marchar al bosque por leña para avivar el fuego
hay un lugar sereno un recobrado y dulce lugar llamado
humanidad
ABRIRSE LAS CONSTELACIONES
No los reduzcas al espacio
demasiado estrecho de tu verso
(tu árbol es un árbol
alzado en mitad de la sabana
contra la el que se cierne
la apretada soledad de la noche)
No los encierres en tu casa
(tu casa es un refugio
y sólido
pero en su hondura
persistentes resuenan
ecos de pasos y voces ancestrales)
No los reduzcas tampoco a la ciudad
(el verso la casa la ciudad son límites
muros que será preciso violentar
para escapar al aire más vasto de la Isla)
La Isla es el compendio en fin
de tu verso tu casa y tu ciudad
pero no los restrinjas a la Isla
ellos se asomaron mucho más allá
ellos vieron del otro lado del horizonte
abrirse las constelaciones
TODA LA LUZ DE ABRIL ENTRE TUS OJOS
Edifiqué sobre tu cuerpo
torres levanté desde allí bajo la luz de abril
fue nuestro mes: el más alto premio para mí
que había extraviado los senderos de la dicha
y la encontraba ahora
entre la gente tu cabeza era más bella
que mi más bello sueño
te había buscado a través del asedio de los otros
y te encontré contra mi cuerpo
mi piel se sobrecogió junto a la tuya
pero los espléndidos días se han apagado entre nosotros
la plenitud de un momento está llena de dolorosa sombra
no hablaré ahora de esa plenitud
nunca existieron los lechos los cuerpos desnudos
el vino la música desesperada
Amigo mío qué difícil olvidar ese gozo
y dejar que se extinga
toda la luz de abril entre tus ojos
PERO EN EL VIENTO SU RUMOR LLEGABA
Ámalo, pero ámalo
como si todo hubiese concluido y pasado
como si desde el futuro más remoto
recordaras el vino de tus mejores años
el verano de mil novecientos ochenta
el catorce de abril
cuando fue tuyo
en un hotel cercano al mar
cuyas ventanas no daban al mar
pero en el viento su rumor llegaba
y él venía a ti como una ola
muriendo a las orillas de tu cuerpo
Loada la sombra
Apenas si la sombra
accede a conceder relieve a esos objetos
en pugna con su realidad fantástica
los manubrios de un velocípedo
la línea del balcón las persianas
simétricas que te ocultan
loada la sombra
que ha de cubrir tus ojos
como la muerte cubría las pupilas
del guerrero homérico
DEL OTRO LADO DE LA PARED
DEL SUEÑO
Sobre ideas de Howard Lovecraft
Se hunden, oh hijo mío, se hunden
los ciclópeos monolitos de basalto del Este,
del otro lado de la pared del sueño
que amasamos en las tardes del mentido invierno.
Vamos atravesando la bahía, tu pie
hace huella en la arena, yo voy
jugando con tu imagen, no con tus años.
Voy situando fragmentos de ambos en otras latitudes
libres del ojo riguroso del shoggoth.
Se hunden, oh hijo mío, se hunden
los ciclópeos monolitos de basalto del Este.
Oh, reinos de insondable horror,
oh, reinos de inconcebible anormalidad,
cerebros cautivos por una edad de sombras
que dramáticamente ahora se derrumba,
dramáticamente el muro se derrumba,
del otro lado de la pared del sueño,
y una multitud de olas de acariciada eternidad
va imprimiendo sobre la arena apetecida
la señal de los nuevos tiempos.
Qué negra nana, oh hijo mío,
nos cantaron durante años, qué negra nana
la de la persistencia de los monolitos
que ahora se hunden irremediablemente.
Qué negra nana
para dormir al hijo de Lavinia Whateley, no humano,
agonizando sobre el libro:
“Yog-Sothoth conoce la puerta.
Yog-Sothoth es la puerta.
Yog-Sothoth es la llave y el guardián de la puerta”.
Voy situando minutos de ambos, tuyos y míos,
en latitudes libres del ojo del shoggoth, espejos
donde se queman nuestros rostros, espadas
cruzadas en la noche, tu risa,
donde gravita, puro, el arco de la alianza.
Oh, hijo mío, sobre las playas del mentido invierno.
Y la belleza del mundo es irritante afuera
en las provincias y en las islas y en los febriles campos.
Oh, hijo mío,
sobre la yerba que la gente joven está pisando ahora
rabiosamente.
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