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sábado, 17 de septiembre de 2011
4908.- JAIM NAJMAN BIALIK
Jaim Najman Bialik (también escrito como Chaim N. Bialik,(Radi, Volinia, Ucrania, 9 de enero de 1873 — Viena, 4 de julio de 1934) fue un poeta judío, considerado uno de los más influyentes de la lengua hebrea y poeta nacional de Israel.
En la ciudad masacrada
Levántate y ve a la ciudad masacrada
y con tus propios ojos verás, y con tus manos sentirás
en las cercas y sobre los árboles y en los muros
la sangre seca y los cerebros duros de los muertos...
Que levanten contra mí (Dios) un puño,
Que me exijan reparaciones.
Por la ofensa de todas las generaciones,
que hagan reventar los cielos,
y derriben mi trono con sus puños.
Es difícil afirmar que hubo profecía en sus versos.
Yo lanzaré un sol de justicia.
Yo llenaré el mundo de luz.
Pero sólo vosotros seguiréis esclavos,
y ni una gota de claridad gozaréis.
A MI MUERTE
A mi muerte deplórenme así:
hubo un hombre – y vean: no existe más.
Antes de tiempo murió este hombre
y su canto se interrumpió en la mitad.
¡Es triste! Un canto más tenía –
y ahora se perdió esta melodía para siempre.
¡Para siempre jamás!
¡Cuán triste! Una lira tenía,
un alma viviente y departidora
y el poeta en su palabra
todos sus secretos reveló,
su mano expresó cada matiz.
Un misterio en su seno ahogó,
y entre sus dedos se le escurrió,
un acorde que quedó mudo.
¡Mudo hasta hoy!
¡Qué pena!
Toda su vida tembló ese acorde,
silencioso tembló, silencioso vibró
hacia su melodía, amor redentor
anhelante, sediento, pesaroso, deseado,
se afligía ante la espera.
Y si se demoraba – cada día aguardó
y con un oculto clamor la invocaba,
mas ella se demoraba y no llegó.
¡Y no llegó!
¡Cuánto dolor!
Hubo un hombre – y vean, no existe más
y su canto se interrumpió en la mitad.
Otro canto tenía
y ahora este canto se ha perdido para siempre.
¡Para siempre jamás!
Somos la última generación de la esclavitud
y la primera generación de la libertad
Ocurre que el desierto cansado de su permanente silencio
Se opone a la tempestad y a las columnas de arena
Se rebela contra el creador y conmueve su trono
Y se atreve a arrojar arena sobre su rostro a confundir el universo
y volver al caos.
Entonces se estremece el creador y los cielos cambian
Arrojando un crisol ardiente sobre el desierto
Haciendo surgir púrpura ebullente
en el vacío del universo y en los peñascos ardientes
Amargóse el desierto y bramó con poderosa ira
Mezclando los cielos y la tierra en confuso crisol
Arrastrando leones y tigres en violenta tempestad
Enloquecidos por la tormenta, erizadas sus crines
Galopan lanzando chispas de sus ojos
Y parecen, perturbados y confusos, saltar por los aires.
En esta hora
Despiertan las fuerzas de los guerreros
y los héroes se levantan de su sueño mortal,
en los ojos - los rayos, en los rostros - las llamas
en las manos - espadas brillantes.
Truena la voz de seiscientos mil héroes
Una voz que se impone a la tempestad del desierto.
Los rodea la tormenta, los cerca la ira.
Truena.
Nosotros los héroes
Somos la última generación de la esclavitud
Y la primera generación de la libertad.
Sólo nuestra mano, nuestra poderosa mano
Rompió el yugo bajo el cual gemíamos.
Las cabezas mirando hacia el cielo
Que aún nos parecía estrecho para albergarnos.
La desolación es nuestra madre, el desierto nuestro amigo.
Entre peñascos puntiagudos, entre las nubes
Junto a las águilas celestes
Bebimos de las fuentes de la libertad
¿Quién podrá frenarnos?
También ahora
Si el Dios de la venganza cerró en torno nuestro el desierto
Ni bien oímos el clarín de la guerra y las trompetas
Despertamos unidos, listos para el combate.
Con las espadas, con las lanzas, a pesar del cielo
Pasaremos en la tempestad.
Y si Dios en su ira, ocultónos su cara
Y si no nos acompaña en el combate su arca
Subiremos, entonces, sin él,
Y ante los rayos que envíen sus ojos
Caerán ante nosotros los montes
y enfrentaremos al enemigo armado
¡Escuchad! La tempestad nos llama
¡Atreveos! ¡A las espadas! ¡A las lanzas!
Que se derrumben las montañas
Que pasemos los valles
O que caigan nuestros cadáveres
Estamos y subiremos la montaña
tomado de Poesía profética
EN LA MATANZA
¡Cielos, pedid clemencia para mí!
Si hay un Dios entre vosotros y un camino que ascienda a ese Dios,
yo no pude hallar la senda –
¡Rogad, rogad por mí!
Mi corazón está muerto y no hay plegarias en mis labios,
y ya el abandono y la desesperanza –
¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?
¡Verdugo! ¡He aquí el cuello – toma, corta!
Decapítame como a un perro – el hacha está en tu mano.
Para mí es un patíbulo la tierra.
¡Y nosotros – una minoría!
Mi sangre es gratuita – Golpea el cráneo y brotará la sangre de tu crimen –
La sangre del niño y la del anciano – sobre tus ropas
que no se borrará para nunca jamás.
Y si existe la justicia ¡Aparezca ahora mismo!
Mas, si después de mi desaparición en la tierra
apareciera
¡Desaparezca su trono para siempre!
Y se pudran los cielos en la maldad, eternamente.
Y vosotros – malvados – seguid con el saqueo,
que vuestra sangre es la ignominia.
Maldito sea quien diga: ¡venganza!
Que venganza por la sangre de un niño pequeño
no la inventó siquiera Satán.
¡Caiga la sangre en el abismo!
Caiga la sangre hasta los abismos más tenebrosos
y consuma y socave allá
los órganos podridos de la tierra.
ACÓGEME BAJO TUS ALAS
Acógeme bajo tus alas,
sé para mí una madre, una hermana,
sea tu regazo refugio para mi cabeza,
nido de mis plegarias postergadas.
Y en la hora del consuelo, al crepúsculo,
te descubriré el secreto de mi sufrimiento;
dicen que en el mundo existe la juventud –
¿Dónde está la mía?
Y otro secreto te confiaré:
mi alma se abrasa en llamas;
dicen que en el mundo existe el amor –
¿Dónde está el mío?
Las estrellas me engañaron,
tuve un sueño – también él se desvaneció;
ahora no me queda nada en el mundo –
nada de nada.
Acógeme bajo tus alas,
sé para mí una madre, una hermana,
sea tu regazo refugio para mi cabeza,
nido de mis plegarias postergadas.
DESCENDIÓ UN ZARCILLO
Descendió un zarcillo sobre el cerco y se adormeció –
así me duermo yo.
Cayó el fruto – ¿Y qué le importa al tronco,
a la rama y a mí?
Cayó el fruto, la flor quedó olvidada –
quedaron las hojas –
montó en ira la tormenta un día – y se desplomaron
muertas a tierra.
Después continuaron las noches tempestuosas
intranquilas e insomnes,
solitario me revuelco en la oscuridad y golpeo
mi cabeza contra el muro.
Y florecerá nuevamente la primavera y yo, solitario
colgaré estéril sobre mi tronco.
Una rama de hielo, sin corola ni flor,
ni hoja, ni fruto.
A un pájaro
¡Bendito sea tu regreso, pájaro amable,
desde las tierras templadas hacia mi ventana!
¡Cuánto ansió mi alma por tus melodiosos trinos
cuando en el invierno abandonaste mi morada!
Canta, pájaro hermoso, cuéntame
maravillas de los países lejanos.
¿Acaso allí, en la tierra templada y hermosa,
abundan también las penas, las calamidades?
¿Acaso me traes buenas noticias de mis hermanos de Sión,
de mis hermanos tan alejados y a la vez tan próximos?
¡Ay, hermanos felices! ¿Acaso pueden sospechar
que yo, infeliz de mí, he de soportar tales quebrantos?
¿Acaso pueden barruntar el cúmulo de enemigos que aquí me rodean,
el número de adversarios que contra mí se levantan?
¡Cuéntame, pájaro mío, las maravillas de aquella tierra
En la cual la primavera mora perennemente!
¿Acaso me traes buenas noticias de lo mejor de aquella tierra,
de sus valles, de sus llanos y hoyadas, de sus cumbres?
¿Acaso el Señor ha perdonado, ha compadecido a Sión,
si es que aun ella yace abandonada entre sepulcros?
El valle de Sarón, los alcores del incienso,
¿aun siguen produciendo su mirra, aun florece allí su nardo?
¿Acaso despertó de su antiguo sueño entre los bosques
el viejo Líbano, soñoliento y amodorrado?
¿Aun desciende, como aljófar, el rocío sobre el monte Hermón,
aun desciende y cae pródigamente como lágrimas abundantes?
¿Cuál es la suerte actual del río Jordán y de sus luminosas aguas?
¿Qué noticias traes de sus montes y colinas ondulantes?
¿Acaso se apartó de sobre ellos la pesada nube
que extendía calígenes y sombras de muerte?
¡háblame, pájaro mío, acerca de la tierra que meció
la vida y la muerte de nuestros padres!
¿Acaso se mustiaron los vegetales que yo allí planté,
de análogo modo como yo mismo me he mustiado?
Quisiera recordar los días en los cuales yo florecía a la par con ellos,
Pero al presente me encuentro envejecido, abandonáronme mis fuerzas.
¿Me contarías, pájaro mío, el secreto de todo hálito de planta,
y lo que sus hojas te han musitado?
¿Acaso albriciaron misericordias, si es que esperaron en días nuevos?
¿Sus frutos estremeciéronse de emoción, como el Líbano?
¿Acaso mis hermanos, los que con lágrimas sembraron,
pudieron segar, con cantos, sus gavillas?
¡Quién me diera alas y volaría hacia la tierra
en la cual florece el almendro y la palma!
Y yo, ¿podré contarte, pájaro amable?
¿Qué palabras esperas oír de mi boca?
Ciertamente de esta orla de tierra fría, cánticos no escucharás,
sólo elegías, sólo lamentos, sólo sollozos.
¿Te contaría yo, en cambio, las calamidades que se oyen,
que se saben en las tierras que nos rodean?
¡Ay!, ¿quién podría contar el número de tales adversidades,
de las persecuciones que se promueven y pasan?
¡Oh, pájaro mío, escápate hacia tu monte y tu desierto!
Feliz tú si abandonas el ámbito de mi tienda;
si habitaras conmigo, también tú, oh alado cantor,
llorarías, amargamente llorarías mi suerte.
Pero ni el llanto ni las lágrimas pueden ser mi bálsamo;
en ningún modo ellos podrán curar mis heridas.
Ya mis ojos, exhaustos de llorar, se han secado, llenóse el odre de las lágrimas,
hace tiempo que mi pobre corazón ha sido pisado como la hierba.
Consumiéronse ya las lágrimas, pasaron ya los plazos,
y no adivino el término para mi dolor.
¡Bienvenido sea tu regreso, pájaro hermoso,
suaviza tu voz y en cánticos prorrumpe!
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