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jueves, 5 de enero de 2012

5754.- JOSÉ MARÍA ALFARO COOPER



José María Alfaro Cooper fue un escritor costarricense, miembro fundador de la Academia Costarricense de la Lengua, de la cual ocupó el Sillón C, y cultor de un estilo poético muy influenciado por lo místico, lo clásico y lo religioso.
Recibió su formación en Colegio San Luis Gonzaga de Cartago y en la Universidad de Santo Tomás, además de estudiar comercio en París.


Labor profesional
Se desempeñó como traductor oficial en el Ministerio de Relaciones Exterio­res, fue director de la Oficina de Depósito y Canje, y trabajó en la Imprenta Nacional.


Labor literaria
Publicó sus primeras obras en la revista Lira costarricense, sobre 1890. Después de un silencio literario que duró veinte años, su poesía volvió a difundirse en letras de molde en la revista Ariel.


Obra


Poesía (1913).
Viejos moldes (1915).
La epopeya de la cruz (1921-1924).
Al margen de la tragedia (1923 ).
Cantos de amor y poemas del hogar (1926).
Ritmos y plegarias (1926).
Orto y ocaso (1936).






Ante mi retrato


¿Cómo? Este anciano de rugosa frente,
Que tiene todos los cabellos blancos,
Este anciano soy yo, que siento el alma
De amor y de ilusiones desbordando?
Pero si yo no soy, esa es la jaula
De herrumbrados alambre y yo el pájaro
Que en ella vive prisionero y triste,
Que codicia el azul, ama el espacio
Y con la asfixia atroz de la materia
Plego sus alas y apagó su canto!
Anciano yo que siento los ardores
De gratas juventud enamorado
Del más bello ideal que en sus delirios
Concebir pudo el pensamiento humano
Que goza en contemplar toda belleza:
(como gozaba en mis mejores años)
Grandioso mar, estrellas pensativas,
Gentiles damas, lirios perfumados;
Graciosos, puros, celestiales niños,
Delicias del hogar que amamos tanto!
El hombre es tan feliz cuando disfruta
Del dulce beso de infantiles labios!
Que sería la tierra sin la aurora
De la gracia infantil, noches sin astros!
Yo soy una lira que responde
Al más leve rumor, eco lejano,
Que no siento ambiciones y que llevo
Dentro del corazón un incensario
Para quemar en él como una ofrenda,
Al buen Jesús la mirra de mis cantos;
Que amo a Dios, es decir al Amor mismo,
Al hombre que es un ángel desterrado,
A las humildes bestias que son buenas,
Cuando reciben cariñoso alago;
En los cielos , al sol padre del mundo
Y en los oscuros bosques a los cardos!
Que detesto los odios y venganzas,
Insolencias de grandes y nefandos
Medios de exterminar a las naciones
Cual si todos no fueramos hermanos!
O, ilusiones quizás de mi ventura,
Yo me siento más joven, como el árbol
viejo que tiende sus frondosas ramas
Llenas de nidos y de arrullos blandos!
Viviendo como vivo entre dos cielos:
El de arriba y mi hogar, ser un anciano!








(Fragmento de La Epopeya de la Cruz).


En la compacta muchedumbre viene
Un hombre de belleza peregrina:
Humilde porte y majestuoso tiene,
Graciosamente la cabeza inclina
Mientras marchando va; si se detiene
la dulce luz de su mirar fascina;
con su rizada, rubia cabellera
sus hombros cubre, cual si manto fuera.


Reposado el andar, alta estatura,
pálido rostro y ojos seductores
que abrillantan su c61ica hermosura
y despertando van castos amores;
sobre su faz encantadora y pura
nimbo invisible vierte resplandores
y quien no tenga el alma encenagada
ira tras el fulgor de su mirada.


Viste una larga tunica, ceñida
a la cintura, al uso nazareno,
su pie desnudo en la sandalia anida
que le libra de injurias del terreno;
la frente ni orgullosa ni abatida
es como un cielo límpido y sereno
y su cabeza siempre descubierta,
respeto, amor y admiración despierta.


Correcta su nariz, su boca bella
deja caer la frase que enamora
y con divina excelsitud destella
en el fondo del alma pecadora;
su mano larga y delicada, en ella
el perdón hallara quien se lo implora;
su barba fina, rubia y abundante
completa su hermosísimo semblante.





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