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miércoles, 14 de diciembre de 2011

5540.- JOSÉ LUIS RIVAS


José Luis Rivas nació en Tuxpan, Veracruz, MÉXICO (1950). Estudió Filosofía y Letras en la UNAM. Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Ha obtenido premos como el Carlos Pellicer en 1982, el Nacional de Poesía Aguascalientes (1986) o el Xavier Villaurrutia (1990). Es autor de Tierra Nativa, Relámpago la muerte, La balada del capitán, La transparencia del deseo, Asunción de las islas, Libro de Faros, Luz de mar abierto, Estuario, Río, Por mor del mar, Un navío un amor. Su obra está reunida en los volúmenes Raz de marea y Ante un cálido norte. Es traductor de, entre otros, T. S. Eliot, Michel Tournier, Georges Shehadé, Saint-John Perse, Jules Superville, Joseph Brodsky o Derek Walcott.
En 2009 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes.






Brazos de mar

Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a rayar... La
mar sin una arruga semeja un cuévano del que colgaran
mondas lucientes de piel de niño...

Delante de los bohíos hay una hilera de atarrayas que
escurren todavía cuando un anciano sin dientes,
ayudado de una hueca brizna de papayo, se alista
a beber en su hamaca el agua de un coco.

Sólo destellos en viaje por la arena... Mueve el viento la
mar rizando menudas olas mientras el vuelo abismado
de un águila marina apunta el latir imperceptible
del alba.

Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a nombrar... La
mar es lisa otra vez, como guijas centelleando al pie
de una escarpa en las treguas del rompiente.

Preeminencia del milagro para sí mismo, porque a nosotros
sólo nos es dable vivirlo como emanación de algo
que a cielo abierto nos rehuye.

Tal vez la dicha de vivir llega siempre con eso que sabemos
a hurto de nuestro anhelo.

¿Cómo prestar al sueño
alas
que no sean las tuyas,
mar
de mis brazos abiertos en el aire?







Mi madre...

Mi madre
algo tiene de maga y de palmera
Se arrodilla ante mí
Me unge los párpados

Entre los senos
Asoma su amuleto

Gotas de púrpura
Deslíe
Por un doble desfiladero
Hacia el fragante valle

Con su fuente de espíritus
Su corza herida
Y su lecho de malva
Entre dos sauces

De: Dos siglos de poesía mexicana








Estanque

Para asumir un gesto
vas ante aquel espejo
que guarda tu primera dicha.

Aún es claro. Y puedes
ver entra las monedas
que lanzaste a sus aguas
la que muestra su rostro adverso.

Una mujer de ti ya se retira
paso a paso
como la niebla
de un trópico desierto.









Entre dos piedras...

Para Manuel y Lourdes

Entre dos piedras
la salamandra
espía
en el jardín cerrado

Pasan dos aves por la fuente
casi rasándola
Se inclina la cabeza
el cielo
para beber

La claridad escancia
el agua de las mesas
al pie de los icacos
florecidos









Planto de dársenas (II)

Esteros y canales mezclan su cenagosa sanguaza
a la linfa que fluye de los rastros mientras
la chema y los lagartos de la bocana
se espabilan lentamente...

Y el viejo Capitán, como un osario zarandeado
a dos manos, busca el ademán preciso
con que hará frente a la loada convención
que se dice vida...

Tieso en su rictus, al despertar hace
esfuerzos de megaterio preso en un
iceberg de las grandes glaciaciones... ¡hasta
que consigue cuartear aquel hialino capullo!

El río sin mácula corre entonces... Su fondo
de lama y musgo es un tapiz al sol
que enseña largos dedos de pianista
y se da maña para tan bien hacer el amor.

El mar sañudo parle en dos el bloque de la
escollera y se oye al punto un mugido
en desbandada.

El agua bambolea los pilotes que antes
emborrachara, y las juncias se quiebran
por el talle como doncellas a mitad
del espasmo...










Río

Invente. Il n′est fête perdue
Au fond de la memoire

Robert Ganzo


I


Y entonces veíamos desde la palmera el cerro, desde
el tejado del más alto tendejón, desde la quebrada
con bultos de cactus donde anidan los patos buzos,

desde la arena de una sirte, que en mayo se descotaba
a medio río,
el trazo dulce de los veleros en el agua azul pizarra...

Era un atardecer en la ribera. Los galerones se apagaban
a la sombra de un enorme guayo, que rebullía con
tordos ya de vuelta de las milpas.

"Tus correrías, niño, forman con sudor y talco alrededor
de tu cuello esos grumos, ese collar de grumos que haría
pensar a cualquiera que uno no te baña nunca..."


II


Y la abuela, siempre tendida en una cama de doblar, era
sentada entonces en su sillón, delante de la vidriera,
para que contemplara el paso limpio de un velero
entre dos bancos de arena, los saltos de las toninas
y, en un recodo de la anochecida orilla,

el pescador aquel que valiéndose de su único brazo
lanzaba con tal vigor el sedal de su caña

que peinaba por el medio las anchurosas aguas...











Con vuelo ligero...

Con vuelo ligero,
grácil,
va sorteando
espinas de rosal por el codillo
de una rama,

y como prendedor
se posa,
nuncio de mayo
una libélula morada.










Planto de dársenas (v)

...Hela aquí con nosotros, noche que entreabre
con delicadeza la corola del convólvulo
violáceo y las puertas del lupanar.

Las rameras son sordas como chacones
escurriéndose entre las grietas de la tapia,
pero llevan entrañados como canteras
un gesto y una belleza de estatua.

"Ah, nosotras éramos suaves y lozanas como
un navío cuya carga es toda de azahares,
pero nos ha tocado dar de frente en los
puertos tras una deriva ineluctable."

"Ah, nosotras creíamos antaño en el beso
de ámbar bajo la luna, cuando dos cuerpos
adolescentes se reclinan en la barda donde
una vez estampara su silueta un tupido
jazminero en flor."

"Hoy su reliquia es sombra. Mírala, tócala.
Está escarchada todavía."

"Y henos ahora, harapientas, haraganas,
halando por las costas nuestra pena
como cornudas o tintoreras rampantes."

"A cada giro de los faros nuestra desnudez
;relumbra como un soplo en los
oídos del ascua."

"Fuimos náyades combatientes, hijas del ardor
y el arrebato. Sólo sabíamos halagar
con gozo y con ventura a quien ávido
osaba con nosotras..."

"Ah, nuestra verdadera madre es la
desdicha..."

las ninfas y las náyades que fueron movidas
a invocar el concurso de las gracias y nada
más labraron uno de sus flancos,
las aguas y las noches que se aparean oscuras
y amargosas como un jarabe de hierbas,
sólo de hierbas,
la noche lerda, las potrancas raudas, las-
aguas en desliz, el aluvión que despeña y
abre carcavones en la cordillera, el aluvión
que arranca de cuajo los guayabos
y los guayos,
las aguas alazanas por la noche más retinta,
las mujeres más prietas señaladas como yeguas
tordillas por el hombre de botines que visita
los potreros y compra caballería, recentales,
cerdos y ternera aún sin herrar,
las mujeres que bajan de lo alto de la escalera
rechinante con un lunar muy negro en la
mejilla o un mechón en la frente,

ah esas potrancas con lucero...









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