Luis Fernández Roces es autor de varias novelas premiadas: Ve y arrójate al mar (Premio Ateneo de Valladolid, 1968), El buscador (Premio Novelas y Cuentos, 1977), La borrachera (Premio Asturias, 1981), entre otras. Sus cuentos han sido incluido en diversas antologías, entre ellas la Antología de cuentistas contemporáneos, de Francisco García Pavón, y la del Cuento español de posguerra, de Medardo Fraile. A este género, en el que obtuvo premio de la importancia del Hucha de Oro, Ignacio Aldecoa y La Felguera, pertenecen sus libros De algún cuento a esta parte (1990) y Ageón (Ediciones Trea, 2001).
Poesía: Entre otros, Viejos minerales (Editorial Trea, Colección Poesía. 10, Gijón, 2006), Letras de cambio y Salas de Espera (2011)
Viejos minerales
Guardan profundos los mares y la tierra sus misterios.
Así, las criaturas humanas guardan la soledad.
R.M.Rilke
LA SOLEDAD DEL NÁUFRAGO
Presente en ti la ausencia; tantos restos de todo
perdidos en el agua,
tantos gritos y miedos, tantas manos buscando
sin saber qué buscaban, buscándose las manos
para buscar la vida,
cuando se vino abajo media tarde,
y una herida en el agua llevó al fondo la formas,
armazones quebrados. Y el corazón del mar,
uncido al maderamen, gritó al aire el castigo.
Hundida ya la ruina sólo quedan
los signos de la ruina.
Sobrevive la muerte sobre el agua,
la visión espectral de arboladuras,
la ceniza entre el humo, sólo rutas
imposibles, hostiles, inundadas de mares,
poderosa la voz del oleaje,
y poderoso el miedo, la orfandad de los gritos.
Es un mundo contigo ahora aquel momento,
y el instante y naufragio como abismo te duelen,
algo se ha trastocado en el destino;
nada en ti permanece, sino la soledad
que en tu mirar habita, ceniza de la nada,
y en ti mismo te escondes
como un niño con miedo entre la lluvia,
recién mojada el agua que pierde su pureza,
de par en par abierto en ella un cielo
de tormenta y distancias.
Entre azotes salados, quemaduras de soles
y ecos desconocidos que a golpes te persiguen,
aciertas a saber que el corazón se rompe
de inclemencias y miedos, de borrascas,
en esta lucha cruel, que la ida mantiene
con la muerte en el campo del agua.
Igual que si el asombro te llegara de afuera,
descubres el silencio y en él la desmemoria.
Y descubres un cuerpo que te tiembla sin nadie.
No sabes lo que miras aunque pienses
que son tuyos los pájaros del aire,
pero siempre remotos,
y les hablas, les dices lo que es la soledad,
lo que sabes del miedo, pues se muere el alma.
Algo invisible sientes que te toca,
secretamente quema, te preguntas
por qué no tiene flores
este mar que te lleva en sus aromas,
esa llama que palpas
y que sueñas y que muere tan lejos.
Y de pronto hay un muro
de luz y aguas marinas. Aunque extiendes las manos
no consigues tocarlo. Sueñas con sombras y agua
igual que si la sed toda del mundo
desembocara en ti.
No dejan los recuerdos de ser sombra,
y estos llanos de siglos y de espumas,
de oleaje sin fin, como si fuera el tiempo,
te parecen un río cuesta arriba
cuyo rumor te inunda la memoria.
Eres todo una herida que sangrara salitres,
se hace voz tu silencio y con ella habla el mundo
en esta noche a solas.
Está pálido el día cuando de nuevo crece.
Ya conoces el nombre del silencio,
de todo lo invisible. Y sabes de la pena,
perfecta si acabada: se llama ya la paz.
Como sabes que el tiempo fue mentira
pues que nuestro vivir está en nosotros,
es el mundo en sí mismo.
Ves y ves el silencio, la paz, ese vivir.
Ahora ya no tiemblas, porque tiembla el espacio,
ya no sientes muy suave el aliento del mundo
porque el mundo es tu aliento.
Cuando lo sabes todo, no conoces tu nombre,
todo es innominable, participas
de algún secreto rito. Es tu aliento el espacio,
lo que tiembla, la quietud de siempre.
Un perfume de tablas tu refugio,
el aire que no es y que te acoge,
un espacio desnudo, la distancia
como una aparición.
Abrazas esas cosas pues quizá esté al llegar
esa noche total entre las noches,
la noche que está a solas aunque tú estés con ella.
Y mientras tanto tú, criatura sin nadie,
con el hielo y la brasa, y desbastado el cuerpo,
sueñas barcos de humo en el fondo invisibles,
y descubres que todo
regresa en su final a la inocencia.
En lucha con las muertes, ella sola una vida.
No te importa saber que hay alguna de aquellas
que se acerca despacio,
pues que en esta te sabes tú fundido:
conservará tu imagen con sus dones.
Y así en ese rumor te lleva el oleaje,
igual que caminando hacia un santuario
con el póstumo signo.
Y te deja en la arena con amor,
te vista con su espuma de minerales,
se retira. Ya no puedes saberlo,
más también con amor, tú mismo mineral,
esperas, permaneces.
BAJO EL PESO DEL MUNDO
EL MINERO
Es como si empezara así mi vida
bajo el peso del mundo,
pues en esta oquedad, todos los límites
se confunden, hasta ser muerte y vida
una misma nada que se desmiente
goteando desde un techo de piedra
negrísima que mil troncos en alto
centenarios sostienen con esfuerzo,
cuando tiembla ese rescoldo amarillo
de la lámpara y yo no me reconozco
en el espejo de charco y azabache
mientras el tiempo sube las paredes
como un insecto miserable y solo.
Habla mi corazón y se pregunta
si seré un montañero así extraviado
entre árboles de la tan honda tierra
al tomar el sendero
por donde entró la noche agazapada
como un espeso vino en estos bosques;
en este laberinto poderoso y sin nadie.
LA MINA
Ni siquiera se acuerdan los milenios
ya de mi pasado, cuando los árboles
agitaban sus brazos
y yo los amaba porque eran hijos
amamantados míos a mis pechos,
creciéndome en las lomas.
Ahora siento mi cuerpo como ruina
en las tristes cavernas expoliadas
donde se esconde mineral el bosque.
EL MINERO
Esta trama anochecida es el mundo
que sólo a mí me tiene.
Toda la vida que nos queda está
en la luz amarilla de la lámpara
que tiembla como las mínimas alas
de los jilgueros leves que morían
de grisú silenciosos.
LA MINA
Porque sé que el sol permanece vivo
como una claraboya luminaria
sobre el pozo tan largo noche arriba,
también sé que no puedo ser el mundo.
EL MINERO
Oigo sólo rumores de oleaje
y en los ecos esa sombra del náufrago
que soy en este mar.
LA MINA
Pienso gaviotas blancas, pero anidan
en estos ojos míos los muriciélagos.
Y son mis escolleras combustibles
como nubes de sílice mi espuma.
EL MINERO
¿O estoy en la ciudad de cada día,
en mis calles de siempre?
LA MINA
Estaba jubilosa por soñarme
como el amor se sueña. Limitada
por aire, era ciudad
a lo largo del sol en mis fachadas.
Pero espié las calles y tan solo
la sombra conmovida se arrastraba
como triste cadáver deshumano
camino de la piedra
muda y final que ofrezco cada día
a las armas del hombre.
EL MINERO
Silenciosa me invades.
Siembras en mí tu noche y me retienes
como diosa enlutada y vengativa
en el hondo secreto de los montes.
LA MINA
Profanasteis la tumba
de los ancianos árboles dormidos.
Metisteis vuestras manos en la herida
vacía hasta mi sangre
tras la siembra de pólvora y de fuego.
Por eso ahora conozco
toda la soledad sin esperanza
y necesito vuestra compañía.
EL MINERO
Me he dormido en tus brazos,
en el misterio de la soledad
aterida, contra tu cuerpo negro.
Quiero beber de ese rumor sencillo
que te desnuda el vientre que me ofreces.
LA MINA
El silencio nos canta. Y descubrimos,
cuando tiembla la luz desde la lámpara,
nuestro lecho insalvable.
EL AGUA
Pasó por las paredes de la mina
mi rumor manantial
hasta este sitio donde
todas las horas son la medianoche.
Y me acergqé al minero gota a gota
a besarle los labios y en la sed.
EL SOL
Todo aquí arriba espera.
EL AGUA
Están solos, rodeados de nada,
ahí donde la soledad persiste
con la tierra y el fuego y sin el aire,
hecha elemento nuevo;
donde ni siquiera la misma noche
puede reconocerse.
NOCHE A LA DERIVA
Un cielo a ras de nada, cielo raso
de carbón y costeros
que tus manos sujetan contra el mundo
trenzando la madera y tus fatigas,
levantando paredes inclinadas
con el nombre de hastiales
y excavando la sombra
Hay un peligro que palpita y crece
en las celdas de sílice y ocaso
por donde vas doblado;
en todas las esquinas que se cierran
alrededor de ti.
Con ese tronco a cuestas como cruz
ers un dios metido a peregrino,
cosechando su vida tan escasa
de noche a la deriva.
Cansados de latir, los corazones
caminan a la nada de ese aliento
que tu sientes en ti vivir al día.
¿Qué oscuridad florece, qué dolor,
qué brevísimo aire ennegrecido
sólo a la misma muerte comparable
encerrado y tan mísero te gana?
Pero tú, contra todo,
colocas la mamposta
y el mundo se sostiene todavía.
Has ganado el jornal, aliento arriba.
Respirar es tu lucha. Y sabes bien
que desde ayer a hoy pasaron años.
Que te has ido de ti ya un poco más.
* Poemas extraídos de Viejos Minerales. Editorial Trea, Colección Poesía. 10, Gijón, 2006.
Hoy como ayer regresas al dolor
y tomas cuerpo en él.
Deja entreabierta el alma, sus puertas, por si llega
mañana la esperanza y quiere entrar.
Listas para sentencia las cuestiones
quiero hacer ya constar mis voluntades
y espero que se cumplan sanamente.
Resulta mi bagaje tan escaso,
tan pequeña la herencia que no cabe
en todas las palabras, sino en las nunca dichas.
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