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jueves, 19 de enero de 2012
5826.- RENÉ COYRA
Juan René Coyra González (Banes, CUBA 1970)
Poeta y editor. Graduado de psicología.
Ha publicado
• Nocturnos de la sed, Sed de Belleza, 1995
• Las vidas miserables, Capiro 1999
• El oráculo de Delfos, Letras Cubanas 2001
• En el jardín de Epicuro, Reina del Mar 2003
• Agreste, Mecenas 2004
• Hombre que vive frente al mar, Ediciones Matanzas, 2005
• Pensamientos primitivos, Editora Abril 2006
• Cúmulonimbos, Ediciones Mecenas 2006
• El gran apagón, Ediciones Vigía 2006.
Textos y poemas suyos han sido publicados en revistas culturales cubanas y del extranjero.
Premios y reconocimientos
• Ha obtenido los premios Pinos Nuevos, Calendario, Regino Boti, José Jacinto Milanés, América Bobia, Ser Fiel, Segur, Fundación de Fernandina De Jagua, entre otros.
• Le fue conferida la Distinción por la Cultura Nacional y la medalla por los 20 años de la Asociación Hermanos Saíz.
En 1994, fundó la editorial Sed de Belleza.
Desde 1994 se desempeña como editor.
CAFÉ VOLTAIRE
mi amigo el fisgón en el café Voltaire
apostado tras el zumbido de las auras de lo tardío,
no el aura griega al hado salvador
sino el ave errante contraria al grito de las aves eternas,
aquellas de Sócrates y Zenón de Elea: el cruel,
y de Zenón de Citio –que Atenas amó a pesar de que era de Citio
y creía poco en los milagros.
mi amigo de ojo esplendente y bienhechor
apostado en la esquina del café Voltaire,
visto por el cierzo de los gallinazos,
inexistente como la luz sobre las mesas
de la taberna equívoca, en la calle casi fantasmal…
yo vi el espíritu del café Voltaire
recorrer la sinuosa calle
echar una ojeadita al sucio mantel,
le vi el ojo nauseabundo de la tarde solariega,
y el ojo atroz de la huida
y si no vi más fue porque alguien nos detuvo.
DE PROFUNDIS
de las heridas que puede uno morir
de las traiciones y la ponzoña del hombre mísero
-que enemigos no nos han faltado-.
amarrado duramente a la tierra, garganta de diablo
objetos filosos dirigidos hacia la herida agria
y esas hendiduras que hace el amor, también,
bocas que besarme pudieron.
los muchachos se preparan
para bailar un vals, como en los años idos
fila de ángeles taciturnos que danzan.
contra todo pronóstico esas cosas van quedando
a pesar de nuestros enemigos.
LA PIEDAD
recogía guijarros en la orilla como un niño pobre,
reunía caracoles y pensaba en la música que deja el mar
sobre el diente de perro
en los charcos de la roca mojaba su cara
y las aguas le servían como espejo,
hablaba solo y solo dormía sobre la yesca del monte
y era bello, aunque amaba como un hombre feo,
sin paciencia.
La certeza de la pertinencia absoluta rodea la poética de René Coyra, una de las voces más interesantes y laureadas de la llamada promoción de los 90 en la isla. Ecléctico por elección, filosófico por necesidad personal. Ora neo-coloquial, ora neo-greco, bien autorreflexivo, bien mañoso, así de diverso y dicotómico se nos muestra el sujeto lírico de este creador.
A partir de las ganancias de sus antecesores de la estallante generación de los 80, donde el predominio de la imagen y cierto efectismo se regodeaban, René Coyra en pos de la comunicación, se escuda en una metaforización muy peculiar. Su verso así transita por los escenarios donde la sordidez y el esteticismo se dan extraño abrazo. Quizás sea ese deseo de convergencia y no otro el rasgo pertinente de la poesía cubana actual. Sirvan estos versos para demostrarlo.
Noël Castillo
Aire de las islas
ensayar el poema sobre las islas.
del misterioso cielo tomábamos las gotas de lluvia,
el aire, sus manchas.
tratar que el alma no escape,
el receptor no se concentre sólo en los arabescos,
los residuos de la mente.
se escribe desde una tenue luz artificial
desde la misma alambrada de los sitios
donde sembrábamos de niños.
nuestro ojo ha preferido ser devastado
antes de ser un ojo gritador o lagrimear.
si escribes desde la exactitud de las palabras
en el momento de buscar la palabra precisa
aparecen cientos y cambias la intención,
borras un sentido y encuentras otro.
es mejor ir a los campos a jugar,
la cifra de la tarde en la granada,
recuperar aquella fe perdida
gratitud de a quienes tendí una mano:
la humildad de las palabras
no presupone la del sentido.
S/T
nenúfares sobre el sena
bellezas que no vi.
te regalaré un pequeño objeto luminoso.
no tendrías que explicar nada;
llevas contigo las cosas necesarias,
comes sobre el hueco de la mano
sobre el hueco de la mano sueñas.
cualquier moneda te servirá
para lanzarla al aire y seguir un camino
si cruz / otro camino si cara //
decir adiós es un acto humilde,
lo digo porque de muchos lugares me he marchado
y siempre algo se resiste:
como esos nenúfares sobre el sena
innombrados para la carne mía.
S/T
resolver la incógnita de por qué San Francisco
regalara violetas a Santa Clara de Asís
me tomó largas horas.
¿las mismas que plantara Voltaire en su jardín?
¿comparables a las del jardincillo del divino Epicuro?
dicen que sus flores nacen por debajo de las hojas,
humildemente...
pero yo nada sé.
Las danza del águila sobre mi ventana
la danza del águila sobre mi ventana
me ha hecho recordar a Mauricio.
–ves a ese elegante joven, penetrando en la hermosa y calma mansión: se llama Duval, Dufour, Armando, Mauricio ¿qué se yo?
así dice Rimbaud, el mágico,
el joven sin corazón, el poeta, un elegido
escondiéndose entre sombra y sombras.
que no pueda amar yo, no demuestra que él pudiese.
las cosas giran sin compás,
por ello encuentro a Mauricio en las hojas abiertas del libro,
confundido entre columnas romanas y el llanto de David.
cruzo los dedos hasta que el águila
se aleja de los barrotes destartalados de mi ventana,
apoyo la cabeza para decir, sueño.
mientras se desmorona la torre donde las sombras se ocultan
me dirás alguna frase sobre tu amor,
la luz nos ilumina, nos ciega.
inventamos la penumbra para decir nuestra oscuridad.
trato de imaginarme a Mauricio
antes de cerrar el libro e inventar alguna justificación:
“debemos levantarnos y comer algo
como dicta dios para todos los mortales.”
la danza del águila sobre mi ventana
me ha hecho recordar.
La vuelta a casa
con un flaco
en un bar
en la habana.
desde la ventana la ciudad
brindaba su avaro contorno.
lamentable arquitectura de los altos
semejaba nuestra vida.
horcones de roída madera
por los otoños sucesivos
argamasa sobornable como sus habitantes.
sombras que pasaban
iguales a negros pájaros muertos.
gastaban los que no poseían
pues tenían apenas para el pan.
el flaco sonrió
yo ordené una cerveza para él.
el sabor de la carne
sobre el desfiladero
lindes de nuestras manos
sin importarnos le porvenir.
mojaba sus labios con el líquido frío.
los desfiladeros de la noche
engendraron nuestra parquedad.
oficios tenues, precauciones varias
para opinar sobre cualquier asunto, sigilo.
venía del ejército y acababa de cumplir los veinte años.
la gente parlotea palabras vanas,
no me reconocía en sus miradas
en ellas había algo de rencor.
pretendí no entender la manera tan soberbia
en que el sujeto reía para mí.
es hermoso tener a quien nos despida
en la noche tarda.
Del segundo libro, Hombre que vive frente al mar, este poema en cinco partes, que fue premio América Bobia, 2004.
El gran apagón
1.
frente al mar
veíamos a los pájaros posarse
lentamente
sobre las ramas
en los robledales.
los pájaros
volaban
sin precaución.
no teníamos luz en la casa que no teníamos.
cuartos de alquiler
que pagamos sin dilaciones.
quería marcharme
a algún sereno sitio
para estar juntos
y esperar a que la luz
regresara sobre nuestra vida.
la desidia de los animales
que anidaban
en los pocos robles que quedaban
el sonido lento del agua
sobre nuestros pies.
música leve, vida agreste.
las aves se acomodan
en las ramas más altas
si ninguna distinción.
vivían como nosotros
una brizna, un mendrugo de pan
les resultaba demasiado.
por aquellos días
amaba a alguien
y ello me parecía
suficiente...
2.
en el parque
juntábamos las monedas
para el ron.
a la luz de los autos
sumamos el precio de los héroes
sobre el papel moneda:
el signo, el sino, la significación.
por ningún sitio aparecía el mar,
sobre el papel moneda
no había algo que simulase al mar
y en verdad debía estar dibujado
como un ser que nunca duerme
sobre nuestra vida
sobre nuestra sombra.
reunidas las monedas en la bebida
para santiguar nuestras gargantas
en el duro estío.
al año fui bautizado
y a los dieciséis leía
por primera vez a Anacreonte,
un poeta un griego más...
3
tenías razón,
podían mandarnos a dormir,
que nos fuésemos a otro sitio:
a los establos, a las ruinas de Cartago
al campo agazapados o a la arenisca del desierto
o al estéril mar de Antioquía
que no tiene mar pero tiene el río Oronte
la suca tan semejante al mar
y sus habitantes lloran todavía
por lo que fuera su esplendor.
tenías razón,
podían amenazarnos con sus varas
y pedir nuestro santo y seña
e instruirnos sobre la convivencia
de que nos marchásemos
podían tendernos
sobre el banco de hierro
hasta que alguien se acordara
y nos buscaran donde se juntan
los vientos de cuaresma.
no te demores mi amor
te espero a las cinco de la madrugada
cuando la aurora comience a girar
sobre el puente de Londres...
4
seres que existen a través del cuadro
la mirada de la gente perdida en el apagón
en el cieno de la noche milenaria.
la reencarnación de la existencia a través de ellos,
otros que padecían sobre tiestos de barro con flores lilas
y retornaban al peregrinaje entre el cielo y la tierra prometida.
el ser que mira al espejo, al cielo de las aguas
el rodar de las cabezas en la frontera líquida
buscando en el cielo la huella del día por venir.
podríamos nombrarlo la puesta, la calle,
la multitud, la apuesta,
la caída, el muro, la ciudad, la apuesta,
pero el apagón está bien
no es una certeza aunque se avecina
a lo que podría ser sin demasiada sublimación.
la gente parece diminuta
y en verdad el hombre es diminuto ante el apagón
y ante la pasión y ante el amor y el proceso, esa bestia...
oteaba el cuadro
y quería que apareciese en la cubierta del libro
sin ser en realidad un cuadro bello,
pero es bello
lo que sin distinción se teje en las desgarraduras.
su madera se parece a la de mi cobertizo
y las gomas sobre el fondo verde oscuro algo
nos pretenden decir.
estando contigo pude vislumbrar el amanecer
y no hay luz más bella en el camino
hacia el lento cielo...
5.
el poema no tiene que decirnos algo con certeza
nada real o ficticio nos tiene con exactitud que decir
la palabra vida no es la vida y el silencio tiene cierta forma
de una u otra magnitud, pero cierta forma
siquiera la palabra palabra es necesaria.
la palabra no es necesaria para el poema
o al menos no tan necesaria
como la isla lo ha sido para nosotros,
ínsula del poema, entelequia y errancia...
frente al mar / veíamos a los pájaros posarse / lentamente / sobre las ramas / en los robledales. / los pájaros / volaban / sin precaución. / no teníamos luz en la casa que no teníamos...
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