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lunes, 2 de mayo de 2011

3980.- JUAN DELGADO LÓPEZ


Juan Delgado López (Nació en Campofrío, Huelva, España, 1933 y murió el 9 de Mayo de 2010). Desde los 11 años vivió en Riotinto, ciudad que lo ha nombrado Hijo Adoptivo. Poeta y narrador. Es autor de numerosos poemarios, el último de ellos Tiranía del viento. Su Antología amarilla fue reeditada por el Frente de Afirmación Hispanista en 1996. Tiene publicados, entre otros, los siguientes libros: Por la imposible senda de tu boca, Col. “Ángaro” (Sevilla, 1971); El Cedazo, Col. “Ágora” (Madrid, 1973); Oficio de Vivir, Col. “Ángaro” (Sevilla, 1975); Cobre y Viento, (Sevilla-Riotinto, 1978); La luz con el tiempo dentro, Col. “Scriptum”(Torrelavega, Cantabria, 1988); De Cuevas y Silencios, Col. “Bahía” (Algeciras, 1989); Carpeta de Navidad, (Riotinto, 1991); Cancionero del Odiel, Col, “Pliegos de Mineral” (Riotinto, 1992); Antología Amarilla, (Valparaíso, Chile, 1994); Cuentos del Viejo Capataz, (Riotinto, 1995); 30 sonetos vegetales, Col. “Kylix” (Badajoz, 1996); Antología Amarilla (2ª edición corregida y aumentada, México D.F., 1996); Seis sonetos para un mismo amor, Biblioteca Española y Americana (Málaga, 1998); Tiranía del Viento, Col. “Trípode” (Sevilla, 1999); Los días encontrados y otras oraciones, Col. “La Voz de Huelva” (Huelva, 1999); El velatorio de Santiago Lobo, prosa, “Premios Canaleta” (Punta Umbría, 2001); Paisajes de la memoria, prosa poética, “Biblioteca de la Huebra” (Jabugo, 2002); Julianita: Leyenda de la Gruta de las Maravillas, Libreto para un oratorio, (Aracena, 2002). Antología Cósmica Frente de Afirmación Hispanista, A. C., México, 2006. El sueño de una noche de ginebra, México, D. F. 2006; Cancionero del Río Tinto, con fotografías de Manuel Aragón Román. Sevilla, 2006; Habitante del bosque, Col. “Juan Ramón Jiménez”, Huelva, 2007; Geografía y Amor, Radio Sierra de Aracena (SER), 2007; Antonio Salvador García Correa. Del pueblo al Senado sin dejar el pueblo, Cajasol, Huelva, 2008; Memoria de la Niebla (11 poemas) en “La Cuenca Minera. Historia, Voz y Paisaje”, edición ADR Riotinto. Sevilla, 2008. Ha obtenido, entre otros, los premios: “Universidad Hispanoamericana de La Rábida”, Huelva; “Ángaro”, Sevilla; “Luis de Lucena”, Guadalajara; “Tierras de la Lacaría”, Guadalajara; “Ciudad de Reinosa”, Cantabria; "Odón Betanzos", Huelva; “Vicente Medina”, Murcia; “Bahía”, Algeciras; “Carta Lírica”, Miami; “Santa Teresa de Jesús”, Madrid, etc. Ha sido finalista: “Ausías March, “Ciudad de Martorell”, “José Luis Hidalgo”, “El Olivo”. Director del periódico “El Minero” y de la Colección Poética “Pliegos de Mineral”. Perteneció a varias instituciones de escritores nacionales e internacionales.


LOS NIÑOS DE LAS FRESAS

Son niños, pero no saben del color que tienen los días de los niños.
Son niños, pero no tienen esa luz que hay en la mirada de los niños.
Son niños, pero no cantan la canción de inocencia de los niños.

Llevan luto en la flor del pensamiento, tienen
las manos repletas de vacío los niños de las fresas,
la sangre, adulta de chabolas y de ratas, enarbola silencios,
el corazón, dolido de miedos y de ofensas,
sofoca incendios por las noches tristes
donde no existe el dios de un futuro sin hambres y sin penas.

Ven y escuchan el rezo del trabajo
de sus padres, los niños de las fresas,
y saben, sin saber, que son extraños
en la verdad mentida de una tierra
de soles y de bienes que ellos quisieran suya,
por que tiene “...y ganarás el pan...”, el trigo de la bíblica sentencia,
y “...el sudor de tu frente” que tiranos gobiernos, sucios tejemanejes,
imperiales arreglos, políticas injurias, les quitó de la tierra de su herencia;
y saben, sin saber, que para ellos
estos soles alumbran soledades y llantos y miserias.

A veces, sólo a veces, ven como pasa el carro de la vida
donde no tienen sitio para amparar su aliento los niños de las fresas;
o ven pasar la risa caliente de otros niños,
que ajenos a su erial de negaciones,
retozan el pensil de la riqueza
con el fantasma orondo de los colesteroles
minándoles la sangre placentera.

Recuerdan los senderos de moscas y de mocos,
de hambrunas dislocadas, de esclavitud, de guerras
que dejaron atrás; de muerte que les sigue mordiendo los talones
y que amortaja sueños...
Los niños de las fresas
están ahí, otra vez, al borde del camino, escondidos, huidizos,
con sus miradas triste, con ayunos a cuestas,
con su dolor de siglos, con sus manos vacías,
con silencio y asombro, con enferma paciencia;
cargados de injusticias, y de marginación, y sin papeles,
con la muerte acechando. En la desolación de sus miserias.

Ahí están, y todavía sonríen los niños de las fresas
a este sol que alimenta su ansiosa calentura,
para que sea su sol, su esperanza, su escuela...

Pero no les dejamos. Y se mueren
de frío y desamor los niños de las fresas.






ESA MIRADA TUYA, ¿QUÉ NOS DICE?

A Milivy , la niña asesinada por el cáncer que le produjo la irradiación de uranio
empobrecido en el campo experimental de tiro de las fuerzas armadas de los Estados
Unidos de Norteamérica, en Vieques , la Isla Nena, en Puerto Rico. Y a todos los
niños que mueren en el mundo asesinados por el hambre, por el sida y por la guerra.



Me llegó tu mirada con siglos de tristeza,
inmensamente sola, terriblemente quieta.
Tu mirada de niña
que no sabe el color de los días de las niñas;
tu mirada de niña
que no tiene la luz de la mañana de las niñas;
tu mirada de niña
que no canta la canción jubilosa de las niñas.
Tu seriedad de niña, tan adulta y tan seria,
me dejó el corazón de terciopelo ajado;
las manos me dejó llenas de nada
tu mirada severa que enarbola silencios,
y la mente, repleta de miedos y de ofensas,
sofoca incendios por las noches tristes
donde no existe el dios de un futuro
sin crímenes de guerra en la carne más joven.

Cuánto dolor absurdo puede haber en los ojos
de un niño condenado a la paz de la muerte
si no sabe por qué su carne se ha vendido
al imperial destino de almacenar el crimen;
Cuánta ingenua pregunta puede haber en el gesto
con que sus niños ojos acarician la tarde
y sufren la sentencia cumplida por aviesos
arcángeles de acero que excrementan uranio.

Con silencio y asombro contemplas el pasar
de los días sin caminos, ni horizontes, ni metas;
con enferma paciencia, sofocas la tristeza
de tus ojos de niña vilmente condenada
desde un despacho oval que presume de dios
y firma los tumores en la carne de otros,
y edifica colmenas de la miel más amarga
para enlodar la historia con sus siglas marciales.
Me llegó tu mirada como un trigal inmenso:
llana, pura, sorprendida, tierna...,
me llegó tu mensaje de horfandad milenaria
que se sabe inmolada y grita su silencio...,
me llegó tu dolor de fuente seca,
de manantial perdido
donde ya sólo beben
sucias quimioterapias y absurdas conferencias,
para justificar la paz de la memoria
y la imposible vuelta al jardín de Viaques.

Una vez más se ha escrito la página más negra;
otra vez los cuervos de acero imperialistas
vomitaron su estirpe humana y criminal
de malnacidos bichos con gangrena en la sangre.
Y esta vez, te ha tocado a tí, Milivy,
la más hermosa de las niñas,
la más humana de las diosas.

Y me llega tu voz,
trascendente y sencilla,
como un pregón de paz contra los asesinos.








EL SILENCIO CULPABLE

Está la calle igual que una colmena enfurecida,
todo es dolor con una efervescencia de imposible retorno
a las rubias mañanas de sol cálido y tierno.
Por la calle de escombros y metralla
pasa un niño corriendo con mil siglos de luto en la mirada.
El polvo, el estallido de las bombas, el tambor del silencio,
machacan la inocente pregunta.
Lleva sangre en el rostro, y en el aliento sangre,
y en las profundas simas de su miedo hay arroyos de sangre.
Los ojos lleva el niño inmensamente abiertos,
porque ya no hay sorpresas en los ojos del niño,
sólo hay tormentas de dolor..., la ausencia
de sus padres le hiere los ijares tiernos de la memoria,
los vio morir, a su vera, deshechos
por la bomba asesina. El niño no ha tenido
un chaleco blindado para el alma,
y se fueron cayendo, poco a poco o de golpe,
las párvulas nociones de esperanza, de sueños, de caricias.
Se le escapó la miel de la inocencia
y en su lugar crecieron los resabios
del odio, del dolor, del miedo negro en la cerviz del llanto...
El cansancio le aturde, el sudor y la noche oscurecen su aliento;
maldice, sin saber que maldice, al viento de la guerra
que desgajó su infancia de soles estrenados,
que arrancó de un zarpazo el árbol de su vida,
Por la calle de escombros, como él, anda huyendo
un perro solitario y famélico de amor;
¿quien es más indefenso ante la muerte,
el niño, el perro, la canción, la flor o la sonrisa?

Fríamente calculadas desde un despacho avieso y desalmado,
en la calle de escombros siguen cayendo bombas.
¿Qué puede hacer el niño?
Silencio.
¿Qué culpa tiene el niño?
Silencio.
¿Quién ha matado al niño?
Silencio:









ORACION PARA LA MADRE DEL AJUSTICIADO

Suenan aullidos en tu carne ajada
y te hielan los huesos el grito de la pena;
doscientos alacranes desfilan su veneno
por la corteza débil de tu pecho desnudo.

Un leñador, certero, anula la sonrisa
de veinte sementeras de mieses imposibles,
de míticos senderos por donde no transita
la verdad luminosa y libre del humano.
-Se ha perdido la flauta de la paz. Se ha quemado
el bosque de los sueños milagrosos;
ya todo es mineral en su carne y tu carne-.

Tu hijo ha muerto
y no puedes cerrarle los luceros
azules de sus ojos de niño que te llama
todo miedo y sorpresa y desamparo.

El cuervo de la vida cae sobre su cabeza
y ya es muerte profunda:
es como un río de manos funerales,
como una cordillera de lenguas cercenadas.

Tiene el amanecer un sello de fusiles
que ya no podrá nunca borrarse de tu aliento
ni del sólo latido de tu inútil estancia.
Ni del temblor del dedo que aprieta los gatillos
de tu roja memoria.

Una lluvia muy negra empapa cementerios
despiertos al dolor del sol naciente
y al dolorido vuelo de los pájaros mudos,
sorprendidos de tanta indiferencia.

Y tú, pálida madre del niño ajusticiado,
inauguras tu mundo de ayuno y negaciones
donde sólo una puerta se abre a tu llamada:
el refugio feliz de la locura.








YO TAMBIEN PIDO LA PAZ Y LA PALABRA

A Federico Mayor Zaragoza


Pudo ser. Pero el hombre
se empeñó en la sinluz de las batallas
y circundó de odios la fuente rumorosa;
quiso imitar al ángel de exterminio
e inventó el dies irae de la guerra;
descubrió que el poder está en crear el miedo
y engendró en sangre la gangrena del odio.
Se bañó en carnavales de bandera y tortura
y disfrutó en atroces sonidos de agonía,
en fuegos destructores, en bélicas consignas,
en sucios genocidios, en corrosivos vientos,
en campos sin posibles primaveras.
Y se apagó, de pronto, la luz de las sonrisas,
y se murieron todas las flores del camino,
y cambiaron los sones del tiempo ennegrecido
hasta la negación de la espiga y el beso
que alimenta la paz.
Pudo ser,
pero el soplo de amor, la calma, la armonía,
el aire de palomas, la música de olores,
se tendió moribunda en los ojos del niño
que sólo estremecía la sangre y la miseria.
suena el hambre y el llanto en la panza desnuda
del ser más desvalido, más alto en sentimiento...
Mientras, se hacen reuniones
para enmendar los daños y las sombras
que egoístas pasiones derraman por el mundo.

Pudo ser, pero el hombre
eligió la maldad de la metralla
y no el camino de la luz que alienta
la verdad,
la canción,
la paz
y la clara mirada de los niños.









JORNALERO DEL CAMPO

Dios amarillo en el campo
andaluz duerme la siesta
en su milagro de luces
y en su pertinaz ceguera.

De sol a sol trabajando
como una hormiga irredenta,
el hombre del campo tiene
color y sangre de tierra.

Vientos del Sur han quemado
sus ojos y su sorpresa;
está de vuelta de todo,
nada tiene, nada espera.

La ilusión, amortajada,
se le derrumbó a la puerta
del corazón, anulando
la voz de las impaciencias.

Hombre de trigo y arado,
hombre de jornal y penas,
el sol y el agua curtieron
en bronce tu voz de almendra.

No participas en nada
siendo sabor de cosecha.
Trozo de pan repartido
que el aire pregona y siega.

Siempre que cantan los gallos
el descanso se te niega,
siempre es el día que se acaba
el mismo día que comienza.

San Isidro se ha olvidado
de mejorar tu existencia,
y tu sigues destripando
los terrones de una tierra
que es tuya por el sudor
y por los frutos, ajena.

¡Cuántos siglos de silencio
llevas, labrador, a cuestas!

Dios, amarillo, en el campo
andaluz duerme la siesta.










“HAY UN DOLOR DE HUESOS EN EL AIRE SIN GENTE”

Homenaje a Federico García Lorca

Los olivos sentados a la mesa del Sur
comparten un pan ácimo de luz emperadora
y pregonan silencios caudalosos
para la sed sonora de cardos y chumberas.

Los caballos del alba en acordes de fuego
edifican rediles de bermeja ternura
en la honda expresión de tu viejo talento
dentro de la guitarra en su dolor cautiva.
Hay como una respuesta telúrica y salobre,
como un sonido humano de cobres y de llanto
en la tierra que vibra, en el mar que se agita.

Por los paisajes verdes de las lunas gitanas
y el conflicto del viento en las calles oscuras;
sobre las mieles ocres del amor y la angustia,
al son de tu cintura de arena sin sosiego,
se embriaga el vino añejo de sangres derramadas
con blancas desnudeces de pechos siderales.

Tus duendes y demonios, tus arcángeles negros,
¿de qué pozo profundo, de qué eclipse de agua?
Hay como una respuesta: la mecedora ingrávida
en la que Dios sestea, mítico y amarillo.







EN EL ENTIERRO DE JOSE LUIS NUÑEZ

(Cementerio de Espartinas)

Tú estás ahí. Yo permanezco
desnudo en la orfandad de la memoria
y es también amarilla mi presencia.

Cuando se acaba el tiempo, cuando doblan
la esquina del silencio los latidos,
¿qué hacer con los océanos del verso
si se nos fue quien les tomó medida?

Cuando hay un gavilán en los despojos
del alma y se nos quema de frío la mirada,
¿cómo escuchar la lluvia del aliento
si todo es muerte en esta hora oscura?

S. O. S. Gritó la madre selva
derramada por cales andaluzas
mientras Dios programaba, traicionero,
la muerte en tu garganta de la canción más pura.







EN ISLA NEGRA

“Solo, en las soledades
quiero llorar como los ríos, quiero
oscurecer, dormir
como tu antigua noche mineral”.
Pablo Neruda, “Canto General”



Con la sangre de cal
-imagen de mi aliento-
estamos, Pablo, estoy.
Miles de piedras, como tú
dolidas al viento del otoño,
propician los senderos del milagro
para el pasar ligero de tu sandalia alada.
Se ha levantado el mar
hasta el silencio de la geometría más llana e infinita.
Ya estás, definitivo, en tu Lugar de Luces,
con el abrazo amargo y presentido y loco
de la tierra tirana residencial y cierta.
Ya estás, definitivo, en tu Isla de Sombras,
Con el aliento muerto y fermentado y dulce
de la tierra enemiga paridora de ausencias.
Hay cientos de alacranes por el aire
empozoñando el tiempo detenido
hasta las solideces del ahogo.
Camina por las playas desoladas
de las palabras todas,
una agobiante tempestad de ortigas
que en ácido pregonan
tu muerte irremediable.
Las horas se sumergen en el negro más alto
para negar tu ida,
y el inmenso sollozo de Los Andes
se expande en tempestad desconsolada
por los ámbitos glaucos del planeta.
Con la sangre de cal
y la palabra herida
sigue el mundo girando.









MEDITACIÓN

Dios, amarillo, sestea
mientras en el mundo, Su mundo,
miles de niños mueren cada minuto de hambre y de miseria.

Dios, amarillo, sestea
mientras en el mundo, Su mundo,
miles de niños mueren cada hora en las fauces terribles del sida

Dios, amarillo, sestea
mientras en el mundo, Su mundo,
miles de niños mueren cada día destrozados por la guerra.

Dios, amarillo, sestea
mientras en el mundo, Su mundo,
miles de niños se prostituyen en el sucio dolor de cada noche.

Dios, amarillo, sestea
mientras en el mundo... lloran sin lágrimas
los niños.








EL OLIVO MÁS VIEJO

En el tronco asombrosamente absurdo
del olivo más viejo estaba mi retrato:
lo había modelado las manos del guardián de las verdades
durante siglos de pasar otoños callados y amarillos.

(Estaba allí su luz de bálsamos, de óleos y candiles;
su palpitar sereno de paz mediterránea,
su callado pisar con vocación de Sur,
su esmerada, importante vegetal mansedumbre que se asoma
a las cosas de Dios. Como un humano
timonel de la fértil aventura necesaria y difícil del sustento
donde navega el barco de la Historia).

Y estaba yo mirándome a los ojos, buscándome en el alma...;
y hubo un trasvase azul de eternidades de mi tronco a su tronco:
supe que todo es barro que a veces se hace estrella de infinitivo amar.
Me gustó el aire personal de su abrazo
donde gime el extraño pudor de la inocencia.

(Perfilando horizontes de soledad poblada,
el olivo encendía la paz en la memoria
y anulaba miserias desde su fruto añejo.
Su fruto que pregona maternales caricias, que acompaña
desde siempre la vida, que alimenta
la canción, la bienaventuranza, la sonrisa del pobre
que con aceite y pan va pisando senderos de paciencia).

Y me buscaba yo en los ojos del otro juan que había,
y me encontraba en el milagro
del barro vegetal, reciennacido con mil siglos de luto.
Y me buscaba yo en el gesto
endurecido por la cordura impuesta de la sombra,
y me iba encontrando en las arrugas casi cicatrizadas ya de la memoria
con la canción lejana del niño que yo era...

(Y estaba allí el olivo crisol de libertades y testigo
selecto de la paz, eterno idioma
con su sabor a tierra,
con su verde callado emancipando anhelos,
escribiendo su voz en la cintura detenida del tiempo;
estaba allí, dando cobijo al pájaro doncel de la esperanza,
patriarca señero de paciente consejo, de fértil permanencia;
hospitalario y noble, encendiendo de amor su ejecutoria).

En su tronco deforme atormentado de feliz locura,
en esa afirmación de llanto hondo
por tantas alevosas soledumbres,
en la fusta del viento que graba su señal de pertenencia
en la cara difusa del olvido,
estaba mi retrato.

(El olivo del alma, el olivo acostumbrado a dar
los buenos días a Dios con la sonrisa
de aquel que hace en justicia sus deberes;
con los brazos tendidos al abrazo,
con la luz cenicienta de su aliento alimentando al mundo;
callado y predicando el dar a manos llenas
el bálsamo que cura el hambre y las heridas
desde todos los siglos hasta todos los siglos).

Y en la verdad de mi retrato estaba
el hombre que los sueños han trascendido, han iluminado:
estaba allí la paz ya conseguida, el sabor de la esencia...
En el relieve absurdo de ásperas apariencias del olivo más viejo
estaba yo, poeta, más allá de la vida.