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lunes, 30 de enero de 2012

5875.- ÓSCAR CASTRO ZÚÑIGA


Óscar Castro Zúñiga (Rancagua, Chile, 25 de marzo de 1910 - Santiago, 1 de noviembre de 1947), fue un destacado escritor y poeta chileno. Su obra literaria abarcó la poesía, con un lenguaje transparente, humano y melancólico y con una métrica perfecta; y la narrativa mucho más realista y cercana al criollismo. Se casó con Isolda Pradel.

Óscar Castro Zúñiga nació el 25 de marzo de 1910 en Rancagua, hijo de Francisco Castro y María Esperanza Zúñiga, siendo el tercero de seis hermanos: Graciela, Javier, Elva, Irma y Raúl. En 1917 ingresa como alumno regular a la Escuela Superior N°3, sin embargo enferma de tos convulsiva y es obligado a dejar el colegio.
En 1923, la familia tras ser abandonada por su padre, reciben el apoyo de Julio Valenzuela, un pariente, quien matricula a Óscar en el Instituto O'Higgins de Rancagua, donde permanece un año. Por orgullo no permite que su tío lo siga ayudando, convirtiéndose en un autodidacta.
En 1926 escribe sus primeros poemas que son publicados por la revista Don Fausto, bajo el seudónimo de "Raíl Z", a honra de su hermano menor. En 1929, aparece publicado su primer poema firmado con su verdadero nombre, el que se titula Poema a su Ausencia.
En 1934 fallece su hermano Javier. El 25 de octubre del mismo año funda el grupo literario "Los Inútiles", junto a ocho escritores y periodistas de la región, incluyendo a Nicomedes Guzmán. En 1935 ingresa como redactor al diario La Tribuna. Ese mismo año contrae matrimonio con la poetisa Ernestina Zúñiga, más conocida por su seudónimo Isolda Pradel. Este hecho es desaprobado por su madre quien lo expulsa del hogar. La pareja vive horas difíciles, siendo posteriormente perdonado por su progenitora.
Su consagración literaria llegó en 1936 cuando escribió Responso a Federico García Lorca en homenaje al autor español muerto en la guerra civil española. El 12 de junio de 1937, fallece su madre. Ese mismo año la Editorial Nacimiento publica su primer libro de poemas Camino en el Alba.
En 1939, obtiene premios por una serie de cuentos campesinos en Argentina, y Editorial Zig-Zag publica su primer libro de cuentos Huellas en la Tierra. En 1941, por un Decreto del Ministerio de Educación es nombrado bibliotecario del Liceo de Hombres de Rancagua (rebautizado en 1971 como "Liceo Óscar Castro Zúñiga" gracias a la gestión de estudiantes y miembros del grupo literario "Los Inútiles"). En ese plantel educacional también trabajó como periodista y profesor de Lengua Castellana. Ese mismo año crea el Liceo Nocturno de Rancagua junto con otros profesores.
En 1945 fallece su hija Leticia Esmeralda, de sólo once meses. Ese mismo año se le diagnostica tuberculosis pulmonar, debiendo permanecer en reposo dos meses. En el año 1946 decide aceptar un puesto el Liceo Juan Antonio Ríos de Santiago, donde inicia sus labores el 8 de marzo de 1947 y viaja continuamente a Rancagua. Su salud se resiente en forma grave e ingresa al Hospital Salvador el 12 de septiembre, falleciendo el 1 de noviembre de 1947 en Santiago de Chile.

Obras

Poemas de Óscar Castro en la entrada del liceo que lleva su nombre.
De su obra lírica cabe destacar:
Camino en el alba
Viaje del alba a la noche (1940)
Reconquista del hombre (1944)
Rocío en el trébol
Glosario gongorino (póstuma, 1948)
Escribió cuentos y novelas tales como:
Huellas en la tierra
Llampo de sangre
Comarca del jazmín (1945)
La vida simplemente (1951)
Lina y su sombra
Lucero
El valle de la montaña (póstuma, 1967)










Coloquio de flauta y viento


Luna de cantos mojados,
pulida de viento y alba.
Calles de esquinas desnudas.
Casas de ciegas ventanas.


En una esquina sin nadie,
el viento encontró a la flauta;
sobre el agua de la música
se le murieron las alas
y se vistió de colores
como un país en un mapa.


Por las aceras desiertas
iban el viento y la flauta.
Como el viento estaba herido,
la música lo llevaba.


Iban buscando los ojos
de los niños qué soñaban
para lamerlos de azul
con su caricia delgada.


Con la frescura del canto
los hombres se despertaban
y se dormían de nuevo,
entre el sonido y el alba.


Quebró su junco la música;
el viento giró buscándola.
Quedó la calle ceñuda
como una mala palabra.


Gallos batieron las alas
para que el canto volara.


En la cubierta del día
se deshojaron campanas.












Romance de barco y junco


El junco de la rivera
y el doble junco del agua,
en el país de un estanque
donde el día se mojaba,
donde volaban, inversas,
palomas de inversas alas.


El junco batido al viento
-estrella de seda y plata-
le daba la espalda al cielo
y hacia el cielo se curvaba,
como un dibujo salido
de un biombo de puertas claras.


El estanque era un océano
para mi barco pirata:
mi barco que por las tardes
en un lucero se anclaba,
mi barco de niño pobre
que me trajeron por pascua
y que hoy surca este romance
con velas anaranjadas.


Estrella de marineros,
en junco al barco guiaba.
El viento azul que venía
dolorido de fragancias,
besaba de lejanías
mis manos y mis pestañas
y era caricia redonda
sobre las velas combadas.


Al río del pueblo, un día,
llevé mi barco pirata.
lo dejé anclado en la orilla
para hacerle una ensenada;
mas lo llamó la corriente
con su telégrafo de aguas
y huyó pintando la tarde
de letras anaranjadas.


Dos lágrimas me trizaron
las pupilas desoladas.
en la cubierta del barco
se fue, llorando, mi infancia.












Romance del Hombre Nocturno


Mi yegua subía, lenta
con firmes pasos de bronce.
La noche de crucifijos
fulgía sobre los montes.


Andaba el agua desnuda
En claras conversaciones
Con los grillos y las piedras
Y las huidas canciones


" Es mala la noche amigo,
y en el monte andan ladrones"


¡Buen viejo!, me lo decía
allá en el campo de trojes
y un sobresalto rondaba
por sus pupilas de azogue.


Pero era buena la sombra
Madura de oros y olores
¿Miedo?, mi yegua era firme
y yo llevaba un revolver en el cinto
y en el pecho, un ancho
corazón de hombre.


Sin embargo, sin embargo,
mi mano sobresaltose.
Cuatro jinetes venían,
Pausados bajando el monte.
Los vi recortarse, negros
Contra las constelaciones.


Mi bestia irguió las orejas
en agudos aguijones
Y la estría de un lucero
Rieló sobre mi revolver.


¡Quién va!


Los vi detenerse,
y mi voz multiplicose
rebotando en los picachos
como en cojín de resortes.


Cruzaba en ese momento
un paso de angostos bordes:
A la derecha, el abismo,
tinta o residuo de noche;
adelante, los jinetes;
a la izquierda - muro- el monte.


Seguí avanzando en la sombra,
hacia las sombras inmóviles.
traspuesto el paso difícil,
me tropecé con sus voces:


- ¿Adónde marcha el amigo?
- Al pueblo de más al norte.


Me esperan mi vieja madre
Y mis hermanos menores.
Los dejé un día de marzo;
Cinco años van desde entonces.


Ancha mi voz y serena;
La suya opaca y de cobre
Miré brillar las pupilas
en un fulgor de emociones.


- Acompañaré al amigo
hasta que trasponga el monte.


Cinco jinetes tomaron
Rumbo a las constelaciones
Bajaron cinco jinetes
Con firmes pasos de bronce.


Cuatro pararon de pronto
Y el otro siguió hacia el norte,
Después de estrechar las manos
Tendidas de los cuatro hombres.


Clareó mas tarde en el cielo.
Amanecer de limones.
Palabras de agua liviana.
Pájaros madrugadores


Cerca, maitenes y boldos;
lejos, Rancagua y sus torres;
y entre sus casas, mi casa,
con ciruelos y parrones
¡y mi madre con sus ojos
de mares y horizontes!


Detrás el recuerdo grande
de un bandido que era un hombre.












En 1940, por su propia cuenta, Oscar Castro publicó Viaje del alba a la noche, su segundo libro de poesía y el más campesino de todos. Aquí , en algunos poemas, su lira se afina hasta alcanzar sutileza y diafanidad exquisitas.












Viaje del alba a la noche


Descubrimiento de América


A Raúl González Labbé


Habría que empezar de nuevo.
Partir de la raíz del indio.
Ir al origen puro sin conceptos ya hechos.
Sólo así encontraremos la América no descubierta,
la América del vientre claro y los jocundos pechos,
la América con su propio idioma cantador,
galopando su libertad de yegua joven bajo cielo.


Tenemos cuatro siglos de invasiones.
No sabemos usar nuestros ojos.
Pies extraños caminan por nuestras heredades.
Extranjeras palabras definen gestos nuestros.
Oro, cobre y sudor americanos
-amalgama de gritos y protestas-
surcan el mar en barcos de incomprensibles nombres.


América. Digo: la América de los bananos,
y los cafetales, y las caucheras y los minerales.
La América que pare abundancia.
La América de los grandes ríos y las montañas grandes.
El Nuevo Mundo que amamanta el mundo viejo.
La tierra en que mis hermanos los parias tienen hambre.
La América, si, la América quo no necesita nodrizas,
porque bebe leche de cielo en la cumbre del Aconcagua.


No la escolar América sabida por los mapas:
tierra tatuada de nombres y colores,
partida en Panamá por un canal de fierro
y comida en el Sur por los hielos australes,
sino ésta otra, ésta que nace
en el pétreo filo de los Andes
y cae como un poncho verde a dos mares azules.
Esta que va en mi canto americano,
resonando en el galope del charro,
del huaso, del llanero, del indio y del gaucho.
Esta que va en la espalda del cargador de muelles,
y en la espuela grandona, y en el sombrero floreado,
y en la ojota besada por aguas y tierras,
y en el olor del mate amargo,
y en el lamento de la quena y la trutruca,
y en el aroma de la piña madura,
y en el maíz que ríe con risa de sátiro,
y en el coco y la jícara que recibe su jugo.
Esa es la América, hermanos.


Es pura la mañana. Cantan los pájaros.
Canta el sinsonte y el quetzal es un relámpago.
Vamos a descubrir la América nuestra.
El día agita sus banderas anchas.
Es hora de partir y amanecer.
Partamos.












Raíz del canto


Conozco el habla de los hombres
que van curvados sobre el campo
y el grito puro de la tierra
cuando la hienden los arados.


Conozco el trigo que madura
-sol en monedas acuñado-
y las mujeres que transportan
su llamarada entre los brazos.


Generaciones de labriegos
van por el cauce de mi canto;
hembras del pecho en dos racimos,
firmes varones solitarios.


Ellos hablaban con Dios vivo
en el mensaje de los cardos
y conversaban con el agua
en el lenguaje de los pájaros.
Un abuelo de mis abuelos
era padrino de los álamos.
Otro acuñaba lunas nuevas
al levantar su hoz en alto.


En el silencio de mi madre
dormía el yuyo de los campos,
la yerba-luisa, el toronjil,
el vaso blanco de los nardos.


Todos me cantan pecho adentro;
van por mi sangre río abajo;
giran en trilla de jacintos
por mi silencio deslumbrado.


La tarde pura de mi verso
tiene gavillas y ganados,
porque aún miran con mis ojos
los que sembraron y sembraron.


Cuando galope cielo arriba
sobre mi yegua de topacio,
es que me tiene desvelado
mi sementera de los astros.


Conozco el grito jubiloso
del trebolar recién regado
y ese licor que se derrama
desde las copas del zapallo.


Sé del lagar, sé de las viñas
y de los mostos fermentando,
y sé de Baco que solloza,
borracho azul, entre los pámpanos.


Sé de las lentas escrituras
del humo gris sobre los ranchos;
del viento sur cuyo relincho
puebla la noche de caballos.


Sé de la harina mañanera
que agosto vuelca de un cedazo
y de los pozos que gotean
en un crepúsculo de cántaros.


Sabiduría de mi sangre
donde los llantos fermentaron.
Sabiduría de mi pecho.
Sabiduría de mis manos.


Lento, en la tarde silenciosa,
por este surco voy pasando;
surco sutil hecho en el tiempo
con el arado de mi canto.


Tengo de greda hecha la frente.
De greda tengo mis dos manos.
Sabiduría de mi sueño.
Sabiduría de mi tacto.


Porque conozco y sé la tierra,
viviré siempre deslumbrado
y conversando iré por ella
con la semilla y con el árbol.


Si de repente me muriera,
como se cae un campanario,
retemblarían las campiñas
en un galope de centauros.














La cabra


La cabra suelta en el huerto
andaba comiendo albahaca.


Toronjil comió después
y después tallos de malva.


Era blanca como un queso,
como la luna era blanca.


Cansada de comer hierbas,
se puso a comer retamas.


Nadie la vio sino Dios.
Mi corazón la miraba.


Ella seguía comiendo
flores y ramas de salvia.


Se puso a balar después,
bajo la clara mañana.


Su balido era en el aire
un agua que no mojaba.


Se fue por el campo fresco,
camino de la montaña.


Se perfumaba de malvas
el viento, cuando balaba.












"Las alas del fenix", (1943)




Por calle del rey arriba


Por calle del rey arriba
de San Francisco a la diestra,
en casa de recios muros,
vivía la primavera
la luna que se asomaba
por los ventanales era
la boca de una guitarra:
las cuerdas eran las rejas.


La Primavera tenía
carne de mujer morena,
ojos de amor y pecado,
boca de dulce promesa.
Manuel Rodríguez la amaba,
mas otro la pretendiera:
Antes de decir su nombre,
mi boca firme se cierra.
sonriente y mozo era el uno;
el otro, celo y fiereza.


Entre los dos militares
temblaba la Primavera.


En noches de ausente luna,
llegaban ambos a verla:
el uno por la ventana,
el otro por franca puerta.


Los besos del que acudía
sin trabas a la vivienda,
eran amargos de celos
y hablaban de muerte artera;
mas los de Manuel Rodríguez
sabían a madreselvas,
sabían a estrellas rubias
y a rasgueo de vihuelas.
a la mujer por las rejas
toda el alma se le fuera.


Jinete en caballo moro,
Rodríguez a verla llega.
Le cantan los espolines
al desmontar en la acera.
Los espolines le cantan
a la mujer que lo espera,
pecho adentro, sangre arriba
como nupciales promesas


A través de los barrotes,
las manos de la morena
sobre el pecho masculino
descansan en la guerrera.
Del militar en el cuello
relumbran dos calaveras:
es la insignia de los Húsares
que entre las sombras destella.


-Amado, anoche soñaba...
soñaba cosas siniestras:
la insignia que tu llevabas
en sangre se tiñera...
Amado, en un cielo negro
sangraba la luna nueva...


Manuel Rodríguez besaba
los labios de la morena;
sus dientes en la penumbra
brillaban con risa fresca.


- La bala que ha de matarme
ningún hombre la fundiera.
La sangre que viste anoche
son mis amores, morena.


En Tiltil quedó tendido,
de muerte alevosa y fiera.
La sangre del pecho abierto
manchaba dos calaveras.


En la noche de aquel día
fue roja la luna nueva.
A traición tuvo que ser,
que de frente no pudieran.
La bala no fue de plomo,
que fue de celo y fiereza.


Al mundo vino muy tarde
ese año la primavera.
Las rosas fueron mas rojas
y fue mas triste la tierra.


En calle del Rey arriba,
de San Francisco a la diestra
tras enrejada ventana
lloraba la primavera.


Un caballero de sombra
llegarse quiere a ella.
no cantan sus espolines
al desmontar en la acera.
del caballo que lo trae
las herraduras no suenan.


En vano dos blancos brazos
asómase por la reja:
el caballo es el viento;
sombra en la sombra se aleja.
la mujer está llorando.
ya no vendrá el que la espera.


¿El nombre de esta mujer
de sueño, amor y leyenda?...
Vivió en Santa Cruz de Triana,
era criolla y morena...


La historia no dice más.
Llamémosla Primavera.












Rocío en el trébol, 1950, una obra escrita al borde mismo de la muerte, maravilla por la paz que respira el poeta. El retorno al hogar propio de su alma leit-motiv de casi todos los poemas. La sensibilidad de Castro, fina de suyo y agudizada por la enfermedad, produce en este libro una poesía de intensa y sincera emoción.












Pequeña Elegía


Por el valle claro
vienen a enterrar
al hombre que nunca
divisó la mar.


Era un campesino
de lento mirar
mediero tranquilo
de la soledad.


Cosechó los trigos
de ajena heredad
y se fue apagando
corazón en paz.


Era casi tierra,
casi claridad,
casi transparente
rama de verdad.


Tuvo una alegría:
la de cosechar.
Tuvo una tristeza:
ya no sabe cual.


Por el valle claro
lo despedirán
tréboles y alfalfas
de verde mirar.


Aguas del estero
dirán un cantar
por el campesino
que nunca vio el mar.


Cuando lo sepulten,
alguien llorará.
y en el valle puro
todo será igual.
















Oración para que no me olvides


Yo me pondré a vivir en cada rosa
Y en cada lirio que tus ojos miren
Y en todo trino cantaré tu nombre
Para que no me olvides


Si contemplas llorando las estrellas
Y se te llena el alma de imposibles,
Es que mi soledad viene a besarte
Para que no me olvides


Yo pintaré de rosa el horizonte
y pintaré de azul los alelíes
y doraré de luna tus cabellos
para que no me olvides.


Si dormida caminas dulcemente
por un mundo de diáfanos jardines,
piensa en mi corazón que por ti sueña,
para que no me olvides.


y si una tarde, en un altar lejano,
de otra mano cogida, te bendicen,
cuando te pongan el anillo de oro,
mi alma será una lágrima invisible
en los ojos de Cristo moribundo
¡Para que no me olvides!





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