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domingo, 23 de octubre de 2011

5201.- CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS


CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS
(Madrid, España, 1966)
Ha publicado los libros de poesía Manual de supervivencia (Bartleby, 2002), y Darwin en las Galápagos (Dvd, 2008), el diario Viaje al ojo de un caballo. Veinte días en Mongolia (Artemisa, 2007) y la monografía El poema en prosa en los años setenta en España (UNED, 2005). Ha traducido a W. B. Yeats y a Robert Browning y colaborado en proyectos de edición de poesía española contemporánea como Campo abierto. Antología del poema en prosa en España (Dvd, 2005), o la poesía de Ferrer Lerín, Ciudad propia (Artemisa, 2006). Su último trabajo es una edición de ensayos de José Martí: En los Estados Unidos y Europa (Artemisa, 2009).









TANGO

Tango es el arte de morir
de amor y despedirse
guardando las distancias.

Tango en lo alto de las aguas: ciego, amor, sumo mi piel a tu mirada y van mis pasos repitiéndote en la luz como un espejo. Abre la paz de tus axilas a mi vuelo, amor, sal derramada que me hurtas, y en la dolida claridad no quieras que mi voz goce la noche de tus párpados. Deja tus hábitos de músico en mi piel, deja tu sed, la alta conjugación de tus sentidos, y tu naturaleza navegable. Tango es el tiempo hasta caer con tanta lentitud entre tus brazos. Tú vibras desde el centro de tu cuerpo y yo persigo ese eje audaz con la obediencia de mis pasos. Luego, la tarde se hace luz en la luz líquida del tango y tú me miras como si no fuera, amor, tu libertad lo que me tiendes.





TODA CIUDAD

Toda ciudad fundada junto al mar ha de vivir nuevo diluvio. Aquel estigma persiguió como un albatros a la especie desde el limo hasta el idioma. Toda ciudad con sol perenne en el principio fue Babel o Barataria. Fue primogénita, fundada sobre el tiempo que abolía sin pudor. Pero su suerte fue su muerte, su extensión la altiva cresta. Y la declamación del aire, la lluvia azul, fina en los arrecifes, descendió sobre la tierra. Indiferente al fuego, a la lombriz, huella viva en la llama, yema en el túnel subterráneo del verano, rastro de todas las ausencias. Calcinada la ciudad, hicimos muescas en el fango, signos de nuestra honrosa rendición en las escamas de los árboles. Vino la edad oscura de la lluvia, el esplendor de los manglares, y nada supo esta ciudad ya de ninguno de nosotros. Bajo el alud de nuestras posesiones hubo una boca intacta, el colmenar oscuro de otra piel donde la luz en círculos manaba. Buscábamos en la oquedad del tórax el dolor y estaba fuera, en la unidad sin tuétano del fango. En la ciudad que amó como un esclavo al incendiario de su dueño. Eso era el alba: trizas de sordo amor contra las rocas y el pañuelo de la sal bajo la espuma. Y esto es el mar: vienen sin fin gaviotas que al entrar en la ciudad cambian su forma por palomas sin límite sobre la gris continuidad del mundo. Una ciudad volaba con su propio alción circunvalándole y un dios amnésico, ciego de los dos ojos, cercenó sus gárgolas. Nada queda ya que cruja a nuestra vista o desafíe a la espuma. Hay niños y mujeres sepultados bajo lápidas sin nombre en los suburbios y la sangre de los hombres cae indiscriminadamente sobre el surco o sobre el páramo. Hay pruebas de que el pálido barniz de nuestros ojos contenía en su formol ya las semillas de la pérdida. Hay quien desde el circuncidado mar nos llama, huérfano de latitud, sin piedra ni pulmón donde amarrar el foque de su sueño. Hay miedo en sus extremidades, ablaciones en sus trópicos, y su cielo es nuestro suelo, su esperanza nuestro albatros. Ésta es la edad oscura de la branquia: viene sobre el amor del mar matando céfiros la lluvia, bajo la luz del sol furtiva y ácida la lluvia, y las palomas que cruzaron el diluvio para izar sobre los árboles banderas blancas.





Una casa en el aire

Carlos Schwartz

Ya nadie engendrará a sus hijos sobre mi cabeza y sólo el pájaro compartirá conmigo el cielo, su parte alícuota de cielo. Los imanes de la lluvia alzan su piel metálica en mis tejas y el aire ciega en transparencia los cristales. El camino que lleva hasta mí me sobrepasa, van más allá mis pasos. La luz prendida en mi ventana da rigor al mundo y es condición aérea de la realidad: yo no te veo, y tú no ves que pasas, aire, por mi casa.

La arborescencia de la forma funda el yo y lo ramifica en su sintaxis. Vivía incrédulo y carente en el idioma, esclavo en la articulación. Pero ascendí mi propio zigurat, siempre a un espacio aún más alto. No tuve miedo a la montaña que creció dentro de mí como un presentimiento. Miraba el mundo en piedra, capaz y contenido, como un ojo, sobre la palma de mi mano. Mi voz se hacía oscura en esa piedra, era más cántico, más piedra. Fue luego el aire: su vértigo en la ascesis, su blancura en el color.

Soy de la condición del demiurgo: el dios que crea para no habitar la casa de otro ser. Pongo el alambre en pos del muro, el tiempo en lo horadado del espacio. Y crece mi semilla en el hogar. Frente a la voz atormentada de otro dios, señor del trueno incomprensible, yo soy el dios de frágil báculo que escribe estas palabras en la arena. El dios que sabe escaso el don y mágico el oficio: el trazo delimita y sólo así da vida.

De la historiada faz hacia la cúpula, por las escalas del color hacia la transparencia. Busco una casa para el ser, pongo semillas, núcleos, yemas de digitación futura en mi alambique: una casa en el aire. Tuve cinco vocales en el tiempo del reclamo y la carencia. Pero mi cuerpo se hizo música trenzada en otras bocas. Alfa y omega: desde el umbral al patio, en la casa del ser, germina mi alfabeto.







Fábula restrospectiva de su matrimonio

Fassbinder

Nuestra conciencia cojea detrás de la realidad. O bien anda impedida por la pierna atroz del grito, algo que siempre escucha tarde el testimonio de la voz y fuerza su resorte a ser tan sólo un eco insuficiente. Problemas de conciencia. Entre la luz y el sueño, el movimiento es lo soñado de una pierna antes de adelantarse a la cadera, antes de flexionar el pliegue del espacio en la extensión del tiempo. ¿O era al revés? Una mujer creía que ella iba por delante de la realidad, en hora altiva, y se curaba su Platz-angst con los vapores del alcohol, fiel en el acto de volar alimentando un vicio que ha heredado tarde y la ha llevado lejos. Y fiel al fin al tiempo y a sí misma.








Marina

Robert Frank

Wo words, I said, y al fondo el mar me daba un aire inquieto. Dejé colgada una palabra en el cordel del horizonte y descendió hasta el mar con la conciencia. Wo words, I said, la mano al fin sobre las alas de la tarde abriéndose, la luz acompasada a la voracidad del mar contra el acantilado y cima de almidón sobre las rocas. Wo words, I said, y esa palabra no anulaba el resto.







Centauro

Absortos en la luz que tú esculpías, no supimos precisar en qué momento amenazaste con parar la rueda de los brazos y el tambor de los tobillos para arder en la conflagración que diera paso a un gran silencio. Pero llegó la leve inclinación de tu cabeza sobre el torso liberado y comprendimos que eras otra vez el bailarín y habías sido, en el fragor del vértigo, la danza.

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