Rosario de Acuña y Villanueva (Madrid, 1 de noviembre de 1850 - Gijón, Asturias, 5 de mayo de 1923) fue una escritora y publicista española.
Rosario de Acuña es una escritora en cuyos trabajos se advierte un militante y vanguardista pensamiento feminista, sorprendente dada la época y, por tanto, polémico, que, junto con sus convicciones republicanas y su apasionada defensa de la libertad y el humanismo, le iban a ocasionar graves contratiempos a lo largo de su vida.
Nacida en el seno de una familia acomodada, Rosario de Acuña, hija de Felipe de Acuña y Solís y de Dolores Villanueva y Elices, recibe una educación amplia, muy cuidada y esmerada, siendo la suya una formación familiar y autodidacta, tutelada por su padre.
Muy pronto se despierta en ella la vocación literaria y empieza a escribir versos. Su primera colaboración aparece en 1874, en una revista popular y de gran difusión, La Ilustración Española y Americana. En febrero de 1876 se estrena en el Teatro del Circo de Madrid su primera obra de teatro, Rienzi el tribuno, que obtiene un éxito clamoroso y la da a conocer al gran público. Esta pieza, que era una llamada a la libertad en un momento poco propicio para ello, llama mucho la atención y merece el interés de la prensa de la época y el elogio de críticos tan acerados como Clarín.
Rosario de Acuña decide vivir en Pinto (Madrid) donde construye una casa "Villa-Nueva". Dos meses después de su brillante estreno teatral, contrae matrimonio con un joven de la clase media-alta madrileña, el teniente de Infantería Rafael de Laiglesia y Auset. Antes de terminar el año el matrimonio se instala en Zaragoza, ciudad a la que es destinado el militar. La relación no le proporciona la felicidad deseada, por la infidelidad del marido, por lo que se refugia en la escritura, estrenando otros dos dramas, Tribunales de Venganza y Amor a la Patria, a los que sigue una obra de gran belleza, La Siesta (1882). A partir de 1884 la separación del matrimonio es un hecho. Además, en 1901 enviudará.
Que Rosario de Acuña fue una mujer adelantada a su época lo demuestra su intervención en el Ateneo de Madrid, cuyas tribunas nunca habían estado abiertas a las féminas. En la primavera de 1884 protagoniza una velada poética que también fue controvertida.
Por entonces ya es una escritora muy conocida, con abundante obra publicada (prosa, teatro, lírica) y asiduas colaboraciones en los principales diarios ( El Imparcial, El Liberal... y revistas españolas ( Revista Contemporánea, España...).
También hay un progresivo acercamiento suyo a los sectores sociales y culturales que apoyan los republicanos y más afines al libre pensamiento que, en aquel tiempo, defendía la separación de la Iglesia y el Estado.
La polémica que rodea a Rosario de Acuña la alimenta ahora (1886) su iniciación en una logia de adopción masónica, la Constante Alona de Alicante, con el nombre simbólico de Hipatia, que nunca abandonará pues en la firma de escritos suyos va a aparecer solo o junto a su verdadero nombre. Entre 1886 y 1890 su vida es muy agitada: viaja, conoce gente, propaga los ideales de la masonería, se prodiga en recitales y discursos por Galicia, Asturias, Andalucía, el Levante...
En 1891 estrena en el teatro madrileño de La Alhambra otro de sus grandes dramas, «El padre Juan», pieza en tres actos que la convierte en una mujer de teatro tal como se entiende en la actualidad, pues se encarga de la producción, los escenarios y el vestuario, alquila el teatro, dirige la obra, y es la autora del texto y de la puesta en escena. Se trata de un obra anticlerical que, aunque levanta ampollas en la sociedad conservadora, obtiene un rotundo éxito de público. Pero a pesar de haber superado la censura previa y contar con el permiso pertinente, el gobernador de Madrid la prohíbe. La suspensión casi la lleva a la ruina.
Este duro revés le reafirma en su defensa de la emancipación de la mujer y le lleva a viajar por Europa. Al regresar deja Madrid y, en compañía de Carlos Lamo Jiménez —un joven que había conocido en Madrid en 1886 y que nunca la abandonará— y la hermana de éste, Regina, va a vivir a Cueto (Cantabria), donde hace realidad uno de sus sueños: montar una granja avícola. Rosario de Acuña, profunda conocedora del campo y de la naturaleza, llega a convertirse en una experta en avicultura, hasta el punto de acudir a la primera Exposición de Avicultura celebrada en Madrid en 1902 con una colección de artículos publicados en el diario El Cantábrico de Santander y lograr una medalla por su labor de difusión de la industria avícola.
En 1909 comienza la construcción de su solitaria y humilde casa en La Providencia (Gijón), sobre un acantilado, donde vivirá hasta su fallecimiento, después de que los dueños de la finca en que había montado la granja, sometidos sin duda a presiones, le rescindieran el contrato. En la decisión de fijar su residencia en la villa de Jovellanos son decisivos los ruegos en tal sentido de los directivos del Ateneo-Casino Obrero de Gijón.
En 1911 se traslada a vivir a su nueva casa. Pero la polémica vuelve a llamar a su puerta. Esta vez viene de la mano de «La jarca de la Universidad»un artículo que le envía a Luis Bonafoux, editor del periódico francés El Internacional de París, en el que muestra su indignación y utiliza la ironía para criticar los insultos de un grupo de estudiantes a universitarias extranjeras en Madrid, artículo que, reproducido también en El Progreso de Barcelona, causa un gran escándalo y motiva, incluso, una huelga de estudiantes que tiene un masivo seguimiento. Tal y como se ponen las cosas y ante la perspectiva de ir a la cárcel, Rosario de Acuña opta por huir a Portugal. Dos años después, en 1913, regresa del exilio con el gobierno liberal del conde de Romanones. A su vuelta a Gijón se convierte en un icono.
Fallece en su casa de La Providencia el 5 de mayo de 1923, siendo enterrada en el cementerio civil de Gijón. La manifestación de duelo fue extraordinaria.
Lo que algunas personas dijeron de ella:
Ella ha abordado todos los géneros de la literatura, la tragedia, el drama histórico, la poesía lírica, el cuento, la novela corta, el episodio, la biografía, el pequeño poema, el artículo filosófico, político y social, y la propaganda revolucionaria.
Benito Pérez Galdós
Dichosa usted, señora, que puede brillar entre los hombres por su talento, y entre las mujeres buenas por su bondad. Natural es, por consiguiente, que merecer el afecto de usted, alegre y envanezca a su respetuoso y apasionado amigo y servidor
Manuel Tamayo y Bauss
Obras
«Un ramo de violetas» (1873)
«En las orillas del mar» (1874)
«La vuelta de una golondrina» (1875)
«Rienzi el tribuno» (1876)
«Ecos del alma. Poesías» (1876)
«Amor a la patria» (1877)
«Morirse a tiempo. Ensayo de un pequeño poema imitación de Campoamor» (1879)
«Tribunales de venganza» (1880)
«Tiempo perdido» (1881)
«Influencia de la vida del campo en la familia» (1882)
«El lujo en los pueblos rurales» (1882)
«La siesta» (1882)
«Sentir y pensar» (1884)
«Un certamen de insectos» (1888)
«La casa de muñecas» (1888)
«El crimen de la calle de Fuencarral» (1888)
«Discurso leído en el Ateneo-Casino Obrero de Gijón la noche del 15 de septiembre de 1888
«Discurso pronunciado en el Acto de la Instalación de la Logia femenina Hijas del Progreso» (1889)
«El padre Juan» (1891)
«La voz de la patria» (1893)
«La higiene en la familia obrera» (1902)
«Avicultura» (1902)
«El ateísmo en las escuelas neutras» (1911)
«Cosas mías» (1917)
Casualidad
Soñé, y en la dormida inteligencia
Vi al humano, con ansia desmedida,
Buscando los principios de la vida
Y dudando a la vez de su existencia;
Vi al ocio revestido de prudencia,
Vi la igualdad tornarse fraticida,
Vi la diosa Razón entumecida
Y en el caos a Dios y a la conciencia.
Vi una raza luchando con la muerte,
A Europa envuelta en sangre y desgarrada,
Más lejos, sin girar, la tierra inerte;
Y aún de mi sueño aquel horrorizada,
Me despertó, con peregrina suerte,
De un loco que pasó la carcajada.
¡Igualdad!
¡Igualdad! ¡Casta virgen que aparece
Revestida de mágicos fulgores,
Y que ofrece a los hombres sus amores
Mientras el alma en la ilusión se mece!
Su vaga forma ante la vista crece,
Les invita a luchar por sus favores,
Y apenas se proclaman vencedores,
Cuando al irla a tocar, desaparece.
¡De Libertad y de Justicia hermana,
Su imperio tiene en la mansión divina
Y allí la encuentra la razón humana
Cuando al destino de su fin camina,
Que en este mundo de flaqueza vana
No se la ve jamás, se la adivina!
El otoño
Templa su fuego el sol bajo el nublado;
Las nieblas rompen sus tupidos velos,
Desciende la lluvia, y arroyuelos
De límpido cristal recoge el prado.
Pájaro amante, insecto enamorado,
Sienten, última vez, ardientes celos;
Marchan la golondrina y sus polluelos;
Se adorna el bosque de matiz dorado.
¡Ya está aquí! El mar levanta sus espumas
y acres perfumes a la tierra envía...
¿Quién no le ama? Entre rosadas brumas,
coronado de mirtos y laureles,
viene dando a las vides ambrosía,
vertiendo frutas, regalando mieles.
Las cumbres
Se sube y quedan valles y cañadas
En rincón apacible y escondido;
Se deja, abajo, la quietud del nido,
Se busca, arriba, abismos y emboscadas;
Al fin de penosísimas jornadas
Se llega, si el cansancio no ha vencido,
A ventisquero por el sol bruñido;
A rocas por el rayo quebrantadas.
También las almas de pasión henchidas,
Ascienden, en jornadas, a las cumbres
Del oro, del saber o de la gloria;
Muchas por el cansancio son vencidas;
Las que llegan ¡qué horribles pesadumbres
Tienen que compartir con la victoria!
Mi última confesión
El día terminó; la noche llega;
he sentido, he pensado y he llorado;
amé y odié, pero jamás ha dado
asilo el alma á la pasión que ciega.
La fé en el porvenir mi ser anega;
constante y rudamente he trabajado;
sufrí el dolor con ánimo esforzado
y sembré mucho, sin hacer la siega.
Gané el descanso en la región ignota
donde reina la paz del sueño inerte;
pero la luz que de la mente brota
y en ruta eterna sus destellos vierte
será encendida en estación remota.
¡Tendré otro día al terminar la muerte!
Ecos del alma
Raro capricho la mente sueña,
será inmodesta, vana aprensión.
Tal palabra
no me cuadra;
su sonido
a mi oído
no murmura
con dulzura
de canción;
no le presta
la armonía
melodía
y hace daño
al corazón.
Tiemblo escucharla; ¿será manía?
Oigo un murmullo cerca de mí:
no me cuadra
tal palabra,
que el murmullo
que al arrullo
de la sátira
nació,
me lastima
con su giro
y un suspiro
me arrancó.
Si han de ponerme nombre tan feo,
todos mis versos he de romper;
no me cuadra
tal palabra,
no la quiero;
yo prefiero
que a mi acento
lleve el viento,
y cual sombra
que se aleja
y no deja
ni señal,
a mi canto,
que mi llanto
arrebate
el vendaval.
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