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martes, 13 de marzo de 2012

6271.- GABRIELA CANTÚ WESTENDARP

Gabriela Cantú Westendarp nació en Monterrey, Nuevo León (México), en 1972. Es licenciada en Estudios Internacionales por la Universidad de Monterrey. Ha estudiado diplomados y seminarios en lenguas, periodismo y literatura en diferentes instituciones educativas. Ha participado en diversos talleres de creación poética, lecturas y encuentros de escritores. Se ha desempeñado como periodista y conductora de noticias para canales de televisión locales y nacionales. Ha ejercido la docencia en el área de literatura y lengua inglesa. Sus poemas y reseñas han sido publicadas en algunas revistas especializadas. Actualmente dedica la mayor parte de su tiempo a la poesía. Fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León, generación 2006.
Fue co-fundadora de la revista de arte y literatura Otra orilla. Su obra se ha publicado en antologías, periódicos y revistas de México y del extranjero.
Tiene publicados los libros: El efecto (Conarte, 2006), El filo de la playa (Mantis, 2007), Poemas del árbol, UANL, 2009, Naturaleza muerta, UANL, 2011






I


Una lámpara prende, apaga
me quita las ganas de seguir
de rondar las esquinas de ese cuarto rosado.
Noche que me entra.
Oscuro cuerpo que no cabe en los límites del ojo.
Busco el momento
y pienso:
todo luz o todo sombra.
Cómo no pensarlo
después de tantos años
vistiendo las bragas rojas
las ojeras, los corchos en el cenicero
después de sangrar las sábanas
de estrellar el auto
de los higos y la advertencia.
Terminar antes de que empiece
mucho antes del encendido
de que las palomillas viajen hacia la luz
y las barcas, encendidas
provoquen esa comezón que no deja dormir.
Terminar, antes de que se eleve el puente
para el desfile de las princesas.
Acabar con él
antes siquiera de que surja la idea
que vientre y semen...
Agotarlo para que no nos agote.
Situarlo en donde el agua apenas lo roce
y sea sólo un instante
y no la caída hasta el fondo
donde el octópodo no tiene piedad
y aprieta el cuerpo
y por la boca asoman las entrañas.
Alejarse del agua
porque furiosas, sus manos oxidan
y de pronto
no podemos mover el brazo
el hombro, el cuello
y vamos andando caballitos marinos
un tanto rígidos y delgados.
Alejarse,
para no estar con las otras
que de soñar
no se cansan.
Pero te atrapa, y te huelen las axilas
y tu ropa está húmeda
y te resistes
deslizándote en la playa.
Alcanzas a ver que el puente se levanta
y, ya ves, el desfile comienza.


(De El filo de la playa).










El abejorro


llegas con el hígado en los ojos
con el rancio sabor
de un tren que pasa de madrugada
revoloteando las camas
de los que intentan morir
la noche
una mujer a quien le cortan los pies
tus dedos suben y bajan
por los espejos
los muebles
las costillas
la nariz
clavamos tu sombra
en las esquinas de la casa
bajo las patas de elefante del jardín
ayer volamos las cenizas de un abejorro
hemos estado planeando tu funeral
ellos insisten en que la caja
esté forrada de almejas
¿dime tú qué piensas?




(De El efecto)








El filo de la playa


(fragmentos)




Tercer tempo


Memoria, brusco pez en el alma.
José Carlos Becerra


I
De las olas fue el dolor entre mis piernas
y ese rugido retumba en algún rincón de mi cabeza:
esos golpes de mar abierto
ese salir de entre las aguas.


Una lámpara en cada uno de sus ojos encandila mi recuerdo.










Su imagen
una prenda que no termina de secar
y las mujeres la vuelven, la exprimen
le dan batalla.












(Siguen las muchachas en el filo de la playa
su tierna columna, su pubis.)














Y ellas esperando el grito
en cada gota de la noche.
















II


En el dorso de mi mano, la mancha
y en la boca del estómago
la ninfa.


¿Será el alcohol
o el silencio que martilla mi cama?












Hubiera una gran hacha
partiendo cada costilla de mi cuerpo


pero están alineadas.


Un gran hocico devorándolo todo


pero está cerrado.










La batalla no está en el campo
está en el centro de mi pecho


ahí penetra el frío
los oscuros pensamientos
el hecho de no tocarte
el túnel
la caverna abandonada
el rugido que se me enreda
la advertencia de la bruja
el octópodo y las entrañas.












Para el rojo de los ojos
también para las ojeras
y el hematoma en el muslo.
Para el golpe en el empeine, el omóplato
y la muñeca.
Para la mancha de herpes
la punzada de costilla a
costilla
el martillo:
su recuerdo.














Las visitas al doctor.
Siempre la misma receta.


Venga el placebo que de todas formas ahora mismo me echo en ese cuarto rosado
y no quiero saber si ya es de mañana. No me lleven a la Iglesia.
Yo me quedo.









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