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jueves, 8 de marzo de 2012

6226.- ROBERT BRASILLACH



Robert Brasillach, (Perpiñán, 31 de marzo de 1909 - Fuerte de Montrouge, 6 de febrero de 1945), escritor, periodista y crítico de cine francés. Murió fusilado por orden del general Charles de Gaulle el 6 de febrero de 1945 en el Fuerte de Montrouge, por haber colaborado con la Alemania nazi durante la ocupación de Francia
Fue uno de los escritores extranjeros que apoyaron sin ambages al bando nacional durante la Guerra Civil Española. Escribió un libro sobre el Alcázar de Toledo, una Historia de la guerra civil (1939); y unos Poémes de Fresnes que recuerdan y citan los del romántico André Chénier.

Su obra
Presencia de Virgilio (1931),
El proceso a Juana de Arco (1932)
El hijo de la noche (1934)
Los cadetes del Alcázar (1936)
Los siete colores (1939)
La conquistadora (1943)
Poemas (1944)

Después de su ejecución fueron publicadas:
Carta a un soldado de la clase 60 (1946)
Antología de la poesía griega (1950)
Berenice (1954)
El París de Balzac (1984)
Hugo y el snobismo revolucionario (1985).
Historia de la guerra de España (1939)







Mi País Me Duele


Mi país me ha dolido por sus carreteras demasiado llenas,
por sus hijos echados bajo las águilas de sangre,
por sus soldados disparando en las derrotas vanas,
y por el cielo de junio bajo el sol que quema.


Mi país me ha dolido en los años sombríos,
por los juramentos que no se cumplían,
por su desconsuelo y por su destino,
y por los pesados fardos que pesaban sobre sus pasos.


Mi país me ha dolido por todos sus dobles juegos,
por el océano abierto a los negros barcos cargados,
por sus marinos muertos para apaciguar a los dioses,
por sus nudos cortados con tijeras demasiado ligeras.


Mi país me ha dolido por todos sus exilados,
por sus calabozos demasiado llenos, por sus hijos perdidos.
sus prisioneros hacinados entre las alambradas,
y todos los que están lejos y no conocemos.


Mi país me ha dolido por sus pueblos en llamas,
me ha dolido bajo sus enemigos y me ha dolido bajo sus aliados,
mi país me ha dolido en su cuerpo y en su alma,
bajo los corsés de fuego que le atenazaban.


Mi país me ha dolido por toda su juventud,
bajo trapos extranjeros arrojada a los cuatro vientos,
perdiendo su sangre joven para mantener las promesas,
que dejaban impertérritos a los que las hacían.


Mi país me ha dolido por las tumbas abiertas,
Por sus fusiles apuntando a las espaldas de los hermanos,
y por los que contaban en sus manos despreciadas,
los precios de las traiciones al mejor postor.


Mi país me ha dolido por sus fábulas de esclavo,
por sus verdugos de ayer y por los de hoy,
mi país me ha dolido por la sangre que lo lava,
mi país me duele. ¿Cuándo se curará?








EL CAMARADA


Le hemos visto cuando franqueaba la puerta,
Le hemos visto cuando volvía la cabeza,
Le hemos visto, en la noche muerta,
Cuando se iba a través de la prisión.


Le hemos visto, como a tantos otros,
Fuera de estas paredes, hacia los tribunales,
Fueran o no fueran de los nuestros,
Todos se fueron tan fraternalmente.


Le hemos visto, hacia los edictos de los hombres.
En esta putrefacta mañana de otoño,
Le hemos visto, parecido a nosotros,
Irse tranquilo, y hasta algo sonriente.


Le hemos visto en este amanecer húmedo,
Le hemos visto entre los que decían “hasta luego”,
Y hemos empezado nuestra espera:
¿Le volveremos a ver cuando llegue la noche?


Poemas de Fresnes.
3 noviembre 1944


En un frío amanecer del 6 de febrero de 1945, el escritor, dramaturgo y periodista Robert Brasillach fue fusilado por orden del general Charles de Gaulle. Tenía 36 años. La acusación: colaboracionismo con los ocupantes alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.








Otros vinieron aquí


Otros vinieron por aquí
cuyos nombres en los muros mohosos
ya se deshacen y desconchan.
Ellos sufrieron y tuvieron esperanzas
y a veces la esperanza acertaba
a veces engañaba a esas murallas.
Venidos de aquí, venidos de otros sitios
nuestros corazones no eran iguales,
según nos dijeron. ¿Hay que creerlo?
¡Pero qué importa lo que fuimos!
Nuestros rostros, ahogados de bruma,
se parecen en la noche negra.
Es en vosotros, hermanos desconocidos,
en quienes pienso, cuando cae la noche,
¡Oh mis fraternales adversarios!
Ayer está cerca de hoy,
a pesar nuestro estamos unidos
por la esperanza y por la miseria.








Robert Brasillach: Una evocacion a su vida y obra

"Encerrado entre cuatro muros de cemento y sin más esperanza que la de morir bien."


Así describió Jean Anouiih las últimas horas, las horas de agonía de aquel hombre joven de sonrisa infantil parapetada tras grandes gafas, condenado a muerte y ejecutado el 6 de febrero de 1945. Su nombre, que hoy sigue resonando dolorosamente, quizá más dolorosamente que nunca: Robert Brasillach.

¿Por qué su corazón y su inteligencia fueron brutalmente destrozados ante el gris paredón de Montrouge, nombre simbólico, por doce balas francesas en una mañana de bruma fría? ¿Por qué se le asesinó? No hay otra palabra, en efecto, para estigmatizar este crimen: fue un frío y deliberado asesinato después de un proceso infame en el que la sentencia estaba dictada de antemano. No hubo instrucción, un único interrogatorio y, como piezas acusatorias, sus artículos de periódicos.

Se le condenó a muerte por las mismas «razones» por las que se asesinó a Jean Herolt Paquis, George Suárez y Paul Chack; se exhibió a Sacha Guitry en una jaula del parque zoológico de París, para que la vil plebe revolucionaria pudiera verle comer humillado entre rejas; se empujó a Drieu la Rochelle al suicidio; se acorraló en un exilio de hambre y miseria a Celine; se dejó pudrirse en una celda a la pura inteligencia de Charles Maurras y a la formidable humanidad de Henry Beraud, uno de los mayores periodistas que Francia haya tenido. Y en este siniestro escalafón de ejecutados y condenados no hemos citado más que algunos nombres. La lista podría alargarse como las cadenas de forzado que se le pusieron en los tobillos y en las muñecas al pobre Brasillach, tal como él evoca en uno de sus poemas de Fresnes, escritos cuando el alba de la ejecución llamaba a las rejas de su celda. Estos son los crímenes de la Francia resistencialista y liberticida. En 1792, la guillotina. En 1945, el paredón.

Un Joanovici, un vulgar delincuente que había puesto sus cartas en los dos campos, en el de la colaboración y en el de la resistencia, y había acumulado una inmensa fortuna, fue dejado pronto en libertad. Brasillach fue condenado y la sentencia se cumplió inexorablemente. Cuando Francois Mauriac, en un gesto que lo redime de sus muchas veleidades, pidió su gracia a De Gaulle, le fue denegada con un ademán de soberbia. Para él, Brasillach era a lo más un periodista sin clientela política en el momento de la represión y el terror. Además, “había vestido el uniforme alemán, mientras el de los franceses gaullistas, socialistas y comunistas procedía directamente del guardarropas de los ingleses”. A muerte, pues, Brasillach. Hoy se sabe que el hombre señalado como el condenado en una fotografía incierta, se le parecía mucho, pero no era Brasillach, que nunca llevó el «feldgrau» alemán, entre otras razones porque no se enroló en la Whermacht ni en ninguno de sus servicios. Ni siquiera fue trabajador voluntario en Alemania, como el secretario general del Partido Comunista francés, Georges Marchais, ni estrenó sus obras con el visto bueno del mando alemán, como Sartre. Pero se le fusiló.
Brasillach amaba la vida y esa fue la nota vibrante de la obra que labró en su breve existencia. La amaba por encima de la costra mediocre de su tiempo, que fue el del Frente Popular. Crítico, cronista, novelista, poeta, periodista, dramaturgo, amaba ante todo a su pueblo. Lo amaba tan desgarradorarnente como sólo puede amarle quien lo veía marchar tambaleándose hacia el envilecimiento, la decadencia, el hundimiento en las sombras del marxismo. Tengo ante mí, amarillento ya, un recorte de uno de sus artículos de Je Suis Partout, titulado precisamente «Le Front Populalre», ácido, amargo, insolente e irónico a la vez, en cuyas líneas, escritas en plena guerra, anticipaba lo que sería una Europa y una Francia gobernadas por los frentes populares que deseaba implantar Roosevelt, y con él Stalin y con ellos algunos burgueses a los que Brasillach acusa duramente. No se puede ser profeta. Ese artículo era una de las «pruebas» acusatorias.

Lo que no podían suponer sus asesinos «legales» es que su obra se prolongaría y reviviría con más fuerza después de su muerte. “Presencia de Virgilio”, “Como el tiempo pasa”, “Los cadetes del Alcázar” y una historia de la guerra de España, escrita en colaboración con su cuñado Maurice Bardeche; “La conquistadora”, “El hijo de la noche”, “Berenice”, “Antología de la poesía griega”, “Carta de un soldado de la quinta de 1960″ -dedicada ala juventud de 1960, que no conocería, pues la obra fue escrita en la cárcel-; “Escrito en prisión”, las notas sobre André Chenier… Lo que llama la atención en toda esta vasta obra es la luz que brota de ella. Es la luz que guiaba a Juana de Arco, la luz de las vidrieras azules de la catedral de Chartres. En suma, una luz que venía de su propia alma, tan llena de ecos religiosos y evocaciones sensibles:

"Este silencio solo que cae sobre la orilla
es digno de canto de las primaveras desaparecidas,
y arroja sobre el fuego de las heridas cautivas
el bálsamo bajo el cual el corazón sangra más."

Y el suyo sangraba. Hay que decir algo que envilece aún más a los que le juzgaron, le condenaron y le ejecutaron: Brasillach no fue detenido. Se entregó voluntariamente porque la justicia resistencialista y liberal, al no encontrarle en su domicilio, detuvo a su hermana, su cuñado y su madre, arrojándola en una innoble prisión.

En uno de sus libros escribió "Aquellos que mueren poco después de la treintena." ¿Pensaba en un gran pensador ahora innombrable, una de las figuras que más le sedujeron?
No renegó de ninguna de sus convicciones ni para salvarse. ¿Por qué había de hacerlo? Amaba la vida, pero amaba más el saber morir.


"Perdónanos, Señor, si nuestra alma carnal
no quiere dejar su compañero el cuerpo."

Y entre esas convicciones hay una cuya evocación, en el recuerdo de su fusilamiento, suena amargamente: la unión de los franceses y los alemanes era necesaria .

Brasillach defendiendose durante su "juicio".



Murió gritando frente al pelotón de ejecución:

"¡Valor! ¡Viva Francia!"

José Luis Gómez


“No pierdas la sonrisa ni siquiera cuando te vayan a ejecutar. La vida es una broma de mal gusto; en vez de centrarte en el «mal gusto», céntrate en la «broma». Si buscas justicia en vez de tranquilidad en este mundo democrático, suicídate. Para vivir hoy hay que saber reírse de la estúpida realidad”.

Robert Brasillach


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